viernes, 24 de septiembre de 2021

La práctica actual del Sacramento de la Penitencia

El haber recordado ayer la figura sacerdotal del padre Pío da Pietrelcina, modelo de confesores, me motiva hoy a considerar algunos aspectos acerca de la actual práctica del Sacramento de la Penitencia, con particular referencia a las disposiciones y condiciones necesarias tanto en confesores como en penitentes.

----------Un adecuado contexto para introducirnos al tema de hoy, me parece que podría ser lo que ocurría unos siete años atrás, al final del Sínodo de los Obispos del 2014. Como es sabido, la asamblea sinodal había elaborado ​​propuestas pastorales referidas a los valores y a los problemas de la familia para que fueran sometidas posteriormente a las decisiones del Papa. Tales propuestas estaban contenidas en el documento final publicado el 18 de octubre de 2014. Aquellas propuestas contenían indudablemente la confirmación de la concepción católica de la familia, la alabanza y el aliento a las familias que viven honestamente, santamente y a veces heroicamente su vocación, en medio de riesgos, privaciones, sufrimientos y peligros, venciendo obstáculos y superando, con la ayuda de Dios, pruebas de diversa índole.
----------En esas propuesta se hablaba también de otras formas de relación o de unión hombre-mujer civil o extraconyugal e incluso de uniones homosexuales, con la intención de rastrear o recuperar también valores, posibilidades de rescate, de elevación y de mejoramiento, de comprender o de excusar dificultades insuperables, de elaborar para ellos un modus vivendi adecuado, que les permitiera dar alguna contribución al bien de la sociedad y de la Iglesia, asegurándoles también la posibilidad de la salvación, dado que, como es sabido, Dios quiere que todos se salven y concede a todos tal posibilidad, incluso a aquellos que no pueden o no quieren, no por culpa suya sino estando en buena fe, acceder a los sacramentos.
----------Aquellas propuestas episcopales del 2014 habían puesto una vez más de manifiesto que el tema de la familia ocupa un puesto central en las reflexiones sobre la existencia humana y en la vida de la Iglesia. Por ello, el papa san Juan Pablo II dedicó a este tema el sínodo de 1980; y por ello también el papa Francisco convocó no solo un sínodo, sino dos, uno extraordinario en octubre de 2014, y otro ordinario en octubre de 2015, para hablar sobre la familia en el mundo actual. Fruto de ellos ha sido la exhortación Amoris laetitia.
----------Pero volviendo al examen de las propuestas del 2014, más allá de sus indudables aspectos positivos, sin embargo, para un ojo atento, revelaban de inmediato la existencia de una grave laguna, la cual fue evidenciada el día 14 de octubre de 2014 en referencia al informe o "relación Erdö" por el cardenal Stanisław Gądecki, Primado de Polonia, quien expresó la siguiente observación: "Durante el debate de hoy ha surgido el hecho de que la doctrina expuesta en el documento ha omitido por completo el tema del pecado. Como si hubiera triunfado la visión mundana, y todo fuera imperfección que conduce a la perfección".
----------Cuatro días después de la observación del cardenal Gądecki, el papa Francisco, en el discurso dirigido a la asamblea sinodal el 18 de octubre, retomó la sabia observación del primado polaco, y recordó: "la tentación del buenismo destructivo, que en nombre de una misericordia engañadora, venda las heridas sin antes curarlas y medicarlas; que trata los síntomas y no las causas y las raíces. Es la tentación de los 'buenistas', de los temerosos y también de los así llamados 'progresistas y liberalistas', la tentación de transformar la piedra en pan para romper un ayuno largo, pesado y doloroso (cf. Lc 4,1-4)". Quizás el Santo Padre hubiera podido aquí ser algo más preciso, pronunciando el término exacto: "modernistas".
----------¿Qué significan estas palabras del Romano Pontífice? Significan ni más ni menos la referencia a un principio que debería ser evidente para todos los buenos pastores, a saber, que es ciertamente necesario ante todo comprender al pecador en sus debilidades y animarlo a desarrollar sus buenas cualidades, según aquellas palabras consoladoras del divino Maestro: "No quebrará la caña doblada y no apagará la mecha humeante" ("harundinem quassatam non confringet et linum fumigans non extinguet", Mt 12,20). Pero todo esto no es fin en sí mismo, sino que sirve de medio para luego quitar el pecado y hacer frente al vicio y corregirlo. Asimismo, un buen médico, cuando se encuentra ante un enfermo, indudablemente evalúa cuáles son sus recursos sanos, pero a fin de ver cómo utilizarlos para vencer al mal.
----------El remedio a este laxismo irresponsable o quizás incluso culpable, al que se refería el Santo Padre en aquel destacable discurso del 18 de octubre de 2014, no es ni siquiera la rigidez intelectual y el rigorismo obtusamente anclado en el pasado, de quienes ceden, como allí también se expresó el Papa, a la tentación del "endurecimiento hostil", rigoristas a quienes entonces llamó "tradicionalistas", donde no es difícil reconocer a los nostálgicos de los métodos educativos del preconcilio, como si en estos más de cincuenta años la pastoral de la sexualidad inspirada en el Concilio Vaticano II no hubiera hecho ningún progreso. Naturalmente, en aquellas palabras del Romano Pontífice no existe ningún ataque, a la Sagrada Tradición en cuanto tal (imposible que lo hubiera), sino a un modo erróneo de concebirla, que la opone a la reforma conciliar.
----------Estos "tradicionalistas" de mente estrecha y de corazón frío, a los que se refiere el Papa, con el pretexto de la defensa de los valores absolutos y del dogma, descuidan, en el plano de la concreta guía de las almas, la atención al bien que se encuentra no en el pecado, sino en el pecador, y la exigencia de seguirle el paso como la madre que camina despacio para acompañar los pasitos de su bebé. Los verdaderos educadores saben cuán graduales son los caminos de perfección y de liberación del vicio y del pecado.
----------Los ancianos recordamos muy bien cómo era el clima formativo y, particularmente, el clima del confesionario antes del Concilio Vaticano II, sobre todo en el ámbito confesional de los pecados del sexo, y no es necesario ser modernistas para no añorar eso en absoluto. Por ejemplo, existía la costumbre de que el confesor acusara fácilmente de pecado mortal a un penitente por un pequeño acto involuntario e inconsciente, realizado sin malicia y bajo la presión de un impulso imprevisto o repentino. Los jóvenes sedicentes "tradicionalistas" que hoy se la agarran con el Concilio, quizás no sepan bien cómo eran antes las cosas. Con esto, naturalmente, estoy a mil kilómetros de aprobar los excesos opuestos y el desenfreno de hoy, que se quiere presentar bajo la égida de la "madurez afectiva", del progreso, de la libertad y de la misericordia.
----------El Romano Pontífice, por su parte, en aquel mismo discurso del 2014, indicó claramente el camino correcto, describiéndolo como una sabia combinación de justicia y de misericordia, de promoción y de corrección, de firmeza y de flexibilidad, de respeto a los principios y de atención a los casos individuales, todo en un gran amor por las almas y la Iglesia, con dedicación, preparación teológica y espíritu de servicio.
----------Pero, en contraste con estas directrices del Santo Padre, y volviendo ahora a considerar las propuestas del documento final del Sínodo de 2014, parecería por el contrario que estos buenos obispos con sus discursos buenistas, misericordistas y pacifistas, no tuvieran experiencia del confesionario. Si viene un penitente a decirme que ha cometido adulterio, o que se ha enamorado de una mujer que no es su esposa, o que va con prostitutas, o que tiene una relación extraconyugal, o que convive con otra mujer, o que es un divorciado vuelto a casar, o que es un homosexual, lo escucho benévolamente y trato de entender su situación y sus dificultades, trato de hacerlo consciente de cuanto en estas relaciones puede existir de positivo y de animarlo en este sentido, pero es evidente que mi deber de médico de las almas será luego el de hacer que el penitente sea claramente consciente de su posición irregular o del estado de pecado en el cual se encuentra, o que sea consciente por lo menos del hecho de que cuanto él hace no está bien y es un pecado, ya sea mortal o venial, del cual es necesario que se libere. Deberé advertirle también de las trágicas consecuencias y del castigo divino, a los cuales se enfrenta si no se corrige, tal como el médico advierte a un enfermo del corazón que si no se cura, le dará un infarto. De lo contrario, ¿qué clase de médico soy? Ahora bien, ¿dónde están estas advertencias y estas consideraciones en el documento de aquellos obispos en el 2014? Parecería que les dicen a todos: "Quédense tranquilos, respeten las decisiones de los demás, sigan así y verán que todo saldrá bien".
----------Si un documento de este tipo quiere ser verdaderamente serio, pastoral y formativo, tal como para hacer el bien a las almas, y no sólo repartir golosinas y dar la apariencia de ser aquiescente al mal, deberá hacerlo bien, alabando y promoviendo lo positivo, pero también deberá agregar y precisar con seriedad y premura qué deben hacer los pastores para corregir a los pecadores y qué deben hacer los penitentes para solucionar sus problemas, vencer las dificultades, salir de las situaciones irregulares y liberarse del pecado.
----------Por supuesto, tras aquellos primeras conclusiones todavía quedaba camino por recorrer, a ellas siguieron el Sínodo del 2015 y la exhortación apostólica del Papa, Amoris laetitia, y aún así, todavía queda mucho camino por recorrer en cuanto al esclarecimiento de todos estos temas, pero lo cierto es que, en aquel documento conclusivo del 18 de octubre de 2014, no hay ni una sola palabra acerca de todo esto que remarco, o al menos el discurso es demasiado parco y genérico, y por tanto insuficiente. A esas carencias trató de salir al encuentro el notable discurso del Santo Padre de ese mismo día. Pero cabe preguntarse por qué nuestros obispos no han pensado en agregar las indicaciones antes mencionadas, que siempre han sido impartidas por todos los buenos pastores. ¿Es posible que el buenismo modernista les haya influido tanto? Para aquellas conclusiones sinodales del 2014, parecería que todos los hombres que vivimos hoy en este planeta, estuviéramos en el estado edénico y que ya no existen las consecuencias del pecado original.
----------De ahí las justas y graves observaciones no solo del Papa y del cardenal Gądecki, o de otros cardenales y teólogos, al igual que la de todos aquellos, incluso comunes fieles y las propias familias, que a ellos se han unido, que están de corazón real y santamente preocupados por el bien de todos y de toda la Iglesia. Ciertamente, muchas de estas personas alejadas, en situaciones irregulares, que vislumbran la verdad y no están obstinadas ni endurecidas en el pecado, sino que advierten el malestar de la conciencia y el deseo de estar en paz con Dios y con la Iglesia, están disponibles de diversas maneras para escuchar una palabra de paterna corrección, que les indique el camino de redención y de la liberación. Algunos tendrán necesidad de ser sacudidos con algo de energía para despertar del sueño y hacerse conscientes de su responsabilidad y de los graves riesgos que corren. De los demás será necesario cuidarse como de personas peligrosas. Para otros, no quedará otra cosa que hacer más que rezar para que se conviertan.
----------Es muy cierto aquello que suele repetirse a menudo: la Iglesia no excluye a nadie. Pero el hecho es que estos infelices son los que no quieren pertenecer a la Iglesia o bien, si dicen pertenecer a ella, en tal caso o tienen un concepto falso de la Iglesia o son ellos mismos falsos e hipócritas, que en realidad no quieren servir a la Iglesia, sino servirse de ella para sus propios intereses. Y si los médicos no hablan, si no intervienen, y se limitan solo a mirar, y no hacen diagnósticos y sobre todo no curan, ¿qué será de los enfermos? O si los engatusan minimizando sus males, ¿cómo se podrán curar? O si no les muestran su mal, ¿no podrán estos enfermos llegar a pensar que lo suyo no sea un mal sino un bien?
----------Este modo de proceder de nuestros Obispos podría favorecer en alguien la idea de que después de todo, al fin de cuentas, matrimonio indisoluble o matrimonio disoluble, castidad conyugal o anticoncepción, relaciones matrimoniales o prematrimoniales, relación conyugal o extraconyugal, sacramento o convivencia, monogamia o poligamia, heterosexualidad u homosexualidad, no sean tanto alternativas respectivamente entre buena-acción honesta y mala-acción pecado, sino que sean simplemente opciones diferentes, dejadas a la libre elección de cada uno. Surge también la inquietante sospecha de que los Obispos, condescendiendo a tales engaños, se sientan intimidados por las presiones o por las amenazas veladas o abiertas de fuertes poderes, que podemos imaginar cuales pueden ser y que quieren hacer que la Iglesia desista de su fidelidad a sus principios morales, para que la Iglesia acepte las máximas del mundo.
----------Si las cosas están así, entonces nos podríamos preguntar, entre otras cosas, ¿qué sentido tiene el sacramento de la confesión? ¿Qué le vas a decir al sacerdote? El hecho es que los confesores nos damos cuenta del clima que se ha creado: muchas veces los que vienen al confesionario no tienen pecados de los cuales acusarse, sino que hacen una lista de buenas obras asegurándole al confesor que están haciendo todo lo posible para ser un buen cristiano. Precisamente en ese lugar sagrado, el confesionario, donde más que nunca los penitentes deberían ejercitar "con temor y temblor" (Fil 2,12) la humildad, sin vanas autojustificaciones, acusándose de haber pecado, y haberse aprovechado de la divina misericordia, precisamente allí, a los confesores nos toca, con disgusto, escuchar la impía y farisaica bravuconería de quien se proclama bueno e inocente tal vez incluso acusando a los demás. Y si nos atrevemos a recordarles cómo debemos confesar, de recordarles las condiciones necesarias para una verdadera confesión, se ofenden como si tuviéramos la osadía de acusar a un inocente y se ponen a su vez a acusarnos de maldad.
----------El hecho trágico es que el concepto del pecado como culpa a remover o eliminar, es decir, como acto malo consciente y libre, se está volviendo muy raro en la actualidad (tanto en penitentes como en confesores), porque ya no se mide el pecado a la vista de una norma objetiva, absoluta, trascendente y dependiente de la voluntad de Dios, a Quien debemos rendir cuentas, sino que cada uno construye un código moral a su antojo, según su propia conveniencia e intereses, quizás influenciado por algún teólogo de moda, no llamado al orden por la autoridad eclesiástica. Dios se convierte simplemente en un notario benévolo de todo lo que a cada uno le viene en mente. Por eso, el llamado "penitente" (al cual sería mejor llamar "bravucón" o "fanfarrón") no tiene ningún pecado que denunciar, del cual arrepentirse y pedirle perdón a Dios. Se confunde el confesionario en la ocasión de hablar a rueda libre de las cosas más diversas, desde la charlatanería hasta las cosas serias, pero que nada tienen que ver con las exigencias y por lo tanto con la validez del sacramento.
----------Frecuentemente es el penitente quien ya tiene por cuenta propia, bien arraigado un evidente mal hábito, una idea equivocada de la confesión, y si el confesor intentara corregirla, este buen penitente se ofende y reclama como si el incompetente fuera el propio confesor, a quien juzga como una persona cruel y malvada, que le crea problemas que no existen y "no sabe dar una buena palabra". Pero entonces, si estas son las actuales condiciones que frecuentemente se presentan, ¿de qué cosa debería absolver el confesor? ¿Qué correcciones, reprimendas o reclamos puede hacer? ¿Cuáles advertencias hacer? ¿Cuáles consejos ofrecer? ¿Cuáles exhortaciones? ¿Cuáles mandamientos? Parecería que este llamado "penitente" no espera curarse de una enfermedad, sino ser aprobado en su conducta y elogiado por su buena salud. Entonces, hay que concluir que es evidente el altísimo riesgo de que el penitente carezca de las condiciones para una verdadera confesión. Pero aquí está también la gran responsabilidad del confesor, que acostumbra mal a los fieles y transgrede el sagrado deber de recordar al penitente cuál es la verdadera manera de confesarse.
----------Por lo tanto, son siempre válidas para nosotros los sacerdotes confesores, y para nuestros Obispos, aquellas bien conocidas palabras del Apóstol san Pablo a su dilecto Timoteo: "Proclama la Palabra de Dios, insiste con ocasión o sin ella, arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansable y con afán de enseñar. Porque llegará el tiempo en que los hombres no soportarán más la sana doctrina; por el contrario, llevados por sus inclinaciones, se procurarán una multitud de maestros que les halaguen los oídos, y se apartarán de la verdad para escuchar cosas fantasiosas" (2 Tm 4,2-4). Son los días de hoy.
----------Por consiguiente, es necesario decir que el buen pastor debe estimular no sólo el amor por la virtud, sino también el odio por el pecado y por el vicio. Existen pastores buenistas que hablan siempre dulcemente del "amor" apropiadamente e inapropiadamente y les parece que hablar de "odio" sea inconveniente o contrario a la caridad. Se trata de un equívoco gravísimo. Ya santa Catalina de Siena, de cuya caridad no se puede dudar, fina psicóloga, mujer de buen sentido común y testigo de aquella que es la más elemental convicción de la conciencia moral natural, decía: "Cuanto más se ama el bien, tanto más se odia el mal". Y nótese bien: Catalina decía el mal, no el malvado, el cual de por sí es una creatura, para salvar la cual Cristo ha dado su sangre. Pero precisamente por amor al pecador se debe odiar su pecado y el pecador mismo debe ser exhortado y ayudado a abandonarlo, así como es por amor del enfermo que el médico combate la enfermedad.
----------Por lo tanto, no bastan en el pastor y en el educador las alabanzas del bien, si él no crea en el discípulo una oposición decidida y fuerte al pecado, mostrando toda su fealdad y odiosidad; y si de una manera especial no le indica cuál es el camino para corregirse, bajo pena de perdición eterna; de lo contrario acaba creando dobles personalidades, cobardes, oportunistas y esquizofrénicos, que aprecian el bien, sí, pero moderadamente, siempre más o menos, siempre por conveniencia, y ni siquiera rechazan el mal, viéndolo no como algo prohibido, sino simplemente diferente, útil para la ocasión, para mantenerlo por así decir "en reserva" y ponerlo casi a la par del bien y en compañía del bien. Aquí radica una cierta forma falsa de pluralismo y de respeto por las elecciones de los otros, que se traduce en la abstención de quienes, atendiendo solo a sus propios intereses, no se preocupan por los males y las desgracias de los demás con la excusa de dejarlos libres.
----------Es necesario, entonces, ir más a lo profundo, hasta la misma raíz del problema, y recordar qué es el pecado. Los confesores palpamos en la práctica del confesionario cuantas veces quien se confiesa no se sabe confesar, porque tiene ideas equivocadas sobre el pecado, o no sabe qué es el pecado, o niega haber cometido pecados, por lo cual muchas veces el primer acercamiento con el penitente requiere una previa y paciente catequesis sobre la confesión, sólo al término de la cual el penitente está en grado de decir qué pecados ha cometido. Sucede que al principio el penitente se sorprende, se irrita o no comprende, como si estuviera escuchando cosas extrañas que nunca antes había escuchado; pero con paciencia y caridad el confesor, quizás después de un largo coloquio introductorio, logra conducirlo a las condiciones adecuadas, y absolutamente necesarias, para que el penitente haga una buena confesión. Así como existen las catequesis prematrimoniales, así también son útiles las catequesis de introducción al sacramento de la confesión, quizás incluso en penitentes de sesenta o setenta años, "católicos" desde la infancia, pero mal habituados.
----------Se agrega, por otra parte, la particular dificultad de los pecados en el ámbito del sexo, donde no solo se debe vencer una pasión frecuente, impetuosa, insidiosa y muy atrayente, a menudo ornada de brillantes colores, sino que sobre todo hay que tener presente el hecho de que el pecado sexual no tiene al principio la apariencia del mal, sino al contrario parece un bien y algo completamente natural: un acto ligado a la vida, a la juventud, al placer, al amor, a la belleza, ¿cómo es que pueda ser un mal o una mala acción? Por lo tanto, es necesario mostrar la realidad más allá de las apariencias, hacer razonar y explicar el por qué es un pecado, ya que, como es sabido, la ética sexual está sustancialmente dictada por la ley natural, antes de ser un precepto del Evangelio o de la ley de la Iglesia. Por ello, basta con que el sujeto esté influido por concepciones fenomenistas, emotivistas, existencialistas, empiristas, freudianas, hedonistas o irracionalistas o falsamente místicas, hoy difundidísimas, para que deba hacer un enorme esfuerzo por comprender los motivos y las razones de la ética sexual. Por tanto, los Obispos también deberían corregir estas ideas. ¿Pero qué hacen ellos?
----------Los Obispos, por lo tanto, deberían recordar por qué razón y motivo todas las desviaciones sexuales y los pecados contra la familia son pecados, y en fin, como siempre se usa en la tradición educativa o pastoral católica, deberían recordar en su predicación al menos los medios principales, naturales y sobrenaturales, para evitar el pecado, no excluida la ayuda eficaz, que puede provenir de un sano temor de Dios. Está en cambio muy difundida una falsa concepción de la divina misericordia (la herejía del misericordismo), por la cual cada uno podría seguir tranquilamente sus propios deseos en la ilusoria seguridad de salvarse, presunción de origen luterano, justamente condenada en su momento por el Concilio de Trento.
----------Aparte del problema de la existencia de esos pastores buenistas que, muchos de ellos con alarmante poder en la estructura eclesial, tratan duramente y atemorizan a los pocos buenos, que sin embargo son tímidos, por lo cual los pastores de hoy se abstienen demasiado del reproche y de la corrección. Coincido a pleno con el famoso dicho de ese gran guía espiritual que fue san Francisco de Sales: "para corregir al pecador, es mejor una cucharadita de miel que un barril de vinagre"; sin embargo el gran maestro, creo, estará de acuerdo conmigo aunque invierta su dicho en este sentido: Es mejor una cucharadita de medicina amarga, administrada con amor, que mil palabras dulces pero aduladoras, que dejan al enfermo en la condición de enfermo, dándole quizás la ilusión de estar bien y de ser simplemente un "diferente".
----------Los Obispos hoy suelen hablar oportuna y correctamente de "familias heridas". Ahora bien, sin embargo, debemos reconocer que donde hay un hombre herido, habitualmente también está el heridor. Por lo tanto, si bien es correcto tener compasión y misericordia por el herido, en cambio, para el heridor o contra el heridor se necesita justicia y tal vez incluso severidad. Se habla de "desafíos" a la familia; de acuerdo, pero recordemos que en el campo moral el desafiante es un pecador que quiere inducirnos al pecado.
----------Se habla de "sufrimientos" y de "injusticias sufridas". Está bien, pero recordemos el pecado de quien hace sufrir a los otros o comete injusticias. Si una pobre mujer sufre porque el marido la ha traicionado, esto sucede porque el marido ha pecado contra ella. Por lo tanto: misericordia para la mujer, pero justicia para el marido. ¿Y entonces no será necesario tener en cuenta también todas estas cosas?
----------Se tiene la impresión (aunque, para decir con franqueza, ya va dejando de ser solo impresión) de que los Obispos, cuando en sus discursos se acercan al momento en que deberían hacer referencia al tema del pecado, se detienen con una especie de puritana discreción, con circunloquios y gambeteos. Esto no está bien. Es aquí donde se nota una carencia, que roza la hipocresía o el miedo a molestar a los poderosos. ¿Qué misericordia es esa que no defiende a los débiles de los prepotentes, sino que considera a estos simplemente "diferentes", libres para continuar su vida? ¿Acaso no sería, ésta, una burla atroz para los pobres oprimidos y perseguidos? Las sanciones penales todavía se usan en la Iglesia. El problema es el de usarlas con justicia. Si hacen uso de ellas los modernistas y los buenistas, ¡sálvese quien pueda!
----------Por lo tanto, esperamos que aquel documento de los obispos en el 2014, junto a las conclusiones del 2015, y las directrices de la posterior exhortación Amoris laetitia, todos ellos documentos tan ricos en muchas ideas positivas y alentadoras, se completen también con consideraciones y advertencias como las que aquí he esbozado. De lo contrario, corresponderá al Santo Padre tomar las medidas oportunas para garantizar a estos documentos el verdadero logro de sus objetivos de incrementar aún más, cum Petro y sub Petro, los valores de la familia, y de abordar y resolver los problemas a ella relacionados.

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