sábado, 17 de abril de 2021

Frente a la rebelión modernista. Fuerza y debilidad del Papado (2/2)

Nuestra conclusión en la primera parte de esta reflexión, en la nota de ayer, es que si el Papado, desde san Pablo VI hasta ahora, no refleja ya a Nuestro Señor Jesucristo seguido por multitudes, poderoso en palabras y en obras, hacedor de milagros y prodigios, está claro entonces que refleja a Nuestro Señor en el Huerto de los Olivos, en la hora de su pasión y de su cruz.

----------Excelente es el retrato de este Papado reflejado en los sufrimientos de la Iglesia en el libro Getsemaní. Reflexiones sobre  el Movimiento  Teológico  Contemporáneo (Hermandad de la Santísima Virgen María, Cete, 1981) del gran cardenal Giuseppe Siri [1906-1989]. El recordado arzobispo de Génova dio en el blanco atacando a Karl Rahner [1904-1984], fue menos feliz en la crítica a Henri de Lubac [1896-1991], y estuvo completamente fuera de centro, absolutamente desorientado, en su juicio hacia Jacques Maritain [1882-1973]. Por supuesto, Siri no fue el único que se equivocó al interpretar el pensamiento de Maritain; en nuestro medio es bien conocido el caso del padre Julio Meinvielle [1905-1973], o el caso más cercano a nosotros del mendocino Enrique Díaz Araujo [1934-2021]. Ambos poco iluminados al interpretar al filósofo francés.
----------Jacques Maritain fue hombre de santa vida y eminente tomista abierto con discreción a los valores del pensamiento moderno, en perfecta línea con la figura del teólogo promovida por el Concilio Vaticano II, alabado y recomendado por el papa san Pablo VI y por el papa san Juan Pablo II.
----------No se entiende por qué el ilustre cardenal Siri se la agarra con él, cuando habría podido sentirse libre de embarazo o motivos razonables como para elegir entre los atormentadores de la Iglesia a partir del postconcilio: desde Schillebeeckx, Hulsbosch y Schoonenberg hasta los teólogos de la liberación, Gutiérrez, Girardi, Sobrino, Boff y Assman; desde moralistas existencialistas como Molinaro, Rossi, Valsecchi y Mongillo, hasta idealistas como Bontadini y Severino; desde heideggerianos como Marranzini y Sartori hasta neohegelianos como Küng, Kasper y Forte. Hubiera bastado que Siri recurriera a la importante reseña del padre Cornelio Fabro [1911-1995], La aventura de la teología progresista (Eunsa, Pamplona 1976) o al libro del cardenal Pietro Parente [1891-1986], La crisi della verità e il Concilio Vaticano II (Istituto Padano di Arti Grafiche, Rovigo 1983). Del modo que la hace, su polémica pierde fuerza y mordiente, y presta flancos a la crítica modernista que lo acusaba de conservadurismo, ignorando el excepcional temperamento especulativo del docto Cardenal.
----------La debilidad del Papado que se ha manifestado al iniciar el período postconciliar depende, en mi opinión, de un defecto en las disposiciones pastorales del Concilio Vaticano II concernientes a lo que debería ser la colaboración entre el Papa y los obispos en la tutela de la rectitud de la fe y en la corrección de los herejes. En modo sorprendente (y esto ha sido notado por estudiosos competentes) el Concilio, contrariamente a toda la tradición de los Concilios ecuménicos, no hace mención de herejías o doctrinas contrarias a la fe. Habla sí genéricamente de graves errores, como el ateísmo, el materialismo, el antropocentrismo, el secularismo, el cientificismo, el liberalismo, el naturalismo, pero se trata de condenas genéricas y descontadas, más referidas a errores del pasado que a precisos fenómenos eclesiológicos del presente.
----------Obviamente, sin negar la preeminente responsabilidad de Roma en la represión de la herejía, el Concilio Vaticano II promueve una actividad autónoma de los obispos individuales o de las conferencias episcopales en la defensa de la fe. En particular, como sabemos, el Concilio promueve y desarrolla la doctrina de la colegialidad episcopal, en sí misma de gran importancia, la cual sin embargo debe ser bien entendida.
----------Algunos han entendido la doctrina de la colegialidad episcopal no como la pretendía el Concilio, es decir, como promoción de la comunión fraterna de los obispos entre sí y con el Papa y bajo el Papa, sino como acentuación de la autonomía del cuerpo episcopal respecto al Papa, ciertamente no para terminar en el conciliarismo, que habría sido una herejía, pero dando lugar a esta interpretación, ciertamente errónea pero posible. Los modernistas han aprovechado exageradamente esta autonomía, provocando graves daños a la unidad de la fe en la Iglesia y estimulando la ambición de los obispos. Los más recientes testimonios de esta equivocada interpretación de la doctrina de la colegialidad episcopal los tenemos en lo que hoy sucede con el "camino sinodal" en Alemania, y la actual rebelión modernista contra el Papa.
----------Hace algunos años atrás, el historiador modernista Alberto Melloni [n.1959], de la así llamada "escuela de Bologna", se manifestó claramente insatisfecho y desencantado con el grado de "colegialidad" alcanzado hasta ahora, a cinco décadas del Concilio, y auspiciaba que fuera aún más acentuado. Por ende, se trata en su caso de un agravamiento del mal, de un empeoramiento de la enfermedad, más que de su mitigación o corrección. De modo que Melloni propone una línea que es exactamente la opuesta a aquella que se debe seguir. Al respecto, quienes interpretaran la "sinodalidad" eclesial de la cual ha hablado insistentemente el papa Francisco, pero según el perfil de la colegialidad propuesta por Melloni, estarían totalmente descaminados.
----------En los años '80 en Roma, ya al final de su vida, el antes mencionado cardenal Pietro Parente, ilustre cristólogo y ex-Secretario del Santo Oficio, le decía con preocupación a quien quisiera escucharlo, que estaba casi arrepentido de haber sido uno de los promotorres en el Concilio de la doctrina de la colegialidad episcopal, a la vista de la interpretación conciliarista a la cual iba a estar sometida. Soy testigo de sus palabras.
----------Con estas disposiciones pastorales poco prudentes (por no decir equivocadas) del Concilio Vaticano II, ha sucedido que el peso gravísimo de la condena de la herejía y de la corrección de los herejes ha terminado recayendo casi exclusivamente en Roma, en el Santo Padre y sus colaboradores, mientras que generalmente los obispos han descuidado este su grave deber, por no decir que han favorecido encubiertamente y algunas veces abiertamente a los herejes, con la excusa del diálogo, de la misericordia, de la libertad y cosas por el estilo, que a menudo han devenido etiquetas que esconden comportamientos erróneos.
----------Llegados a este punto de nuestra reflexión acerca de la fuerza y debilidad del Papado en orden a enfrentar la actual rebelión modernista, una pregunta que puede quizás inquietar a los lectores es la siguiente: ¿en qué grado y medida las limitaciones y hasta los pecados que todo Pontífice sufre, en cuanto también él hijo de Adán (aunque siempre salvada su infalibilidad como Maestro de la Fe), en qué medida las limitaciones de su pecabilidad humana influyen en la actual situación, y si influyen en mayor o menor medida en el caso del papa Francisco que en el caso de lo que ha ocurrido con sus predecesores del postconcilio?
----------No es sencillo ni fácil dar respuesta a la pregunta planteada, una respuesta que en todo caso sería un mero parecer, una simple opinión personal, pasible de estar equivocada y, por lo tanto, respuesta relativa y desechable. Aún cuando tomemos los mayores recaudos y finos cuidados en evitar -a riesgo de caer en ámbito moralmente indebido- en juzgar la conciencia y las intenciones del Santo Padre (sagrado ámbito de su íntima relación con Dios), incluso la mera descripción de lo objetivamente dado en su acción pastoral y sus actos de gobierno, sería siempre una limitada y parcial descripción, porque nunca contamos con todos los elementos como para tener un criterio objetivo de juicio. Ni los historiadores lo tienen, ni lo tendrán en modo absoluto, aún cuando pasen décadas y vengan los historiadores que tengan que cribar los actuales eventos.
----------De todos modos, me atrevo a dar un simple testimonio personal, un relativo punto de vista individual, a partir de un simple dato que todos conocimos hace ocho años, en el momento de la elección del Papa actual: su nombre, Francisco, o Francisco I, como quieran citarlo. El nombre elegido por el nuevo Pontífice, Francisco, es ciertamente un nombre bello, y desde un primer momento conmovió a todo el mundo, por su referencia a los grandes temas de la espiritualidad franciscana, con particular referencia a la justicia social, a los pobres, a los simples, a los humildes, a los oprimidos, a los perseguidos y a los sufrientes.
----------Sin embargo, recuerdo que en aquel momento me quedé con algunas perplejidades o algunos temores, que enseguida pensé que iban a ser disipados por el futuro comportamiento del Papa. Se trataba de esto: la espiritualidad franciscana es evidentemente y ante todo, propia del fraile franciscano, del religioso discípulo de san Francisco, y, por lo tanto, insiste sobre las virtudes típicas del religioso: la pobreza, la mansedumbre, la humildad, la docilidad, la paciencia, la penitencia, la dulzura, la misericordia.
----------Pero el caso es que, en esta espiritualidad, no aparece evidente otro esencial aspecto de la conducta cristiana, sobre todo aquella que corresponde a los superiores: la vigilancia contra el enemigo, la fuerza para descubrirlo, para combatirlo y para vencerlo, el hacer sentir a los rebeldes la fuerza del la ley, la energía para disciplinar y saber mantener unido al rebaño de Cristo y defenderlo de los lobos, la autoridad que, cuando sea necesario, pueda inspirar temor en los rebeldes y en los arrogantes, la fuerza para defender a los débiles contra los opresores, todo esto ciertamente en la máxima caridad, pero precisamente la caridad misma pide, como enseña el Evangelio y testimonian los Santos, el saber intervenir con fuerza cuando sea necesario.
----------Todas estas mencionadas dotes de gobierno se adecuan en modo particular al Papa y han sido características de todos los grandes y santos Romanos Pontífices de la historia. Ciertamente el Papa debería poder disponer de este poder, pero si no lo tiene, ¿qué le queda? El poder de sufrir en la cruz.
----------¿Por qué ha habido tantos Papas con el nombre de León, Gregorio, Pío, Inocencio, Juan, Pablo? Naturalmente: porque evidentemente recordaban los san León Magno, los san Gregorio Magno, los san Pio V o san Pio X y así sucesivamente, sin olvidar a los Papas mártires de los primeros siglos. Hoy los modernistas han logrado crear en el imaginario popular cierta antipatía por estos nombres, pero de manera totalmente errónea. En un tiempo el pueblo cristiano veneraba estos nombres, y acogía estos nombres con alegría y esperanza, nombres que evocaban las glorias pasadas y no faltaban resultados positivos. Por supuesto, habíamos tenido Papas franciscanos, pero han hecho de Papas y dejaron de ser frailes. Esto sea dicho, por supuesto, con todo respeto por los frailes (al fin de cuentas, tienen los lectores otro fraile es quien esto firma) pero no debemos confundir los roles en la Iglesia. Los frailes dominicos que se han convertido en Papas, han hecho de Papas. Los frailes franciscanos que han llegado a Papas, han hecho de Papas
----------Sabemos que el Papa actual pertenece a la Compañía de Jesús, es un Jesuita, con todo lo que ello supone, y también esta cualidad suya, su ser Jesuita, ciertamente nos hizo esperar desde un principio, hace ocho años, que junto con el queridísimo nombre de Francisco que ha adoptado, se produjera una síntesis vital entre la energía y la doctrina del Jesuita por una parte y la mansedumbre y humildad franciscana por la otra. ¿Podemos decir que eso se ha producido en el pontificado de Francisco en estos ocho años? Cada lector podrá dar su respuesta personal, en lo íntimo de su corazón; yo aún sigo esperando esa síntesis, y rezo por ella a diario. En cualquier caso, uno de los grandes problemas pastorales de la actualidad es indudablemente una renovada colaboración entre el Papa y el episcopado. En esto, sin duda es útil la aplicación de las directivas conciliares, sin embargo adecuadamente corregidas en sus defectos y no empeoradas como quisieran los modernistas, pensando así en hacer avanzar a la Iglesia y en cambio la hacen retroceder.
----------En particular, es necesario que los Obispos, sin abandonar en absoluto la bella figura del pastor evangélico delineada por el Concilio Vaticano II, retomen en mano su oficio de maestros y custodios de la fe, evitando dejar solo al Papa en esta gravísima tarea que le corresponde a todo el Magisterio de la Iglesia. Obviamente, el cuerpo episcopal es infalible en esto, pero lo es sólo a condición de que cumpla su propio deber en comunión con el Papa, que no es un obispo como los demás en pie de igualdad con los demás, sino que es el Sucesor de Pedro a quien Cristo ha dicho pasce oves meas y confirma fratres tuos.
----------El Papa no es obispo de Roma a la par del obispo de Milán o de New York, sino que es obispo de esa diócesis que, como dice san Ireneo, tiene la tarea y el carisma infalible e indefectible de presidir sobre todas las demás Iglesias en la caridad. Como ha profetizado el Vate latino: "Tu regere imperio populos, Romane, memento / hæ tibi erunt artes, pacique imponere morem, / parcere subiectis et debellare superbos" ("Tú, romano, gobierna los pueblos por el imperio. Estas serán tus artes: imponer condiciones de paz, perdonar a los conquistados y derribar a los arrogantes", Virgilio, Eneida, VI, 851-853).

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