Todas las tardes los sacerdotes seculares o los religiosos, los pastores plenamente activos y gastando su vida al servicio del rebaño a ellos confiado, o los monjes en clausura o los anacoretas aislados de todo, todos ellos, en las Vísperas del Oficio Divino, lo detienen todo y, por antiquísima tradición, cantan aquel maravilloso himno, el Magnificat, que, según la narración evangélica, pronunció la Santísima Virgen María al término de su prodigioso encuentro con Isabel para agradecer y alabar a Dios por las "grandes cosas" que había hecho en ella.
"Calamum quassatum non conteret, et linum fumigans non extinguet" (Is 42,3). Blog de filosofía y teología católicas, análisis de la actualidad eclesial y de cuestiones de la cultura católica y del diálogo con el mundo.
domingo, 18 de abril de 2021
Teólogo: ¿maestro de la humildad, o apologista de la soberbia?
----------En una serie de versículos María, exultante de alegría, enumera estas grandes obras de Dios, y entre ellas encontramos las conocidas palabras: "Ha dispersado a los soberbios en los pensamientos de su corazón, ha exaltado a los humildes". Se trata de una de las mayores obras que Dios realiza en el corazón del hombre, ensoberbecido por haber sucumbido a la tentación demoníaca en el paraíso terrenal y, por lo cual con eso mismo, había caído de su originaria grandeza. Para salvarlo, Dios inspira al hombre sentimientos de humildad, los cuales, sostenidos por la gracia divina, son los únicos adecuados para sacar al hombre de su miseria, mostrándole la falsa grandeza que cree haber conquistado obedeciendo a la serpiente.
----------Por eso, el tema de la condenación de la soberbia y la exaltación de la humildad recorre todas las enseñanzas éticas de las Sagradas Escrituras, comenzando con los libros del Antiguo Testamento y culminando en el ejemplo supremo del Salvador, de Aquel que, para salvarnos, ha aceptado la humillación de la cruz y nos invita también a abrazarla, siendo como Él "mansos y humildes de corazón".
----------Y, como era de esperarse, esta temática de la condena de la soberbia y la exaltación de la humildad, sería después desarrollada en mil formas por todos los Santos, los Padres y los Doctores de la Iglesia hasta los maestros de nuestros días, bajo la guía del propio Magisterio de la Iglesia. Entre todos baste citar al supremo Agustín, quien, con su estilo lapidario de gran eficacia, delinea la oposición entre la humildad y la soberbia en los siguientes términos: "amor Dei usque ad contemptum sui", la humildad, que hace la "Ciudad de Dios", y "amor sui usque ad contemptum Dei", la soberbia que construye la "ciudad de Satanás".
----------La alternativa entre estas dos posibles orientaciones del espíritu, entre las cuales estamos llamados a elegir, se basa en una cierta conciencia de nosotros mismos, aquello que en la tradición filosófica viene denominada "autoconciencia", que es un acto característico del espíritu, con el cual nos elevamos sobre la vida física y sobre la misma realidad material y podemos contemplar la grandeza y la belleza de nuestro espíritu, ciertamente finito, pero creado a imagen y semejanza de Dios.
----------El acto de la autoconciencia supone en quien lo realiza una percepción de la dignidad del espíritu y por consiguiente de la persona y de la elevación de esta por encima de la pura corporeidad, por lo cual un ánimo materialista o positivista, maníaco de la ciencia experimental, un ánimo deslumbrado engañosamente por las ilusiones de los sentidos y esclavo de la sensualidad, el "hombre carnal", para usar el lenguaje paulino, no comprende nada de esta sublimidad, al vivir como una bestia.
----------Sin embargo, no cualquier acto de autoconciencia garantiza la verdadera dignidad de nuestro espíritu, sino sólo aquel acto de autoconciencia que se realiza con humildad rechazando cualquier tentación a la soberbia. Y tal tentación es fácil en aquellos de entre nosotros que mayormente comprendemos la dignidad de nuestro espíritu, las maravillosas facultades del intelecto y de la voluntad, su apertura al Absoluto, los secretos casi impenetrables de su mundo, las estupendas conquistas de su actividad.
----------Pues bien, una de las más sublimes tareas de la filosofía y de la misma teología es precisamente la de indagar, ilustrar y explicar los inagotables tesoros del espíritu y, por tanto, de la autoconciencia. Pero es en este punto donde se oponen entre sí una verdadera y una falsa filosofía, una verdadera y una falsa sabiduría, la primera, fruto exquisito, abundante, exuberante y beatificante de la humildad, la segunda, que podríamos llamar más "gnosis" que filosofía, efecto insidioso, seductor y deletéreo de la soberbia. La primera, en las almas santas, está inspirada por el Espíritu Santo; la segunda, en los espíritus rebeldes e impíos, es sugerida por el demonio, y en tal sentido la Sagrada Escritura habla de "doctrinas diabólicas", pues en ellas sigue susurrando esa serpiente que ya hizo caer a nuestros primeros progenitores.
La apología de la soberbia
----------Siendo este el caso y estando así las cosas, es para quedar estupefactos al ver cómo hoy en día se dan teólogos sedicentes católicos y que hasta alardean de ser ortodoxos e incluso "tomistas", los cuales, en lugar de ser maestros de humildad, son maestros de soberbia mediante la difusión de doctrinas, como el idealismo panteísta, sobre el cual ya hemos reflexionado varias veces en este blog. Lo digo al tener ahora en mis manos un libro de hace algunos pocos años atrás, pero que recién ahora he leído y que hoy comentaré, aún cuando no nombre ni a su autor ni al prelado constituido en autoridad que le hace su laudatorio prólogo.
----------Un fenómeno de este tipo, que en otros tiempos más felices habría sido bloqueado por la autoridad eclesiástica con la máxima severidad, hoy en día viene a veces llevado incluso en la palma de la mano por ciertos prelados imprudentes, como por ejemplo encontramos en el prefacio de este libro de un teólogo "católico", que, a juicio uno de estos prelados, es testimonio de la "excepcional vocación teórica del autor", por lo cual se espera que el lector "se dé cuenta del empeño no común que le será requerido, si quiere afrontar la formidable empresa de medirse con la densidad y la agudeza de estas páginas".
----------Invito, entonces, a los lectores que se quieran armar de paciencia y se animen, a ver conmigo, a modo de ensayo y manteniéndonos en el tema de la autoconciencia, en qué consiste la proclamada sabiduría de este teólogo "católico" y si cuanto dice merece efectivamente las alabanzas tan altisonantes antes citadas, o no, es decir, si más bien debe considerarse un discurso engañoso y peligroso para la razón, para la fe y para las buenas costumbres cristianas. Veamos si existe el elogio de la humildad o si, bajo la apariencia de solemnes términos filosóficos, más bien se está dando en realidad incentivo a la soberbia.
----------Primero que nada digamos qué es la soberbia. San Agustín la define "amor suae celsitudinis": por supuesto que no es la simple estima por la propia grandeza objetivamente considerada: esto es un preciso deber, tanto más cuanto que funda entonces el otro más alto deber de rendir alabanza a Dios que la ha concedido, utilizándola para el bien del prójimo. Si yo tengo tres grados universitarios, no puedo decir que solo tengo el séptimo grado de la escuela primaria. Pero, sigo siendo todavía un pobre mortal pecador, y si lo soy, no puedo pavonearme como si fuera un semidiós o una "teofanía" del Absoluto.
----------En cuanto a lo que dice san Agustín con las palabras antes citadas, se refiere evidentemente a aquel amor de sí mismo falso y egoísta, a aquella auto-referencialidad, a aquel amor sui del que hablé líneas arriba, a aquella cupiditas o concupiscentia, a aquella absolutización o divinización del propio yo y de la propia autoconciencia, que hace del hombre un rival de Dios al ponerlo en conflicto con Él, le impide reconocer la trascendencia de Dios y, por consiguiente, someterse humildemente a Él y salvarse.
----------Y ahora preguntemos qué es la humildad. La humildad obviamente será lo contrario. Ella se basa ante todo en la atención a las cosas tal como son, en la obediencia a la verdad, en la escucha de la autoridad, es decir, en la adaequatio, en la conformidad, como dice santo Tomás, de nuestro intelecto a la res, es decir, al ser, a lo dado, a la realidad que nos rodea y que nosotros mismos somos como criaturas de Dios.
----------La doctrina crítica o gnoseológica que sostiene e ilustra estas cosas es el llamado realismo. Por el contrario, la gnoseología que rechaza esta adaequatio, la cual supone evidentemente una distinción entre el pensamiento y el ser, es la del idealismo, por el cual el pensamiento, irguiéndose como Absoluto, absorbe en sí mismo el ser, no admite un ser externo, presupuesto y independiente del pensamiento, regla de la verdad del pensamiento, sino que el pensamiento deviene (como dice el autor del libro que tengo en mi mesa de estudio) "intrascendible": nada antes, fuera y por encima del pensamiento, sino todo en el pensamiento, de hecho todo es pensamiento: el ser coincide con el ser pensado. Para el idealismo, objeto del pensamiento no es el ser, sino el mismo pensamiento. El pensamiento se separa del ser y se vuelve sobre sí mismo. Esta doctrina ha sido llamada también "inmanentismo" y como tal ha sido condenada por la Iglesia, sobre todo por el papa san Pío X en la famosa encíclica Pascendi contra el modernismo.
----------En base a la humildad, el hombre sabe que ha sido creado por Dios de la nada (ex o de nihilo), pero creado a Su imagen y semejanza y destinado en Nuestro Señor Jesucristo a la vida eterna. El hombre, siempre en base a la humildad, conoce además sus propios límites, defectos y pecados. Se atiene a estos límites naturales, sin pretender ir más allá, lo que sería arrogancia, presunción, engreimiento y soberbia, sino aceptando la vida de la gracia, la cual, purificando, curando, liberando y elevando la naturaleza, la enriquece con dones divinos y sobrenaturales, siendo el primero de todos la caridad.
----------En segundo lugar, la humildad completa su esencia de virtud en la voluntad, por la cual ésta, aplicando y perfeccionando la humildad del intelecto (la obediencia a la verdad, propia del realismo), frena el impulso de la soberbia, pone en práctica la ley divina y obedeciendo a ésta, permite al hombre su verdadera grandeza, que es precisamente lo que Dios quiere, habiendo creado al hombre para hacerlo partícipe, en Cristo, de su misma vida divina. Santo Tomás de Aquino considera la humildad como una forma de templanza: visión correcta, pero un poco limitada y poco profunda, lo que es cosa extraña en un pensador tan profundo como él. Parece no darse cuenta de que su famosa definición de la verdad como adaequatio intellectus et rei es la forma más profunda de la humildad. En cambio, santa Catalina de Siena, más atenta aquí a la lección agustiniana, comprende muy bien el vínculo de la obediencia y, por lo tanto, de la adaequatio con la humildad.
----------Cuando, por otra parte, se habla en general de "autoconciencia", siempre es necesario precisar de qué autoconciencia estamos hablando, ya que existen tres grados de autoconciencia: la humana, la angélica y la divina, grados que son diversísimos entre sí y que por lo tanto es necesario distinguir siempre con lealtad y con precisión, para evitar peligrosas ilusiones y nefastos equívocos. Y es lamentablemente aquí donde caen los idealistas como el teólogo del que estoy hablando, no obstante proclamarse "católico" y "tomista".
----------De hecho, es bien sabido cómo los idealistas, cuando hablan de los valores del espíritu, como la autoconciencia, el yo, el sujeto, la conciencia, el pensamiento, la razón, etc., juegan siempre sobre el equívoco, presentan, sin reconocerlo, estos valores bajo una forma implícitamente divina, para luego atribuirlos al hombre. O bien, si hablan del modo humano de su realización, lo tratan con escepticismo, desprecio y altivez, actitud típica de los gnósticos, quienes, considerándose los verdaderos filósofos y maestros de la humanidad, en posesión del "Saber absoluto o supremo", miran siempre desde arriba, con conmiseración, con lástima, a los realistas, considerados por ellos mentes groseras y vulgares y pobres ilusos detrás de las apariencias, enumerando entre las doctrinas de estos, nótese bien, incluso a la dogmática católica, que para ellos es un conjunto de mitos, imágenes y símbolos ingenuos, superados, clarificados o refutados, según los casos, por su adorada "ciencia o exégesis bíblica", muy superior a cuanto el Magisterio de la Iglesia relata y da a entender a las pobres y vulgares ovejitas del rebaño de Cristo.
Algunos pasajes del libro de este autor "católico" y "tomista"
----------Pues bien, el mismo engañoso método es el seguido por el teólogo del libro que estamos comentando. Demos algunos ejemplos. Ante todo, el autor se equivoca al definir como el objeto de la autoconciencia el "sí mismo" como "pensamiento pensado". Ya inmediatamente aquí se confunde al sujeto humano con el Sujeto divino. El sujeto humano no es en absoluto "pensamiento" subsistente, sino que esta es prerrogativa sólo del Pensamiento divino. El sujeto humano no es un pensamiento y ni siquiera es, como creía Descartes, una res cogitans, sino que es un sujeto compuesto de alma y cuerpo, que simplemente puede pensar. Porque debe recordarse que el sujeto permanece siendo sujeto también si no piensa. Cuando duermo, aunque no pienso, siempre sigo siendo una persona: soy simplemente una persona que duerme. Por el contrario, sólo en Dios el acto de pensar constituye la esencia del Sujeto divino.
----------En segundo lugar, la autoconciencia, según nuestro teólogo, se "expresa como apreciación de sí como absoluto originario e intrascendible". Y explica: "La autoconsciencia para ser sí misma no reenvía a otro de sí, se refiere simplemente a sí porque es conciencia de sí y no conciencia de otro. Es por consiguiente absoluta".
----------El autor del libro al que nos referimos, tal como se expresa en el contexto, pretende hablar de nuestra autoconciencia, la autoconciencia humana; pero de hecho le atribuye las características divinas, bajo apariencia de hablar de autoconciencia en general. De hecho, nuestra autoconciencia no es en modo alguno un "absoluto originario e intrascendible". Nuestra autoconciencia es un acto de nuestro intelecto que inicialmente recibe su contenido de los sentidos, por lo cual este acto no es en modo alguno absoluto y originario, sino relativo a cuanto el intelecto ya ha recabado de la experiencia sensible, por lo cual es derivado y condicionado por este precedente contacto con la realidad sensible externa. Si no hemos completado esta operación elemental del conocer, ¡buena reflexión tendríamos sobre nosotros mismos!: ¡no tendríamos nada más que vacío! ¡No confundamos! De hecho, nuestra autoconciencia implica la reflexión sobre nuestro yo pensante, en cuanto ya en posesión de contenidos intencionales recabados de la experiencia.
----------Este condicionamiento y esta relación con el previo y presupuesto conocimiento sensible están obviamente ausentes sólo en la Autoconciencia divina, la cual, Ella solamente, es puro Espíritu infinito, Pensamiento subsistente originario y originador, creador del mismo pensamiento y de la autoconciencia humanos: solo Dios es Pensamiento intrascendible, porque es comprensivo de todo el ser, del Ser que es Él mismo y del ser del mundo, que Él ha creado. Y si el mundo, como opus ad extra, es externo a Dios, la Mente divina, en cuanto proyectadora del mundo, tiene en sí inmanente en modo ideal también el ser del mundo y como Causa primera lo contiene virtualmente en sí, como enseña santo Tomás de Aquino.
----------Por el contrario, nuestro pensamiento no es en modo alguno intrascendible, sino que es trascendido de infinitos modos por el ser y por los seres del mundo, por nuestro mismo ser, porque nosotros también somos un misterio para nosotros mismos, y sobre todo por el infinito Ser divino. Solo Dios es omnisciente. Y también cuando pensamos en Dios, en el Absoluto, en el Infinito, en la Totalidad, nuestro pensar, por amplio y sublime que sea, permanece finito, por lo cual, aunque podamos conocer estos valores, nada podemos comprender de lo que en ellos supera nuestra limitada capacidad de comprensión.
----------Por ende, no es cierto que nuestra autoconciencia "no reenvía a otro de sí" es decir, a nada más que a sí misma: como acto intencional de nuestro intelecto, ella reenvía al ser, a nuestro mismo ser y al ser de las cosas que se suponen, como he dicho arriba, que hemos contactado. Un ser humano que desgraciadamente debiera nacer sin el ejercicio de los sentidos, no puede tener ninguna autoconciencia.
----------Ahora bien, el teólogo al que me estoy refiriendo, continúa explicando qué cosa quiere decir al llamar "originaria" a la autoconciencia. Nos dice que es un atributo que acompaña la "intrascendibilidad". En efecto, nos dice: "Tratemos de pensar que este pensamiento pensante o pensar pensante" (vale decir, la autoconciencia) "no sea originario sino que tenga un origen. Pues bien, el pensamiento pensante piensa también el origen: ¡de un bocado ya lo ha comido, ya lo ha englobado! Si piensas que el pensamiento tiene un origen, tienes ya pensado el origen. Por tanto, el origen no es extraño al contenido del pensamiento; es el acto del pensar que se lo come... La autoconciencia se aprecia a sí misma como absoluto originario, porque si debiera pensar un propio origen distinto de sí, lo pensaría - ¡precisamente! Entonces ya no es diferente de sí. No solo se aprecia a sí como absoluto originario, sino también como intrascendible. Si busco trascender la conciencia, estoy siempre en la conciencia: si pienso que existe algo que está fuera del pensamiento, lo estoy pensando: por lo tanto, no está fuera. Nada cae fuera del pensamiento".
----------Siempre estamos ahí: la identificación del pensar humano con el pensar divino. Debería ser claro para un teólogo que se diga tomista, ¡que digo!, para un teólogo que sólo se diga católico, que el pensar humano no es en modo alguno absoluto, originario e intrascendible, sino que estas son cualidades exclusivas del pensar divino. El pensar humano es relativo al sujeto y al objeto, es creado por Dios, trasciende del ser.
----------En el acto del conocer debería ser obvio (y debería ser obvio ya para todo mero alumno de Introducción a la Filosofía) que trasciendo mi pensamiento para llegar a las cosas fuera de mí, de lo contrario, ¿cómo enriquecería mis conocimientos? No puedo contentarme con lo que ya existe en mí, es decir, con lo que no me trasciende. Como dice Agustín, cuando nos invita a buscar a Dios: ¡Transcende et teipsum! (De vera religione, c. XXXIX). ¡Ciertamente esto no quiere decir que el pensar salga de sí mismo para viajar en el espacio! El pensamiento captura lo real externo a lo interno del pensamiento: es lo que los Escolásticos llaman "acción inmanente"; pensamos, pero los sentidos se encargan de alcanzar al objeto puesto en el espacio.
----------Ciertamente, es el pensar divino el que no tiene ningún origen externo como el nuestro que es creado por Dios. Pero por otra parte, si Dios (y aquí nuestro pensar es como el suyo) piensa el mundo que está fuera de Él, no por eso el mundo desaparece para reducirse a simple pensamiento divino! Indudablemente el mundo, como observa agudamente santo Tomás (esta es la verdadera agudeza) tiene virtualmente en la esencia divina un ser infinitamente superior al ser que posee fuera de Dios, porque se identifica con el mismo ser divino (y esta es precisamente la parte de verdad del panteísmo).
----------Pero el mundo sigue siendo mundo con su ser externo a Dios también si es pensado por Dios. De hecho, el mismo ser mundano se funda originariamente sobre la idea divina del mundo realizada por la divina voluntad creadora. Pero parecería que este "tomista" también tenga una idea falsa de la creación, lo que hace pensar en la concepción de Emanuele Severino, precisamente por el hecho de que no aparece la distinción real entre pensamiento divino creador y pensamiento humano creado.
----------¿Acaso por el hecho de que yo piense en el origen de mi pensamiento, en mi facultad intelectual, en Dios que ha creado mi intelecto y crea mi propio acto de pensar, con ello yo quizás estoy autorizado a negar que estos orígenes (Dios y mi intelecto) pierdan su existir objetivo frente a mi pensamiento por el solo hecho que, pensándolos, los inmanentizo en mi pensamiento y en mi conciencia?
----------Aquí el teólogo autodenominado "tomista" confunde evidentemente, a la manera idealista, el ser real extra-mental (extra animam) con el ser intencional-representativo (esse cognitum). La realidad permanece fuera de mí también cuando la pienso. ¿Por qué motivo debería desaparecer o "ser comido" como él dice? "No es la piedra que está en el alma -decía Aristóteles con su buen sentido común- sino que es la imagen de la piedra": ¡la piedra sigue estando fuera! Si yo pienso en la hermosa ciudad de Mendoza, ciertamente ella entra intencionalmente o representativamente en mi conciencia.
----------¿O acaso entra en mi mente con su materialidad? ¿Y la Plaza Independencia o la Plaza España en qué partes de mi cerebro las pongo? Pero, ¿por qué motivo debería desaparecer Mendoza en sí misma, en la realidad externa? ¿Mediante qué operación mágica yo tendría el poder de transformar su ser real en mi concepto de "ciudad de Mendoza"? ¿Pero entonces cuál es el punto? Aparte de la necia falsedad de tal idea.
----------No he mencionado al autor de este libro ni al prelado que le hace el laudatorio prefacio. No hace falta. Quienes hayan leído el libro, lo identificarán por los pasajes citados como ejemplo; y quienes no hayan leído el libro no se pierden nada, y al no citarlo evito que les caiga en manos y siga haciendo daño. No me han hecho falta citar el título del libro, ni el nombre de su autor, ni el nombre del obispo que le hace el prólogo, para cumplir con mi propósito en esta dominguera nota: exponer la recta filosofía cristiana acerca de la autoconciencia, bajo la guía de santo Tomás de Aquino, o de Jacques Maritain, si lo prefieren.
----------Para ir finalizando, quiero simplemente aclarar que considero que los puntos de vista de este autor sedicente "católico" no son contrarios a la fe, aunque indirectamente lo sean: sería hacerles demasiado honor. Sus elucubraciones son simplemente tonterías ingeniosas, herederas de un idealismo mohoso, refutado mil veces por los tomistas (basta ver los estudios de Gonzalez, Mattiussi, Gredt, Sertillanges, Chiocchetti, Roland-Gosselin, Gardeil, Maritain, Vanni Rovighi, Garrigou-Lagrange, De Tonquédec, Fabro, Gilson, Y. Simon, Toccafondi, Zacchi, Cordovani, A. Galli, G. Bertuzzi, etc. etc.), aunque por desgracia, siguen siendo los sofismas idealistas todavía muy seductores para nuestra generación, pero se trata de elucubraciones de las cuales ya sería hora de desembarazarse para siempre porque, habiendo penetrado en la teología católica en las últimas décadas (piénsese también en el fenómeno del rahnerismo) están creando, sin negar ciertos aspectos positivos, enormes desastres en el recto pensar y consecuentemente en el comportamiento de los fieles.
----------Es correcto comparar el pensamiento del Aquinate con el idealismo para buscar algún punto de contacto; pero pretender construir, como lo hace nuestro teólogo, un tomismo a la Severino, a la Bontadini y a la Gentile es una especie de esquizofrenia, es un intento tan sensato como cavar un hoyo con una mano y taparlo con la otra. Al final, bien va eso, y supuesto que muchos no quedan envenenados, podemos preguntarnos: ¿quién te obliga a hacerlo? ¿No te deja exasperado este ir y venir entre dos polos opuestos al final? ¿Quieres cojear con ambos pies? ¿Y luego te gustaría presentarte como campeón del principio de no contradicción?
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