viernes, 3 de enero de 2020

El valor permanente de la Cristiandad medieval (2/5)

Por lo que llevamos visto, el concepto de cristiandad no está en absoluto superado, sino que sigue siendo una categoría socio-histórica no sólo válida sino esencial para designar las diversas estructuras o configuraciones colectivas del modo de ser de la Iglesia y de los católicos en los diversos climas histórico-culturales-geográficos del progreso de la humanidad. Se trata, por consiguiente, de una idea en perfecta línea y consonancia con el concepto de inculturación nacido de las doctrinas del Concilio Vaticano II.

----------Efectivamente, entonces, la Cristiandad, na realización social del cristianismo del pasado, una pasada "civilización católica", una pasada "civiltà cattolica" (sólo para retomar el título de una famosa revista de los Jesuitas), puede ser para nosotros los católicos actuales, modelo para hoy, en cuanto encontramos en ella algo bueno que hemos perdido y que es necesario recuperar.
----------El valor incalculable, lo que de hecho tiene de milagroso, y que caracterizó la cristiandad europea medieval, como todos saben, aunque pocos lo pensamos, ha sido la unidad de la fe católica o al menos de la fe cristiana, si queremos abrazar también a los disidentes del Oriente, los así llamados "Ortodoxos", término que en su significado etimológico (recta fe) se adecua más a los católicos que a ellos.
----------Esto hacía que de hecho el Papa y el Emperador gobernaran juntos la entera Europa, unidos tanto desde el punto de vista de la fe como desde el punto de vista de los principios y de las leyes fundamentales del bien común temporal, inspirados en la fe católica. Por eso el Papa era el guía espiritual de Europa y como tal, como en el plano de los principios lo espiritual guía lo temporal, acompañaba el Papa al Emperador y a sus súbditos, dedicados al bien temporal, hacia la plena realización del Reino de Dios: "non eripit terrena, qui regna dat caelestia", como canta un antiguo himno litúrgico. Todos juntos, le daban a Dios aquello que es de Dios y al César aquello que es del César.
----------Ciertamente, existían los cismáticos del Oriente, pero su separación era nada comparada con la descomunal tragedia que comenzaría con Lutero en el siglo XVI, la así llamada "Reforma", que separó airadamente enteros pueblos y naciones enteras de Roma, que no fue en absoluto un volver a dar forma, como la palabra significaría, sino un quitar la  forma, una remoción de la forma, una deformación, algo hasta entonces completamente inaudito e impensable, que contenía en sí mismo, más allá de algún aspecto positivo, un germen de disolución, que gradualmente iría dando sus venenosos y mortíferos frutos en los siglos siguientes hasta llegar a la situación que actualmente padecemos.
----------De modo similar, un miembro amputado del cuerpo durante algún tiempo conserva su forma, pero luego la pierde cada vez más a medida que avanza el proceso de descomposición, aunque en lo que respecta a los fenómenos del espíritu, como es el protestantismo, existen de hecho reinicios y renacimientos, por los cuales ciertos elementos válidos pueden conservarse e incluso pueden progresar.
----------A nosotros, católicos de hoy, habituados como estamos ya desde hace siglos a las divisiones religiosas, nos cuesta mucho imaginar con los debidos colores y detalles el horror, el escándalo y la indignación que sufrieron las naciones que permanecieron unidas a Roma frente a esa enorme e impresionante defección y división: los protestantes, convencidos de haber encontrado el Evangelio originario, los católicos decididos a conservarlo como es y a protegerlo de la deformación protestante.
----------De aquellos sentimientos contra la deserción producida por el protestantismo, puede comprenderse la reacción durísima de las guerras de religión, libradas por ambas partes con extrema crueldad y obstinación, por la convicción de estar combatiendo no por intereses terrenos sino por un sagrado deber delante de Dios, es decir, por la salvación de la propia alma y de la misma Cristiandad.
----------De hecho, el luteranismo está animado de un falso interiorismo y una desmesurada necesidad de libertad, que en realidad es un replegamiento de la conciencia sobre sí misma que ya no implica una adaequatio intellectus ad Deum et Ecclesiam, sino, como extrema consecuencia, una arrogante absolutización del propio yo confundido con Dios, que termina sustituyendo a Dios, por lo que se verifica la negación de la trascendencia  y el repliegue a la inmanencia, o sea el famoso amor sui usque ad contemptum Dei, del cual habla san Agustín, en lugar del amor Dei usque ad contemptum sui, que caracteriza la verdadera religiosidad cristiana.

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