miércoles, 1 de marzo de 2023

Celibato y voto de castidad antes y después del Vaticano II (1/2)

El ideal de castidad propuesto hoy por la Iglesia, a partir de las enseñanzas del Concilio Vaticano II, y sobre todo propuesto por las palabras del papa san Juan Pablo II, es indudablemente más hermoso, más generoso, más humanista, más espiritual y más bíblico que el que había sido propuesto en el pre-concilio, pero también es de más difícil comprensión y realización, además de ser pasible de ser equivocado o malentendido por una interpretación mundana. [En la imagen: fragmento de "La Comunión de las monjas", óleo sobre lienzo de Enrique Mélida, obra de la segunda mitad del siglo XIX, conservado y expuesto en el Museo de Málaga].

Superioridad de la vida religiosa sobre la vida laical
   
----------En la actual situación social, en la cual la licencia sexual parece no tener limite y de hecho esta bien vista o es exaltada como progreso y conquista de libertad y civilización, el valor perenne del ideal y la práctica de la castidad consagrada de los religiosos aparece y es presentada por poderosos mass-media y publicistas como un desafío intolerable o es más que nunca objeto de denigración o de escarnio, como signo inhumano de una arcaica mentalidad masoquista y dualista, y despreciadora de la mujer y del placer.
----------La Iglesia, en estos últimos sesenta años, retomando las enseñanzas doctrinales y directivas pastorales del Concilio Vaticano II sobre la vida religiosa y sobre el celibato sacerdotal, nos ha venido proponiendo una gran cantidad de documentos dedicados a este tema tan importante.
----------La Iglesia ha reafirmado una vez más, por ejemplo en el Concilio Vaticano II, la superioridad de la vida religiosa sobre la vida laical y por tanto la primacía del voto de castidad o del celibato sacerdotal sobre el matrimonio. Esto aparece evidente a partir de los numerosos comparativos de superioridad usados por el Concilio: la vida religiosa "recoge un fruto más copioso de la gracia bautismal", implica "una consagración más íntima al servicio de Dios". "El estado religioso hace a sus seguidores más libres de las preocupaciones terrenas, ...testimonia mejor la vida nueva y eterna, adquirida por la redención de Cristo, y preanuncia mejor la futura resurrección y la gloria del reino celestial" (Lumen Gentium, n.44).
----------También por cuanto respecta al celibato sacerdotal, el Concilio de nuestro tiempo nos muestra claramente la excelencia de la vida celibataria respecto a la vida laical o incluso respecto a un eventual sacerdocio conyugado. En efecto, "con la virginidad o el celibato observado por el reino de los cielos -dice el Concilio en Presbyterorum Ordinis, n.16-, los presbíteros se consagran a Cristo con un nuevo y excelso título, se adhieren más fácilmente a Él con un corazón no dividido, se dedican más libremente a Él y por Él al servicio de Dios y de los hombres, sirven más prontamente a su reino y a su obra de regeneración divina, y en tal modo se disponen mejor a recibir una más amplia paternidad en Cristo".
----------En suma, para sintetizar toda la enseñanza del Concilio Vaticano II respecto tanto al voto de castidad como al celibato sacerdotal, aparece evidente que este tipo de abstinencia sexual se presenta como una vía de santidad mejor o una vía más fácil que la vía laical o secular, la cual ya en sí misma y sobre todo en el matrimonio es también indudablemente una vocación a la santidad.
----------Pero el matrimonio, en cuanto unión entre hombre y mujer que tiene por finalidad la procreación, está evidentemente ligado a la vida presente, pues solamente en esta vida presente se produce el aumento de los individuos de la especie, por tanto un estado de vida destinado en tal sentido a ser superado en la futura vida de la resurrección, cuando tal aumento habrá cesado.
----------Sin embargo, en el paraíso del cielo permanecerá el aspecto espiritual de la unión conyugal, esa unión espiritual que es ya vivida en el presente por las personas consagradas de ambos sexos. Por eso los esposos de aquí abajo están llamados a mirar hacia las personas consagradas como modelo, de esa vida futura, que constituye la perfección escatológica de todos los creyentes.
   
El aporte de san Juan Pablo II
   
----------Debemos mencionar aquí, aunque más no sea brevemente, sobre todo las preciosas y ricas intervenciones del papa san Juan Pablo II, que han dado una notable contribución a un mejor conocimiento y fundamentación del voto de castidad, y en general de la relación hombre-mujer, poniéndola en conexión no sólo con las condiciones de la presente naturaleza caída y redimida, sino también con el estado edénico y con la prospectiva de la futura resurrección, con el valor bíblico de la unión del hombre con la mujer, con la dignidad del matrimonio, de la familia y de la mujer, con el modelo eclesial mariológico, con el significado de la vida ascética y del servicio generoso al prójimo.
----------Para apreciar del modo debido las enseñanzas del papa Wojtyla sobre el voto de castidad sin exageraciones y sin desvalorizaciones, en su alcance innovador y al mismo tiempo en su fidelidad a la tradición, es necesario tener presente el contexto antropológico, bíblico y moral sobre la relación hombre-mujer en general, que nos viene presentado con vigorosas argumentaciones y profundas intuiciones por Juan Pablo II, que abre, como verdadero Maestro de la Fe, a la Iglesia y a la teología, nuevos horizontes sobre el destino del hombre y de la mujer en la visión de fe que nos es propuesta del cristianismo.
----------Sin embargo, podríamos preguntarnos con cierto desánimo cuál ha sido la recepción eclesial en lo interno del mismo Magisterio pontificio subsiguiente a Juan Pablo II, de esta rica doctrina suya, que no sólo merece ser acogida con gratitud al Vicario de Cristo, sino que también debe ser bien entendida y ampliamente difundida, más allá de prestarse para ser ulteriormente profundizada y explicitada.
----------Desgraciadamente, estos estímulos de Juan Pablo II no han sido suficientemente recogidos. Estamos divididos entre un ambiente de moralistas modernistas laxistas por una parte, mientras que por la otra se mantienen rémoras, temores y mojigaterías en ambientes sustancialmente sanos, pero incapaces de actualizarse y de ampliar la mirada como lo ha sugerido el Papa polaco.
   
La antigua concepción de la castidad
   
----------Estamos saliendo -lo saben bien todos- de siglos de ascética católica rigorista y atormentada de modo exorbitante, sobre todo para la vida religiosa femenina, por la culpa sexual, hasta el punto de llegar a temer usar la misma palabra "sexo", por lo cual el pecado sexual parecía ser el pecado por excelencia; la "bella virtud" era simplemente la castidad, como si no existieran virtudes todavía más bellas; los "malos pensamientos" eran necesariamente los pensamientos lujuriosos, como si no hubiera peores pensamientos.
----------Por otra parte, la "pureza" era simplemente la castidad, como si no existiera ninguna otra forma superior de pureza moral en otros ámbitos distintos al sexo. El pecado venial en hecho de sexo asumía los contornos del pecado mortal; pero al mismo tiempo los directores del espíritu, para poner de acuerdo el hecho de que todos somos pecadores con la idea de que el buen religioso no podían tener culpas sexuales, habían inventado para los religiosos la categoría del pecado venial "involuntario", de modo que el pecado, que de por sí es un acto voluntario, era privado de un carácter esencial suyo, como si dijera una culpa sin culpa. Este pecado, que no era pecado, era el máximo de culpa que se podía admitir para un buen religioso, cosa que, sin embargo, era de todos modos valorada con mucha severidad.
   
La reforma conciliar
   
----------La reforma de la vida religiosa promovida por el Vaticano II ha puesto fin a esta distorsión que en ciertos casos provocaba las psicosis y a menudo un exceso de escrúpulos, haciendo disminuir de importancia pecados mucho más graves. Pero, como frecuentemente sucede en la historia, la corrección demasiado drástica o imprudente de un exceso, provoca por reacción el desencadenarse del exceso opuesto.
----------Así, si por un lado en la Iglesia pre-conciliar la propuesta de la castidad consagrada, en una sociedad cristiana desde hacía mucho tiempo habituada, desde el ambiente familiar, al sacrificio y a la renuncia, atraía a numerosos jóvenes, aunque existiera la tendencia a un exagerado énfasis de la castidad, ligada a una subestimación de la mujer, por otro lado una falsa interpretación de la reforma conciliar ha causado una caída en el extremo opuesto de una vida religiosa secularizada y mundana, que, si bien ha remediado los escrúpulos exagerados de antes y la visión pesimista de la mujer, sin embargo, ha terminado por quitarle a la castidad ese encanto y ese aura de heroísmo y de perfección, de los cuales antes estaba circundada, tal como para atraer a jóvenes generosos a la búsqueda de una total dedicación de sí mismos a Dios. Y en tal modo el resultado infelíz ha sido una caída impresionante de las vocaciones y un número igualmente impresionante de defecciones, es decir, de abandonos de la vida sacerdotal y de la vida religiosa.
----------El ideal de castidad propuesto hoy por la Iglesia, sobre todo propuesto por las palabras del papa san Juan Pablo II, es indudablemente más hermoso, más generoso, más humanista, más espiritual y más bíblico que el propuesto en el pre-concilio, pero también es de más difícil comprensión y realización, pasible de ser equivocado o malentendido por una interpretación mundana.
----------A continuación, me propongo explicar que la abstinencia sexual propia del voto de castidad y del celibato sacerdotal tiene un triple propósito: primero, permitir al espíritu en las condiciones de naturaleza caída una mayor libertad para la oposición a la carne a los fines de una vida espiritual más elevada, más profunda, más amplia, más intensa y más fecunda; segundo, preparar el estado escatológico de reciprocidad entre hombre y mujer, por el cual ellos, recuperando y sublimando el estado edénico, son "una sola carne"; tercero, una mejor imitación de la vida angélica y divina donada por la gracia.
   
El primer propósito del voto de castidad
   
----------El primer propósito de la promesa y voto de castidad es relativo al estado presente de naturaleza caída. Es, por así decir, un propósito terapéutico de emergencia, así como escayolar un brazo no es un deber absoluto, sino sólo en relación con el hecho de que se ha fracturado. No se trata de permanecer enyesados para siempre, sino solo hasta que se esté curado.
----------De hecho, en el estado del paraíso edénico, el cuerpo estaba perfectamente sometido al espíritu, por lo cual el ejercicio de la actividad sexual no sólo no obstaculizaba y no perturbaba la actividad espiritual, sino que la favorecía y la incrementaba, según el plan originario del Creador. En el Edén no había necesidad de ningún voto de castidad. Nuestros primeros progenitores, como lo recordó el mismo papa san Juan Pablo II, "estaban desnudos y no se avergonzaban de ello".
----------Con el pecado original esta armonía entre hombre y mujer se ha roto: la inclinación sexual del uno hacia el otro ha devenido desordenada y excesiva, y ha nacido la concupiscencia; pero al mismo tiempo el egoísmo y el contraste han sustituído al amor. La inclinación sexual con el placer que ella conlleva permanece en sí misma buena y creada por Dios; pero su ejercicio tiende a ser desquiciado e irrazonable. El remedio para esta situación establecido por Cristo es triple: la continencia laical, el matrimonio y el voto de castidad.
----------La continencia laical es el dominio del instinto sexual practicado por los laicos no desposados. El matrimonio en el estado presente de naturaleza caísa rencuentra en cierto modo la armonía primitiva entre los dos y el ejercicio del sexo como amor y no como egoísmo. Por último, el voto de castidad conlleva la abstinencia sexual, el "hacerse eunuco con miras al reino de los cielos".
----------La ascética propia que corresponde al primer propósito del voto de castidad es aquella ascética más tradicional, de la cual podemos tener analogías también en otras religiones, sobre todo en las religiones orientales, las cuales sin embargo suponen a menudo una concepción dualista del hombre, por la cual la abstinencia sexual es motivada por la prospectiva de liberar al espíritu del cuerpo, considerado cárcel del espíritu, no confiable, traicionero, malvado e incentivo del pecado.
----------Es evidente que en estas visiones una perspectiva de resurrección del cuerpo o de vida post-mortem que contemple una relación hombre-mujer, es una absurdidad, ya que todo el programa de la salvación no es cómo rencontrar el cuerpo, sino cómo liberarse de él para siempre para hacer desaparecer el alma en el Absoluto.
----------En cuanto al cristianismo, tiene la percepción realista de la dificultad que presenta el dominio de las pasiones y es perfectamente consciente de que desgraciadamente en la vida presente ya no existe aquella armonía entre hombre y mujer que era prerrogativa del pasado estado edénico, sino que al contrario, el uno frente a la otra puede ser ocasión de pecado o de incentivo al pecardo. Donde antes el encuentro o la relación constituía un medio para acercarse a Dios y realizar la virtud, ahora el uno aparece como peligro, obstáculo o tentación en el camino de una total entrega de sí mismo a Dios.
----------De aquí vienen todas las separaciones, las cautelas, las distancias, las barreras, las protecciones, los ocultamientos, los encierros y las clausuras, por no hablar de la desconfianza y la frialdad recíprocas, que son adoptadas, quizás a regañadientes, para limitar los contactos, evitar peligros o tentaciones y poder vivir con mayor seguridad y serenidad la propia vida espiritual, libres de tentaciones o vanos deseos.
----------La castidad en el pasado es así vista como un problema estrictamente personal de auto-control y auto-defensa. No se advertía que en realidad, y en su significado más profundo, la castidad es cuestión de una sana, honesta, constructiva y gratificante relación entre los dos sexos. El ascetismo y la renuncia ciertamente son necesarios, pero con miras a lograr una colaboración y una amistad recíprocas.
----------El horizonte moral que se mantenía bajo la mirada era exclusivamente el de esta mísera vida terrena, que tiene ante los ojos la conflictualidad entre hombre y mujer y el dominio explotador del hombre sobre la mujer, mientras que no se pensaba en ampliar la mirada, como en cambio nos ha enseñado a hacer el papa san Juan Pablo II, al modelo edénico y más aún al modelo escatológico.
----------A ello hay que añadir la bien conocida y antiquísima desestima hacia la mujer, que en la Iglesia ha sido considerada un ser débil e inferior, mas occasionatus, como para decir un varón "incompleto", según el esquema aristotélico, como si fuera un menor que se debía simplemente tutelar, mantener a raya y, si fuera necesario, se debía corregir y castigar, sin esperarse de la mujer ningún tipo de ayudas o contribuciones originales o de relieve, que el varón no esperaría de otro varón en lugar de una mujer.
----------En el pasado, la función de la mujer era mantenida dentro de los límites de sus propias competencias, aunque fueran preciosas e insustituibles, solamente procreativas y familiares, aunque en clima cristiano todo esto fuera visto con gran respeto, con referencia siempre al modelo mariológico. Sin embargo, se disociaba la feminidad de la maternidad: estima y veneración por esta segunda, desestima y desconfianza por aquella primera, olvidando que no se puede ser esta segunda sin ser aquella primera, y que María es madre precisamente porque es mujer, de hecho es más, María es el ideal de la mujer.
----------Y en cambio no sucedía así. María, la perfectísima entre todas las creaturas, era ciertamente Madre, pero no podía aparecer como "mujer", con el verdadero y propio aspecto físico de la mujer, que era visto como seducción y defecto. Su cuerpo, en las imágenes de la Nuestra Señora, debía permanecer oculto entre abundantes ropajes, de modo similar al chador de las mujeres musulmanas.
----------En esta visión de la feminidad de María, al promover la reforma del hábito religioso femenino, el Concilio propone un armonioso equilibrio entre las exigenciass de religiosa dignidad y las de conformidad con el aspecto físico y las características propias de la vestimenta de la mujer. Por consiguiente, chocan con las disposiciones del Concilio Vaticano II tanto el uso por parte de ciertas religiosas o incluso de ciertos institutos de discontinuar el hábito, como el de conservar los defectos del hábito de estilo pre-conciliar abolidos por el Concilio.

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