Espero que con el paso del tiempo, los lectores vayan comprendiendo cada vez mejor el objetivo principal de este blog: intentar reflexionar seria y respetuosamente sobre los principales temas que surgen en la actual vida de la Iglesia, y hacerlo desde sólidos presupuestos y métodos filosóficos y teológicos, lo que si bien no exige necesariamente en los lectores una especial competencia, al menos sí les requiere una honesta inquietud intelectual. De aquí que los intercambios que he tenido acerca de temas litúrgicos con interlocutores del extremo tradicionalismo anima mi esperanza de que el objetivo del blog es viable.
----------Cuando el papa san Paulo VI promulgó el novus ordo Missae en 1969, quedó claro que muchas cosas quedaban modificadas en la celebración de la Misa respecto al vetus ordo de la Misa de san Pío V según la última reforma realizada por el papa san Juan XXIII en 1962, sin embargo, la Misa seguía siendo la Misa en su orden esencial, vale decir en lo que tiene de única y divina lex orandi, instituida por Nuestro Señor Jesucristo en la última Cena, que es la única lex credendi que surge de la Misa. Lo que se había una vez más modificado, como tantas veces había ocurrido en la historia de la Iglesia, era lo accidental, la lex orandi eclesiástica, humana y contingente. Desde 1969 hasta el presente el novus ordo Missae pasó a ser la única lex orandi (eclesiástica), como recientemente lo ha explicitado normativamente el papa Francisco en su motu proprio Traditionis custodes, lo que no quita que el vetus ordo siga siendo válida lex orandi (eclesiástica), al que sus devotos pueden recurrir según debidas condiciones y siempre de modo extra-ordinario.
----------Esta distinción entre lex orandi divina y lex orandi eclesiástica, o sea entre la substancia inmutable de la Misa y sus accidentes mutables, es una de las grandes cruces interpretativas que la mayoría de los exponentes del extremo tradicionalismo no alcanzan a comprender. Un nuevo ejemplo de esta dificultad lo he encontrado estos días (¡una vez más!) en mis diálogos con ellos.
----------He expuesto en artículos anteriores que la Consagración de las sagradas Especies eucarísticas es, precisamente, algo que el Concilio se ha cuidado de no modificar, y esto no necesita ser explicado. Sin embargo, uno de mis interlocutores ha manifestado disentir. Sería largo copiar aquí todo su argumento, pero basta con lo esencial. Mi amigo ha dicho que: "aunque es cierto que 'el Concilio se ha cuidado de no modificar la parte esencial de la Consagración', sin embargo ella ha sufrido dos cambios". Y he aquí que mi interlocutor pasa a exponer, con un detallismo y minuciosidad por momentos abrumadores, lo que son evidentemente cambios accidentales, que no tocan lo substancial de la Misa. Y descuento que los lectores se imaginan ya cómo pueden ser despachadas estas farisaicas objeciones tradicionalistas, de perfil lefebvriano, pero igualmente, y a riesgo de fastidiar, expongo sólo parte de la exposición de esos "dos cambios" que según mi interlocutor ha sufrido el rito de la Consagración en el novus ordo.
----------Dice mi interlocutor: "El primer cambio que ha sufrido la Consagración en el novus ordo consiste en el desplazamiento de las palabras 'Mysterum fidei' que, como una exclamación, el celebrante pronuncia sobre el cáliz: ellas fueron puestas después de la Elevación, previendo en respuesta la aclamación de los fieles 'Mortem tuam annuntiamus Domine', etc. que pertenece a la liturgia protestante. Hago notar por otra parte que, apenas descendido Nuestro Señor a la Especies eucarísticas, la referencia escatológica 'donec venias' ('en la espera de tu venida') está al menos pedagógicamente fuera de lugar".
----------Continúa mi amigo explicando el segundo cambio que ve en la Consagración: "La segunda modificación es más sutil pero no menos grave, aún cuando ella no llega a cambiar la sustancia. Ella consiste en el haber cambiado la puntuación y la impresión tipográfica de la narración de la Institución. En efecto, en el antiguo rito el sacerdote comienza con las palabras 'Qui pridie quam pateretur', re-evocando la Última Cena, cuando tomó el pan en Sus santas y venerables manos, lo partió, se lo dio a sus discípulos y dijo 'Accipite, et manducate ex hoc omnes'. Pero en este punto la narración termina, y comienza la acción sagrada, en la cual el celebrante ya no narra, sino que es él mismo Cristo. El Misal Romano indica este corte con un punto destacado y firme, y las palabras de la Consagración están en caracteres mucho más grandes. Lo mismo vale para el cáliz, donde desde el 'Simili modo' al 'Accipite, et bibite ex eo omnes' se retorna a la narración, mientras que las palabras de la Consagración están de nuevo impresas más grandes, y claramente separadas de las precedentes y de 'Haec quotiescumque feceritis' que siguen. Incluso en la gestualidad está previsto que el sacerdote se incline, recitando las palabras con la máxima reverencia y atención".
----------Respondo: Las mencionadas modificaciones también podrán estar, o de hecho estarán, en consonancia con el rito protestante; pero siendo en sí inocentes, innocuas en cuanto a no afectar la substancia de la Misa, no hay necesidad de preocuparse, sino de alegrarse de que allí nos encontremos con los protestantes.
----------Como se ve patentemente, y se comprende fácilmente, la respuesta a una objeción de veinte líneas no siempre tiene que ser necesariamente de otras veinte líneas, y pueden ser suficientes apenas tres líneas. No puedo menos que concluir que en casos como el que acabo de mostrar se aplican aquellas mismas palabras que brotaron de la divina Caridad del corazón de Nuestro Señor Jesucristo frente a los obstinados fariseos rígidos e hipócritas: "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que... descuidáis lo esencial de la ley... ¡Guías ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello!" (Mt 23,23-24).
----------A continuación, también acerca de la Consagración, expongo otro largo pasaje del mismo interlocutor, porque merece una respuesta algo más sopesada. Dice mi amigo dialogante: "en el rito reformado ya no hay una distinción ni ortográfica ni tipográfica: las palabras del Señor comienzan con 'Accipite, et manducate ex hoc omnes' para el pan y 'Accipite, et bibite ex eo omnes' para el cáliz, aunque no formando parte de la Consagración; y están en los mismos caracteres tipográficos. En la práctica, la narración que precede y contextualiza la acción sagrada deviene parte integrante de la acción misma, exactamente como sostienen los protestantes. No es casualidad que en el Misal reformado la rúbrica indica este momento como 'relato de la Institución', lo que confirma una vez más la deliberada intención de eliminar esos 'factores perturbadores' -para usar sus palabras- 'en consideración a las exigencias ecuménicas'. Todo esto, obviamente, no invalida la Misa: repitámoslo por enésima vez; pero induce a los simples -especialmente hoy, cuando el Canon se recita en voz alta- a considerar esta parte de la Misa no como la realización del Sacrificio del Calvario, sino como la re-evocación de la Última Cena -la Santa Cena, precisamente- que en cambio, para la doctrina católica, era una anticipación del rito del Gólgota. Aclaremos el concepto: cuando Nuestro Señor celebró la primera Misa, Él anticipó en modo místico la Pasión que se aprestaba a sufrir al día siguiente, precisamente como en todas las Misas que seguirían se renueva en modo místico e incruento el Sacrificio de la Cruz. De la Cruz, no de la Última Cena. Y repito: de la Cruz, no de la Última Cena".
----------Respondo: También en este caso ciertamente se puede intuir con meridiana claridad la voluntad del Liturgista de acercar la Misa católica a la Cena luterana; pero tratándose de un elemento innocuo, vale aquello que he dicho en la respuesta anterior.
----------Naturalmente, permanece el hecho que entre la Cena luterana, por una parte, y el vetus ordo y el novus ordo, por la otra, hay un abismo, aunque a una mirada superficial pueda parecer que el novus ordo ceda al rito luterano. Pero, ¿dónde está esta abismal diferencia? Que mientras en los dos ritos católicos el ministro obedece al mandamiento de Cristo: "Haced esto", es decir, "operad la transubstanciación", la Cena luterana, en cambio, aunque admita a su modo la Presencia real, se limita a ser un simple memorial, un simple recuerdo edificante y conmovedor de lo que Cristo ha hecho, además de malinterpretar el punto culminante de la consagración de su cuerpo y de su sangre, tanto que un Schillebeeckx ha llegado a a decir que el cáliz levantado por Cristo ha sido el "último brindis antes de morir como mártir al día siguiente".
----------Por eso mi dialogante amigo interlocutor observa acertadamente que mientras en la Cena luterana el ministro se limita a una simple narración de los hechos, en la Misa católica (tanto en el vetus ordo como en el novus ordo) el celebrante no se limita a recordar lo que Cristo ha hecho, sino que lo hace, o mejor, lo reactualiza in Persona Christi. En efecto, a este propósito, nos viene bien recordar que Lutero, aunque llevaba quince años celebrando la Misa, desde que se convenció de la inutilidad (según él) de las obras para salvarse, o sea, su famoso sola gratia, dejó de celebrar, porque consideraba la Misa una "obra".
----------Siguiendo con otras objeciones, hay una que se me ha planteado, referida a lo que repetidamente he sostenido en notas anteriores, acerca de que el vetus ordo parece ser indudablemente la expresión de un pasado clima eclesial, clima que ya ha sido superado por las nuevas exigencias litúrgicas y pastorales, así como por la nueva eclesiología y sacramentaria elaboradas por el Concilio Vaticano II, vigentes en la actualidad. Efectivamente, lo he dicho, y confirmo que lo dije y lo sigo diciendo. Pues bien, esto parece haber causado enorme sorpresa y escándalo en mi interlocutor, extremo tradicionalista.
----------Dice impetuosamente mi amigo: "¡Ohlalá! Descubrimos que, aunque no habiendo cambiado nada entre el ante y el después, el Concilio tiene 'nuevas exigencias litúrgicas y pastorales', así como tiene una 'nueva eclesiología y sacramentaria'. Realmente extraño: nunca en la historia de la Iglesia la enseñanza de un Concilio se ha propuesto como 'nueva', sino en todo caso como perfectamente coherente con la antigua, según el adagio 'Nihil est innovandum, nisi quod traditum est'. Y descubrimos que Usted reconoce que el Vaticano II no solo se ha adecuado a las nuevas exigencias litúrgicas y pastorales, sino que también tiene sus propias eclesiología y sacramentaria. Con el término eclesiología se entiende la doctrina concerniente a los caracteres fundamentales de la Iglesia y con sacramentaria la doctrina concerniente a los caracteres fundamentales de los Sacramentos: si ambas disciplinas se refieren a aspectos fundamentales, cambiando estos, cambia también todo el entero edificio en que se basa tanto la Iglesia como sus sacramentos. En sustancia, me está diciendo que aquello que yo llamo secta conciliar es efectivamente otra cosa, una cosa nueva y diferente, en comparación con la Iglesia Católica. Y que esta entidad nacida del Vaticano II se habría dado también una propia liturgia y una propia pastoral. Si esta no es otra religión, dígame Usted cuál puede serlo".
----------Respondo: Al hablar de nueva eclesiología y nueva sacramentaria, no pretendo en absoluto sacudir los fundamentos ni de la una ni de la otra. No soy un modernista. Porque por el mero hecho de apreciar lo nuevo, no por eso se es modernista, si esto nuevo es a la vez bueno y está en continuidad con lo antiguo. Y esto es lo que intento decir en mi citada afirmación, y esta ha sido la obra del Concilio Vaticano II.
----------Sobre el mismo tema, redarguye mi interlocutor: "es precisamente el hecho de ser un rito nuevo lo que sitúa al rito reformado fuera de la secular tradición de la Iglesia. Nunca, jamás en su milenaria historia, la Iglesia ha osado inventarse un Ordo, y menos que menos valiéndose de enemigos declarados -como son los herejes- para traer su venenosa contribución". Aquí se manifiesta otra crux interpretativa del tradicionalismo lefebvriano y filolefebvriano respecto al Concilio Vaticano II: la dificultad que tienen en reconocer la validez y necesidad de la obra ecuménica (ut unum sint), una dificultad que, curiosamente, no sufren otros cismáticos como ellos, como son los llamados Ortodoxos orientales, quienes saben valorar el ecumenismo conciliar. Para responder a la objeción de mi interlocutor me extenderé un poco más, con lo que terminaré por hoy este artículo.
----------Respondo: Como ya he dicho, lo nuevo o moderno no es necesariamente malo. De hecho, para la Escritura, lo nuevo proviene de Dios: ¡piénsese en el Nuevo Testamento! San Pablo habla de un "hombre nuevo". En tal sentido, el Concilio ha renovado el rito de la Misa. Es necesario no confundir lo novador o innovador con lo renovador. Lo primero introduce una novedad dañosa; lo segundo una novedad benéfica. En los juicios morales o técnicos, lo que nos interesa es distinguir lo bueno de lo malo; importa poco que sea nuevo o antiguo. El vino viejo es mejor que el nuevo. Pero una computadora nueva es mejor que una vieja.
----------Si ha ocurrido que en una determinada tradición litúrgica siempre se ha hecho de cierta manera, salvo que se trate de puntos esenciales, no está dicho que siempre se deba hacer de esa manera, si hay buenas razones para cambiar. La reforma litúrgica conciliar, como ya he dicho repetidamente, ha dejado intacta no solo la validez, sino también la sustancia de la Misa en todas sus cinco partes esenciales, y cambiando solo en el plano de la accidentalidad y de la contingencia, no por el gusto de cambiar, como si se tratara de una mujer que quiere cambiar de peinado, sino para satisfacer ciertas justas exigencias o perspectivas del hombre de hoy (algo que por cierto no ve quien sufre el arraigo psicológico en el pasado).
----------La mutable tradición litúrgica no tiene la misma absolutez de la Sagrada Tradición, que, junto con la Sagrada Escritura, en la interpretación del Magisterio de la Iglesia, es la fuente de la divina Revelación. Los contenidos y los usos de la Sagrada Tradición revelados por Dios son absolutamente inmutables; pero no lo son todos los de la tradición litúrgica establecida por la Iglesia.
----------El buen fiel católico, instruido por el Magisterio de la Iglesia, debe saber qué cosa en la tradición litúrgica puede ser cambiada y qué cosa no. El argumento que a veces se escucha de quienes rechazan las novedades litúrgicas oficiales es que "desde hace dos mil años siempre se ha hecho así". Pero en este caso el argumento no vale. En efecto, incluso el hecho de que una mujer durante la Misa proclame las Lecturas anteriores al Evangelio o dé un anuncio a los fieles o distribuya la Sagrada Comunión, o la Comunión en la mano, son cosas que nunca se han visto en dos mil años. Sin embargo, la Iglesia, en virtud de su poder jurisdiccional-pastoral, ha querido estas cosas. En cambio, nunca jamás podrá suceder que una mujer consagre la Eucaristía o escriba una encíclica o administre el sacramento de la confirmación.
----------Por cuanto respecta a la presencia de la mujer en el ámbito del presbiterio, y a todo lo que se refiere a los ministerios femeninos, todo eso no es más que un signo de la nueva sacramentaria y eclesiología, a las cuales me he referido, las cuales, a su vez, suponen una nueva antropología, más bíblica, no ya aquella de la superioridad del hombre sobre la mujer, sino de la complementariedad recíproca en la igualdad de naturaleza e igual dignidad personal, por las cuales la mujer se asocia al sacerdote no en el altar, sino en el ambón, para representar su participación en la liturgia de la Palabra, a ella accesible, quedando excluida de la liturgia eucarística, exclusivamente propia del ministerio masculino. Pero respecto a este punto, también es digno de mención el tema ecuménico con los luteranos, los cuales, como es bien sabido, resuelven la Última Cena en la proclamación y en el nutrirse de la Palabra, excluyendo la ofrenda del sacrificio.
----------Sin embargo, volvamos una vez más al principio: la exclusión de la mujer del presbiterio en el vetus ordo tiene un preciso y siempre actual significado, que es necesario advertir: representa las medidas a tomarse como consecuencia del pecado original, a causa del cual la relación hombre-mujer debe estar sujeta a una oportuna y apropiada disciplina. En cambio, el novus ordo representa, como he dicho, la perspectiva escatológica de la reconciliación y de la unión fraterna en la relación entre hombre y mujer.
----------Nuevamente aquí, por consiguiente, vemos de qué modo el vetus ordo y el novus ordo se complementan recíprocamente, por lo cual cada uno de los dos debe mantener su propia identidad, para que la unión no se convierta en confusión, sino que siempre se mantenga en recíproca integración y mutua complementariedad. No es por consiguiente cuestión de mejor o peor, de perfecto o imperfecto, de omisión o comisión, sino de diversidad sobre el mismo plano, en la única Misa instituida por Nuestro Señor Jesucristo, "pridie quam pateretur", cuando Él nos ha mostrado amarnos "hasta el final" (Jn 13,1).
----------En otras palabras: el vetus ordo, que tiene presentes las miserias, los pecados, los dolores, los lutos y los sufrimientos de la presente vida mortal, todo él está centrado en el Misterio de la Cruz, y es iustum, aequum et salutare, aún cuando obviamente mira hacia la resurrección futura. Pensemos en el color negro de la vestimenta litúrgica, claro símbolo de la muerte. El novus ordo, en cambio, se celebra mayormente a la luz de la alegría pascual, acentúa la simbología del banquete mesiánico. El negro ha sido sustituido por el morado, que no es la muerte, sino la vida penitente. Sin negar la sublime belleza del canto gregoriano, los cantos del novus ordo, que sin embargo no excluyen necesariamente al gregoriano, son más alegres, mientras que el gregoriano parece más teñido de una sutil, aunque santa tristeza. Por lo tanto, una vez más, existe una complementariedad recíproca: no hay Cruz sin Resurrección, no hay Resurrección sin Cruz.
----------Es necesario terminar de una vez por todas, por lo tanto, por una parte, por el lado del lefebvrismo, con las oposiciones, el elitismo, las quejas, las riñas, las mezquindades, las rigideces, los pasadismos, los complejos de superioridad, y por la otra, por el lado del modernismo, es necesario terminar con la indisciplina, las ponzoñosas herejías propias y ya condenadas del modernismo, la ofensa a la tradición, la vulgaridad, la bufonería, la demolición, el abandono, los descuidos, las impías arbitrariedades, las profanaciones, los jolgorios fuera de lugar, las tertulias mundanas, las manifestaciones pauperistas, los mítines políticos, los estrépitos y los espectáculos obscenos en los templos, los sacrilegios; y, por ambas partes, tanto por parte de lefebvrianos como de modernistas, es necesario terminar con las condenas recíprocas y los exclusivismos, que ignoran o desprecian las sabias directivas de la Iglesia, Madre y Maestra y son la ruina del culto a Dios.
----------Para concluir por hoy, es escandaloso e intolerable que hermanos bautizados en una única fe, riñan y se excluyan entre sí precisamente allí, donde Cristo nos quiere sumamente unidos, una sola cosa, aunque en la legítima diversidad. Sigamos los ejemplos y la guía de los sacerdotes que celebran con verdadera devoción, en plena comunión con la Iglesia, no importa si en el vetus o en el novus ordo.
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