jueves, 1 de abril de 2021

El misterio del martirio, también en nuestro tiempo

En la semana mayor del año litúrgico, los católicos conmemoramos la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Estos días contemplamos al Señor sufriendo atroz persecución y martirio; y no podemos pasar por alto que la Iglesia, cuerpo místico de Cristo que peregrina en la tierra, también sufre en muchas regiones del mundo atroz persecución y martirio. Las noticias que nos llegan de todas partes nos dicen que el cristianismo es entre las diversas religiones, la más perseguida, y en varias ocasiones el Papa ha recordado que "hay más cristianos perseguidos hoy que en los primeros siglos". Este hecho puede ser para nosotros los católicos la ocasión para reflexionar sobre la naturaleza, las finalidades y las causas del martirio.

----------Confieso que el fenómeno del martirio ha sido siempre para mí objeto de una maravillada, asombrada, y casi incrédula consideración. A menudo me he preguntado acerca de cómo es posible tener tanto odio por los santos, por aquellas personas que no buscan más que la verdad, la justicia, la paz, el bien de los demás y la gloria de Dios? ¿Cómo es posible que sean precisamente las personas que más buscan el bien, las que más atraen el odio de los enemigos de Nuestro Señor Jesucristo, hasta el punto de llevarlos a quitarles la vida, quizás en medio de crueles tormentos? ¿Cómo puede ser que una persona tan mansa y dulce como el mártir atraiga sobre sí un odio tan feroz? ¿Cómo es posible llegar a este extremo?
----------La extraordinaria fortaleza de los mártires no puede dejar de suscitar en nosotros una gran admiración, considerando cuántas son las seducciones de los hombres, las sutiles insidias, escollos y trampas que tienden para alejarnos de la verdad, las amenazas que nos llegan de los enemigos de Cristo, de la Iglesia, de la religión, las arduas renuncias que requiere una vida cristiana fervorosa, la dificultad de alcanzar una fe sólida, firme y operosa. Sin embargo, los mártires logran impávidos, sin temores, superar todas estas dificultades hasta estar prontos y dispuestos a dejar la vida por Cristo y por sus hermanos.
----------Ante todo, debemos considerar que el martirio es altísimo y raro don del Espíritu Santo, un don que es frecuentemente deseado por el futuro mártir y suplicado por él en insistente y humilde plegaria, fruto, como dice santo Tomás de Aquino, de una ardentísima caridad y coronamiento final de un crecimiento de santidad, de la cual el martirio es testimonio supremo y extremadamente persuasivo, de hecho a veces motivo de irresistible atracción a la imitación. Sobre todo, quienes han convivido con un mártir en clima de persecución, como atestigua la historia, son llevados con entusiasmo a seguirlo en el martirio. Y este fenómeno extraordinario fructifica a su vez, como decía Tertuliano [c.160-220], produciendo nuevas huestes de creyentes convencidos, auténticos y valientes: "Sanguis martyrum est semen christianorum".
----------Como lo expresa san Juan, el martirio está vinculado a la lucha apocalíptica de la Mujer contra el Dragón, es decir, de la Iglesia contra las potencias satánicas, que atraviesa toda la duración de la historia. El mártir puede parecer al mundo un perdedor, un fracasado, un vencido, pero en realidad él tiene su desquite y revancha generalmente después de la muerte y ciertamente en el advenimiento final de Cristo. A menudo sucede que son pocos quienes comprenden el valor de un mártir, incluso entre hermanos de fe.
----------Los mártires canonizados son solo la punta de un iceberg de una inmenso ejército escondido, del cual conoceremos su entidad, su cualidad y su cuantía sólo cuando estemos en el paraíso del cielo. Pensemos, por ejemplo, en la historia casi milenaria de las órdenes eremíticas, como los Cartujos, los cuales por regla general rechazan que sus miembros sean oficialmente canonizados por la Iglesia. Pero esto no quita que ellos tengan en sus filas grandísimos santos mártires, no necesariamente asesinados físicamente, sino amargamente probados por las tentaciones de los demonios, en las que ellos han gloriosamente vencido ofreciendo el fruto de estas heroicas hazañas para la salvación de la humanidad.
----------El martirio es una empresa que no se puede improvisar. Normalmente viene preparado a través de un largo ejercicio de la virtud cristiana en lo cotidiano, a menudo en circunstancias oscuras e ignotas para los hombres, pero con el alma inflamada por una gran caridad. Existen muchas formas de martirio inferiores al don de la vida, pero que tienen la misma motivación y que preparan para su forma suprema y heroica: esas formas que santa Teresa de Lisieux [1873-1897] llamaba "pinchazos de alfiler", que recibimos del prójimo, tal vez del hermano en religión, del familiar, del amigo, del compañero de trabajo, del párroco.
----------Están después también las pasiones por dominar, los dolores por soportar, las tentaciones del diablo por resistir y expulsar: todas ocasiones para fortalecernos en esa caridad que debe ser, si Dios lo quiere, la fuerza propulsora y la razón de ese "gran amor", del cual habla Nuestro Señor Jesucristo, por el cual entreguemos nuestra vida por los amigos y también por los enemigos, para que Dios los perdone.
----------El camino hacia el martirio, sin asegurar que se alcance, se compone de infinidad de soportares, por amor de Cristo, de contrariedades, de obstáculos, de dificultades, de escarnios, de humillaciones, de burlas, de resentimientos, de despechos, de hurtos, de violencias, de encarcelamientos, de amenazas, de difamaciones, de calumnias, de maledicencias, de marginación, de desprecios, interpuestos en su camino por parte no sólo de los enemigos declarados de la Iglesia, sino también, y esto es lo que más hace sufrir al mártir, por hermanos de fe y por superiores. Se trata de aquello que santa Catalina de Siena [1347-1380] llamaba "tormentos, oprobio, vituperios", cosas que ella conocía bien. A veces quienes nos hacen sufrir son personas buenas pero limitadas. Santa Teresa de Ávila [1515-1582] decía que el mayor sufrimiento le venía de personas de este tipo.
----------Luego está, como ha sucedido con Nuestro Señor Jesucristo, la envidia de los fariseos, de los sumos sacerdotes y de los doctores de la ley. De hecho, el mártir denuncia injusticias, escándalos, cismas, herejías, apostasías, abusos y fechorías sobre todo de los poderosos y de los ídolos del mundo. En consecuencia, el mártir acaba por quedar aislado incluso entre los buenos y los hermanos de fe, los cuales tienen miedo y no se atreven a exponerse para no tener problemas, y entre ellos sucede que los hay tan viles, que no solo no lo defienden, sino que se ponen de parte de los enemigos.
----------Por esta razón, la Iglesia examina con atención el rumor de martirio que puede difundirse en torno a un creyente que ha sido asesinado. Un buen sacerdote que viene a ser asesinado por un ladrón que ingresa a la rectoría, un político católico que es asesinado por un adversario político, un religioso que perturba a un gobierno dictatorial por su acción a favor de los oprimidos, no está todavía dicho que todos ellos sean formalmente mártires, eventualmente merecedores de ser beatificados.
----------Es necesario asegurarnos que quienes lo han matado lo hayan hecho por odio a Nuestro Señor Jesucristo, por odio a la fe o por odio a la Iglesia, in odium fidei, como recita la fórmula tradicional. No debe haber razones personales o sociales o económicas o políticas. Y el mártir no se debe permitir ocasiones para una cierta conducta intemperante, imprudente o provocadora. En cuanto al asesino, también puede ser que no se dé cuenta de lo que ha hecho, en última instancia también podría haberlo hecho de buena fe, por ejemplo el caso del fanático de una secta religiosa. Sin embargo, debe resultar objetivamente que ha actuado in odium fidei catholicae. Ciertamente, también pueden existir mártires no católicos. El papa san Pablo VI, cuando beatificó a los mártires de Uganda, también tuvo palabras de admiración para los mártires anglicanos. Sin embargo, es evidente que la Iglesia católica solo puede beatificar a los católicos.
----------El martirio es efecto del odio hacia el mártir por parte del mundo, y del hecho de que el mismo mártir ha odiado al mundo, según el precepto del mismo Evangelio, sobre todo en el Evangelio según san Juan. El mártir es aquel que no desciende a compromisos con el mundo, no trata de congraciarse con el mundo para no tener problemas, para no ser hostigado. Esto no significa que el mártir no haya amado al mundo, imitando al Padre celestial, creador y salvador del mundo, el cual "ha amado tanto al mundo que dio a su Hijo único para la salvación del mundo". El mártir odia al mundo no en sí mismo, sino en cuanto el mundo está al servicio del pecado, de Satanás, y es esclavo de la injusticia y de la muerte.
----------Algunos consideraron el Concilio Vaticano II malinterpretándolo como un mensaje de connivencia con los errores del mundo moderno, como permiso para abandonar la lucha contra el mundo para arrellanarse o instalarse en él o disfrutar de sus placeres y de sus satisfacciones. Pero, naturalmente, esta es una falsa interpretación. El Concilio ha recuperado, a través de una visión cristiana, aquellos valores del mundo moderno que son recuperables, y en tal sentido estimula el diálogo con él, pero no ha abandonado en absoluto la tradicional lucha evangélica contra el mundo del pecado y sería absurdo, desde un punto de vista católico, el solo pensarlo o sospecharlo, porque esto significaría que con el Concilio la Iglesia habría abandonado uno de los puntos esenciales de su predicación. Nada de eso. Y bien lejos de aquellos extremismos que manifiestan ciertos sedicentes católicos cuyo único objetivo parece ser o bien la consecución de puestos de poder en la estructura eclesial o en el mundo secular, o bien se mantienen a buen resguardo de los peligros en hipócrita actitud de farisaica búsqueda de un cristianismo supuestamente puro que no admite ningún contacto con el mundo al que debieran evangelizar, todavía hoy hay verdaderos católicos que han comprendido la esencia de la predicación de la Iglesia, que constituye, al fin de cuentas, la razón de ser del martirio, y que todavía hoy fructifica produciendo una nueva hueste de mártires en todo el mundo, que podríamos llamar los "mártires fruto del Concilio".

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