jueves, 22 de octubre de 2020

Llamativos silencios en la encíclica Fratelli tutti

Aún cuando la encíclica Fratelli tutti sobre la fraternidad y la amistad social, está dirigida no sólo a los católicos y ni siquiera sólo a cristianos, sino a todos los hombres de buena voluntad, y ese su propósito nos permite entender sus características de encíclica humanística, como ya hemos explicado, no podemos evitar sorprendernos por el hecho de llamativos y lamentables silencios, uno en particular: el silencio acerca del conflicto entre los hermanos, que rompen la hermandad, y me refiero al conflicto entre católicos, de indudable relación con el llamado a la construcción de una verdadera fraternidad entre los hombres. Al fin de cuentas, la fraternidad intra-eclesial es el signo que indicó Jesús para que los demás conozcan a su Iglesia: "En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13,35).

----------Estos días, reflexionando sobre la noción de pueblo y de patria, mencionábamos en notas anteriores el amor manifestado claramente por el papa san Juan Pablo II a su patria, y lo vinculábamos con su también claro anti-comunismo, comparándolo con los afectos del papa Francisco por su patria liberacionista latinoamericana. Ahora bien, si el patriotismo del Santo papa Wojtyla tenía una clara motivación religiosa, el del papa actual parece de tipo más político y, por tanto, peligroso para un Pontífice, que de este modo corre el riesgo de caer en el nacionalismo y la parcialidad. Me refiero a su no escondida simpatía por la teología de la liberación sudamericana, cosa que favorece en la Iglesia la corriente de izquierda, provocando la inevitable reacción de la derecha: un mecanismo maldito, que viene atormentando desde hace cincuenta años el organismo eclesial, y hace crujir y rechinar de modo doloroso aquello que debería ser la fraternidad intra-eclesial, signo de que de veras somos discípulos de Nuestro Señor Jesucristo.
   
La polarización entre pasadistas y modernistas
   
----------El conflicto intra-eclesial al que me refiero, prolongado desde hace mucho tiempo, y evidente desde hace cincuenta años, no es la mera existencia de dos corrientes, la conservadora y la renovadora, que de distintos modos, formas y matices, siempre han existido en la Iglesia, con toda legitimidad, porque se trata de la simple diversidad de libres sensibilidades y libre opiniones en todo aquello que puede ser de libre parecer, pero que no se apartan de aquello que constituye la Verdad y la Unidad en la única Iglesia, la Católica, bajo las enseñanzas del Magisterio pontificio y conciliar y la guía pastoral del Sucesor de San Pedro.
----------Lejos ya de aquellas legítimas corrientes conservadora y renovadora, los dos bandos hoy en conflicto no respetan la Verdad y la Unidad de la Iglesia, sino que caen, sea formalmente o subdolamente, en actitudes heréticas y cismáticas, rompiendo como es obvio la fraternidad intra-eclesial.
----------Los dos bandos, que en notas anteriores frecuentemente hemos identificado bajo los nombres de ultra-tradicionalistas (tradicionalistas abusivos o fijistas) y de modernistas, tienen defectos comunes a ambos: uno de ellos es el orgullo que no les permite inclinarse a reconocer que se equivocan ante las críticas del adversario, por lo cual la respuesta no es el humilde reconocimiento del propio error y la gratitud hacia quienes los han corregido, sino que es o el silencio, o el insulto, o la derisión. Otro defecto es la falsa y obstinada certeza de las propias ideas, provocada por la soberbia y por la presunción, por la que se rechaza ponerlas en duda, cuestionarlas, y se las quiere imponer a los demás a toda costa. Otro defecto es la absolutización de la propia parte de verdad, negando la otra mitad presente en el adversario, y por lo tanto ignorando que las dos mitades están hechas para permanecer juntas y completarse entre sí, para formar el todo.
----------Es bien sabido por todos que desde hace cincuenta años asistimos en el organismo eclesial (compleja estructura cuya unidad no es fácil de mantener) a una preocupante polarización entre pasadistas y modernistas. Los términos usuales de "tradicionalistas" y "progresistas" no son apropiados, porque puede existir un justo tradicionalismo, así como existe un falso progresismo, que es el modernismo. Después de todo, conservación y progreso han sido hechos en sí mismos para complementarse recíprocamente. De ahí que ante la dificultad que entraña el uso de términos no del todo significativos, me he dado cuenta que la palabra "pasadista" refleja mejor lo que quiero decir. Por lo demás, no se trata de ningún neologismo de mi invención, sino de un adjetivo perfectamente aceptado por el diccionario de la Real Academia Española, que define pasadista como: aferrado a las ideas, normas o costumbres del pasado. De modo que pasadistas y modernistas define mejor las dos corrientes cismáticas y/o heréticas (formalmente o clandestinamente) que hoy están en conflicto dañando la fraternidad intra-eclesial.
----------Los términos "derecha" e "izquierda" tienen cierta correspondencia con los pasadistas y los modernistas, pero son demasiado aproximativos y de carácter político, por lo que no son suficientes para designar el conflicto eclesial. El término "lefebvrianos" es demasiado estrecho y no es suficiente para abrazar la diversificada galaxia de los pasadistas. De hecho, desde hace poco se han sumado los minutellianos, que son aún más radicales, impugnando la validez del pontificado del papa Francisco para sustituirlo con Benedicto XVI. Otros reconocen al Papa actual, pero lo acusan de herejía o de rahnerismo. Este contraste entre hermanos es muy doloroso y escandaloso, porque, ¿cómo pueden los que están fuera de la Iglesia volver a encontrar en ella ese recíproco amor fraterno, que es el signo del ser discípulos de Cristo?
   
El silencio del Papa, custodio de la unidad y la armonía en la Iglesia
   
----------En mi humilde y respetuosa opinión, el papa Francisco, quien por mandato de Cristo es el custodio de la unidad y de la concordia en la Iglesia, debería emplearse más, ocuparse más, esforzarse más y prioritariamente para sanar este interminable y gravísimo conflicto fratricida en el interior de la Iglesia. Al inicio de esta nota ya he recordado las palabras de Nuestro Señor Jesucristo: "En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13,35); y hay que sumarle a ellas la advertencia del apóstol san Juan de que "cualquiera que odie a su hermano es un homicida" (1 Jn 3,15). Este odio recíproco y desprecio entre hermanos, además de ser un mal en sí mismo, tiene como efecto el ofuscar la credibilidad de la Iglesia a los ojos del mundo y volver ineficaz su obra evangelizadora.
----------Vale tener bien presente aquí que los falsos hermanos son más insidiosos y peligrosos que los enemigos abiertos. No está equivocado el antiguo proverbio bien conocido por todos: "de los amigos me guarde Dios, porque de los enemigos me guardo yo". De hecho, mientras el enemigo abierto te combate en la cara y se declara como tal, el falso amigo te trata con gentileza y luego te traiciona y te apuñala por la espalda.
----------El enemigo abierto te enfrenta y te contradice. Quien te odia verdaderamente y te desprecia, te ignora completamente o bien te ataca imprevista y cobardemente sin ningún motivo como un león que sale de su cueva. Lutero, abierto enemigo del catolicismo, es un enemigo más fácilmente identificable y, por tanto, más evitable y menos peligroso que un Rahner, que con una manera untuosa e insinuante destruye la Iglesia desde el interior haciéndose pasar por católico y creído por muchos (ingenuos o astutos) como católico.
----------¿No era quizás esta reciente encíclica la ocasión de que el Santo Padre al menos mencionase este contraste entre sedicentes tradicionalistas y sedicentes progresistas, que combaten desde hace cincuenta años entre sí en un conflicto que no muestra signos de amainar? ¿No era el caso que, en una encíclica sobre la fraternidad -para no detenerse en abstracciones- exhortara cálida, fraternal y paternalmente a las dos partes al diálogo, a la reflexión, a la humildad, a la mutua comprensión, a la fraternidad, a la penitencia, a la reconciliación y a la recomposición del amor fraterno destruido por esta lamentable confrontación?
   
Nuestro deber de discernir entre verdaderos y falsos hermanos
   
----------Es oportuno recordar un deber moral que el simple y honesto buen sentido común nos hace inferir de la moral del Evangelio: es necesario saber discernir entre verdaderos y falsos hermanos para saberse conducir en consecuencia. Si corresponde al Papa o al Obispo definir a alguien como hereje o cismático, nadie impide al común fiel, que se deja iluminar por el Espíritu Santo, al corriente de las condiciones necesarias para pertenecer a la Iglesia, reconocer a alguien como hereje y mantenerse alejado de su error.
----------Es necesario, como nos amonesta también san Juan, distinguir a "los hijos de Dios y los hijos del diablo" (1 Jn 3,10) y si ellos no quieren ser nuestros hermanos, nosotros debemos ser para ellos todavía hermanos, precisamente, si es posible, con la amonestación y la corrección o al menos orando por su conversión.
----------La Iglesia a lo largo de los siglos, comenzando por la primitiva comunidad neotestamentaria, siempre ha expulsado o alejado, aunque con dolor, a los hermanos indisciplinados, corruptores, demoledores, divisivos y perturbadores. Ya el mismo Nuestro Señor Jesucristo vislumbra en el Evangelio la eventualidad de que un hermano deba corregir a otro hermano que "comete un pecado" (Mt 18,15). En esta circunstancia, Jesús propone una escala de procedimientos o medidas a adoptar, al término de los cuales, si el hermano no es corregido, "sea para ti como un pagano y un publicano" (Mt 18,17).
----------Tenemos un ejemplo en san Pablo en el caso del incestuoso: "¡Quiten de entre vosotros el autor de semejante acción! (...) Sea entregado ese individuo a Satanás para mortificar su sensualidad, a fin de que su espíritu se salve en el Día del Señor" (1 Cor 5, 2.5).
----------A continuación, san Pablo aprovecha la ocasión para ampliar el discurso sobre el mismo tema: "Os escribí en mi carta anterior que no os relacionarais con los impuros. Pero no me refería a los impuros de este mundo en general o a los avaros, o a ladrones o idólatras. De ser así, tendríais que salir del mundo. ¡No!, os escribí que no os relacionarais con quien, llamándose hermano, es impuro, avaro, idólatra, difamador, borracho o ladrón. Con ellos ¡ni siquiera tendréis que comer juntos!" (1 Cor 5,9-11).
----------San Pablo llama "anatema" (anàthema) (1 Co 16,22; Gal 1,8), al hermano que hoy llamaríamos excomulgado. Estos severos procedimientos miran al bien y a la tranquilidad de la comunidad, para que no sea contaminada por malas influencias; pero sirven también al hermano excomulgado, para que se arrepienta y se comporte como un verdadero hermano. En cuanto a los hermanos de la comunidad, están obligados a amarlo, aunque deben mantenerse a distancia (2 Ts 3,6.14; Tt 3,10; 2 Jn 10).
----------Por tanto, parecería haber caído del estado de hermano, parecería haber perdido ese estado. Sin embargo, la misericordia divina puede conceder el perdón al pecador arrepentido y reintegrarlo a su estado y dignidad de hermano. De hecho, ya hemos explicado en una nota anterior que ser hermano no es un dato de naturaleza, como la fraternidad biológica, sino que es el efecto de la libre buena voluntad; por lo cual, así como se adquiere con la buena voluntad, también así se lo puede perder con el pecado.
----------El ser hermano como el ser prójimo, para el Evangelio, es efecto del amor. Si el hermano odia al hermano, cae de su ser hermano y se convierte en objeto de la reprobación divina. Igualmente el papa Francisco hace ver claramente que la enemistad es incompatible con el ser hermano. Sin embargo, Nuestro Señor Jesucristo nos ordena: "Amad a vuestros enemigos, haced el bien a quienes os odian" (Lc 6,27). La enseñanza es aquí clara: aunque el que odia cae del estado de hermano, pierde ese estado, el hermano odiado continúa amando a su odiador, porque continúa viéndolo como su hermano.
----------Supongo que los lectores ya se habrán ido formulando algunas preguntas al correr de la presente reflexión, si la relacionamos con la situación actual. ¿Es el caso de expulsar de la Iglesia a los elementos que, en la situación actual, parecen los más extremistas? Se lo hizo con Don Minutella y en su tiempo se lo hizo con mons. Lefebvre con la tradicional medida disciplinaria denominada "excomunión". Pero hoy similares procedimientos son rarísimos. Podríamos muy bien preguntarnos: ¿es justo que tales medidas hayan casi desaparecido de la práctica disciplinaria actual de la Iglesia? Al menos según el derecho canónico, muchos merecerían ser excomulgados y de hecho debido a sus ideas y a su conducta no están en comunión con la Iglesia. Por lo tanto, estos tales ¿caen del estado de hermanos?
   
Despreocupación del Papa por solucionar los conflictos intra-eclesiales
   
----------El papa Francisco suele ocuparse mucho de los contactos con el mundo, y suele esforzarse por hacer su parte en la solución de los conflictos que se producen en el mundo; pero parece que no presta suficiente atención a los conflictos y discordias intra-eclesiales y, por lo tanto, no hace o no logra hacer lo suficiente para resolverlos y construir la paz. Es cierto que, como él dice, la Iglesia no debe estar replegada en sí misma, no debe estar preocupada de construir muros, sino de lanzar puentes, debe ser una "Iglesia en salida", abrirse al prójimo necesitado y "marchar hacia las periferias". Debe acoger a todos y no excluir a nadie.
----------Pero lamentablemente algunos han entendido estas palabras en el equivocado sentido de someter indiscriminadamente a la Iglesia a todos los influjos mundanos, como si ella tuviera necesidad del mundo no sólo para una ayuda humana, sino para completar su esencia; y como si, con el pretexto de la hospitalidad, tuviera que hacer entrar y mantener en sí misma todo tipo de elementos, constructivos y destructivos, asimilables e inasimilables, nutrientes y nocivos, compatibles e incompatibles.
----------A este respecto, el papa Francisco retoma en su reciente encíclica un tema que le es muy querido: el de acoger a los migrantes, repitiendo cosas ya dichas muchas otras veces, a saber, que se trata de personas que huyen de situaciones insostenibles y que están a la búsqueda de un futuro mejor; que se les debe garantizar vivienda, asistencia y trabajo; que ellos deben respetar nuestras leyes; que a menudo son víctimas de los contrabandistas; que no deben ser rechazados, etc. Refiriéndose al país en el que el Papa se encuentra, él ha dicho repetidamente que Italia debe tratar con los países de origen; y que Europa debe interesarse por los migrantes; que ellos son un beneficio para el desarrollo de Italia, y que los italianos deben evitar el racismo y el miedo; y hasta les ha recordado que ellos también han sido migrantes hacia Argentina.
----------Pero el papa Francisco no ha dicho ni una palabra por las preocupaciones que dan y los daños que causan aquellos que no dan pruebas de buena voluntad, sino que quieren vivir a costa de la comunidad, entregándose a la delincuencia. Ni una palabra ha dicho el Papa acerca de los numerosos inmigrantes islámicos, muchos de los cuales no tienen la intención de integrarse, sino que continúan llevando su propio estilo de vida, aun cuando entra en conflicto con las leyes del país que los recibe. Se trata de ominosos silencios  y despreocupación del Papa actual, los cuales ciertamente se ubican en el plano de su oficio pastoral y de gobierno, en el cual el Pontífice no está asistido de modo infalible por don divino alguno, sino por una gracia de estado que él puede libremente rechazar, y siendo pasibles sus actos de ser juzgados no sólo por la historia, que es su menor problema, sino también por el Señor de la historia, al final de su vida. Recemos por él.

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