miércoles, 29 de enero de 2020

Los claroscuros de un concepto rigorista de la castidad (4/4)


Llegamos al final de nuestro breve examen sobre el concepto rigorista que Evagrio Póntico tiene de la virtud de la castidad; y en la tercera parte de este artículo llegábamos a confrontar su concepción con la que nos ofrece el Concilio Vaticano II. De hecho, podemos decir sin duda alguna que el Concilio, respecto a este tema, se ubica entre Evagrio y Freud. Trataré de explicarme en esta última nota.

----------Hoy, el mensaje ascético de Evagrio Póntico se ve abrumado, se lo ve precipitarse ruinosamente, a causa de un retorno torrencial y triunfal del epicureísmo en disfraz freudiano, que sitúa el placer como principio fundamental de la ética sexual, como declaró un grupo de dominicanos holandeses seguidores de Edward Schillebeeckx [1914-2009] en los años ochenta. Por otro lado, oponerse a esta ola de barro a la doctrina de Evagrio, aparentemente sublime, aunque ha tenido éxito durante muchos siglos, parece provocar, por reacción, por su unilateralidad dualista y rigorista, el exceso contrario al cual asistimos hoy.
----------La Iglesia se dio cuenta de que la ascética de Evagrio, ciertamente respetable por su fuerte tensión contemplativa, como aquella de su maestro Orígenes, presuponía una concepción de la sexualidad cerrada a la perspectiva de la resurrección, en cuanto infectada por la ascesis platónica del alma, que apunta a liberarse del cuerpo, en lugar de prepararlo para la resurrección. Por esta razón, tanto Orígenes como Evagrio fueron condenados por el Segundo Concilio Constantinopolitano del 553 (véase Denz. 433).
----------El Concilio Vaticano II, fuertemente inspirado por la instancia escatológica, ha iluminado, como hemos visto, esta perspectiva escatológica de la sexualidad humana y el papa san Juan Pablo II ha avanzado aún más en esta obra de clarificación con su "teología del cuerpo".
----------Pero personalmente considero, en mi modesta opinión, que las conclusiones a las que ha llegado el papa san Juan Pablo II pueden y deben ser el punto de partida de nuevas investigaciones e hipótesis, con el fin de reconocer a la sexualidad humana toda su verdadera dignidad y grandeza, y me gustaría decir santidad, según los datos revelados, para contraponer a la actual idolatría del placer sexual, desvinculado de su finalidad natural y escatológica, para ser ordenado a su vez, mediante una oportuna abstinencia ascética, al placer espiritual final, supremo e incomparable de la visión de Dios.

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