miércoles, 14 de abril de 2021

Acerca de la herejía (7/7): progreso dogmático y misión del teólogo

Concluyamos ya, amables lectores, esta serie de notas acerca de la herejía, que nos ha venido insumiendo toda una semana. Por supuesto, hemos dado sólo balbuceos sobre un misterio que supera nuestro conocimiento, porque, tal como lo hemos dicho, la herejía, al menos en cuanto es una realidad opuesta al misterio de la fe, mysterium fidei, es ella misma también un misterio, mysterium iniquitatis.

El progreso dogmático
   
----------El dogma se puede considerar o bien en relación a su objeto o bien como conocimiento del objeto. El dogma en relación al objeto, o sea el dato de la fe, es inmutable. El significado del dogma no cambia, pero como conocimiento cambia en el sentido en que este conocimiento progresa. Se puede decir que el conocimiento evoluciona; pero no evoluciona el contenido. El conocimiento deviene mejor; el contenido permanece fijo. Sin embargo, el conocimiento de un dogma puede cambiar o bien en el sentido de mejorar o bien en el sentido de empeorar. La evolución del conocimiento puede ser hacia lo mejor. Tenemos entonces progreso y avance. O bien la evolución va hacia lo peor. Se habla entonces de involución, regresión, retroceso, degradación.
----------Una cosa es el conservar y otra cosa distinta es el conservadurismo. Una cosa es la solidez o estabilidad y otra cosa es la rigidez. Una cosa es lo viejo y otra cosa es lo antiguo. Es necesario conservar lo que debe ser conservado y abandonar lo que debe ser abandonado. Pero es necesario también mejorar aquello que debe ser conservado. Conservación y progreso deben ir de la mano. A veces es necesario también repristinar, rencontrar, reconstruir, restaurar aquello que se ha perdido o destruido.
----------El papa Benedicto XVI ha hablado de una continuidad de significado del dogma, significado que, aunque permanece siempre idéntico a sí mismo, es progresivamente siempre mejor conocido. En el dogma hay algo que no cambia, y es su objeto; y hay algo que cambia, y es el dogma entendido como conocimiento.
----------Ahora bien, la continuidad se opone a la discontinuidad contradictoriamente. Es por lo tanto una idea necia la de Michael Seewald proponer en un reciente libro suyo, concebir el dogma como "un equilibrio dinámico entre continuidad y discontinuidad" (El dogma en evolución. Cómo se desarrollan las doctrinas de la fe, Sal Terrae, Bilbao 2020). Sería como si un ingeniero o un técnico electricista que estuviera encomendado a proveer de la energía eléctrica a un condominio o edificio de apartamentos, propusiera a los inquilinos como modelo de suministro ideal, no un suministro continuo, sino "un equilibrio dinámico entre continuidad y discontinuidad". ¿Qué dirían los inquilinos sobre una tal propuesta? ¿No le preguntarían, como mínimo, si está bromeando o habla en serio? Ahora me pregunto, por cual motivo nadie duda que se requiere que un ingeniero o técnico electricista use la razón, mientras que un teólogo (el citado autor, por ejemplo) puede ser dispensado en una materia mucho más importante que el del suministro de la energía eléctrica?
----------La continuidad es un valor o virtud; la discontinuidad es un defecto. ¿Qué sentido tiene hablar de equilibrio dinámico entre un valor y un defecto? El equilibrio es un intermedio o el punto de conciliación entre dos extremos o dos exageraciones opuestas. Continuidad implica permanencia, inmutabilidad, armonía, solidez, seguridad, estabilidad, homogeneidad, identidad en el tiempo, confiabilidad. La continuidad es el valor del espíritu, de la virtud, de la perfección, de la verdad.
----------La discontinuidad, por el contrario, quiere decir cambio, contradicción, contraste, incerteza, fluidez, incoherencia, inestabilidad, desarmonía, interrupción, fractura. Es sinónimo de ruptura y de incoherencia y, por lo tanto, de infidelidad. Las personas o los servicios discontinuos no son confiables. Es la característica de la materia, del desorden, de la casualidad, de la imperfección.
----------A nuestros queridos amigos masones y modernistas queremos decirles y repetirles que el dogma es una verdad magnífica, trascendente, luminosa, nutriente, vivificante, liberadora, consoladora y fortalecedora, en la que podemos contar en modo absoluto, verdad eterna que sacia nuestra sed de Verdad eterna; que el dogma es un océano de verdad a indagar sin fin, y que siempre nos reserva sorprendentes descubrimientos y nos muestra nuevos tesoros; verdad que es regla de nuestro actuar, verdad que nos indica la meta final, verdad que construye nuestra historia, verdad inmutable e incorruptible, a la cual podemos recurrir continuamente, confiarnos para siempre, roca sólida sobre la cual apoyar nuestra mente con seguridad y certeza inquebrantables, base sobre la cual construir nuestra vida, luz caliente, como decía san Juan de la Cruz, que estimula al amor, baluarte contra el espíritu de la mentira, fortaleza que nos hace resistir en las pruebas.
----------El verdadero progreso supone una concepción analógica del ser, de la realidad y de la verdad. No se produce por negación, sino por una confirmación superior de la afirmación. En el progreso existe efectivamente una negación, pero sobre la base de una afirmación que permanece y asegura la continuidad. No se niega todo, pues en tal caso sólo tendríamos discontinuidad. Lo sucesivo o siguiente no tendría ninguna relación con lo precedente. Si una cosa progresa, quiere decir que es esa misma cosa la que al término del progreso ha progresado, y no otra cosa. En el progreso, por lo tanto, se produce una superación, es decir, la adición al sujeto del progreso de una novedad que deja intacto y confirma aquello a lo cual la novedad se añade.
----------El desarrollo, el progreso, la explicación y la explicitación son formas de pasaje de la potencia al acto. Existe, sí, un progreso y una renovación por sustitución, pero solo cuando se trata de valores caducos, corruptibles y perecederos. Es necesario abandonar un pasado de pecado, pero no ciertamente un camino bueno que se ha emprendido. Este es el engaño del diablo: hacernos creer que aquello a lo cual habíamos prometido fidelidad es en realidad no confiable o ha envejecido y, por lo tanto, debe ser desechado.
----------De modo que pretender reconciliar en el dogma continuidad con discontinuidad (como quiere Seewald) no es equilibrio, sino duplicidad, es unir el sí al no, es servir a Cristo y a Belial, a Dios y al mundo. Es necesario en cambio conciliar tradición y progreso, conservación y reforma, renovación y fidelidad.
----------Es como si un grupo de amigos arquitectos quisieran construir juntos un edificio. Entre ellos, hay uno que tiene un plano perfecto y completo, mientras que los otros presentan un plano carente o defectuoso desde diversos puntos de vista. ¿Qué hace el grupo? Los amigos comienzan a dar a conocer su propio plano, unos a otros. Nos encontramos de acuerdo sobre muchas cosas. Sin embargo, finalizada esta presentación o confrontación, aquel entre ellos que poseía el plano completo se da cuenta de las carencias y las señala. Los otros le agradecen el aviso, hacen suyas las observaciones y todos comienzan a construir el edificio.
----------Esta modesta parábola que he sugerido, nos hace comprender cómo y por qué actualmente se ha atascado el diálogo ecuménico. Los exponentes de las diversas confesiones, tras un diálogo que se prolonga desde hace cincuenta años, ya han tomado conciencia de las verdades comunes. ¿Pero qué está sucediendo en este momento? Que los católicos se la pasan "menando il can per l’aia" como dicen en Italia, andan con rodeos, tergiversan las cosas evitando temas no deseados, eludiendo llegar al punto, mientras que los no católicos, con una notable dosis de presunción, creen poseer ya toda la verdad y que, por lo tanto, los católicos no tienen nada que añadir a lo que ya saben. Pero ese no es el caso en absoluto. De modo que en este punto, orar al Espíritu Santo para que conceda el don de la unidad, es tomar en broma al Espíritu Santo.
----------Es necesario en cambio, que los católicos sepan con caridad, fuerza persuasiva, y claridad, estar "dispuestos a defenderse delante de cualquiera que les pida razón de la esperanza que tienen" (1 P 3,15), para así mostrar a sus hermanos separados la belleza y la necesidad de las verdades que les faltan, para que puedan acogerlas con humildad, alegría y acción de gracias a Dios.
   
La misión del teólogo, terapia del intellectus fidei
   
----------En la Iglesia, cada miembro realiza una tarea especial al servicio de la misma Iglesia y de las almas. La finalidad del teólogo se vincula a la idea paulina del "buen combate". El teólogo es un combatiente de la fe. Pero es también un médico. Por eso, el teólogo debe estar siempre particularmente preparado para el tratamiento de las herejías. El aspecto combativo acentúa el tema del coraje; mientras que el aspecto medicinal, el tema de la misericordia. Son, de algún modo, las dos profundas almas del teólogo.
----------En el pasado (hay que decirlo con franqueza) en la tarea del teólogo que se enfrenta a los errores de las herejías y a sus consecuencias en quienes caen en esos errores, los herejes, ha sido demasiado acentuada el alma combativa del teólogo, lo que, por otra parte, estaba en el espíritu de los tiempos y en la propia estructura jurídica de la Iglesia. La misión del teólogo se insertó durante muchos siglos, como bien se sabe, en un sistema pastoral de sello marcadamente judicial con acentos sobre todo represivos, que asimilaba al teólogo a una especie de tutor del orden y apuntaba no tanto a la corrección como a la disuasión. Este perfil de la misión del teólogo adquirió relieves muy acentuados sobre todo en la Orden de Frailes Predicadores, los Dominicos, quienes, por varias razones, siguen siendo modelos de la vocación del teólogo en la Iglesia.
----------Existía poca preocupación por aquello que pudieran ser atenuantes o excusantes del hereje. Se respetaba poco el derecho a la libertad religiosa. Se buscaba poco comprender cuáles eran sus profundas intenciones más allá del comportamiento externo y el sentido de sus frases ut littera sonat.
----------La idea de la función de médico del teólogo estaba en sordina. Se trataba de vigilar, denunciar, indagar, buscar pruebas, controlar, advertir, amonestar, amenazar, sorprender posiblemente in fraganti, acusar, procesar, condenar, castigar. ¡Y qué castigos! También existía la tortura. Ciertamente, no faltaron los métodos persuasivos. Con Giordano Bruno [1548-1600], la Inquisición intentó persuadirlo durante ocho años. Sin embargo, prevaleció una sustancial desconfianza de que el hereje pudiera arrepentirse y corregirse.
----------La reforma de la pastoral y del derecho operada por el Concilio Vaticano II no podía dejar de involucrar también el estilo de la misión pastoral del teólogo, que ha abandonado la aspereza del pasado y ha acentuado la orientación terapéutica y misericordiosa, que, por lo demás, estaba desde el origen en la vocación del teólogo. El riesgo de hoy es el de debilitar o descuidar la lucha contra la herejía, con el pretexto de la misericordia. El trabajo por hacer, en cambio, es el de impostar esta lucha de una manera más conforme con la reforma pastoral conciliar. El mal, la enfermedad, siempre debe eliminarse, pero con un mayor respeto por el enfermo.
----------Es necesario entonces que se afirme la idea de la herejía entendida no tanto como enemigo a batir, sino ante todo como una enfermedad a curar. Atacar sí la enfermedad, pero con un intenso amor y compasión por el enfermo. No se excluyen la amonestación y el reproche, así como la amenaza siguiendo el mismo ejemplo de Cristo. Y esto puede ser pagado caro por el teólogo, como le sucedió al mismo Cristo. Pero es necesario percibir la obra de quien combate la herejía como un precioso servicio al bien común, aunque esto exponga al predicador o al teólogo a la venganza de los herejes.
----------Debemos ser justamente agradecidos hacia el epidemiólogo por su búsqueda de una vacuna contra una epidemia. Pero no debemos olvidarnos que es aún más importante encontrar la vacuna contra la herejía, que priva a nuestra alma de la gracia que la libera de la muerte eterna.
----------Lamentablemente, sin embargo, todavía es fácil sospechar que aquel teólogo que indaga acerca de la herejía, o que polemiza contra la herejía o advierte a alguien de herejía, es un presuntuoso o un envidioso o un faccioso o un ambicioso en busca de notoriedad o que tiene un ánimo hastioso o que es un difamador o un Don Quijote contra molinos de viento o un alborotador o un violento.
----------A decir verdad, el teólogo es un oculista, un oftalmólogo del alma; o quizás podríamos decir que es un neurocirujano. Pero no siempre se comprende su misión, no siempre es apreciado su servicio. El teólogo, como buen médico, se prepara con largos años de estudio para su misión. Es un servicio precioso que soluciona los disturbios de la vista intelectual y de la voluntad, los males del alma.
----------Si en la actualidad merece el nombre de psiquiatra (psychè=alma, iatrìa=cura) aquel médico que cura los trastornos del alma sensitiva en relación con el alma espiritual y el cuerpo, con mucha mayor razón se debería llamar psiquiatra al teólogo, al sacerdote, al confesor, al obispo, que, a la luz de la fe y con el poder de la gracia, sanan el espíritu del pecado y le dan la vida de la gracia.
----------Pero sucede que mientras nadie se atreve a hacer de médico sin la suficiente titulación, hoy se da frecuentemente el caso que hay personas que con solo una pizca de doctrina chapucera, recibida de oídas o tomada de aquí y allá entre algún grupo exaltado o sugestionado por algún vidente o convencidos de que son profetas del Apocalipsis o más sabios que el Papa, pretenden encaramarse y acusar de herejía a teólogos de profesión, de larga experiencia eclesial y de cuidadosa preparación específica.
----------Entonces sucede que la labor del auténtico teólogo católico es un trabajo ingrato. Si hacer el diagnóstico de una enfermedad física es cosa apreciada, buscada, requerida y deseada, el diagnóstico de la herejía hecho por el teólogo leal a su misión puede irritar o no ser bienvenido, o fastidiar a quienes son seguidores del hereje, al tiempo que brinda alegría y consuelo a quienes están turbados o escandalizados. En cualquier caso, ciertamente recibe de la gente mucha más gratitud el médico del cuerpo que el médico del alma.
----------La gente tiende a tener más confianza en el médico del cuerpo que en el médico del alma. Se convence más fácilmente al escuchar explicar una enfermedad del cuerpo que una enfermedad del alma. No tiene dudas de que el médico del cuerpo usa criterios de juicio objetivos y seguros. En cambio, sucede que dudan que el médico del alma se base en criterios objetivos y seguros.
----------¿Y esto por qué? Porque mientras estamos inclinamos a confiarnos en la opinión del médico, tendemos a sentirnos demasiado celosos de nuestro modo de valorar nuestras ideas y nuestro comportamiento en cuestiones de teología, de moral o de religión. Tendemos a no ser objetivos, sino a juzgarnos en base a principios subjetivos que nos agradan y complacen y que en última instancia podrían ser heréticos.
----------Por otra parte, difícilmente ocurre que un médico pueda sentirse desafiado en su juicio sobre el paciente o en su opinión en su campo, a menos que se trate de otro médico quien lo contradiga. En cambio, sucede que el sacerdote, el confesor o el teólogo se sienten impugnados o contradichos por los fieles. Pero se da también otro hecho, que mientras generalmente la consideración que tienen sus colegas de la ciencia médica no produce preocupación a los médicos, porque entre ellos existe un común acuerdo, sucede en cambio que se verifican contrastes entre teólogos respecto a los datos de la misma ciencia teológica, que provocan sufrimiento, dudas o desconcierto entre aquellos que entre ellos son hombres de conciencia.
----------Así, en tal situación, si bien sucede que hay disensos entre los médicos a la hora de valorar el estado de un determinado paciente, pero que aceptan tranquilamente los datos de la ciencia médica, sucede que entre los teólogos existen desacuerdos en el mismo campo de la teología, lo cual, al fin de cuentas, no es más que el signo de la confusión creada por la influencia de alguna herejía.
----------Es necesario, por consiguiente, y ya para concluir esta serie de notas, que volvamos a aprender cómo se afronta la cuestión de la herejía. En general, se tiene la tentación de no hablar de las herejías, porque nos parece que la palabra evoca recuerdos y traumas aterradores. Otros, en cambio, han vuelto a hablar del tema, pero con acrimonia, sin la debida preparación, incluso teniendo la osadía de lanzarse contra el Papa (con lo cual no hacen más que manifestarse ellos mismos como heréticos). Son dos excesos a los cuales se debe poner absoluto y urgente remedio. Esta modesta serie de notas no ha pretendido sino ser un aporte a la búsqueda de una posición equilibrada, que sepa conciliar el deber de la caridad con el de la justicia y de la misericordia.

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