viernes, 30 de octubre de 2020

San Gregorio Magno y el cuidado de los que sufren (2/2)

Finalicemos, entonces, este breve recorrido que hemos hecho sobre aquel capítulo de la Regla pastoral (III parte, cap.12) del papa san Gregorio Magno [540-604], con sus sabias indicaciones para saber qué decir al enfermo a la luz de la fe, para consolarlo y ayudarlo a soportar y a dar sentido a su sufrimiento.

¿Por qué Nuestro Señor Jesucristo ha sufrido tanto por nosotros?
   
----------San Gregorio continúa: "Aprendan los enfermos, para mantenerse en la paciencia, a considerar incesantemente cuántos dolores soportó nuestro Divino redentor de parte de sus propias criaturas: los baldones e injurias que padeció, las puñadas que tuvo que recibir de sus verdugos, para arrebatar de manos del antiguo enemigo las almas que caen cada día cautivas en su poder; que no apartó su rostro de las salivas de los impíos, Él, que a nosotros nos lava en las saludables aguas del bautismo; que resistió en silencio los azotes, para librarnos con su mediación de los suplicios eternos; que, para merecernos la gloria perdurable entre las jerarquías de los ángeles, recibió afrentosas bofetadas; que, para preservarnos de los punzadores tormentos merecidos por el pecado, no titubeó en someter su cabeza al suplicio de las espinas; que, para embriagarnos en las eternas dulzuras del cielo, apuró sediento las amarguras de la hiel; que, siendo igual al Padre en la divinidad, se postró en adoración delante de Él por nosotros y guardó silencio cuando le adoraban por burla; que, para devolver la vida a las almas muertas a la gracia, siendo Él la vida misma, se sometió a la muerte".
----------"Entonces, ¿por qué estimar penoso que el hombre acepte de Dios tribulaciones en pago de sus maldades, cuando Dios mismo hubo de aceptar de los hombres malos tratos en pago de sus bondades? ¿Quién, que tenga sano el juicio, ha de ser tan ingrato que se duela de sus quebrantos, cuando Aquél que llevó su vida sin pecado, no pasó por el mundo sin adversidades?"
----------A la luz de estas admoniciones, es necesario que nos demos cuenta, con total e indudable certeza de razón y de fe, que el pecado, la desgracia y el castigo son tres cosas esencialmente conectadas entre sí, por lo cual, si las separamos, cada una desaparece o bien pierde su sentido: el pecado no existe, la desventura no tiene sentido, el castigo divino es entendido como crueldad. Esto es precisamente lo que les sucede, consciente o inconscientemente, a los buenistas o misericordistas de la actualidad.
----------Ellos (al menos los que ingenuamente permanecen en esos errores) no alcanzan a advertir que, en cambio, por su naturaleza, el pecado provoca la desgracia y atrae el castigo divino que conlleva la desgracia, por lo cual, si hay pecado, no puede no derivar la desgracia como castigo divino; y a la inversa, si hay desgracia, quiere decir que somos castigados a causa del pecado, al menos del pecado original. Un pecado no castigado por Dios no existe, porque si no lo castigase sería injusto. La misericordia divina no quiere decir que Dios no castiga, sino que transforma en Cristo y por Cristo el castigo en expiación o reparación del pecado y camino de salvación para el pecador que se reconoce justamente castigado, se arrepiente y hace penitencia del pecado confiando en el perdón y en la misericordia de Dios.
----------Y a la inversa, un acto humano no castigado por Dios no es pecado sino buena acción y por lo tanto merece un premio. Dios no castiga a los que pecan por debilidad, o por ignorancia o de buena fe, es decir, sin saber que están pecando. En el episodio del ciego de nacimiento, que encontramos en el capítulo 9 del Evangelio según san Juan, Jesús señala que el ciego no ha cometido pecados personales, por lo tanto, Nuestro Señor Jesucristo está sobreentendiendo el pecado original.
   
Necesaria relación entre pecado, desgracia, y castigo
   
----------Estas tres cosas -pecado, desgracia y castigo- o se mantienen todas juntas o todas se derrumban juntas. Por lo tanto, basta con negar una para que colapsen también las otras. Ellas están en la base de la conciencia moral, de la convivencia humana y de la religión, y no estoy hablando sólo de la religión cristiana, sino de la propia religión natural. Por lo cual, si negamos una de las tres, desaparecen también las otras dos, y la humanidad se precipita en las tinieblas, en la barbarie y en la perdición.
----------De hecho, es evidente con clara lógica que si esas tres cosas no son admitidas juntas, no tiene sentido la Redención cumplida por Nuestro Señor Jesucristo como remisión de los pecados y liberación del sufrimiento por medio de la penitencia en la aceptación del castigo divino; y a la vez queda totalmente anulada la virtud de la religión, que entre todos los pueblos de la más remota antigüedad es precisamente el ofrecimiento que el sacerdote hace a Dios de una víctima sacrificial para obtener de la divinidad sus favores y la suspensión de los merecidos castigos. Tanto es así que los paleo-antropólogos establecen la existencia del hombre en un lugar y tiempo determinados, no tanto en base a la forma del cráneo, sino basándose en rastros de culto religioso encontrados cerca de la tumba o de los huesos, o de los restos de los huesos del difunto. El mero uso de utensilios puede ser propio también de los simios. En cambio, es crucial estar ciertos que son signos de religiosidad, porque este es el elemento determinante que distingue al hombre del animal.
----------Pero si, como creen los buenistas, el pecador no es merecedor de castigo, sino sólo un pobre desgraciado que sólo merece ser compadecido, porque no sabe por qué sufre, entonces ¿qué ofrece Cristo y el cristiano a la divinidad? Solo que al negar el sacrificio de Cristo, tenemos nada menos que la negación radical del cristianismo; el mal se vuelve irremediable, la existencia humana se vuelve insensata, el hombre permanece en sus pecados, se precipita en el nihilismo y desespera de la salvación.
----------La verdad revelada, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, nos enseña en cambio que Dios nos envía el sufrimiento, o bien como consecuencia lógica de nuestros pecados o bien porque permite que seamos afligidos por la maldad de los hombres, o por medio de la hostilidad de la naturaleza o de los ataques del demonio. Por tanto, es necesario que nos demos cuenta, serenamente y sin escandalizarnos, que Dios no solo permite, sino que quiere positivamente el sufrimiento para nuestro bien.
----------Dios, en cuanto Bondad infinita, no peca, no puede pecar y no quiere el pecado de la creatura. Si el pecado es cometido por los demonios y por los hombres, es porque le desobedecen. Sin embargo, Dios, que si quisiera, podría impedir el pecado, no lo hace porque del pecado quiere obtener un bien mayor, que es darnos a Cristo. "¡O felix culpa, quae talem ac tantum meruit habere Redemptorem!"
----------Ciertamente, esta es otra paradoja de la doctrina cristiana de la causa del sufrimiento, porque una teología simplista y pueril apenas llega a comprender cómo es posible que un Dios bueno haga sufrir. Y se olvida el principio bíblico y también de ética natural de que existe un hacer sufrir que tiene una finalidad correctiva, terapéutica y educativa, que es expresión de justicia, de bondad, de amor y de misericordia.
----------La palabra "castigo" referida a Dios no debe generar repugnancia en nosotros, ni hacernos pensar en un Dios cruel, despótico, caprichoso o bizarro, sino que debe hacernos recordar indisoluble y lógicamente la idea de nuestros méritos, de nuestro ser pecadores, llamados a la salvación, así como debe hacernos recordar la idea de justicia, de providencia, de bondad, de paternidad, del amor y de la misericordia de Dios. Quien comprende estas cosas es una persona sensata, sabia, razonable y de conciencia, es un cristiano. En cambio, quien no las comprende es un deshonesto, un impío y un pagano.
   
La manera de preparar a los enfermos para la muerte
   
----------Si el enfermo cuenta con un suficiente grado de espiritualidad y no es materialista, aunque no sea cristiano, y si el enfermo teme que todo termine con la muerte, el confortador, sacerdote o laico, hará bien en recordarle la inmortalidad del alma, y que tras la muerte ella tendrá que presentarse inevitablemente al Juicio de Dios, recordándole a la vez que se trata de un Dios justo y misericordioso.
----------Si el enfermo es cristiano, el asistente podrá agregar que se trata de un Dios que, haciéndose hombre, ha dado hasta la última gota de su sangre para salvarnos del pecado, de la muerte y de la esclavitud de Satanás, y para conducirnos al cielo, a la beata contemplación del rostro de Dios, en compañía de los ángeles y de los santos, en una tierra nueva donde habitan la paz, la justicia y la fraternidad universal.
----------Pero para significar la esperanza de ir al Cielo, el confortador debe evitar la expresión, lamentablemente muy difundida, "retornar a la casa del Padre", porque es una expresión contraria a lo que realmente le sucede al alma digna de subir al Cielo, es decir, contraria a cuanto Cristo mismo nos dice. De hecho, Él prevé el ingreso en el reino del Padre no como un retornar, sino como un ir al Padre. Se retorna a un puesto o lugar del cual se provino; se va a un lugar o se va a ocupar un puesto donde nunca jamás se ha estado.
----------Ahora bien, nosotros no provenimos de la casa del Padre, como para que regresáramos allí a nuestra muerte. Nosotros, como creaturas, provenimos de la nada. No provenimos de Dios, como si saliéramos de su esencia o sustancia, así como un hijo proviene de los progenitores, porque él es la sustancia de su sustancia, sino que somos creados por Dios de la nada, es decir, no salimos ni emanamos ni provenimos de su esencia o sustancia, sino que somos producidos como creados de la nada, de una sustancia finita, infinitamente distante, aunque creada a su imagen, de la Sustancia divina infinita.
----------Sólo el Hijo de Dios proviene del Padre o, como dice Nuestro Señor Jesucristo, solo el Hijo "sale" (Jn 8,42) del Padre, por lo que Él efectivamente "retorna al Padre" (Jn 13,3): "Yo salí del Padre y he venido al mundo, ahora dejo de nuevo el mundo y vuelvo al Padre" (Jn 16,28). De hecho, el Hijo no es una criatura, sino que es de la misma sustancia que el Padre. Por eso Él está en el Padre y generado por el Padre desde la eternidad, y por consiguiente bien puede decir que proviene del Padre.
----------En cambio, la perspectiva de los discípulos es, si, dejar el mundo, pero para ir al Padre, porque nunca han estado en el Padre. Por eso Jesús les dice: "en la casa de mi Padre hay muchas moradas. Yo voy a prepararos un lugar; cuando me haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que vosotros también estéis donde yo estoy" (Jn 14,2-3). Este es el momento y el significado de la muerte cristiana: acoger a Jesús que viene a llevarnos para ir a la casa del Padre.
----------Sin embargo, debemos estar preparados. Para ello, el confortador (se trate de un sacerdote o se trate de un laico) debe preparar al enfermo para el encuentro con Cristo. Y en tal sentido la carta Samaritanus bonus recuerda el deber del asistente y en especial modo del confesor. De hecho, el consolador, si es sacerdote, puede, o en ciertos casos debe, si lo juzga oportuno en las circunstancias adecuadas, y si el enfermo está dispuesto y disponible, también administrar la ayuda de los sacramentos.
----------De hecho, como dice esa Carta (que nuevamente insto a los lectores a meditar completa), "La Iglesia llama sacramentos 'de curación' a la Penitencia y a la Unción de los enfermos, que culminan en la Eucaristía como ‘viático’ para la vida eterna. Mediante la cercanía de la Iglesia, el enfermo vive la cercanía de Cristo que lo acompaña en el camino hacia la casa del Padre (cf. Jn 14,6) y lo ayuda a no caer en la desesperación, sosteniéndolo en la esperanza, sobre todo cuando el camino se hace más penoso. (…) La Iglesia está atenta a escrutar los signos de conversión suficientes, para que los fieles puedan pedir razonablemente la recepción de los sacramentos. Se recuerda que posponer la absolución es también un acto medicinal de la Iglesia, dirigido, no a condenar al pecador, sino a persuadirlo y acompañarlo hacia la conversión".

1 comentario:

  1. Querido padre Filemón. Gracias por estas notas sobre el sufrimiento humano. Y gracias por llamar la atención acerca de esa carta de la Congregación de la Doctrina de la Fe. Creo que si no fuera por usted se me hubiera pasado por alto. La leí completa y con atención. Es un documento doctrinalmente muy rico y pastoralmente muy oportuno y útil.
    Es lamentable que no se le preste la debida atención.

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