Algo que debería ser remediado sin demasiada demora en la Santa Sede, son los contenidos de sus principales medios de comunicación, teniendo en cuenta la influencia que en la actualidad ellos tienen en la formación de la conciencia católica. Algo debería hacer el Romano Pontífice, o su sucesor, para cambiar el rumbo de, por ejemplo, L'Osservatore Romano y Vatican News, por mencionar sólo a dos de los medios vaticanos más importantes. Algo parecido podría decirse, aunque bajo la órbita de otras autoridades, del diario Avvenire, en Italia, o bien, si queremos referirnos a la Iglesia en Argentina, la agencia de noticias AICA.
L'Osservatore Romano, Vatican News, L'Avvenire, AICA: buenismo oficial
----------Algún tipo de control o monitoreo debería existir sobre los medios de comunicación oficiales de la Iglesia, porque si el control existe no se nota, a menos que sean los propios organismos de control los que necesiten ser controlados, o sus funcionarios removidos. Más o menos hasta la postguerra, cuando todavía no se habían difundido los grandes mass media, la televisión, y actualmente los medios telemáticos, sólo existían la radio y los medios de prensa-papel, diarios, revistas y libros. Sobre éstos existía el control del "imprimatur" o "nihil obstat" episcopal, no siempre funcional y no totalmente eficaz. Pero ahora, ¿qué existe al respecto? ¿O ya no debería existir nada que tenga sabor a control o censura? ¿Todos los medios sedicentes católicos difunden la verdad católica? ¿Son todos ellos fieles al Magisterio? ¿Acaso hoy ya no existen las herejías?
----------Hoy una de las más populares manifestaciones de lo que el papa san Pío X condenó como "la herejía del modernismo", es el actual buenismo o misericordismo que impregna la predicación de tantos Obispos y presbíteros, probablemente muchos de ellos no conscientes de estar sirviendo como canales a aquello que el Santo Pontífice que reinó en las vísperas de la primera gran guerra del siglo pasado llamó "la síntesis de todas las herejías". Por cierto, el papa Francisco se ha expresado claramente acerca de los daños del buenismo o misericordismo, cuando habló de "la tentación del buenismo destructivo, que en nombre de una misericordia engañadora, venda las heridas sin antes curarlas y medicarlas; que trata los síntomas y no las causas y las raíces. Es la tentación de los 'buenistas', de los temerosos y también de los así llamados 'progresistas y liberalistas', la tentación de transformar la piedra en pan para romper un ayuno largo, pesado y doloroso (cf. Lc 4,1-4)". Pues bien, hoy ese popular rostro del modernismo, que es la herejía del buenismo o misericordismo, manifiesta ser la "línea editorial" de muchos medios oficiales de la Iglesia católica, y el Papa parece ser incapaz de evitar esa herética orientación en sus propios mass-media.
----------Acerca de este problema, es inevitable hacer referencia también aquí a la ocasional ambigüedad en el lenguaje del papa Francisco. Al respecto, repetidas veces he explicado que cuando se descubren tales ambigüedades en las expresiones del Romano Pontífice, la actitud de los fieles católicos (clero y laicado) debe ser ante todo la de interpretarlas en sentido benévolo, de acuerdo con el sentido de la divina Revelación, o bien, llegado el caso, discernir si el Papa en un caso dado no está hablando más bien como doctor privado y no como maestro de la fe. Naturalmente, los medios católicos oficiales deberían ayudar a los fieles a hacer esta tarea interpretativa y no, como suele suceder actualmente, inducir a los fieles a interpretar las palabras del Papa en sentido a veces completamente en las antípodas del dato revelado.
----------Tomemos por caso un aforismo que el papa Francisco suele repetir, particularmente en este tiempo de pandemia: "Dios perdona siempre, los hombres perdonamos a veces, la naturaleza no perdona jamás". Si se la entiende bien, nada malo tiene esta frase, ¡pero hay que entenderla bien!, haciendo las debidas distinciones y precisiones, porque de lo contrario si, por ejemplo, se malentiende eso del "Dios perdona siempre", entonces un sacerdote en su homilía dominical podría pensar que está siendo fiel al "magisterio pontificio" cuando les predica a sus fieles que: "la respuesta de Dios al hombre pecador, no es nunca el castigo, sino que es la salvación", como le escuché predicar, grabado en un video, semanas atrás a un párroco, sin que aparentemente se le moviera un cabello (es de esperar que, en cambio, a algunos de su feligresía sí se les moviera algo en sus corazones, y pudieran reaccionar como es debido, con respeto, pero con firmeza).
----------En lo que va de estos casi dos años de pandemia, me he referido en varias ocasiones al tan difundido buenismo o misericordismo, negador de varios dogmas cristianos, y no han faltado citas a los contenidos buenistas publicados en L'Osservatore Romano, Vatican News, L'Avvenire, AICA, por mencionar sólo algunos medios católicos oficiales. Me permitiré mencionar hoy otro ejemplo al respecto.
----------El italiano Sergio Centofanti (vice-director de la Dirección Editorial del Dicasterio para la Comunicación de la Santa Sede) suele publicar con frecuencia artículos de actualidad y también de índole teológica en el sitio web Vatican News. Pues bien, el 25 de febrero de 2020, publicó un artículo titulado "El mal en el mundo, culpas, castigos y salvación de Dios", donde reporta palabras del papa Francisco y comenta algunos pasajes de la Escritura. Pues bien, considero útil hacer algunas observaciones sobre lo que dice.
----------El articulista encabeza su escrito con un pasaje en el que adelanta y resume su argumento con las siguientes palabras: "El Evangelio nos recuerda que Jesús rechaza la concepción de un Dios que castiga las culpas a través de los males y las tragedias que ocurren en el mundo. Jesús vino a salvar y no a condenar. Pero los acontecimientos negativos deben recordarnos siempre la urgencia de la conversión".
Pero en realidad, para nuestra fe cristiana, las cosas no son así
----------Frente a esa tesis de Centofanti, no puedo menos que hacer una primera observación, diciendo que en realidad Nuestro Señor Jesucristo nos hace presente, en repetidas ocasiones, que el pecado merece el castigo, enseñanza que es conforme, por lo demás, a aquel sentido natural de justicia, propio de todo hombre honesto, que no quiere hacerse el astuto o zorro sustrayéndose a sus responsabilidades.
----------Por cuanto respecta al caso específico de los sufrimientos, las desgracias y las calamidades de la vida presente, Nuestro Señor manifiesta en los Santos Evangelios una doble actitud: en ciertas circunstancias Él no atribuye las calamidades a castigos por los pecados cometidos, y estos son los ejemplos relatados por Centofanti de la torre de Siloé y el episodio del ciego de nacimiento. Por el contrario, en otras ocasiones Jesús presenta las calamidades como castigos por los pecados, como cuando cita a Sodoma y Gomorra.
----------Por cuanto respecta a la intención de Jesús de no condenar sino de salvar al mundo, por supuesto no se discute, ni hay duda de ella. Pero Centofanti ha olvidado citar aquello que Jesús agrega después y que es la advertencia que hace seguir a las palabras antes dichas: "El que me rechaza y no acepta mis palabras, tiene quien lo condena: la palabra que he anunciado lo condenará en el último día" (Jn 12,48).
----------También por cuanto respecta al episodio de la torre de Siloé, Centofanti, en su artículo, omite las palabras de Nuestro Señor que dan el sentido completo a todo el episodio. Indudablemente, las víctimas de aquel colapso no han sido castigadas por pecados personales: se trata de víctimas inocentes. Pero Jesús advierte que si nosotros no nos convertimos, nos esperan desgracias de ese mismo género. Por lo tanto, está claro que Dios puede castigar nuestros pecados con desgracias que Él envía ya desde esta vida.
----------Centofanti tiene razón en su artículo, por lo tanto, al decir que "los acontecimientos negativos siempre deben recordarnos la urgencia de la conversión". Pero, ¿de qué modo nos la recuerdan? Precisamente recordándonos por medio de las desgracias que debemos hacer penitencia por nuestros pecados. ¿Y cómo hacemos para saber que estas desgracias son un castigo por nuestros pecados? No lleva mucho tiempo y esfuerzo advertirlo: ciertamente no son premio por nuestras buenas acciones. Por otra parte, sabemos que el pecado merece un castigo. A partir de aquí interpretar las desgracias como castigo infligido por la divinidad ofendida por nuestros pecados no requiere mucho. Y esto lo han entendido todas las religiones de la humanidad. De ahí los ritos y los sacrificios para aplacar a la divinidad y hacerla propicia.
----------Pero he aquí que en nuestra vida cristiana se agrega al sacrificio cultual expiatorio la práctica penitencial, consistente en el asumir la pena del pecado (es decir, el sufrimiento) como medio de expiación y de liberación del pecado. Por lo tanto, convertirse quiere decir ver en las desgracias la ocasión propicia para hacer penitencia por nuestros pecados. Y si no nos convertimos, ¿qué sucede? Que seamos castigados como aquellos que no se convierten. Y, por lo tanto, la desgracia es punición del pecado.
No se puede separar el pecado de su castigo
----------Pero el problema básico del actual buenismo y misericordismo radica en el hecho de entender el pecado de una manera equivocada, no en sentido cristiano, sino como un acto esencialmente perdonado sin penitencia, sin sacrificios y sin reparación, sino solo con la confianza de que ha sido perdonado, aunque se permanece pecador. Es una idea nacida de Lutero. Pero esto supone, como he dicho, un modo erróneo de concebir el pecado, ya que podría ser definido precisamente como acto merecedor de castigo.
----------Separar el pecado de su punición o castigo, entonces, es anular la esencia del pecado y transformarlo en una buena acción, ya que es la buena acción y solo ésta la que no merece castigo. Que después el castigo pueda ser quitado gracias a la misericordia divina, es verdaderísimo, pero esto sucede precisamente en cuanto Dios anula la culpa del pecado, de modo que lo que era castigo se convierte en expiación y lo que era el efecto de la justicia se convierte en gracia de redención y de misericordia.
----------Dice después Centofanti en el artículo que estamos comentando: "Frente a los acontecimientos luctuosos, catástrofes, enfermedades y similares, la tentación recurrente para los creyentes es aquella de descargar la responsabilidad a las víctimas o incluso a Dios mismo". Digamos algo también sobre esto.
----------La observación a hacer es que puede haber víctimas inocentes y víctimas culpables. Los pecadores sobre los cuales se abaten los flagelos descritos en el Apocalipsis en los capítulos 9-10 y 16 no son inocentes en absoluto, sino que son impíos y blasfemos, justamente castigados. Lo mismo dígase para los habitantes de Sodoma y Gomorra. Por tanto, estos pecadores son responsables de cuanto les sobreviene.
----------Claro que si nosotros también pensamos que "hay que evitar el abuso generalizador de las imágenes del Apocalipsis, cuya intencionalidad inicial era la de hablar de la escatología y no de los episodios históricos", como dice el padre Lucio Florio en un reciente artículo de la revista Criterio, compartiendo con Albert Camus la tesis de que "ver en la peste un castigo divino, resulta insostenible", estamos realmente perdidos.
----------Por el contrario, es necesario recordar también que existen, tanto de parte de Dios como de parte de la autoridad humana, castigos correctivos y castigos aflictivos, los primeros se proponen, en uno y otro caso, corregir al pecador o al delincuente. Los segundos, en cambio, producen la exclusión definitivamente, ya sea de Dios, ya sea de la comunidad, en caso de incorregibilidad del reo. Ejemplo bíblico de castigo correctivo, es el de la conversión de los habitantes de Nínive a la predicación de Jonás. Castigo aflictivo es la punición de Sodoma y Gomorra o del ejército del faraón en persecución del pueblo judío en fuga.
El concepto bíblico del castigo divino
----------El castigo divino del pecado, más allá de las expresiones metafóricas de la Biblia, no es como la sanción penal que la autoridad humana irroga al delincuente para reintegrarlo por la fuerza al orden social o excluirlo del orden social, que ha comprometido con su delito, sino que es el mal que el mismo pecador se arroja sobre sí mismo con su pecado. Aquí Centofanti se expresa bien, citando las palabras de Benedicto XVI y la enseñanza del Catecismo: "Es por el rechazo de la gracia en la vida presente que cada uno se juzga a sí mismo, recibe según sus obras y puede incluso condenarse para la eternidad" (n.679).
----------En todo caso, es cierto, como han señalado algunos, que tanto el castigo divino temporal o eterno como la sanción penal humana provocan en el pecador o en el delincuente una mengua más o menos grave según la entidad del pecado o del delito a castigar. Esto parecería dar al castigo divino un carácter destructivo. Pero hay que recordar que es el pecador quien se hace daño a sí mismo. Dios deja libre al hombre para elegir su propio destino. Por eso, si alguien quiere hacerse daño a sí mismo, normalmente Dios no lo previene ni lo evita, aunque de por sí podría hacerlo. En cuanto a la pena infligida por la autoridad humana civil o eclesiástica, ciertamente ella priva de algo al culpable. Tal acto de la autoridad, sin embargo, no debe ser entendido como un destruir, sino un corregir al reo o como el acto de la comunidad para defenderse del reo.
----------Notamos, por lo demás, que de hecho, cuando Dios quiere predestinar a alguien a la salvación, es decir, quiere hacerle misericordia, le impide pecar, sin por ello coartarlo o constreñirlo, porque, al darle la gracia, causa el mismo acto bueno de su libre albedrío. Incluso al rebelde Dios ofrece su misericordia y su gracia; pero este por propia culpa la rechaza. El castigo con el cual es castigado no es otra cosa que la consecuencia lógica de este rechazo, es decir, el daño de la privación de la visión beatífica en el cielo.
----------Dios, por otra parte, se reserva a veces no castigar inmediatamente, sino que puede posponer el castigo, dando tiempo y modo al pecador de arrepentirse. Pero si esto no sucede, tarde o temprano el castigo llega inevitablemente en la vida presente o en la futura. La justicia divina, por lo demás, remedia los defectos de la justicia humana, por lo cual castiga a los malhechores que se han escapado de ella y recompensa a los que han sido injustamente condenados. En cambio, deja a los inocentes padecer desgracias inmerecidas o injusticias por parte de los hombres, para hacerlos partícipes de los sufrimientos redentores de Cristo en beneficio de aquellos mismos que los hacen sufrir. Algunos santos, sobre todo monjes y religiosos, se infligen por iniciativa propia, penitencias, a veces incluso duras, por la salvación de los pecadores.
----------En el caso de la sanción humana, por el contrario, el castigo no surge del acto mismo del delincuente, sino que es impuesto por convención por el ordenamiento o sistema judicial, aunque, si en el delito hay una violación de la ley natural, Dios también se reserva el castigar.
¿Acaso la culpa la tiene entonces la naturaleza?
----------En cuanto a poner la responsabilidad sobre Dios mismo, está claro que se trata de una blasfemia. Pero alguna responsabilidad debe haber en alguna parte. ¿Pero dónde encontrarla? ¿Es la naturaleza misma la que es mala? Centofanti reporta las palabras del Papa: "Dios perdona siempre, los hombres perdonamos a veces, la naturaleza no perdona jamás" (Discurso al FIDA, 14 de febrero de 2019).
----------Ahora bien, con la expresión "la naturaleza no perdona jamás", el papa Francisco pretende referirse al hecho de que la naturaleza, si bien en muchos aspectos se muestra como madre providente, o "provida", en otros aspectos nos muestra a menudo un rostro cruel y un actuar destructivo. Y sin embargo es evidente que la expresión usada por el Papa es una simple metáfora, ya que la naturaleza no es una persona que pueda perdonar o no perdonar, sino que, al menos la naturaleza física de la cual hablamos ahora, es un conjunto ordenado de entes vivientes y no vivientes, infrahumanos, por lo tanto privados de libre albedrío, pero actuando en modo determinista según leyes fijas establecidas por el mismo Creador de la naturaleza. ¿Entonces, la culpa es de Dios? ¡Estaríamos de nuevo en la blasfemia!
----------A la pregunta de si la culpa de las calamidades naturales la tiene Dios, el Santo Padre responde: "Dios perdona siempre", siempre, se entiende, si el hombre está arrepentido y paga sus pecados con la penitencia, aceptando con ese espíritu las penas y las desgracias de la vida; pero no como lo entendió aquel párroco que hace un par de semanas le predicó a su feligresía, sin mayores explicaciones ni distinciones que "la respuesta de Dios al hombre pecador, no es nunca el castigo, sino que es la salvación". Lo cierto es que la respuesta de Dios al hombre pecador no es nunca el castigo, sino que es la salvación, si el hombre se arrepiente, confiesa sus pecados, hace penitencia y cambia de vida. Pero no todos se arrepienten y vuelven a Dios. Ellos son los que son castigados con la pena eterna, como enseña claramente Cristo.
----------Es necesario, por ende, encontrar una respuesta al por qué de la hostilidad de la naturaleza. Y la respuesta viene dada por la fe: la hostilidad de la naturaleza es consecuencia del pecado original, como está dicho claramente en Gén 3,17-19. Con todo esto, aún así, la naturaleza también mantiene un rostro maternal, fuente para nosotros de inmensos beneficios y que responde al plan originario de la creación.
----------Finalmente, Sergio Centofanti se refiere también a que según el papa Francisco "Dios no permite las tragedias para castigar las culpas" (Ángelus, 28 de febrero de 2016), afirmación que ciertamente tiene razón y es verdadera, si está referida a las personas inocentes; pero ya hemos visto cómo Nuestro Señor Jesucristo amenaza con la desgracia como punición o castigo para los culpables.
----------La actual emergencia de la prolongada pandemia que vivimos, conjuntamente al período de Adviento que iniciaremos dentro de dos meses, es una buena ocasión para recordar estas verdades saludables de nuestra fe, que son luz, confortación, consuelo y guía en nuestro camino de conversión y de salvación.
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