miércoles, 4 de agosto de 2021

Traditionis custodes (5/9) Las críticas del ciego tradicionalismo

Unos breves pensamientos que agregan algunos matices y complementos a la serie iniciada la pasada semana en este blog, y que pueden aportar criterios que considero útiles para discernir las bondades y los defectos de las recientes críticas de los llamados "tradicionalistas" al motu proprio del papa Francisco.

Las penurias de la crítica historicista a Traditionis Custodes
   
----------He leído varias críticas opositoras al motu propio Traditionis custodes del Santo Padre, acusándolo incluso de herejía. Al manifestarme ahora acerca de esas críticas adversas al documento del Romano Pontífice, no me estoy refiriendo, naturalmente, a aquellas críticas que sólo se basan en una impía postura de rechazo a la propia autoridad pastoral y al magisterio del Papa. Los sedicentes tradicionalistas que se han manifestado en oposición al Motu proprio fundados solo por su desprecio u oposición al papa Francisco, o a sus predecesores pontífices del postconcilio, o a la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, o al Concilio entero, o al novus ordo, no merecen ser aquí contestados, ya que no se trata de católicos, y el Motu proprio justifica precisamente sus motivos por la existencia de esta clase de infieles en el seno de la Iglesia.
----------De modo que al referirme aquí a las críticas opositoras al motu propio Traditionis custodes, me refiero a las de aquellos que, sin negar la legítima potestad del Romano Pontífice para emanar este documento, en el mejor de los casos, expresan solo un disenso teórico ante la medida (aunque basándose siempre en penuriosas razones historicistas, sociologistas, esteticistas, o sentimentales), y, en el peor de los casos, osan manifestar su propia decisión de desobedecer la medida o sugiriendo a otros que hagan como si el Motu proprio no existiera. Bien sabe todo buen católico que, mientras las enseñanzas doctrinales del Papa en materia de fe y moral deben ser siempre recibidas con fe, su directivas pastorales o de gobierno deben ser obedecidas, aunque en este caso pueda tal vez mantenerse a veces un personal disenso teórico.
----------He mencionado líneas arriba las penuriosas razones de los críticos opositores. Su penuria radica, hablando en general, en su escasez de teología o en su carencia de precisión en terminología dogmática o a veces en un soberbio sobredimensionamiento arrogante de meras consideraciones históricas y sociológicas. Al fin de cuentas, lo que está sucediendo con las críticas tradicionalistas al Motu proprio no es más que un renovado testimonio del agobiante y descorazonador antropocentrismo que vivimos en estos tiempos de extendido modernismo impregnando incluso ámbitos que declaman ser antimodernistas; aunque solo declaman serlo, porque en su esencia están infectados del mismo veneno que dicen combatir.
----------Quienes alcanzan la comprensión de los principios universales, inmutables y eternos, tanto sea en la abstracción metafísica, como en la contemplación teológica, al retornar a lo concreto, sensible, histórico y múltiple de la realidad de la cual ha comenzado su conocimiento, sólo vuelven a sentir el placer espiritual del saber, cuando logran iluminar lo múltiple con lo uno, lo contingente con lo eterno, lo mutable con lo inmutable, porque es el modo de contemplar la realidad creada según el punto de vista de Dios, que es el saber adquirido no, naturalmente, por una soberbia y fantasiosa ascensión gnóstica, sino por humilde acogida de la divina Revelación de la que hemos sido agraciados los hombres tras nuestra caída original.
----------El sociólogo o el investigador de las culturas pasadas y presentes o el historiador, incluso el historiador de la Iglesia o, en el tema que aquí nos interesa, el historiador de las diversas cristalizaciones de las formas litúrgicas de la Iglesia católica, desarrollan ciencias respetables, pero siempre que ellas mismas respeten el limitado ámbito de su autonomía, fronteras que nunca deben sobrepasar, pretendiendo juzgar y discernir en ámbitos que superan su limitadísimo poder abstractivo y sapiencial. Y este defecto, que puede ser descripto con los mismos caracteres de la hýbris griega, desmesura de orgullo y arrogancia, es precisamente lo que rezuman gran parte de las críticas tradicionalistas al motu proprio Traditionis custodes del Romano Pontífice: penuria teológica y desmesura de lo histórico, defectos que abundan en el tradicionalismo, defectos reveladores también de una profunda infección modernista. Los extremos se tocan.
----------Nadie duda del valor epistemológico de la historia o la sociología o la antropología cultural o el derecho o la historia del derecho o las ciencias experimentales. Son ciencias valiosas, pero siempre a nivel de servidoras de la verdadera sabiduría humana. Al fin de cuentas, todas ellas se ubican en el más bajo nivel abstractivo de las ciencias, es decir, a nivel de la superficie, del dato empírico, concreto, histórico, contingente y mutable. Su grado de certeza se eleva apenas por encima de lo opinable.
   
El mentado "catolicismo" de los actuales tradicionalistas filolefebvrianos
    
----------Es cierto que existe un legítimo tradicionalismo en la Iglesia, entendido como sensibilidad por la tarea del conservar, que no se opone a la tarea del renovar, también legítima y necesaria en la Iglesia. Pero, a decir verdad, parecen ser pocos los tradicionalistas que hacen honor a su nombre y que, por ello, conservan una recta devoción al Romano Pontífice, aceptan el desarrollo del conocimiento de la Tradición que llega hasta nuestros días y que, por lo tanto, ha producido un mejor conocimiento de la Tradición a través del Concilio Vaticano II y del magisterio de los Papas del postconcilio y que, arraigados en el vetus ordo, aceptan plenamente la validez del novus ordo. De ahí que cuando, hoy por hoy, se pronuncia la palabra tradicionalista, no se piensa más que en un sedicente católico que rechaza al Concilio, a los Papas del postconcilio y al novus ordo.
----------De modo que no tengo más remedio que hablar aquí de tradicionalistas en el sentido malo del término, que es precisamente el perfil que ellos mismos, en su mayoría, se han construido en la actualidad. Estos tradicionalistas se califican como "católicos". Pero habría que recordarles que lo que distingue al católico del cristiano no-católico, por ejemplo el protestante o el ortodoxo, es precisamente el hecho de que mientras el católico sostiene que el Papa no puede ser hereje, los cristianos no-católicos lo sostienen.
----------Por otra parte, para el católico, el Romano Pontífice es quien define las condiciones para ser católico. Por lo tanto, no le corresponde al católico enseñarle al Papa cómo se debe ser católico, sino a la inversa: le corresponde al Papa enseñarle al católico cómo debe ser católico.
----------Cristo ha encargado a Pedro el guiar la Iglesia. Esta es la fe católica. Por el contrario, son los protestantes y los ortodoxos los que apelan directamente a Cristo, saltándose al Papa. ¿Cómo entonces se puede ser católico rechazando al Papa como Cabeza de la Iglesia? ¿Qué Iglesia católica es una Iglesia sin el Papa? ¿Podría ser la Iglesia católica? ¿No es más bien la Iglesia de los protestantes y de los ortodoxos? ¿Podría ser la Iglesia querida por Cristo? ¿Puede un católico querer la Iglesia sin el Papa?
----------Al fin de cuentas, ¿qué pide el papa Francisco con el Motu proprio? Que todos aquellos que desde 1970 impugnan el novus ordo Missae, y ya incluso desde antes acusan a las doctrinas del Concilio Vaticano II de modernismo y, en consecuencia, acusan de modernismo al magisterio de los Papas del postconcilio, cesen de esta oposición injusta y cismática, sean auténticos y verdaderos católicos y abracen la plena comunión con la Iglesia y con el Papa, todos unidos en torno al novus ordo. Si respetan estas condiciones, pueden conservar el vetus ordo de 1962 en las condiciones que dicte el obispo del lugar.
----------¿Dónde está en todo esto el abuso de autoridad, la violencia, la herejía? ¿No son más bien herejes los que acusan al novus ordo, a las doctrinas conciliares y a los Papas del postconcilio de herejía y de modernismo, que, como decía san Pío X, es la "suma de todas las herejías"? A tales tradicionalistas habría que recordarles que quien acusa de herejía a lo que es ortodoxo, es a su vez hereje.
----------Entonces, digamos las cosas claras. ¿Hace mal el papa Francisco al llamar a la oveja errante de regreso al redil? ¿Hace mal en llamar a la obediencia a los desobedientes? ¿Hace mal en llamar a la verdad a los herejes? ¿Hace mal en llamar a la comunión a los cismáticos?
----------La Misa es la fons et culmen totius vitae christianae, es la fuente y la cumbre de la unidad, de la comunión, de la caridad fraterna y con Dios. Y el Papa es el supremo custodio de la Santa Misa, el supremo sacerdote y liturgo, el supremo moderador de la disciplina de los sacramentos. ¿Cómo es posible, qué seamos católicos, cuando nos sustraemos a esta comunión? ¿A esta caridad? ¿A esta unidad?
   
Coda y promesa
   
----------Soy el primero en darme cuenta que he afirmado la existencia de penurias filosóficas y teológicas de los tradicionalistas en sus críticas al Motu proprio, pero he caracterizado esas penurias sólo de modo general. Por consiguiente, prometo a los lectores que detallaré la cuestión en próximas notas.

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