miércoles, 22 de marzo de 2023

Misericordia y condenación eterna (2/3)

El alma, durante la vida terrena, puede oscilar respecto a Dios, porque en las condiciones de la vida presente, Él no se le aparece desveladamente e inmediatamente en su infinita amabilidad, como para obligarla a adherirse a Él en modo absoluto y sin incertezas, sino que la seducción del pecado y del demonio ejerce sobre el alma una cierta influencia, que tiende a alejarla de Dios. [En la imagen: fragmento de la franja media de "La Caída de los Condenados", óleo sobre lienzo del 1620 aproximadamente, de Pedro Pablo Rubens, conservado y expuesto en la Alte Pinakothek, Múnich, Alemania].

Tesis II. Es justo que al pecado siga la pena o castigo (continuación)
   
----------La idea de una divinidad que mata, causa horror para la Biblia, precisamente porque el Dios bíblico es el Dios de la Vida y no quiere otra cosa más que sus creaturas vivan sanas y felices. La punición divina no es otra cosa que la consecuencia del hecho de que Dios respeta la elección del pecador, aunque esta sea contra Dios. Después de todo, ni siquiera Dios puede impedir que el mal produzca el mal, -esa era la idea absurda de Hegel-; aunque, cuando el mal ha sido hecho, pueda sacar algo bueno de lo malo.
----------Hipotetizar la punición divina como una mezquina y rencorosa venganza de alguien que ha sido afectado por uno de sus enemigos, como cree Schillebeeckx, solo refleja la mezquindad de la mente de quien hipotetiza una cosa semejante, y significa no haber comprendido nada del concepto bíblico del castigo divino.
----------La amenaza del castigo divino, que encontramos también en ciertos dichos de nuestro Señor Jesucristo, genera en el creyente un saludable temor, que le ayuda a evitar el pecado, así como quien sufre de una dolencia cardíaca y corre el riesgo de un infarto, es por lo general diligentísimo en escuchar las advertencias de su cardiólogo y en llevarlas a la práctica con gran prontitud y exactitud.
----------Después de todo, la advertencia divina o de la autoridad no quita la libertad y el desinterés en nuestra elección; por el contrario, lo endereza al bien, mostrando los daños a los cuales enfrentamos, si no elegimos el bien. Por lo demás, Dios también nos explica el por qué de estos daños.
----------No se trata de obedecer ciegamente, como perros que meramente temen el bastón, sino como personas responsables, que saben lo que hacen y por qué lo hacen. No se trata de la amenaza odiosa y aterradora del ladrón que nos apunta con su arma y nos dice "¡la bolsa o la vida!", sino que es la advertencia motivada de quien, conociendo las cosas mejor que nosotros, merece confianza y habla para nuestro bien.
----------Los mandamientos divinos, según la Biblia, como es sabido, son mandamientos de vida; de modo que el pecado es un acto que causa la muerte, como alguien que bebiera un veneno o que se suicidara. Por eso Dios, dirigiéndose a Israel, dice: "Si te pierdes, es culpa tuya, Israel; de mí te viene el socorro" (perditio tua, Israel; in me auxilium tuum, Os 13,9 según la versión de la Vulgata. Dicho sea de paso, aunque se trate de la versión de uno de mis queridos profesores, debo decir que es pésima la traducción que hace el padre Armando Levoratti de ese pasaje de la Biblia: "¡Ahí estás maltrecho, Israel! ¿Quién podrá socorrerte?", aunque sea un poco menos mala que la traducción de otras Biblias, como la Biblia de la Conferencia Episcopal Italiana: "Yo te destruiré, Israel: ¿y quién te podrá ayudar?". Este no es el Dios de la Biblia. Este es Moloch, el dios cananeo o Huizilopochtli, dios de los aztecas, dioses de los sacrificios humanos).
----------Como dice la Escritura: "El mal del hombre cae pesadamente sobre quien lo hace" (Qo 8,6). "El pecador muere por la maldad que ha cometido" (Ez 33,13). En todo caso, quien comete el mal, sobre todo si es consciente de ello, no puede estar en paz: "no hay paz para los impíos" (Is 57,21). Este es ya un terrible castigo interior, que sólo un fuerte orgullo puede soportar arrogantemente, incluso si el pecador no lo demuestra.
----------Ciertamente, la justicia humana puede muchas veces no alcanzar al malhechor. Pero él, si no se convierte, no escapará a la justicia divina. No le basta creer que el infierno no existe, para no ir al infierno. No responden a la realidad aquellos famosos versos de Antonio Machado en He andado muchos caminos, cuando dice: "En todas partes he visto... soberbios... y pedantones... Mala gente que camina y va apestando la tierra... Y en todas partes he visto... buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueñan...". Son ideas idílicas, pues frecuentemente las "buenas gentes" reciben la suerte de la "mala gente". El Qohélet, como todo honesto hombre de la calle, nota que "sobre la tierra hay hombres justos a los cuales afecta la suerte merecida por los impíos con sus obras; y están los impíos, a quienes corresponde la suerte de los justos con sus obras" (Qo 8,14). Sin embargo, el Qohélet está seguro de que un día Dios mismo hará justicia: "El impío no será feliz, ni sus días se alargarán como la sombra, porque no teme a Dios" (Qo 8,13).
----------El temor de Dios es factor indispensable en nuestro camino de salvación. Se descuida en nombre de una falsa confianza, hoy desgraciadamente muy difundida. Este temor no es temor a que Dios pueda defraudarnos, sino que nosotros podemos defraudarnos a nosotros mismos, el temor es el de preocuparnos a nosotros mismos, porque no podemos confiar en nosotros mismos, pecadores como somos.
----------De ahí las exhortaciones de la Escritura a la vigilancia y a la cautela. Es el temor que nace del amor, en cuanto temor de ofender a la persona amada. Es la reverencia ante la suprema Majestad divina, que surge del sentido de lo Sacro y de lo Trascendente, hoy desgraciadamente muchas veces ausente.
----------Vana es, pues, la astucia y la presuntuosa confianza de los impíos, que continúan pecando viendo que no son castigados, sino a veces incluso honrados (v.11). Por eso, el Sirácida advierte: "No digáis: 'su misericordia es grande, me perdonará mis muchos pecados', porque en él están juntas misericordia e ira, su indignación se derramará sobre los pecadores" (Sir 5,6), y quizás cuando menos se lo esperan, como siempre nos advierten los profetas. Fue con Lutero que nació esta ilusión de poder pecar libremente sin ser castigados, dispensados de las obras, con la "fe" (confianza) de ser siempre perdonados ("pecca fortiter et crede firmius").
   
Tesis III. Perder a Dios es un daño eterno
   
----------Es necesario notar que el actuar humano, en cuanto es un actuar espiritual, no puede no relacionarse con lo eterno y no puede no conducir a un destino de eterna duración. Si el hombre elige por el bien, actuando rectamente, entonces se une eternamente al Bien eterno que es Dios. Si en cambio, contraviniendo voluntariamente a la inclinación y a la vocación de su propia naturaleza, se vuelve al pecado, entonces su destino es el de estar para siempre privado de ese verdadero bien eterno que es Dios. La primera alternativa constituye el paraíso del cielo, la segunda, la eterna condenación del infierno.
----------El pasado viernes 17 de marzo, ha dicho el papa Francisco en una celebración penitencial: "Hermanos, hermanas, recordemos esto: el Señor llega a nosotros cuando tomamos distancia de nuestro yo presuntuoso. Pensemos: ¿Soy presuntuoso? ¿Me creo mejor que los demás? ¿Miro a alguien con un poco de desprecio? 'Te agradezco, Señor, porque me has salvado y no soy como esta gente que no entiende nada, yo voy a la iglesia, voy a Misa; yo estoy casado, casada por la iglesia, estos divorciados son unos pecadores…'; ¿es así tu corazón? Irás al infierno. Para acercarse a Dios, es necesario decirle al Señor: 'Yo soy el primero de los pecadores, y si no he caído en la suciedad más grande es porque tu misericordia me tomó de la mano. Gracias a Ti, Señor, estoy vivo; gracias a Ti, Señor, yo no me he destruido con el pecado'...".
----------Esta actitud es la que lleva a la beatitud celestial, que es la experiencia de la divina misericordia. La pena del infierno es la experiencia de la propia miseria privada del beneficio de la divina misericordia. El alma en el cielo siente a Dios como amigo; el condenado lo siente como enemigo. El bienaventurado, que se ha encomendado a su misericordia, lo siente como benefactor; el condenado lo siente como dañino.
----------El bienaventurado se siente liberado por Dios; el condenado se siente oprimido, como si Dios fuera un tirano. El bienaventurado del cielo ama todo lo que Dios ha hecho; el condenado lo odia. Al bienaventurado Dios trae alegría; el condenado siente disgusto. El bienaventurado, que ha conseguido su Bien, está más que satisfecho; el condenado, privado de ese Dios, del cual habría necesitado, experimenta una espantosa miseria. El bienaventurado es librado de la muerte; el condenado convive con la muerte. El bienaventurado, humildemente abierto a la verdad, saborea su dulzura. El condenado queda para siempre envuelto viscosamente en la doblez y la mentira, porque ha odiado la lealtad, la honestidad y la limpidez.
----------El condenado permanece apegado a los ídolos que libremente ha elegido, y a sus ideas, aunque conozca su vanidad y falsedad. Los prefiere a Dios y a la Palabra de Dios. El condenado, orgullosamente centrado sobre sí mismo, considerándose la fuente de la verdad, está en las tinieblas, prisionero de sí mismo, encerrado en sí mismo y privado de la luz que viene de Dios.
----------El bienaventurado del cielo, por el contrario, ha encontrado finalmente la certeza, la tranquilidad y la seguridad. Siente que descansa para siempre sobre la roca firme, protegido de todo mal. El condenado se debate desesperadamente en la contradicción y en el conflicto interiores, siente precipitar en un abismo, faltándole un punto de apoyo, privado de la fuerza y de ​​la estabilidad que provienen de Dios, experimenta una continua y profunda inquietud, privado de la paz que viene de Dios. Es atormentado exteriormente por la pena del fuego e interiormente por el reproche y el remordimiento de la conciencia. Pero su loco orgullo lo empuja a deshacerse de ellos, porque desprecia el juicio divino y cree tener razón. Se siente un mártir de la tiranía divina. Su pena es el precio de su impío martirio.
----------Por lo tanto, está perversamente satisfecho con aquello que ha hecho. No se arrepiente en absoluto, como algunos ingenuamente creen. Si Dios le diera la posibilidad, lo volvería a hacer, para burlarse de Él. Si creyera en Dios, le agradecería porque le ha permitido hacer lo que ha querido. "Ese tirano -piensa él- no me ha constreñido a ir al paraíso del cielo a lamerle los pies".
----------La ira divina que pesa sobre él no lo turba ya tanto. Además, Dios en su bondad y misericordia, como observa santo Tomás de Aquino, no lo castiga tanto cuanto merecería, manteniéndolo en vida (no aniquilándolo, como creía Schillebeeckx) y presidiendo con sabiduría y justicia la ciudad infernal. El condenado es arrogante y desprecia la pena del infierno. Aunque humillado por Dios y avergonzado, como Prometeo, el condenado sigue mirando al cielo con desprecio en tono desafiante.
----------Para él, el infierno no es nada. Ha conseguido lo que ha querido: ignorar a Dios y afirmarse a sí mismo, obstinado como está en su pecado. No está en absoluto arrepentido y no tiene necesidad de ser compasionado ni tiene necesidad de misericordia alguna, porque, según lo siente él, no ha hecho nada de malo, y de hecho está orgulloso de lo que ha hecho, como dijo Adolf Eichmann el día antes de su ejecución capital. El estado de ánimo del rico epulón en el infierno parecería desmentir esta idea que he expresado. Pero tengamos presente que se trata de la hipocresía y de la falsa premura de un alma condenada, porque queda el hecho de que va al infierno quien no se ha arrepentido y por eso defiende su pecado.
   
Tesis IV. Con la muerte, el alma ya no puede merecer
   
----------El mérito es una consecuencia psicológica necesaria y debida del ejercicio del libre albedrío, por la cual como consecuencia del acto cumplido se espera una compensación o una retribución física o moral de parte de aquel por quien la obra o la acción ha sido cumplida.
----------El mérito adquiere un carácter moral, cuando se distingue un mérito al premio de un mérito al castigo. El hombre puede merecer tanto ante los hombres como ante Dios, aunque con una notable diferencia, que sin embargo no quita la analogicidad de esta noción fundamental de la moral, sin la cual no existiría el libre albedrío. Y de hecho Lutero es coherente en el negar uno y otro, aunque, quizás, al negar el mérito ante Dios, pretendía subrayar precisamente esa diferencia.
----------En la vida presente el hombre, con su libre actuar, elige definitivamente y para siempre, al momento de la muerte, el contenido formal de su fin último y absoluto, es decir, elige su eterno destino.
----------Si toma a Dios como fin y orienta hacia Él las propias acciones en el cumplimiento de su voluntad, merece el paraíso del cielo y se salva; si en cambio toma como fin su propia voluntad contra la voluntad divina, elige contra Dios, merece el infierno y se condena. En todo caso, recibe de Dios la justa recompensa por sus obras. En el primer caso, sin embargo, la recompensa es efecto de la misericordia divina, mientras que en el segundo sólo interviene la justicia.
----------Santo Tomás de Aquino (Summa Theologiae, I-II, q.114, a.1) señala también que existe esta diferencia entre el mérito ante los hombres y el mérito ante Dios, que, mientras la compensación por una acción o por un trabajo cumplidos por los hombres merece una compensación a estricto rigor de justicia, considerando la igualdad de naturaleza existente entre los hombres, "entre Dios y el hombre existe la máxima desigualdad. En efecto, ellos distan infinitamente, y todo el bien que el hombre posee viene de Dios. Por lo cual no puede haber justicia [es decir, mérito] del hombre frente a Dios según una igualdad absoluta, sino según una cierta proporción, en cuanto el hombre y Dios obran según su modo propio".
----------"Ahora bien, el modo y la medida de la virtud humana provienen de Dios. Y por tanto el mérito del hombre para con Dios no puede existir, sino en la presuposición del ordenamiento divino, de modo que el hombre, esto es, por medio de sus obras, obtiene de Dios casi como retribución aquello en vista de lo cual [o sea el premio eterno] Dios le ha dado la virtud de obrar" (Ibid.).
----------Solamente Cristo ha merecido para nosotros la salvación por estricta justicia, en cuanto Hijo de Dios. Nosotros, en cambio, sólo en virtud de sus méritos podemos merecer con nuestras obras la vida eterna, no sin embargo en modo digno y proporcionado como Él, sino sólo de modo congruo y conveniente, en base a la benevolencia y a la misericordia del Padre.
----------Existe esta diferencia esencial entre el merecer el paraíso del cielo y el merecer el infierno, que mientras, como enseña el Concilio de Trento (Denz.1548), el mérito del paraíso del cielo es don de la divina misericordia, el merecer el infierno depende exclusivamente del hombre.
----------En el más allá el alma separada de su cuerpo ya no puede merecer. En efecto, el merecer es el hacerse digno, ante la autoridad, de una sanción, que puede ser sanción honorífica o sanción penal, premio o castigo, que se hace posible por el hecho de que el alma está ligada al cuerpo en la vida presente, en la cual el alma debe hacer su elección definitiva o por Dios o contra Dios.
----------Con el sobrevenir de la muerte, el alma se separa del cuerpo. Queda indudablemente dotada del libre albedrío y puede ejercerlo con respecto a las creaturas y a sí misma, pero ya no puede ejercerlo en la elección de Dios o en el rechazo de Dios, porque ésta es una elección definitiva e irrevocable, que al momento de la muerte el alma hace para siempre, sin poder ya tener arrepentimiento ni retractarse de su elección, como tenía oportunidad de hacerlo en vida. En este momento, en efecto, comienza un tiempo -en realidad propiamente llamado "eviternidad" (cf. Summa Theologiae, I, q.10, a.5)- que es el de la retribución eterna, cielo o infierno. El purgatorio es un período de preparación para el paraíso del cielo.
----------Por consiguiente, el alma puede oscilar respecto a Dios durante la vida terrena, porque en esas condiciones Dios no se le aparece desveladamente e inmediatamente en su infinita amabilidad, como para obligarla a adherirse a Él en modo absoluto y sin incertezas, sino que la seducción del pecado y del demonio ejerce sobre el alma una cierta influencia, que tiende a alejarla de Dios.
----------De aquí la posibilidad ya sea de adherirse a Dios, ya sea de rechazarlo. En cambio, en el momento de la muerte, en el cual el alma se separa del cuerpo, Dios Se ofrece con claridad por última vez como objeto de elección. Por última vez Dios ofrece su misericordia salvífica. Es la última y definitiva chance. Si la misericordia es rechazada, queda la justicia, es decir, la condenación.
----------En este punto, el alma puede elegir para siempre con total certeza, por lo cual, de aquello que elige -o Dios o contra Dios-, no podrá no estar para siempre cierta, a diferencia de cuanto sucedía en la vida terrena, durante la cual, debido a la oscuridad de la existencia y la oscilación de la voluntad, siempre podía poner en discusión la elección hecha.

9 comentarios:

  1. Quisiera contribuir a sustentar las tesis del padre Filemón con una cita que desacredita por igual tanto a Lutero como a los "fanáticos" de una misericordia ciega y caricaturizada. Es la siguiente:
    "Alguien puede objetar: 'Uno tiene la fe y otro, las obras'. A ese habría que responderle: 'Muéstrame, si puedes, tu fe sin las obras. Yo, en cambio, por medio de las obras, te demostraré mi fe'. ¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien. Los demonios también creen, y sin embargo, tiemblan" (Sgo 2,18-19)
    Por lo tanto: incluso los demonios "creen", "tienen fe" en un solo Dios, es decir, "saben" que hay un solo Dios; pero al rechazar a Dios, no tienen una fe activa, "activa", es decir, "no tienen la fe verdadera", es decir, "no tienen la fe". Y por eso tiemblan.

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    1. Estimado Cristero Argentino,
      gracias por tu contribución. Tu comentario vale ser tenido en cuenta.
      Quisiera agregar, acerca de la referencia que haces a la fe de los ángeles, que actualmente no faltan quienes niegan que los ángeles la tengan.
      Son aquellos que declaran que "los ángeles carecen de fe, porque su fe si es que alguna vez la han tenido, cosa esta que no parece haber sido así, se les ha convertido en evidencia, desde el momento en que han visto a Dios, y esto es aplicable, tanto a los ángeles glorificados como a los ángeles caídos o demonios" (he tomado la cita de un conocido y respetable portal católico en internet).
      Sin embargo, hago constar que santo Tomás de Aquino, en la Summa Theologiae, II-II, q.5, a.1, sostiene, siguiendo "el testimonio del Apóstol: El que se acerca a Dios ha de creer que existe (Heb 11,6)", que "el ángel y el hombre, en su primer estado, se encontraban en condición de orientarse a Dios. Luego necesitaban de la fe" y el Aquinate da las suficientes razones por las que "es necesario afirmar que el ángel, antes de su confirmación en gracia, y el hombre, antes del pecado, poseyeron la fe".

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  2. Gracias al padre Filemón y gracias al Señor por haber arrojado algo de luz sobre la relación entre justicia y misericordia. En estos tiempos, esto era realmente necesario.
    Pero el motivo de mi comentario se debe a algunas afirmaciones que me han llamado especialmente la atención, son las siguientes:

    "...en el momento de la muerte, en el cual el alma se separa del cuerpo, Dios Se ofrece con claridad por última vez como objeto de elección. Por última vez Dios ofrece su misericordia salvífica. Es la última y definitiva chance. Si la misericordia es rechazada, queda la justicia, es decir, la condenación. En este punto, el alma puede elegir para siempre con total certeza... a diferencia de cuanto sucedía en la vida terrena, durante la cual, debido a la oscuridad de la existencia y la oscilación de la voluntad, siempre podía poner en discusión la elección hecha".

    ¿Puedo pedir una mayor profundización de estas afirmaciones? ¿De dónde se puede deducir todo ello? ¿Cuáles son las fuentes de la Escritura y la Tradición que autorizan tales afirmaciones? ¿Qué es "el momento de la muerte"? ¿Qué quiere decir: "Dios Se ofrece con claridad", la persona ve a Dios?...
    Agradeciendo su atención y el trabajo realizado, lo saludo cordialmente…

    Nadia Márquez

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    1. Estimada Nadia,
      lo que ha tratado de expresar el padre Filemón de la Trinidad en el pasaje que citas:

      "...en el momento de la muerte, en el cual el alma se separa del cuerpo, Dios Se ofrece con claridad por última vez como objeto de elección. Por última vez Dios ofrece su misericordia salvífica. Es la última y definitiva chance. Si la misericordia es rechazada, queda la justicia, es decir, la condenación. En este punto, el alma puede elegir para siempre con total certeza... a diferencia de cuanto sucedía en la vida terrena, durante la cual, debido a la oscuridad de la existencia y la oscilación de la voluntad, siempre podía poner en discusión la elección hecha".

      es el únido modo que permite conciliar la Justicia y Misericordia. De hecho, como ha tratado de explicar el padre Filemón, sólo serán condenados aquellos que sean tan necios y obstinados como para rechazar a Dios incluso cuando lo tengan cara a cara.
      Por lo tanto, el infierno existe y no está vacío, pero existen razonables esperanzas de que no terminaremos ahí, dado que ninguno de nosotros -eso creo- delante de Dios, le diremos "vete, no te necesito, no me sirves, no te quiero".
      Incluso los más grandes pecadores, los criminales, o los autores de los más graves delitos imaginables, o los mayores blasfemos de la historia, en estas condiciones, creo verdaderamente que habrán podido salvarse, o incluso se salvarán los actuales blasfemos (como esos pobres artistas mendocinos de la blasfema exposición de la universidad de Cuyo, de estos días), porque no creo que ante el Bien Supremo, viendo a Dios cara a cara, llegarán a rechazarlo (aunque ello no quita que sea posible). Por eso podemos decir que "la Justicia de Dios es su Misericordia", si de algún modo es posible entender en el sentido católico esa expresión.

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    2. Además, podemos decir que "la Justicia de Dios es su Misericordia" porque Él no condena a nadie, sino que ofrece a todos el Purgatorio, ofrece a todos los que no han podido hacer penitencia de sus pecados aquí abajo en esta tierra, la oportunidad de purificarse en el Purgatorio (ya que nada impuro entrará en el cielo).
      Su Misericordia, por tanto, es siempre Su mérito, y los hombres que serán juzgados según la Justicia y no según la Misericordia serán aquellos que rechacen explícitamente la Misericordia incluso cara a cara ante Dios, para ellos habrá Justicia, en el modo de condenación, pero no para satisfacer ninguna venganza de Dios, sino porque ellos mismos lo eligen.
      Padre Filemón, dígame si y dónde mis comentarios son incorrectos, por favor.

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    3. Quisiera poder entender bien lo que dice el señor Pablo.
      Si yo no le entendí mal, por tanto, él quiere decir que todas las almas, al pasar a la otra vida, en la evidente presencia del Señor, reconocen que Él existe y siguen hacia el Purgatorio. ¡Me parece demasiado simplista!
      Porque en el diálogo con Nicodemo (Jn 3) Jesús habla del agua y del Espíritu para entrar en el Reino; dice que debe ser resucitado para que todo el que crea en Él tenga vida eterna; habla de creer en el Hijo Unigénito para no ser condenado, mientras que la condenación es para los que no han creído.
      En Jn 5 es Jesús quien juzga según lo que oye del Padre (la Trinidad) y reitera que Su Juicio es justo por Voluntad del Padre.
      Por tanto es en Jesucristo que ese día podremos salvarnos al reconciliarnos con el Padre, a través de Su Evangelio, de Su Verdad.
      Jesús, los Santos Evangelistas, las cartas de los Santos Apóstoles, San Pablo y en el Apoc. de San Juan, se advierte contra aquellos que infiltrándose como discípulos influencian a las masas para obtener otros fines que desacreditan y pervierten la Fe Cristiana (son los herejes). Se habla de "Sinagogas de Satanás", de "sepulcros blanqueados", de conspiraciones en los últimos años de la vida de Jesús y sobre todo en las cartas de San Pablo.
      ¡Cristo vence! ¡Cristo reina! ¡Cristo impera!

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    4. Estimados Nadia, Paolo y Ana María,
      quisiera aclarar enseguida dos puntos importantes del dogma, antes de que se siga aquí dialogando sobre equivocos o presupuestos falsos.
      Primero. Dios no ofrece a todos el purgatorio, sino la salvación. Al purgatorio van sólo los que mueren en gracia, pero deben cumplir una pena temporal debido a pecados veniales perdonados, pero no debidamente expiados.
      Segundo. La misericordia divina no implica en Dios ningún mérito. El mérito no es acto divino, sino de la creatura. Para merecer, de hecho, es necesario cumplir una acción ante un superior a favor de ese superior, para recibir una compensación o premio por el trabajo cumplido. Ahora bien, está claro que Dios no tiene superior, sino que es Él el superior que paga según los méritos. Dios recompensa por las obras según justicia: a quién el premio, a quién el castigo. Sin embargo, el mérito del justo que obtiene el premio, es don de la misericordia. En cambio, el castigo para el réprobo es obra de la justicia.

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    5. Quedaría pendiente por responder las preguntas de Nadia:
      ¿Cuáles son las fuentes de la Escritura y la Tradición que autorizan tales afirmaciones? ¿Qué es "el momento de la muerte"? ¿Qué quiere decir: "Dios Se ofrece con claridad", la persona ve a Dios?...

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    6. Estimado Anónimo,
      1) El fundamento de lo afirmado en este artículo, como en todos los de este blog, es en mayor o menor medida la divina Revelación y la sana razón. Las bases escriturísticas y patrísticas son innumerables, y pueden hallarse en cualquier buen manual de teología.
      2) Cuando en teología se usa la expresión "momento de la muerte" se hace referencia a lo que dogmáticamente se entiende como separación del alma respecto del cuerpo (sabemos que el dogma católico ha asumido la antropología aristotélica), aunque sin establecer cuál es el momento biológicamente preciso (es suficiente la no corrupción del cuerpo para afirmar que existe vida). Por lo tanto, en teología no se hace referencia a lo que la ciencia médica o fisiología humana llama "momento de la muerte", lo cual está aún en intensa discusión (si proceso gradual, si momento exacto, etc.).
      3) El cristiano cree por fe divina "la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe... Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre" (Catecismo, nn.1021-1022).
      Esto implica que "claramente" el hombre es consciente, en esa última instancia, de poder optar por o contra Dios. Sin embargo, esto no implica "ver a Dios", lo cual sólo se dará por la gracia de la visión beatífica del cielo.

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