jueves, 15 de abril de 2021

Papa Francisco: "siamo più provati". El auténtico mensaje católico ante las varias psicosis colectivas en la actual pandemia

La pandemia que seguimos sufriendo (con tintes por momentos muy agravados, letales en gran proporción, sobre todo por las evidentes carencias de las caótica cobertura sanitaria en nuestro país) ha adquirido (y esto se nota mucho en ciertos sectores católicos), las características de una verdadera psicosis colectiva, aunque puesta de manifiesto en distintas formas, con distintos perfiles. Me refiero, claro, a lo que se advierte en todo el mundo, en sus diversas regiones, a juzgar por lo que podemos informarnos a través de los nuevos y populares mass media de la comunicación telemática, pero también y sobre todo a lo que podemos advertir en nuestro contexto local, en Argentina, o lo que viene ocurriendo en nuestro ámbito vital, aquí en Mendoza.

Probables psicosis colectivas de variados rostros
    
----------El estudio de la psicosis comporta todo un enorme capítulo tanto en psicología general como en psicología médica, psiquiatría. Hace unos cincuenta años atrás, el término psicosis expresaba sólo un concepto general y vago, referido a todas las enfermedades mentales, o sea a cualquier psicopatía. Pero en años más recientes el concepto de psicosis fue estrechándose, para terminar designando un específico grupo de psicopatías graves, que producen desorganización de la personalidad. Actualmente se prefiere especificar la psicosis como un estado mental de escisión o pérdida de contacto con la realidad.
----------El estudio de la psicosis colectiva es un campo compartido por la psicología y la sociología. La psicosis colectiva, también llamada histeria colectiva, es un fenómeno sociopsicológico que implica la manifestación de un similar desorden mental compartido por varias personas, aparentemente producido por la percepción de un peligro real o irreal, de una amenaza que se percibe como incontrolada o incontrolable y que genera pánico colectivo. La sociología y la psicología social argumentan sobre el fenómeno presentando distintos casos de "brotes" de histeria colectiva, debidamente registrados, incluso desde el Renacimiento, como la llamada "epidemia del baile" en 1518, o de las llamadas "brujas" de Salem en 1692, o el "Gran Miedo" en la Francia de 1789, sin olvidar fenómenos contemporáneos como el de la Coca-Cola dañina en 1999.
----------Por supuesto, dejo a los psicólogos y sociólogos el estudio de las consecuencias sociopsicológicas que está produciendo la actual pandemia del Covid-19, pues no es ámbito académico en el que me sienta calificado para hablar con competencia. Lo único que haré aquí es expresar una mera opinión personal acerca de tres fenómenos sociales, aunque ubicados en el ámbito de la vida religiosa, que se registran en todo el mundo, no sólo en nuestro país, fenómenos que podrían ser calificados de psicosis colectivas, que me parece advertir al cabo de más de un año de vigencia de esta enfermedad aún no controlada. Tan sólo enunciaré esos tres fenómenos, para detenerme luego en el primero de ellos, para desarrollarlo con algo más de profundidad, y terminar recurriendo a la palabra iluminadora del Santo Padre expresada recientemente.
----------En primer lugar, la variedad de manifestaciones de esa psicosis colectiva que ha venido produciendo la actual pandemia del Covid, puede advertirse en ciertos sectores de la vida religiosa, en aquello que algunos han llamado "la nueva religión de la mascarilla", que llega a asumir en casos extremos perfiles farisaicos, de gran hipocresía. A este tipo de psicosis colectiva me referiré en detalle en el punto siguiente.
----------En segundo lugar, en otros sectores de la vida religiosa, mayoritariamente católicos, en cambio, la psicosis colectiva se ha puesto de manifiesto en la intensa difusión de las ideologías conspirativas (suele usarse el neologismo "conspiracionistas") acerca de la supuesta "dictadura sanitaria" que algunos califican de "plandémica" (recurriendo a otro neologismo), que en los casos extremos llega a expresiones que niegan ("negacionistas") la realidad de la actual enfermedad epidémica. Según estos sectores, la "dictadura sanitaria" escondería una sutil persecución de la libertad de culto, persecución particularmente dirigida contra todo lo que tenga signo cristiano, particularmente sobre todo lo católico.
----------En tercer lugar, otra de las aparentes psicosis colectivas generadas por esta pandemia ha dado lugar a manifestaciones más reducidas, en ciertos enclaves tradicionalistas extremos, calificables de "sobrenaturalistas": son aquellos cristianos que piensan, por ejemplo, que el agua bendita, o el recibir la comunión, o la participación como siempre en la Misa dominical, sin cuidados sanitarios, debería proteger como tal del eventual contagio del Covid, por la sola fe del católico y por la virtud ex opere operato del sacramento, sin necesidad de cumplir ninguna norma sanitaria, o sea por una especie de burbuja sobrenatural de "gracia esterilizante o higienizante". Ejemplo de esto es el aparentemente justificado proceso canónico abierto por el arzobispo de París contra el párroco de Sainte-Eugène-Sainte-Cécile, por no haber hecho cumplir en su iglesia las disposiciones sanitarias vigentes durante la Semana Santa. Pero para advertir este tipo de manifestaciones de psicosis colectiva (¿acaso "negacionistas"?) motorizadas sin duda por los líderes de la comunidad, no necesitamos referirnos a Francia, pues aquí mismo en Mendoza tenemos ejemplos, aunque en ámbitos ajenos al catolicismo. Basta con ver como han vivido la Semana Santa las comunidades lefebvrianas en Mendoza, sin atenerse a norma sanitaria alguna acerca, por ejemplo, del uso de la mascarilla, o del necesario y reglamentado distanciamiento social, o del número de fieles asistentes proporcional a la capacidad del ámbito de reunión.
   
La religión de la mascarilla: una psicosis colectiva
   
----------Días atrás, cuando fui a recibir la primera dosis de la vacunación contra el Covid, me reconoció una de nuestras feligresas, y puestos a conversar mientras esperábamos nuestros turnos, me contó que una señora en una parroquia de la ciudad de Mendoza, al haber sorprendido a otra dama que estaba sin mascarilla a quince metros de distancia, le ha intimado a que se la pusiera de inmediato, y se originó un breve altercado, tras el cual no hacía más que amenazar con ir corriendo al Obispo a denunciar el hecho.
----------Hubo un tiempo en la Iglesia, en que aquel fiel católico, responsable de su condición de tal y celoso de su religión, denunciaba al Obispo un párroco que infringía las normas de la celebración litúrgica o que había dado escándalo a su comunidad pronunciando una herejía en la homilía de la Misa o bien por una conducta sexual escandalosa. Hoy todas estas cosas se pasan por alto porque, como suele decirse, es necesario respetar las opiniones de los otros y las "diferentes" elecciones morales.
----------Por el contrario, da la impresión de que hoy en algunos católicos las minuciosísimas reglas sanitarias relativas a la contención del contagio del Covid están asumiendo, y parece que cada vez en mayor número de fieles, ese carácter de "valores no negociables", que el papa Francisco en la encíclica Fratelli tutti, retomando una expresión cara a Benedicto XVI, asigna a los diez Mandamientos de la moral judeo-cristiana.
----------Después de más de un año de enfrentarnos contra la pandemia, en un momento en el que la vacunación avanza a pleno ritmo, estamos asistiendo, me parece, como he dicho líneas arriba, a los preocupantes signos de un deterioro psíquico colectivo, una de cuyas manifestaciones es aquella en la cual tiene buen juego una impresionante difusión a gran escala en campo litúrgico de un legalismo farisaico de pura cepa, favorecido precisamente por aquellos espíritus liberales, que hasta ayer nomás se hacían promotores de la espontaneidad y de la creatividad litúrgica, mientras que en el campo moral sigue imperando el relativismo y la desvergüenza más desenfrenada, bajo el pretexto del pluralismo y de la libertad.
----------Lejos de mí, por supuesto, la mínima desestima y el mínimo desdén por la práctica, en línea de principio, de la mascarilla en las debidas circunstancias fijadas por la autoridad sanitaria y por la autoridad religiosa. De hecho aprovecho la ocasión para agradecerles a ambas en esta difícil coyuntura, que por más de un año nos ha venido sometiendo a una dura "prueba" (como acaba de decir el papa Francisco), comprometiéndonos a todos, comenzando por los científicos, por el personal médico y sanitario de todo el mundo, en un arduo y sostenido ejercicio de dedicación y de solidaridad fraterna, que, como siempre en circunstancias difíciles, pone en obra a los corazones más generosos, por no decir a los más heroicos, en una lucha contra un enemigo astuto e insidioso, una lucha de cuya victoria, gracias a Dios, comenzamos a tener algún rayo de esperanza, pese a las características bastante caóticas del sistema sanitario en nuestro país.
----------Sin embargo, lo que es alarmante y anormal es la impresión que podemos tener de que la premura por una observancia miope, ansiosa por las normas sanitarias, con particular referencia al uso de la mascarilla, está adquiriendo en algunos sectores católicos el tono de una especie de celo religioso que raya en el fanatismo, y que acaba por ser un ilusorio sustituto de esa premura que debería emplearse para causas mucho más elevadas e importantes, es decir, por causas con mucho mayor provecho para la salvaguarda de nuestra salud moral y serenidad psicológica, así como para una sana convivencia civil y eclesial. Sobre todo parece que las normas indicaran que la mascarilla es de absoluto rigor en la iglesia, aunque la iglesia fuera tan amplia como la basílica de San Pedro en Roma, y donde acaso haya sólo cinco o seis personas. Se hace una excepción al uso de la mascarilla en burdeles, en boliches y bailantas, en restoranes y bares y en los lugares de vacaciones y de turismo; en todos esos ámbitos: ninguna preocupación por las distancias o las mascarillas.
----------Si lo pensamos un poco, bien se ve que la mascarilla parece así hacer las veces de un amuleto o de un porta-fortuna. Su uso fideista, fetichista e irracional parece querer vanamente suplir esa falta de certezas morales, de la cual muchísimos hoy en nuestra sociedad sufren; certezas que, no siendo proporcionadas por una sana formación civil y religiosa, se buscan espasmódicamente en la mascarilla y en expedientes similares, cosas que ciertamente no sirven, no son adecuadas, para soportar el peso de la confianza que viene a ser depositada en ellas y que ciertamente no son capaces de calmar la conciencia moral.
----------Como dije líneas arriba, existe en algunos fieles la sospecha no temeraria de que ciertas rigurosísimas y detalladísimas periódicas disposiciones de la autoridad civil (estos días, por ejemplo, se rumorea en Mendoza el decreto de una especie de "toque de queda", controlado por fuerzas militares y de la gendarmería), disposiciones que afectan incluso el desarrollo de las ceremonias religiosas y la regulación del culto divino, avaladas por la autoridad eclesiástica quizás con demasiado celo o quizás por adulación del poder político, esconden, bajo pretexto de salvaguardar la salud pública y contener el contagio, una sutil persecución de la libertad de culto, que podría tener raíces masónicas o marxistas. Ya he dicho que esta sospecha ha generado en muchos otra forma de psicosis colectiva, que alcanza a veces manifestaciones ideológicas conspirativas, y que incluso llega en algunos casos al negacionismo de la actual calamidad sanitaria mundial.
----------En algunos países parecería haberse vuelto al así llamado "josefinismo", es decir, al estilo del famoso emperador Francisco José [1830-1916], quien se preocupaba de regular incluso el número de las velas sobre el altar. Pero en el emperador austríaco operaba su celo religioso, aunque indiscreto, mientras que en el caso actual, lamentablemente, es de temer que se trate de una hipocresía que esconde la voluntad de destruir la religión. Naturalmente, no estoy admitiendo in totum la hipótesis conspirativa; tan solo señalo la verosimilitud de que en algunos casos puntuales, determinadas autoridades seculares (nacionales, provinciales y municipales, en nuestro país, y en el extranjero) pueden estar movidas por fines anti-religiosos.
----------Existen también, sin embargo, como he dicho al inicio, algunas personas indiscretas, que se han lamentado y quejado de que en las iglesias en el lugar de la pila de agua bendita haya ahora higienizantes y esterilizantes. Sin embargo, esto es absolutamente razonable. Creer, como ellos, que el agua bendita proteja como tal del eventual contagiar o ser contagiado es un tentar a Dios y, por lo tanto, eso no es bueno.
----------Se trata precisamente, del tercer tipo de psicosis colectiva, que he mencionado al inicio, y que acaso sea lo que explique lo que viene ocurriendo en las comunidades lefebvrianas de nuestro medio. ¿De qué modo se puede explicar que 300, 400, 500 personas, se hayan reunido durante la Semana Santa y se sigan reuniendo, en ámbitos sin posibilidad de estar ni siquiera a un metro de distancia, y omitiendo absolutamente el uso de la mascarilla? No sólo la recta fe, sino también el sentido común, nos previene de que nosotros estamos autorizados a confiar en las ayudas divinas sólo cuando, habiendo agotado la fuerza de los medios humanos y habiendo hecho todo lo posible con nuestras fuerzas, todavía no obtenemos el resultado esperado. Sólo entonces es lícito, apropiado y hasta obligado, volverse a Dios, aceptando sin embargo sus disposiciones, que siempre son sabias, aun cuando esperáramos algo diferente. Como dice san Agustín con su habitual eficaz brevedad sustanciosa y jugosa: "Haz aquello que puedas y pide aquello que no puedas".
----------Pero vuelvo al tema en el que he querido enfocarme: la otra psicosis, la opuesta, la psicosis de la "religión de la mascarilla". En este caso, la mascarilla parece haberse convertido en un deber absoluto y universal. Por el contrario, continúan tranquilamente los abortos, las fornicaciones, los concubinatos, los adulterios, los divorcios, la prostitución, la sodomía, la pedofilia, los hurtos, la violencia, la corrupción política, el lujo, los despilfarros, la injusticia, la juerga, el sectarismo y la intolerancia, los odios, la eutanasia, los suicidios, los homicidios, las guerras, las masacres, el terrorismo, la venganza, las blasfemias, los sortilegios, la brujería, los cismas, las apostasías, las impiedades, las herejías. Está claro que en todos estos casos se hace excepción al uso de la mascarilla. Ningún temor a que Dios pueda castigarnos, ningún llamado suyo a la conversión, de hecho muchos pastores, teólogos, prelados y periodistas lo excluyen positivamente: ni siquiera con esta pandemia, porque Dios o no existe o, si existe, es misericordioso. No tenemos nada que descontar, nada que pagar, nada que reparar o expiar, porque en el fondo (muy en el fondo) somos todos buenos y Dios nos ama. La pandemia es solo la venganza de la naturaleza ofendida por la falta de respeto de las reglas de la ecología.
----------La mascarilla parece haberse convertido en el símbolo de una generalizada hipocresía, de un afectado respeto de los unos por los otros (hasta los pastores repiten el latiguillo hoy vuelto cuasi-dogmático: "cuidarnos para cuidar a los demás"). Quien no lleva la mascarilla es quien, además de descuidar de sí mismo, no evita ser un peligro para los otros; es alguien a quien no le preocupa o no le importa la salud de los otros.
----------Pero, si bien se ve, hay algo más. La mascarilla oculta el rostro de la persona y lo hace casi irreconocible. Jacques Maritain cita la sentencia de Descartes "larvatus prodeo" (El sueño de Descartes y otros ensayos, Buenos Aires 1956): procedo enmascarado, disfrazado, escondo mi persona, detrás de una máscara, que esconde mi verdadera identidad. Pero, ¿por qué esconderla? ¿Por qué no manifestarse como se es? ¿Qué cosa tengo que esconder? Evidentemente algo inconfesable, que no puede ser hecho a la luz del sol. Y por lo tanto algo vergonzoso. En esto queda claro que existe una evidente voluntad de simulación, de representar un papel, como en el teatro; es el poder de hacer en secreto lo que quiero, sin que nadie lo sepa o me vea.
----------¿Y Dios no lo sabe? ¡Pero Dios soy yo! He aquí el panteísmo implícito escondido bajo el cogito cartesiano, bajo su falso catolicismo, como emergerá claramente con Spinoza ya en el siglo XVII y luego, en el siglo XIX, con Fichte y con Hegel. ¿Pero con qué propósito? Está claro: para aparecer honesto cultivando interiormente la deshonestidad. Lo que quiere decir: parezco aquello que no soy. He aquí la hipocresía.
----------La filosofía de Descartes es la mayor maestra de hipocresía de la edad moderna. Cuando, con Hegel, el hombre se igualará explícitamente a Dios, ya no necesitará conservar la máscara: se la puede tirar sin vergüenza y sin peligro de escándalo, de hecho suscitando incluso admiradores y seguidores, como es típico del modernismo de hoy, sobre todo el modernismo rahneriano. Mantenemos la mascarilla pero evitamos la máscara.
----------Sin embargo, existen incluso hoy en día católicos que no tienen esta desvergüenza y prefieren llevar la mascarilla o la máscara, si lo prefieren. ¡Obviamente, no quiero decir que todos los que portan la mascarilla sean cartesianos! ¡Dios no lo quiera! Solo digo que la mascarilla es un buen símbolo del cartesianismo.
   
Las razones de la mascarilla
   
----------Ni bien surgió la pandemia, hace más de un año, los expertos identificaron las causas y las condiciones de la propagación del virus. El Covid se extiende o bien por medio del aliento emitido por la respiración de la persona infectada o bien por contacto con una superficie tocada por una persona infectada. El virus queda suspendido o flota en las gotitas del aliento hasta una distancia de un metro o dos y permanece vivo y activo durante algunas horas. Si no entra en otro organismo ni por contacto ni por las vías respiratorias, entonces muere. De modo similar, el virus de una persona infectada, que permanece adherido a una superficie tocada por ella, permanece activo durante algunas horas y luego muere.
----------De aquí surge la utilidad, por no decir la necesidad, respectivamente, de la mascarilla y de la oportuna y adecuada distancia interpersonal, que impida a las gotitas del aliento de la persona infectada, incluso asintomática, llegar a la otra persona, así como el uso de los higienizantes o desinfectantes para las manos o para las superficies eventualmente contaminadas.
----------Pero, observadas estas precauciones, no se necesita otra cosa. No tiene sentido, por lo tanto, portar la mascarilla en lugares solitarios o amplios locales, como por ejemplo en una iglesia vacía o semivacía o a grandes distancias de las personas. El virus no es como los mosquitos en el verano al atardecer, al borde del Riachuelo en la Matanza, o en una costa romañola, donde no puedes salvarte vayas a donde vayas.
-----------Razonar según la "religión de la mascarilla" significa no razonar, y no razonar en la actual circunstancia de la pandemia, en la cual es más necesario que nunca no dejarse sugestionar por jactanciosos exagerados, charlatanes o falsos videntes y falsos profetas o quienes la cortan demasiado ancho, sino estar alertas, vigilantes, ser reflexivos, ponderados, lúcidos y razonar correctamente, es dañoso y perjudicial tanto para el que no razona como para aquellos con los cuales ellos tienen que tratar.
----------Cuanto más difíciles y complejas son las situaciones en nuestra vida, cuanto más inverificables son las fuentes de información, cuanto más generalizada está la prosopopeya o afectada y ridícula gravedad presuntuosa de los incompetentes, tanto más necesario es actuar con cautela y prudencia y no dejarse sugestionar, ni dejarse llevar por la ansiedad o por el pánico, o por excesivos temores o recurriendo a la superstición mágica o tomando excesivas precauciones.
   
Las insidias a evitar y los remedios humanos y divinos
  
----------En una circunstancia difícilmente soportable o solucionable como esta de la pandemia, en la que pocos de nosotros nos mantenemos lúcidos, calmos y objetivos, mientras que muchos, salvo los inconscientes, están expuestos a dejarse llevar por la agitación, por la desesperación y por el miedo, y por ello se ven impulsados a actuar de formas irracionales y contraproducentes, que empeoran el clima psicológico colectivo, desconfiando de los verdaderamente competentes, obstaculizando una auténtica obra de prevención, defensa y atención, es muy importante encontrar sólidos y seguros motivos de confortación y de consuelo, de serenidad y de esperanza, de coraje y perseverancia, libres de falsas consolaciones o falsas seguridades. Y esto, tanto en el plano natural de las fuerzas humanas como en el plano de la fe y de la divina Revelación.
----------No debemos olvidar, en efecto, cómo el demonio se aprovecha precisamente de nuestras pruebas y de nuestros sufrimientos para empujarnos hacia un camino falaz engañados por falsas interpretaciones de la Palabra de Dios y en particular del misterio de la Cruz de Cristo.
----------El demonio nos vuelve celosísimos en el uso de la mascarilla y de los desinfectantes, pero al mismo tiempo nos enmascara o disfraza el verdadero rostro de Nuestro Señor Jesucristo crucificado para rebajarlo al simple nivel de la víctima de la injusticia humana, de tal modo que viene obscurecida la verdad sobre la consecución de la salvación y sobre la bondad de Dios. De tal manera recibimos un consuelo ilusorio, que nos hace ignorar nuestra condición de pecadores necesitados de conversión y penitencia y nos impide el gustar la verdadera consolación cristiana, que nace del saber que el "castigo que nos da la salvación se ha abatido sobre Él y que por sus llagas hemos sido curados" (Is 53,5).
----------Bienaventurados son aquellos que saben gustar estas paradojales palabras y, a la inversa, infelices son aquellos que, manifestando desprecio por su divina sabiduría, se aferran a falsos consuelos. El caso es que el papa Francisco nos ha dicho recientemente que "somos probados". Lo ha expresado con absoluta claridad en el Ángelus del Domingo de Ramos, el pasado 28 de marzo: "siamo provati". Pues bien, a partir de estas palabras del Papa se puede llegar a comprender el valor profético de las palabras de Isaías, que captan ya seis siglos antes el significado salvífico del sacrificio de Cristo.
----------El Santo Padre no había usado nunca hasta ahora esta expresión a propósito de la pandemia. Podemos extraer en efecto de estas palabras luz, confortación, consolación y esperanza en consonancia con las palabras del Profeta. Aparentemente el Papa no parece haber dicho nada de extraordinario. Pero el papa Bergoglio a menudo ha puesto de manifiesto la capacidad que tiene de decir brevemente grandes cosas. Por lo tanto, es necesario no pasar por alto ciertas observaciones o sentencias aparentemente banales o triviales, pero que en realidad esconden importantes enseñanzas para nuestra vida cristiana en las presentes circunstancias.
----------"Somos probados": esta expresión del Pontífice no gusta demasiado, en verdad, a los buenistas, los cuales con su habitual facilonería, descuido, excesiva confianza y un optimismo que denota superficialidad o falta de preparación, prefieren decir tout court, sin más ni más: "estamos perdonados", saltándose los debidos y necesarios pasajes y condiciones. Un Dios que nos pone a la prueba sabe demasiado a un Dios severo, un Júpiter tronante que manda fulmíneos relámpagos, un Dios que hace sufrir o trae desgracias, un Dios construido por su fantasía y del que obviamente tienen horror como de un dios pagano o como máximo del Antiguo Testamento. De hecho, para ellos Dios es solo misericordia, ternura y perdón.
----------Sin embargo, a la realidad no se puede escapar: el sufrimiento existe, la pandemia existe. ¿Y los buenistas cómo se lo explican? ¡Ni siquiera se lo preguntan! Ellos simplemente combaten el sufrimiento y lo soportan, quizás ayudando a los demás a superarlo. En esto son también encomiables. Pero están lejísimo de creer que esta pandemia, este sufrimiento, pueda ser justo castigo por sus pecados y un medio de expiación y de salvación, como enseña Isaías, y que por lo tanto pueda ser enviado por Dios para nuestro bien.
----------Así, los buenistas tampoco comprenden las palabras de la Carta a los Hebreos: "sin derramamiento de sangre no hay perdón" (Hb 9,22). Ellos consideran ser perdonados sin demasiados fastidios y problemas, porque Dios es misericordioso. No creen que se deba pagar un precio, porque, como ellos dicen, la gracia es gratuita. Pero observemos que la gracia no está hecha para los aprovechados o gorrones. ¿Acaso es posible que un Jesús inocente haya sido "puesto a prueba y haya sufrido" (Heb 2,18) por nosotros, mientras que nosotros, alegres pecadores y merecedores del castigo, podamos salirnos con la nuestra entre los placeres del mundo haciendo nuestros caprichos, "total Dios es bueno" ? ¿Es esto honestidad?
----------¿Acaso no vamos a tener siquiera un mínimo de dignidad? Pensemos: ¿Por qué el buen ladrón se llama "bueno" y va al paraíso del cielo? ¿Por qué el buen ladrón ha sido inteligente? ¿No nos damos cuenta de que también nosotros somos ladrones? ¿Y por qué el buen ladrón pide misericordia si no después de haber reconocido que ha sido justamente castigado? ¿Puede Dios perdonar a quien no acepta su justicia?
   
¿Qué quiere decir "somos probados"?
   
----------Es necesario explicitar lo que está contenido en las palabras aparentemente obvias del Papa. En un principio uno diría: ¿estamos siendo probados? ¡Vaya qué descubrimiento! Es evidente que somos probados. Preguntémonos, sin embargo, qué significa esto en un sentido cristiano. En efecto, estas no son las simples palabras de un amigo que está tomando con nosotros un café en un bar de la peatonal mendocina usando los tópicos habituales. Sino que son las palabras de un Papa, con toda la profundidad implícita que puede estar contenida en las palabras del Vicario de Cristo. ¿El significado inmediato de estas palabras es que se trata sólo de dar prueba de paciencia según una moral estoica? No lo podemos negar. Pero el discurso está bien lejos de agotarse aquí. Encubre el significado cristiano del sufrimiento.
----------Para dar un paso adelante, digo que me parece evidente que si somos probados en la paciencia, somos también probados sobre todo en la fe y en nuestra capacidad para responder a las exigencias de la fe, la cual nos explica el motivo salvífico de la paciencia y cuya práctica nos da fuerza en la paciencia.
----------Por consiguiente, Dios nos pone a prueba con el sufrimiento para fortalecer nuestra fe en el valor redentor del sufrimiento y fortalecernos en el amor a Nuestro Señor Jesucristo en respuesta al amor que lo ha impulsado a Él, inocente, a hacer suyo el castigo debido a nuestros pecados, transformándolo en "castigo que da salvación", de modo que sus llagas son llagas que nos curan, porque han sido hechas suyas por el Dios de la vida, que transforma en vida lo que es principio de muerte.
----------Por eso, el Papa quiere decirnos que estamos probados en nuestra capacidad de hacer nuestra la pasión de Cristo, para que podamos decir con san Pablo: "he sido crucificado con Cristo y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí" (Gal 2,20). "Somos probados", quiere decir, por lo tanto, que somos probados en el amor hacia Cristo y hacia nuestros hermanos, amor que es la puesta en práctica de la fe.
----------Esto supone, por lo tanto, que somos probados en la fe, con la cual creemos: primero, en la fe que somos castigados por nuestros pecados; segundo, que Cristo por amor nuestro ha satisfecho al Padre en nuestro lugar; tercero, que con el sacrificio de la Cruz nos ha obtenido de la misericordia del Padre el perdón de los pecados; cuarto, que uniendo nuestros sufrimientos a los sufrimientos redentores de Cristo obtenemos la divina misericordia y podemos esperar en la salvación y podemos merecer el premio celestial.
----------La conciencia cristiana de ser probados por Dios ciertamente, al menos en un principio, puede darnos tristeza y angustia por el hecho que sentimos sobre nosotros el peso de su mano, que nos corrige; pero pensando en el hecho de que Cristo se ha entregado a sí mismo y ha muerto por nosotros para liberarnos de todo mal de culpa y de pena, sentimos consuelo y esperanza, aunque indudablemente la alegría plena solo puede ser aquella que sentiremos al salir victoriosos de la prueba.
----------El Señor nos prueba no para hacernos caer, sino para fortalecernos en la virtud, en particular en la paciencia, en el espíritu de sacrificio, en la fidelidad a Él, en la imitación de Jesús crucificado, en la esperanza. Las pruebas tienen una función purificadora, expiatoria, mejoradora. Por otro lado, Dios nos libera de las pruebas demasiado pesadas. El Señor pone a prueba al justo para que se convierta en más justo: lo ha hecho con su mismo Hijo (Heb 2,18) y prueba también a los pecadores, para sacudirlos de su apatía o inercia, y se arrepientan. Por eso Dios manda muchas pruebas a los justos, porque quiere que sobresalgan en justicia. Se puede colapsar bajo la prueba, pero entonces no se tiene culpa.
----------Es culpable sólo quien no supera la prueba por falta de fe o por cobardía o porque no pide ayuda a Dios. No está dicho que una prueba sea necesariamente un castigo, como podemos ver en Job y en Cristo. El inocente paga por los pecadores. Pero el castigo, salvo aquel solo aflictivo del infierno, es siempre una prueba que sirve para corregir al pecador. Dios castiga a quien se sustrae a la prueba o la evade por falta de confianza en él, pero premia a quien la acepta con confianza, sobre todo si siente que tiene pecados que pagar.
----------La alegría nace de la superación de las pruebas, pero ya en el curso de la prueba, en la conciencia de que el Señor la manda, el alma está serena y confiada en que logrará superarla. En las pruebas y en los sufrimientos, es necesario siempre ver el dedo de Dios, o que paternalmente nos reprocha, o que quiere hacernos dar un salto hacia adelante. Cuando lleguen las pruebas, no nos debemos asustar, sino ponernos confiadamente en las manos de Dios, recordando las otras veces que Él nos ha ayudado y consolado.
----------Por consiguiente, cuando ocurre que llega una prueba que nos asusta y que quizás nunca habíamos experimentado, no debemos devanarnos el cerebro en averiguar cómo nos las arreglaremos, sino que debemos ponernos con total confianza en las manos de Dios y Él, por su parte, no dejará de ayudarnos siempre en modos completamente impredecibles y casi inesperables.
----------"El anuncio del Evangelio -ha dicho el Papa en la homilía de la Misa crismal del pasado Jueves Santo, el 1° de abril- siempre está ligado al abrazo de alguna Cruz concreta". Ahora bien: ¿Por qué abrazar la cruz de quien sufre? ¿Qué quiere decir? ¿Qué confortación o consuelo podemos darle? ¿Por qué abrazar la Cruz? ¿Qué sentido tiene? ¿No es eso masoquismo? Para nada. Es gran sabiduría, es la scientia Crucis. Santa Catalina de Siena exhorta repetidamente a sus hijos con estas palabras: "¡descansa sobre la cruz!".
----------¿Cómo pueden las llagas curarnos? ¡Porque son las llagas de Cristo! ¿Qué consuelo, qué confortación podemos obtener del sufrir injusticia, del ser afligidos por la desgracia, del ser castigados por Dios? Porque nuestro castigo lo ha tomado Él, aun siendo inocente y así lo ha transformado en salvación.
----------Por lo tanto, ¿deberíamos pedirle a Dios que nos libere de las cruces o, por el contrario, quizás no será acaso mejor pedirle que nos ayude a soportarlas y valorarlas? Es lícito y natural en cualquier caso pedirle al Señor que nos libere de las pruebas, como por ejemplo de esta pandemia. Sin embargo, es necesario después aceptar con resignación y confianza lo que Dios dispone para nuestro bien, que puede ser la persistencia de la enfermedad, aunque nos cueste esfuerzo aceptarlo. Pero debemos confiar en Dios, que sabe mejor que nosotros qué es lo mejor para nosotros en este momento.
----------En un tiempo se practicaban en la Iglesia las llamadas "rogativas", que eran unas piadosas prácticas colectivas en forma de procesiones para suplicar a Dios que libere al pueblo de alguna calamidad, catástrofe natural, o desventura pública, que muy bien podía ser una epidemia. Pero hoy las normas sanitarias vigentes respecto a la pandemia, como se sabe, las prohíben (por favor, queridos lectores míos, procuremos no imitar a quienes viven en la psicosis de la burbuja sobrenaturalista).
----------Óptima y saludable oración, en cambio, que Dios escucha invariablemente e inmediatamente, y más de cuanto le pedimos, es la de pedirle que saquemos fruto espiritual de la prueba, con propósitos de penitencia, conversión y renovada voluntad de ejercitar la caridad y, si fuera posible, la asistencia a los enfermos y personas que sufren, orando a Dios por los vivos y por los muertos.

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