viernes, 31 de enero de 2020

El verdadero futuro de la Iglesia y de la humanidad

Es necesario plantarse de una vez por todas con un relativismo y un historicismo de origen hegeliano, denunciado en varias ocasiones por el papa Benedicto XVI sobre las huellas de la condena al evolucionismo modernista hecha por San Pío X.

----------El devenir supone el ser. Lo relativo sólo tiene sentido en relación con lo Absoluto y la historia tiene un fin sólo en relación con lo Eterno. En cambio, es necesario redescubrir los principios y valores absolutos de la razón y de la fe, hoy largamente olvidados, desatendidos, incomprendidos, mal interpretados, despreciados y ridiculizados, entre quienes deberían custodiarlos y enseñarlos, incluidos los obispos. Valores que en cambio siempre han sido enseñados y siempre serán enseñados para la salvación de la humanidad, por la sana filosofía, en cuanto racionales, y por la Iglesia, en cuanto valores de fe. Es necesario saber con certeza cuáles son estos valores de la razón y de la fe, es necesario saber por qué son estos y no otros, es necesario distinguirlos de las opiniones subjetivas y transitorias. Es necesario distinguir el dogmatismo y el fundamentalismo de la certeza de fe y de la certeza racional.
----------Es necesario saber distinguir los valores inmutables, inmortales e incorruptibles de aquellos que cambian y se corrompen. Es necesario distinguir las verdades inmutables y supra-temporales de aquellas mutables y temporales, lo que es verdad hoy y siempre ha sido verdad y siempre será verdad -las verdades filosóficas, morales teológicas- de lo que es verdad hoy y podrá no serlo mañana bajo ciertas condiciones o realidades históricas o instituciones jurídicas o políticas o eclesiales.
----------Es con la razón y con la fe que sabemos qué es de razón y qué es de fe. En este punto tenemos bajo nuestros pies no las arenas movedizas, sino la roca sobre la cual construir la casa, el terreno firme sobre el cual apoyarse y caminar. Sabemos cuáles son los valores que nunca fallarán. Sabemos cuál es el sentido de la existencia y de la vida. Sabemos quiénes somos, de dónde venimos y dónde podemos, queremos y necesitamos andar. Sabemos que Dios existe. Sabemos en quién confiar. Conocemos el por qué del bien y del mal. Sabemos que no existe término medio entre el sí y el no. Conocemos nuestra vocación y nuestro deber. Percibimos nuestro destino eterno y podemos perseguirlo con esperanza, constancia y valentía, sabiendo que no seremos decepcionados. Sabemos que podemos hacerlo. Sabemos cuáles son los valores y los bienes, por los cuales vale la pena sacrificar nuestra vida, sabemos cuáles son los valores a los cuales no podemos ceder, ni siquiera a costa de la vida. Sabemos lo que es el martirio. Sabemos que podemos vender todo, negociar todo, comerciar todo, menos nuestra alma.
----------Así compraremos Todo. Sabemos que es imposible la salvación sin estos valores, por lo cual son estos los valores que garantizan la salvación. Si nosotros abandonamos la consigna que nos ha sido dada por Cristo, considerándola superada o envejecida o ya no válida o ya no actual, por un futuro inventado por nosotros en la idea de que venga del Espíritu Santo, no somos innovadores, no hacemos ningún verdadero progreso, pero somos traidores, desertores e infieles; ya no estamos bajo la guía del Espíritu Santo, sino del demonio.
----------En cambio, es necesario que tengamos siempre ante los ojos del intelecto y del corazón los valores y los bienes absolutos, perennes e inmutables, la Palabra de Dios que no pasa -Verbum Domini manet in Aeternum- que ilumina nuestro camino, nos indica nuestros deberes, nos hace saborear la ley divina, inflama el corazón, nos empuja a la santidad -caritas Christi urget nos-, corrige nuestros errores, perdona nuestros pecados, conduce al verdadero progreso, fundado en la verdad divina conocida cada vez mejor eodem sensu eademque sententia.

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