miércoles, 7 de abril de 2021

La inconmovible solidez de la fe

Ha causado en algunos lectores cierta extrañeza un par de citas en dos de mis notas de la semana pasada (concretamente las publicadas los días 30 y 31 de marzo), en las que recordé lo que escribiera el cardenal Carlo María Martini en uno de sus últimos artículos periodísticos, al final de su vida, cuando se refirió a que es el pastor "quien primero siente en su conciencia las mismas objeciones del incrédulo y convive con ellas sin más ni más", y lo que en varias ocasiones ha declarado el cardenal Gianfranco Ravasi (y que, al menos que yo sepa, no ha desmentido), acerca de que "la duda entra en el constitutivo mismo del acto de fe". Las expresiones de ambos cardenales son difíciles de ser admitidas como ortodoxas, a no ser con extremada benevolencia, por lo cual me ha parecido conveniente redactar esta nota acerca de la solidez, de la firmeza, de la seguridad, de la certeza inconmovible, que otorga la fe al creyente católico, en cuya conciencia de ninguna manera conviven un incrédulo y un creyente, y de ningún modo debe albergar atisbo ninguno de duda.

----------Es bien sabido cómo Nuestro Señor Jesucristo nos recomienda a todos tener una fe sólida, firme, fuerte, segura, robusta, a toda prueba, capaz de resistir a la tentación, porque sólo así podemos ser salvos. Por el contrario, desaprueba la duda, la debilidad, la oscilación. Jesús es severo contra los que calificó como "cañas batidas por el viento". Su recomendación es que nuestro lenguaje sea: "sí sí, no no, el resto pertenece al diablo". Los discípulos comprenden este mandato del Maestro y le preguntan cómo aumentar su fe.
----------En efecto, la fe implica una doble solidez: una, por así decirlo, objetiva, y otra, subjetiva. 1) La objetiva es la solidez y fiabilidad de la misma Palabra de Dios o del misterio revelado que Cristo nos comunica para nuestra salvación. Es como una roca sobre la que podemos construir la casa de nuestra vida. 2) La subjetiva es la solidez con la que debemos adherirnos y aferrarnos con todas nuestras fuerzas a la divina Palabra de salvación, como un escalador se agarra a la roca del monte para no precipitar al barranco.
----------Ciertamente en la vida necesitamos ver dónde ponemos los pies, a qué cosa aferrarnos, a quién confiarnos. Pero una vez que hemos encontrado el punto de apoyo sólido, que nos garantiza el sentido de la vida y la consecución de la felicidad, entonces, el buen sentido común sin duda nos indica que nos aferremos con perseverancia a estos soportes o a estas guías, y que nos aferremos a esos soportes a costa de cualquier sacrificio y superando cualquier obstáculo o tentación de abandonarlos.
----------En base a estas consideraciones, resulta algo sorprendente la mencionada afirmación del cardenal Carlo María Martini [1927-2012] reportada en el Corriere della Sera del 5 de diciembre de 2012, cuando expresó lo siguiente: "Cada uno de nosotros tiene en sí un creyente y un no creyente que se interrogan entre sí".
----------Se entiende que el cardenal arzobispo de Milán se refería a algunos, pocos o muchos casos, en los cuales esto efectivamente puede suceder. Pero imaginar esta situación como universal e incluso como normal, casi como hasta para aceptarla sin oposición alguna, casi como el método mismo de la vida cristiana, sin ver y por consiguiente combatir su anomalía y su peligrosidad, me parece absurdo y completamente contrario al verdadero estilo de vida del cristiano y a la naturaleza misma de la fe.
----------En primer lugar, es erróneo que "en cada uno de nosotros haya un creyente...". Esta expresión del cardenal Martini, tal como suena, parece ser la tesis rahneriana del "cristiano anónimo", según la cual el hombre como tal, todo hombre, cualquier hombre, prescindiendo de sus convicciones "categoriales" (como dice Rahner), que podrían implicar incluso el "ateísmo", o el "agnosticismo", está originariamente y aprioricamente "en gracia" y posee una fe "atemática, preconceptual y trascendental" (siempre según Rahner), por la cual está siempre y en cualquier caso en tensión hacia Dios y por lo tanto en todo caso salvado.
----------Por el contrario, san Pablo nos recuerda que "no de todos es la fe". Como bien lo sabemos, desafortunadamente también existen aquellos que se resisten a la fe con desprecio, terquedad, obstinación y arrogancia. Al respecto, recuerdo un episodio entre cómico y penoso que le ocurrió a una querida amiga mía, piadosa pero algo víctima de esta tendencia rahneriana ingenuamente buenista del "cristiano anónimo", quien, discutiendo con un ateo, lo quería convencer y le aseguraba que en realidad él era creyente. Pero él no quería saber nada sobre esas "garantías": no le importaban en absoluto. Él era ateo y sanseacabó. Pero esta piadosa mujer insistía, y tanto que en cierto momento el ateo soltó un insulto y cortó la conversación.
----------Ahora bien, haciendo el esfuerzo por interpretar con extremada benevolencia la mencionada frase del cardenal Martini, lo que podemos admitir, y aprobar en principio, y que de hecho sí es al fin de cuentas deseable, es el interrogarse recíproco entre un creyente y un no creyente, pero como personas entre sí distintas (es decir: el diálogo interpersonal), no que este diálogo se produzca en el interior de la misma persona. Si un mismo yo se siente a un mismo tiempo creyente y no creyente en contraposición entre sí, eso quiere decir que este yo no tiene una verdadera fe, sino que más bien acaso está en la búsqueda y quizás también con buenos motivos, porque indudablemente, antes de dar el paso de la fe, es necesario sopesar bien los argumentos que nos parecen favorables y los que nos parecen contrarios, es necesario saber quién es Cristo, para tener una razón válida de confiarle a Él toda nuestra vida y nuestro eterno destino.
----------Pero, en cambio, cultivar sistemáticamente y voluntariamente, casi con gusto, casi como si se sintiera un deber y una cosa encomiable o normal, en el interior de uno mismo este tira y afloja entre creer y no creer es signo de un ánimo, digámoslo francamente, abyecto, en cuanto doble, hipócrita y oportunista, un alma que por momentos cree estar con Cristo, por momentos piensa en rechazarlo, según como le conviene.
----------Está claro que es razonable y apropiado aferrarse con fuerza sólo a un verdadero y sólido valor, porque quien se aferra a algo que en definitiva no sostiene o que es caduco o que no soporta el peso de quien tiene sed de Absoluto, entonces ese tal es un necio. Existe, por lo tanto solidez y solidez en el aferrarse a algo. Existe una solidez inteligente y sabia y hay una "solidez" que es ingenuidad, vana credulidad, fideísmo, obstinación, terquedad, fanatismo, fundamentalismo, que no le deseo a nadie y que no conduce a la salvación sino a la perdición. Sí, cualquiera se puede engañar a sí mismo ingenuamente creyendo que un dios sea el verdadero Dios y aferrarse a esto; pero si se está en buena fe, el verdadero Dios no tarda en revelarse.
----------Pero para evitar el dogmatismo no es necesario caer en el escepticismo. El conservar la propia fe, el estar sólidos, firmes e inquebrantables en ella, no admitiendo la mínima sombra de duda, no es el empecinarse del asno que no quiere seguir adelante a pesar de los tirones del patrón, no es el conservadurismo pasadista temeroso y mezquino de los que se apegan a las cosas que pasan y no se abren al futuro de Dios.
----------Esta obstinación en el permanecer apegado a las propias ideas puede ser, en todo caso y hablando con la más absoluta franqueza, más bien el signo no del auténtico creyente, sino del hereje, situación que evidentemente no conduce a la salvación. El apego a la fe, en cambio, es el aferrarse a una Palabra que es Palabra de Dios, Palabra que no pasa, fuente de luz, de fuerza y ​​de felicidad eternas.
----------No puedo imaginarme la fe de una Santísima Virgen María, de un san José, de un san Pedro, san Pablo, san Ambrosio, san Agustín, san Atanasio, san Gregorio Magno, san Francisco, santo Domingo, santo Tomás de Aquino, santa Catalina de Siena, san Pío V, san Francisco Javier, san Pío X, san Maximiliano Kolbe, san Pío de Pietrelcina, no me puedo imaginar la fe de un Jacques Maritain, o una Edith Stein, ni la fe de los Apóstoles, ni la de los Mártires, ni la de los Santos Padres y Doctores, ni la fe de todos los Santos canonizados por la Iglesia, no me puedo imaginar la fe de todos ellos -digo- según la definición y el modelo de "fe" propuesto por el cardenal Martini en aquel artículo suyo del 2012. ¿Podrían acaso imaginárselo los lectores? Tampoco me la puedo imaginar con ese modelo de fe señalado por el cardenal Gianfranco Ravasi cuando expresó que "la duda entra en el constitutivo mismo del acto de fe". No: la duda no puede convivir normalmente con la fe.
----------El verdadero y auténtico creyente no tiene nada que preguntar al no creyente que cada tanto aparece en su conciencia, sino que sólo tiene que responder a las dudas que le propone, sólo tiene que rechazar sus tentaciones tendientes a hacerle abandonar o traicionar la fe. Escuchar o dar importancia a las insidias y trampas del no creyente que puede aparecer en nuestra conciencia, quiere decir solo poner en peligro la fe con el riesgo real de perderla. ¿Y de qué sirve eso?
----------O bien, si el creyente tiene preguntas que hacerle al no creyente, presente en su conciencia o como interlocutor del diálogo, serán preguntas encaminadas a su vez a inquirirle por el motivo de su incredulidad, para ver qué cosa le obstaculiza en el creer, a fin de estimularlo a abrazar la fe; podrían ser preguntas de dulce y cortés reproche, a fin de suscitar en él el sentido de la responsabilidad y la voz de su conciencia, donde ciertamente Cristo "llama" para poder entrar y "comer" con él.
----------En cambio, quienes no creen hacen bien en hacerle preguntas al creyente. Es admisible también que estas preguntas vengan puestas por un no creyente que está en nosotros. Pero el creyente que está en nosotros debe saber responder, debe esforzarse todo lo posible para asegurarse de que esta voz, esta tentación a la incredulidad se extinga, se aleje y desaparezca. El no creyente no tiene ninguna objeción razonable que hacerle al creyente, mientras que es verdad lo contrario. En el debate interior entre el creer y no creer, cosa que efectivamente puede motivada y justificadamente verificarse, si, como dice el Concilio Vaticano I, en su ánimo hay como debería haber un pius credulitatis affectus, es decir, la benévola disposición a creer en la verdad, este es un don que Dios da a todos y sirve para prepararnos inmediatamente para acoger la verdad de fe.
----------Por lo tanto, como siempre sucede en afirmaciones que contienen errores, incluso en las mencionadas palabras del cardenal Carlo María Marini, hay, por supuesto, una parte de verdad, que consiste en el reconocer que en nuestra situación humana de oscuridad y de incerteza los problemas de la fe no son fáciles, por lo cual efectivamente puede suceder que incluso a una persona firme en la fe le surjan incipientes dudas, incluso sinceras, que por tanto deben ser tomadas en seria consideración.
----------Pero sobre todo, aquello que es importante, según las frecuentes exhortaciones de la Iglesia hoy, es que los creyentes, como dice el Concilio Vaticano II, se esfuercen por comprender con la máxima atención cuáles son los motivos que frenan a tantos en el encuentro con Cristo, a fin de eliminar estos obstáculos, para "rellenar los valles y abajar los montes", para que en muchos corazones se abran los caminos que conducen a Cristo.
----------En cualquier caso, de aquellas confusas palabras del difunto cardenal Carlo María Martini, surge que los no creyentes son siempre oportunamente invitados, si es que buscan realmente la verdad, a interpelar a los creyentes, al menos a los creyentes confiables, para descubrir con alegría las razones de su auténtica fe. Este es el verdadero diálogo constructivo entre creyentes y no creyentes que es hoy una de las máximas urgencias de la evangelización a la que estamos llamados, a fin de que se amplíen los confines del Reino de Dios.

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