martes, 13 de octubre de 2020

De la necesidad de volver a usar en el lenguaje oficial de la Iglesia precisos términos como "modernismo", "herejía" y "cisma"

Las problemáticas expresiones del papa Francisco en su reciente encíclica Fratelli tutti, expresiones cuyo esencial problema puede resumirse en su ambigüedad, no son una excepción. No es el Papa el único que es ambiguo, o que no quiere decir las cosas por su nombre, o que, simplemente, no quiere decir lo que debe decir: "No quiero decir que [la pandemia] se trata de una suerte de castigo divino".

----------La ambigüedad, la confusión, la falta de definición en las cosas, la escasa o nula claridad en los temas de los que se habla, afecta a todos los ámbitos católicos, y también a los pseudo-católicos: los abusivos progresistas o modernistas (clandestinos cismáticos haciéndose pasar por católicos desde hace décadas) y los abusivos tradicionalistas (formales cismáticos en el caso de los lefebvrianos, y clandestinos en el caso de los diversos matices del filo-lefebvrismo), tampoco llaman a las cosas por su nombre. Tomemos, por ejemplo, las palabras "herejía" o "cisma". Para los modernistas son palabras que, por supuesto, han perdido todo su valor, por el simple hecho que para ellos, explícita o tácitamente, no existen los dogmas y, por lo tanto, no tiene sentido hablar de cismas, porque según ellos no existe una sola Iglesia instituida por Nuestro Señor Jesucristo. Para los lefebvrianos, existen por supuesto las herejías y los cismas, pero las de los otros, jamás se aplican esos términos a sí mismos, aunque la realidad de lo que viven les estalle en pleno rostro.
----------Hace ya algunas décadas desde que un resurgimiento del modernismo en el interior de la Iglesia fue señalado por parte de movimientos tradicionalistas, que incluso han creído encontrar rastros de modernismo en el propio Concilio Vaticano II. Este juicio, que llegó a extremos de desequilibrio en el caso de los tradicionalistas lefebvrianos, ha significado que su alarma no se haya tomado hasta ahora demasiado en serio, vale decir, en razón de los evidentes desequilibrios de los mensajeros, no se le dio la importancia debida al mensaje. Claro que los lefebvrianos no fueron los únicos que lanzaron tal alarma. La voz de alerta acerca del renacimiento del modernismo en el seno de la Iglesia fue lanzada en su momento también por un pensador católico ciertamente no sospechoso de conservadurismo, como Jacques Maritain [1882-1973], pero él no fue el único, sino que hubo otros, que sin llegar a los extremos del abusivo conservadurismo fijista, pueden ser considerados (y algunos también a sí mismos se consideraban) "tradicionalistas", pero lo fueron sin faltar el respeto a las enseñanzas del Concilio Vaticano II y de los últimos Papas.
----------Por mi parte debo agradecer el tradicionalismo recibido de mis formadores, que considero providencial: un tradicionalismo refinado, raro y precioso en la escena de la filosofía y de la teología que se vivía durante los años de mi seminario y años posteriores. A decir verdad, la teología actual, aunque a veces se autodenomina católica o incluso queriendo ser católica, en realidad a menudo lleva a posiciones partidistas, poco científicas, sincréticas y efímeras. Se enfoca mucho sobre la historia y sobre el estilo literario (actitud quizás sabrosamente retórica, pero inútil), carece de fuerza, agudeza y claridad de pensamiento.
----------Lo que falta, diría Georg W.F. Hegel [1770-1831], es el "espíritu del sistema" (por favor ¡con esto no quiero decir que yo comparta el sistema hegeliano!). Prefiero pensar en el sistema de santo Tomás de Aquino [1225-1274]. Faltan hoy en la Iglesia hombres con temperamento de grandes pensadores sistemáticos y especulativos. Y Dios sabe cuánta necesidad tenemos hoy de esto, esparcidos, destrozados y desconcertados como estamos en un "pluralismo", para decirlo con una expresión de Karl Rahner [1904-1984], "insuperable", aunque en sí mismo puede y debe ser superado. Pero incluso el propio Rahner nos ha ofrecido un sistema de pensamiento. Es verdadera lástima que sea un sistema equivocado.
----------Tenemos necesidad, en el campo del pensamiento, de agudeza, perspicacia, orden, solidez, equilibrio, universalidad, integralidad y a la vez profundidad y rigor científico (¡no digo cientista, ni positivista!), como conviene al verdadero pensamiento católico, heredero de milenios de cultura clásica y hoy llamado a una nueva síntesis que asuma críticamente las diversas culturas. Necesitamos, finalmente, encontrar el modo de hacer que este pensamiento sea comunicable y utilizable para los hombres de nuestro tiempo.
----------Naturalmente, comparto la convicción de Maritain acerca del actual feroz renacimiento del modernismo. Por eso sería bueno, en mi opinión, que los Pastores y el mismo papa Francisco (o el Pontífice que lo sucediera) retomaran, después del papa san Pío X [1903-1914] el uso del término: modernismo, claramente y sin tapujos. Hasta ahora se ha usado el de "progresismo", pero -y lo digo como respetuoso comentario crítico- me parece demasiado blando, por no decir soso, demasiado suave, una lanza roma.
----------El progresismo es en sí mismo una cosa sana y normal, en ciertos casos hasta un deber, porque significa amor por el progreso. ¿Y cómo no amar el progreso? No debemos agarrárnosla con el progresismo. Y de modo similar: tradicionalismo no tiene por qué significar anacronismo y fijismo. Como lo he dicho tantas veces, durante el desarrollo del Concilio Vaticano II [1962-1965] hubo sanas y legítimas corrientes minoritarias, por un lado conservadoras, y por otro lado progresistas, junto a una enorme mayoría de Padres conciliares que no se adscribían a ninguna de las dos corrientes. Lamentablemente, buena parte del sano progresismo católico del Concilio fue cooptado por el abusivo progresismo modernista, mientras que, también lamentablemente, las manifestaciones más sanas del tradicionalismo quedaron ocultas años después del Concilio tras las revulsivas y desequilibradas manifestaciones del abusivo tradicionalismo lefebvrista.
----------El término "modernismo", recuerda indudablemente la encíclica Pascendi de san Pío X. Pero precisamente por esto es oportuno y esclarecedor volver a usar el término, aunque soy bien consciente de que evoca un fenómeno herético con derivaciones cismáticas (al menos clandestinas). Pero un discurso análogo se podría hacer para los términos "herejía" y "cisma". Considero que sería bueno que también los términos "herejía" y "cisma", volvieran a ser usados por nuestros Pastores, el Papa y los Obispos. Empecemos por las herejías, que hoy existen, no podemos ocultarlas. Y no me parece pastoralmente conveniente, para designarlas, utilizar eufemismos, circunloquios o alusiones, que terminan siendo ambigüedades.
----------Debemos volver a hablar de herejías con seriedad, objetividad, serenidad, caridad, auténtica premura pastoral. No hablar de eso solo empeora la situación. Me da la impresión de que hoy en la Iglesia somos como médicos que se limitan a prescribir prácticas de salud, baños de mar, dietas vegetarianas, gimnasia, footing y salidas a la montaña. ¿Y las enfermedades?...
----------El problema es cómo hablar de ello. Pero es obvio que necesitamos que se hable de ello. Deberíamos sobre este tema hablar en los medios y en los sitios web, organizar conferencias, escribir libros y revistas especializadas, iniciar una pastoral especial, formar pastores idóneos y capaces desde su formación de seminario. En los tiempos en que estuve de paso por la Facultad de Teología de Bolonia, recibí de un amigo teólogo el testimonio de una sugestiva anécdota. Mi amigo había hecho obsequio de un libro suyo que trataba precisamente de la existencia de las herejías hoy en la Iglesia, al cardenal Carlo Caffarra [1938-2017]. Pues bien, el recordado Arzobispo le envió dos líneas de agradecimiento, pero dos líneas expresivas y eficacísimas: "Problema de candente actualidad, pero completamente silenciado".
----------No debemos temer usar el término "herejía" también en referencia a la actualidad. Y tenemos que poner gran esfuerzo y agudeza intelectual para refutar las herejías de nuestro tiempo. No se me oculta, por cierto, que la Iglesia tiene una larga historia de lucha contra las herejías, y una historia no privada de lados oscuros, a veces. Pero esto solo quiere decir que es necesario encontrar un estilo renovado, verdaderamente evangélico y útil para los hombres de nuestro tiempo, de exponer claramente las herejías y refutarlas, en orden a vivir con sinceridad la vida cristiana a la que nos llama Nuestro Señor Jesucristo. Dejar de lado la cuestión con ambigüedades y eufemismos no sirve de nada y, de hecho, empeora la situación.
----------Recuerdo que hace más o menos una década, el papa Benedicto XVI, retomando una expresión tradicional que frecuentemente aparece en labios de los santos, habló, ante la sorpresa de no pocos, de la "pasión de la Iglesia" a causa de la existencia del "pecado en la Iglesia", y refiriéndose precisamente a "alborotadores y rebeldes", hijos de la Iglesia que hacen sufrir a la Madre. La herejía es un típico fenómeno de rebelión contra la Iglesia. Creo que sin duda Benedicto, hoy Papa emérito, en aquella oportunidad bien habría podido hablar también de pecado contra la Iglesia.
----------Por esto no estoy lejos de creer que en aquella época, el papa Benedicto pensaba en estos hijos ingratos, los herejes de hoy, y, por supuesto, más allá naturalmente de los que pecan desde el punto de vista moral. Pero no hay duda de que la Iglesia sufre también a causa del modernismo, y de ello debemos ser muy conscientes. La Iglesia sufre en sus santos, que providencialmente tampoco faltan hoy.
----------Ahora bien, no me tomen por un anacrónico fijista. Indudablemente, el modernismo de hoy es diferente al modernismo de los tiempos de san Pío X: hoy el modernismo es más complejo y diversificado, se resiente de influencias que entonces no existían. Me parece más grave y más difundido.
----------Permítanme repetir algo que mis lectores ya conocen: el modernismo nace de un enfoque equivocado sobre la modernidad, de una veneración ingenua, supina y fetichista de lo moderno como tal. Indudablemente, no se puede dejar de apreciar lo moderno, cuando es mejor que lo antiguo. ¿Quién no querría poseer un automóvil moderno en lugar de uno del siglo pasado? Existe sin embargo una criminalidad moderna y considero que ninguna persona de rectas costumbres mira con simpatía ese tipo de modernidad.
----------Es necesario reconocer que en el modernismo de los tiempos del papa san Pío X existían, aunque en medio de graves errores, también instancias positivas, que no encontraron en ese momento una adecuada respuesta. Cuando hablo de esas "instancias positivas" me refiero sencillamente a: asumir los aspectos válidos de lo moderno. Porque, como ya lo he explicado, una cosa es la modernidad, y otra el modernismo. No caigamos en extremismos ridículos, que si fueran extremismos coherentes nos obligarían a vender la Hilux último modelo que tiene la capilla y comprar un 2CV o una carreta tirada por caballos.
----------Lamentablemente, mientras los ultra-tradicionalistas disparan al bulto, desde hace décadas, contra la modernidad en su conjunto, faltaron y faltan en los modernistas los adecuados criterios de discernimiento, porque los modernistas estaban influenciados por los errores modernos, cuando en cambio, si se hubieran utilizado los criterios ofrecidos por la Iglesia, por ejemplo el Tomismo, la operación hubiera resultado exitosa, como resultó en gran medida, aunque con algunos defectos, en el mencionado Maritain, o en Cornelio Fabro [1911-1995], o en Yves Congar [1904-1995], o en Reginald Garrigou-Lagrange [1877-1964], o en Charles Journet [1891-1975]. El testimonio de todos ellos es válido por haber denunciado los errores de la modernidad a la luz de la doctrina de la Iglesia y de santo Tomás de Aquino.
----------El Concilio Vaticano II, por su parte, nos ha dado válidas sugerencias para la asunción de los valores de la modernidad. El modernismo que renació posteriormente al Concilio -como han dicho varias veces los últimos Papas- no ha sido causado por el Concilio, sino por una mala interpretación del mismo. La mejor manera de vencer el modernismo es la verdadera implementación del Concilio.
----------De ello debemos darnos cuenta y decirlo abiertamente. En absoluto, no debemos ser contrarios a una sana modernidad, y por eso debemos saber apreciar el Concilio, aun cuando decidamos no comprometernos a fondo sobre una línea progresista, si es que preferimos o somos más sensibles a recordar y acentuar los valores tradicionales que están en peligro de ser olvidados. Ambas sanas corrientes, el sano progresismo y el sano tradicionalismo, son plenamente legítimas y pueden coexistir en la Iglesia.
----------El modernismo se corrige con una sana modernidad, que no rompa con la sana tradición. Si la una y la otra son sanas, es decir, fundadas en la verdad, no es difícil la conexión, la armonía, la convivencia, porque lo verdadero no puede contradecir lo verdadero. Cuando pues se trata de doctrina de la Iglesia, como nos enseñaba el recordado magisterio del papa Benedicto XVI, es importante rastrear siempre la continuidad más allá de las aparentes discontinuidades.
----------Por el contrario, son inadmisibles tanto una idolatría de lo moderno como una idolatría de la tradición. Y no es casualidad que tanto la una como la otra (al fin de cuentas, siempre de idolatría se trata) vean en el Concilio una ruptura con la tradición, la primera, la idolatría de lo moderno que viven los modernistas, ven al Concilio como ruptura para alegrarse, la segunda, la idolatría de la tradición que viven los ultra-tradicionalistas lefebvrianos, ven al Concilio como ruptura para lamentarse.
----------Por lo demás, el buen católico sabe ya a priori que no puede haber rupturas en las enseñanzas doctrinales o de fe de la Iglesia. En cambio, es necesario saber ver el progreso más allá de las aparentes negaciones o errores o contradicciones.

1 comentario:

  1. Padre Filemón: ¡¡Gracias!!
    Durante el día he podido leer tres veces su nota. Nunca me había sucedido.
    Ud. me ha abierto la mente. Todo está muy claro. Realmente, gracias!

    Nadia

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