sábado, 11 de enero de 2020

Cómo acordar conservación y progreso (2/2)

Continuamos con la segunda parte de nuestra reflexión sobre el tema.

----------Es necesario, en segundo lugar, que reconozca la parte de verdad y de justicia -mencionada en este artículo-, presente y llevada adelante por ambas partes. Las dos partes, colocadas una al lado de la otra, encajan perfectamente, como las dos mitades de una esfera rota, porque Dios las ha creado precisamente para que, unidas, hagan una cosa sola, que es la misma realidad de la Iglesia.
----------El Papa debe hacer todo el esfuerzo para que las dos partes se acerquen y se encuentren, superando viejos rencores, odios y desconfianzas. Debe abandonar su actual propensión hacia los modernistas, de lo contrario no puede pretender suscitar la confianza de los lefebvrianos, y los modernistas seguirán confirmados en sus errores y asumirán una actitud arrogante, que no conducirá a ningún resultado. El Papa debe hacer de modo que los lefebvrianos se sientan comprendidos y apreciados en sus buenas razones, cosa que el Papa hasta ahora no ha hecho hasta ahora, cayendo por el contrario en el desprecio y en el insulto. Sin embargo, por parte de ellos, deben esforzarse por acoger con confianza todas las doctrinas del Concilio, como les ha exhortado repetidamente el papa Benedicto XVI y, en consecuencia, el magisterio pontificio subsiguiente hasta el papa Francisco.
----------Por cuanto respecta a los modernistas, el Papa debe seguir el mismo método aplicado para los lefebvrianos: reconocer los lados buenos y corregir los defectos. El lado bueno de los modernistas, que se les ha escapado a los lefebvrianos, que lo han malentendido, es la atención al pensamiento moderno y la voluntad de modernización y progreso de la Iglesia. Pero si para la Iglesia es relativamente fácil remediar los errores de los lefebvrianos, que al fin de cuentas son pocos en número y un conjunto bastante compacto de doctrinas y de costumbres, en cambio aparece como una empresa gigantesca y por encima de las fuerzas de la Iglesia la obra de corregir los errores de los modernistas, tanto porque ellos están esparcidos por toda la Iglesia, entre los pastores y entre los fieles, como porque los errores son variadísimos y afectan a todos los dogmas de la fe. Si queremos hacer una comparación extraída de la recolección urbana de basura, limpiar el campo lefebvriano comparado con limpiar el campo modernista es, respectivamente, como hacer limpieza en una ciudad suiza y ocuparse de la limpieza de las calles de Buenos Aires.
----------Sin embargo, un punto de acuerdo entre el Papa, los lefebvrianos y los modernistas, se podría encontrar en torno al problema de Rahner. De hecho, mientras los modernistas consideran a Rahner su más grande teólogo, los lefebvrianos han identificado agudamente en Rahner el mayor peligro para la Iglesia de hoy. Llegados a este punto, el Papa -y sería ahora- debería decidirse con valentía, suceda lo que suceda, a condenar los errores de Rahner, dando una justa satisfacción a los lefebvrianos y a todos los amantes de la verdad y de la Iglesia. Sin embargo, las cosas no son tan simples, porque en realidad Rahner ha hecho una contribución a las doctrinas del Concilio. Es en este punto que los lefebvrianos se pasan al lado equivocado y por eso es necesario que el Papa los corrija, porque ellos consideran como modernista la contribución rahneriana al Concilio. De ahí su rechazo de tales doctrinas como modernistas, lo cual es falso, porque los lefebvrianos interpretan esas doctrinas en el sentido del modernismo rahneriano; y en cambio, Rahner ha hecho allí una contribución positiva, de lo contrario no habría sido aprobada por el Concilio. Si el Papa lograra mostrar a los lefebvrianos y a los modernistas los puntos en los cuales se encuentran entre sí y si los unos y los otros aceptaran las correcciones pontificias, se haría la paz.
----------Que el Espíritu Santo y la Virgen sostengan al Papa en su misión de guiar a la Iglesia en la verdad, en la unidad, en la santidad, en un sano pluralismo y en la armonía, en una renovada evangelización, que ensanche los confines de la Iglesia visible, venza las fuerzas a ella hostiles a ella, convierta las religiones a Cristo, reconduzca a los hermanos separados a la Santa Madre Iglesia, mostrando al mundo el rostro de Dios justo vindicador de los humillados, misericordioso consolador de los afligidos, libertador de los oprimidos, vencedor del pecado y de la muerte.

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