Iniciábamos ayer, en la tercera nota de esta serie, nuestro recorrido especulativo para tratar de dar respuestas a esa pregunta acuciante y fundamental que desde siempre ha turbado al hombre, y que nace de la aparente contraposición entre, por un lado, nuestra correcta idea de Dios, Sumo Bien, Infinita Bondad, en quien el hombre cree (sea cual sea en detalle su idea y su fe sobre Dios), y por otro lado, la existencia del mal en el mundo: ¿por qué Dios permite el mal? Y hoy: ¿por qué Dios permite el flagelo de la actual pandemia?
"Calamum quassatum non conteret, et linum fumigans non extinguet" (Is 42,3). Blog de filosofía y teología católicas, análisis de la actualidad eclesial y de cuestiones de la cultura católica y del diálogo con el mundo.
jueves, 29 de abril de 2021
La actual pandemia. ¿Por que Dios permite el mal? (4)
Una respuesta inmediata proviene de la metafísica y de la ética natural
----------La razón natural ofrece ya, con sus solas fuerzas, consuelo, aliento y esperanza, al hombre angustiado y turbado por el gravísimo drama del mal, mostrándonos la mayor fuerza del bien sobre el mal. El bien es invencible, mientras que el mal puede ser eliminado. ¿Pero cómo puede ser eliminado? Y luego, ¿cuál es el origen primero del mal? ¿Y cuál es la meta última del bien? Y por último: ¿por qué existe el mal?
----------Lo primero que debemos hacer para responder filosóficamente a la pregunta sobre el por qué del sufrimiento es ampliar nuestra indagación al tema de la esencia del mal, ya que el sufrimiento es una especie de mal; es el mal ligado al padecer, mientras que el pecado es un mal ligado al actuar.
----------Preguntémonos entonces qué es el mal en sí mismo y en su relación con el bien. El mal, en efecto, tiene una relación de contrariedad o recíproca oposición frente al bien. No se lo puede entender sino en relación con el bien. El mal presupone el bien. Pero el bien de por sí no implica el mal.
----------Desde el punto de vista dialéctico o conceptual existe una perfecta paridad o reciprocidad, un perfecto intercambio entre bien y mal, están al mismo nivel: podemos concebir el mal negando el bien, como podemos concebir el bien negando el mal. No puede haber bien sin mal y viceversa. En cambio, en el plano del ser, el bien puede existir sin el mal: Dios podría existir solo, sin el mundo pecador; María Santísima está exenta de todo defecto del espíritu y del cuerpo. Tota pulchra es, María, canta un himno litúrgico.
----------El mal, en cambio, no es una sustancia, sino un accidente, no sin embargo en el sentido de una esencia accidental, sino de un existir accidental; es decir, existe accidentalmente; es la privación de un bien debido a una sustancia, a la cual pertenece la posesión de ese bien para ser perfecta. El mal inhiere en la sustancia, que es un bien, y sin ese bien el mal no existiría, tan cierto es esto que si el mal debiera destruir toda la sustancia, se destruiría a sí mismo: el cáncer en un enfermo de cáncer existe mientras el paciente vive; pero en el momento en que el cáncer mata al paciente, el cáncer desaparece, porque el paciente está muerto.
----------Por esta razón el bien puede ser infinito e ilimitado, como el bien divino; el mal es siempre finito y limitado, porque es un accidente y no una sustancia. El mal es finito en el espacio y en el tiempo, salvo la pena del infierno, que dura eternamente, sin embargo la pena del infierno está también limitada y moderada por la divina Providencia, porque incluso en el infierno la pena, aunque severa, está mitigada por la misericordia, la cual, según santo Tomás de Aquino, no falta ni siquiera en el infierno. En este sentido no es que todos se salven, sino que todos, en diversos grados, son objeto de la misericordia.
----------El bien puede ser ontológicamente necesario, como el bien divino o los entes incorruptibles; y el bien puede ser necesario también en sentido moral. Es necesario, por ejemplo, para poder enseñar, poseer la ciencia. En cambio, el mal es contingente; si existe, podría no existir; es causado por la criatura y puede ser suprimido o puede extinguirse, como sucede con los traumas, las enfermedades o con los pecados.
----------El mal puede ser necesario de hecho, como, por ejemplo, es necesario que falte el oxígeno para que ocurra la asfixia. Pero no es necesario de derecho: no es necesario en absoluto que uno muera por asfixia. Por consiguiente, esto significa que el mal existe de hecho, pero no tiene derecho a existir, sino por disposición de la justicia divina o de la justicia humana, por ejemplo en el caso del castigo.
----------El hecho de que el mal sea contingente y accidental es la señal de que el mal puede ser eliminado o vencido. Así también la mala acción del agente libre puede ser perdonada y el sufrimiento puede ser eliminado. En cambio, el agente bueno espiritual es insuprimible y su buena acción vale para siempre.
----------El mal no es un simple no-ser, una simple negación: no es una simple limitación del bien, si este bien es excesivo. De hecho, es bueno que lo bueno esté dentro en su justo límite. Malo es si un bien está por debajo de su justo límite. El primero es un mal por exceso; el segundo un mal por defecto.
----------La simple negación corresponde al justo límite. No está mal si yo no poseo un tercer ojo; no está mal la negación del tercer ojo. Sería un mal si tuviera uno solo, porque me corresponde dos ojos. El no-ser otro de sí no es un mal, sino que es la condición de la distinción entre los entes.
----------El mal puede existir en la sustancia o bien en la acción o en la pasión de la sustancia. El mal en la sustancia es la corrupción. El mal del viviente sensitivo, hombre o animal, que padece una acción nociva es el sufrimiento. El mal de la acción voluntaria en el hombre es el pecado.
----------El mal existe realmente pero no es ninguna cosa real, no es una realidad, no es un ente real, no es una sustancia. Es accidental, pero no es un accidente. Es un ente de la razón (ens rationis); es decir, es pensado sobre el modelo de la entidad (ad instar entis), aun siendo un no-ser. El mal tiene como efecto algo dramática y concretamente existente, que es el dolor y el sufrimiento. El pecado formalmente se plantea en el plano del no-ser, del ens rationis, aunque esté conectado con acciones muy reales y concretas.
----------Por cuanto respecta a la conducta divina frente al mal, podemos notar que algunos distinguen en Dios el querer del permitir y sostienen que Dios quiere el bien y permite el mal. Así, por ejemplo, Jacques Maritain en su libro, por otra parte excelente, Dieu et la permission du mal (Desclée de Brouwer, Paris 1963). Es una buena distinción, pero no llega al fondo del asunto. No nos dice hasta el fondo, es decir, completamente, por cuanto podamos saber, qué cosa obra la voluntad divina. En realidad, también el permitir es un querer.
----------Es necesario, entonces, decir al respecto, con franqueza, que Dios, si hubiera querido, podía impedir que la criatura pecara y la podía conducir inmediatamente al paraíso del cielo, sin someterla a ninguna prueba, de la cual lamentablemente ha salido mal. ¿Por qué no lo ha hecho? ¿No habría ahorrado a la criatura inmensos sufrimientos e infinitas ocasiones de pecado? ¿No habría podido hacer una cosa de tal género? ¿No habría sido esta la verdadera gloria de Dios? Ésta es la pregunta más radical acerca de por qué existe el mal.
----------En efecto, dado que el mal de hecho existe, y si Dios no hubiera querido, el mal habría podido no existir, es necesario lógicamente decir -sin faltarle el respeto a Dios- que Dios ha querido no impedir que el mal existiera, por consiguiente no decimos que Dios sea malo o haya querido pecar, pero precisamente en cuanto el pecado no es cometido por Él, sino por la criatura. La cual es la única que, aunque creada buena por Dios, es responsable por culpa propia del pecado, porque la causa primera del pecado es ella y no Dios, mientras que Dios es sólo la causa primera del bien natural y sobrenatural cumplido por la criatura.
----------Dios ha creado a la criatura buena y le ha ordenado hacer el bien, prohibiéndole pecar. Pero, creándola libre, debía tener en cuenta que podía pecar, como de hecho ha sucedido. Por consiguiente, si sin embargo la criatura es malvada, la culpa no es de Dios, ni siquiera indirectamente, sino que es exclusivamente de la criatura. Si, por el contrario, ella es buena, su libre actuar en el bien y en gracia es movido por Dios. Dios castiga el pecado precisamente porque no lo quiere en absoluto y lo prohíbe.
----------En efecto, si Dios verdaderamente no hubiera querido impedir que el pecado existiera y, sin embargo existe, significaría que el pecado apareció de por sí, como si fuera no el acto maligno de un agente moralmente malvado, aunque ontológicamente bueno en cuanto creado por Dios, sino como si fuera un agente por sí mismo, fuera del control de Dios. Se confundiría el pecado con el pecador y el pecado sería sustancializado, como si fuera una persona malvada por naturaleza. Esto es el maniqueísmo.
----------Si, por el contrario, nosotros dijéramos que Dios quiere el mal en el sentido de que Él mismo peca y aprueba tanto sea el bien como sea el mal, tanto sea lo verdadero como lo falso, tanto sea la santidad como la impiedad, tanto sea el sí como el no, caeríamos entonces en la horrible teología monística de Georg Hegel [1770-1831] y en su ética de la duplicidad y de los dos señores, que justifica tanto la acción de los buenos como la de los malos. Por una descriteriada e imprudente necesidad de unidad, en Dios existiría tanto el bien como el mal. Caemos así en su monismo absoluto, en el cual todo es bueno, incluso lo malo. Todo es bueno porque no hay diferencia entre el bien y el mal. Es el triunfo del actual buenismo.
----------Por consiguiente, decir que Dios permite el mal está bien, sin embargo no basta, no es suficiente para satisfacer a los espíritus más exigentes. Se podría eventualmente decir que Dios permite el mal en sentido ontológico, así como se dice que la existencia del calor permite o consiente la existencia del frío o que la luz permite la existencia de la oscuridad. Pero el problema es que aquí no se trata de una cuestión meramente metafísica, sino de la cuestión de las decisiones del libre arbitrio divino.
----------Por otra parte, cuesta concebir un permitir en sentido moral, como la maestra que permite a Juancito ir al baño. La iniciativa aquí es de Juancito y la maestra está de acuerdo. Ahora bien, si se trata de la realización del pecado, nos viene espontáneamente recordar que quien permite que el pecado sea cometido por otro aún pudiéndolo impedir, no tendrá culpa directamente, pero devendrá cómplice y corresponsable del pecado cometido por ese otro. Pero entonces, ¿permite Dios en este sentido que el hombre peque? ¿Él le da el permiso? ¡No es así nunca jamás! Pero entonces, ¿cómo suceden las cosas?
----------Lo que hay que tener presente a este respecto, es que la iniciativa del cometer el pecado no es de Dios, sino de la criatura. Siendo el motor de todos los agentes del universo, Dios mueve el acto material del pecado, pero no su aspecto formal. Dios hace, sí, que la bala salga del revólver, pero Dios no es responsable del pecado del asesino, que es quien dispara. Dios ha hecho, sí, funcionar los trenes de los nazis que conducían a los judíos a Auschwitz, pero no es responsable del asesinato de los judíos. Dios no ha querido que existiera el pecado y, sin embargo, no ha querido impedirlo, aún pudiéndolo impedir.
----------En este punto, precisamente a partir de estas consideraciones, aparece impresionante el misterio más profundo acerca del porqué de la existencia del mal, misterio que, para nosotros, es impenetrable, que Nuestro Señor Jesucristo no nos ha revelado, limitándose la divina Revelación a hacernos comprender que Dios sabe sacar del mal un mayor bien. De ahí las palabras de san Pablo: "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rm 5,20); y las de la bendición del Cirio Pascual: "¡Oh feliz culpa que mereció tal y tan grande Redentor!", el "Exultet", en el que se recogen textos de santo Tomas de Aquino (Summa Theol. 3, q.1 a.3 ad 3).Sin embargo, una constatación se impone y es esencial: es bueno o es mejor que exista el mal, dada la infinita bondad divina, que está fuera de toda discusión.
----------Por lo tanto, Dios ha querido no impedir el pecado sin, sin embargo, querer Él mismo pecar, porque es cosa imposible que quiera pecar. Dios no puede ser pecador. Por consiguiente, ha permanecido inocente. Por lo tanto, decir que quiere no impedir que exista el pecado no quiere decir que empuja o impulsa a la criatura a pecar, no induce a la tentación, como creía Martín Lutero [1483-1546] con su teoría de la predestinación al infierno, por lo cual él creía que Dios hubiera querido tanto la conversión de san Pablo como el pecado de David. ¡Hermosa excusa para quien no quiere luchar contra la concupiscencia!
----------Así, en Lutero, Dios aparece sumamente e insoportablemente injusto y cruel, porque empuja a pecar y castiga al pecador, mientras que para Lutero, el autor primero, la causa primera del pecado es precisamente Dios. En cambio, Dios es la causa primera de las buenas acciones de la criatura. Él, con aquello que Domingo Báñez [1528-1604] llama "premoción física" divina, mueve el libre albedrío del hombre a hacer el bien y, dándole la gracia, hace que el hombre en gracia merezca la vida eterna.
----------Es necesario entonces distinguir en Dios: 1) una voluntad que podemos continuar llamando permisiva, pero que es verdadera voluntad y decisión libre, que se refiere al no impedir el mal, de 2) una voluntad de beneplacito, que se refiere al querer el bien sic et simpliciter. Luego, cuanto respecta al mal de pena, podemos decir tranquilamente que Dios lo quiere definitivamente con voluntad de beneplácito, aunque no en sentido absoluto, sino en cuanto condicionada por la existencia del pecado, ya sea como castigo ya sea como purificación, porque si no la quisiera sería injusto y faltaría también a la misericordia, porque debemos recordar que también el castigar correctivo está dictado por la misericordia. En este sentido, toda la obra divina, como dice el cardenal Kasper (La Misericordia. Clave del Evangelio y de la vida cristiana, Sal Terrae, Bilbao 2015), siguiendo la enseñanza de san Pablo, se reconduce a la misericordia.
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De Creatione,
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