viernes, 24 de marzo de 2023

Reforma litúrgica: más allá de todo "motuproprio" o "terraemotus"

Más allá de cualquier acta de disciplina litúrgica que pueda emanar la Sede Apostólica, más allá de cualquier "motu proprio", y de cualquier "terrae motus" que eventualmente pueda producir cualquier ley litúrgica, está claro que la Reforma litúrgica cuyos principios ha establecido el Concilio Vaticano II deberá seguir adelante, si la Iglesia pretende ser dócil al Espíritu Santo y a las necesidades de este tiempo. [En la imagen: fragmento de "La Primera Comunión", óleo sobre lienzo de Pablo Ruiz Picasso, pintado en 1896, a la edad de 15 años de quien llegaría a ser famoso artista. Conservado y expuesto en el Museo Picasso de Barcelona, España].

----------Cuando se habla de reforma en la Iglesia, vale decir, cuando se habla de progresar o de cambiar para bien en los múltiples aspectos que constituyen la vida de la Iglesia, en la vida de los fieles cristianos, y también por tanto en cuanto reforma de la vida litúrgica, probablemente venga a nuestra mente la imagen de quien a lo largo de los últimos cinco siglos ha sido por muchos llamado el "reformador", Martín Lutero. Sin embargo, como muy bien sabemos, la reforma propuesta por Lutero (al margen de algunos aspectos positivos, que por cierto los tenía) es falsa, en la medida en que ya no es reforma, sino deformación, es decir, en la medida en que se apoya sobre falsas nociones del origen y del fin del cristianismo, de la naturaleza humana, del pecado, de la gracia, de la razón, de la fe, de la ley, de las obras, de la salvación y de la Iglesia. No estoy ahora recordando estos falsos aspectos de la "reforma" luterana por ornamentación meramente histórica de este artículo, sino para recordar una verdad sumamente importante: las reformas de la Iglesia deben corregir las costumbres y no la doctrina, porque, como muy bien sabemos, el Romano Pontífice puede a veces estar equivocado en la pastoral y en el gobierno de la Iglesia, pero nunca en la doctrina.
----------Quien, en cambio, pretendiera corregir al Papa en la doctrina de la fe, estaría partiendo con el pie equivocado, y precisamente eso le ocurrió a Lutero, pero puede también ocurrirnos a nosotros, incluso cuando nos ponemos a reflexionar, como lo haremos aquí, acerca de la reforma litúrgica, porque nos equivocaríamos tanto si sobre-dimensionáramos la necesidad de la reforma litúrgica, que es, en cuanto reforma, una reforma de las costumbres litúrgicas, y la quisiéramos hacer instrumento para una reforma doctrinal (lo cual es algo absolutamente imposible y una contradictio in terminis), y es precisamente el error modernista, como si sobre-dimensionáramos tal vez nuestra subjetiva creencia de que no hubiera necesidad de reforma litúrgica, pensando que todo en la liturgia estaba perfectamente bien tal como estaba en 1962, que es precisamente el error pasadista, con lo cual también sobre-dimensionaríamos el temor a la reforma litúrgica como si se tratara de una reforma doctrinal, y no por lo que en realidad es, una reforma de las costumbres.
----------Dicho eso, es necesario plantear el tema de este breve artículo desde el punto de vista históricamente correcto y considerando las cosas lo más objetivamente que nos sea posible: antes del Concilio Vaticano II, la liturgia ciertamente no era el paraíso del cielo. Pero tampoco era el infierno. En lo que podríamos llamar, de modo metafórico, el purgatorio de aquellos tiempos, se estaba luchando, así como en el purgatorio de nuestros tiempos, pero con algunas diferencias importantes, que vale la pena señalar y dejar bien en claro, para no caer en fáciles errores de perspectiva o en injustificados sentimientos de nostalgia.
----------Antes del último Concilio Ecuménico, las experiencias de devoción, de solemnidad, de obsequio y respeto al precepto liturgico, de observancia de la práctica literal, eran a menudo prácticas también muy intensas. Pero se movían dentro de un paradigma espiritual y eclesial que se había ido endureciendo progresivamente, se había vuelto gradualmente rígido, y había perdido vigor, especialmente a partir del siglo XVIII. Cuando utilizo aquí la palabra "paradigma", no debe pensar el lector en nada complejo ni comprensible sólo a teólogos dedicados a la liturgia. No se trata da nada que no sea fácil de entender por cualquier persona sana y de mente normal, ya que uso el término paradigma en el sentido de modelo o ejemplo.
----------En el tema que estamos considerando, cuando hablo de "paradigma litúrgico y de devoción" me estoy refiriendo a aquella práctica litúrgica y devocional que se considera ejemplar o modélica para un determinado tiempo en la vida de la Iglesia. Pues bien, la práctica de tal paradigma, a partir del siglo XVIII, que podríamos definir como "paradigma tridentino tardío", había obtenido no pocos ni pequeños méritos y, sin embargo, también había generado ideas o teorías o concepciones reductivas acerca del acto ritual, pensándolo y viviéndolo en las categorías de ceremonia externa, de culto exterior, de función sacra.
----------La medida de esta evolución se puede verificar en la teoría que en los últimos tiempos inmediatamente anteriores al Concilio Vaticano II se había elaborado acerca de la participación de los fieles en el acto ritual, como resulta de modo evidente del texto de la encíclica Mediator Dei de Pío XII, de 1947.
----------En ese texto de Pío XII encontramos presentado en modo límpido el modelo de participación "interior", que ha guiado las formas celebrativas, devocionales, espirituales, eclesiales, a partir del medioevo y luego, con acentuada fuerza, después del Concilio de Trento. En ese entonces, participar significaba "tener en el ánimo los mismos sentimientos de Cristo". Este modelo de participación, que venía siendo propuesto pastoralmente con autoridad (nada menos que por la autoridad del venerable Pío XII), a pocos años del punto de inflexión conciliar, nos permite comprender cómo era ese mundo del inmediato preconcilio. Esta lectura ilumina el por qué en ese mundo fuera normal, por no decir altamente recomendable, multiplicar las formas de devoción en ocasión del rito eucarístico. Si la piedra angular o el gozne o el eje central, de la participación, es el "ánimo", el "estado del alma", los ritos y las oraciones comunes no tienen, de hecho no pueden en absoluto tener, ninguna verdadera autoridad espiritual. Este es el elemento más típico que caracteriza lo que llamamos el "purgatorio" preconciliar. Intentemos examinar un caso típico de este característico paralelismo entre rito y devoción.
----------En la Iglesia antes del Vaticano II, salta a la vista el hecho de que la mayor parte de los fieles católicos hiciera la comunión raramente y solo "en ocasión" de la Misa, pero nunca como acto ritual interno a la Misa. Y así ha sido durante siglos, para los católicos, hasta los años sesenta del pasado siglo.
----------Tenemos testimonios sorprendentes de esta normalísima distorsión. Cuenta Dom Bernard Botte [1883-1980] que a principios del siglo XX en París, la comunión se podía hacer siempre, ya sea antes, durante o después de la Misa, pero nunca en el momento debido: en los ritos de comunión. Por otra parte, por la tradición autobiográfica oral del padre Cesare Falletti [n.1939], parece que su madre, queriendo hacer la comunión al final de una Misa en los años 50s en Alta Saboya, había escuchado objetar que no era posible, ya que aquella no era una "misa de comunión". Y cuando al preboste de Gallia ella le respondió que en Roma continuamente tenía la experiencia de que todas las Misas eran de comunión, se la compadeció, dado que desgraciadamente -así lo deducía el prelado- "en Roma ya no había más religión".
----------Por otra parte, ¿acaso no se escuchan también hoy a los nuevos profetas de desventuras, diseminados en blogs de rancio pasadismo, denunciar con desesperada presunción la "falta de religión" de quien hace la comunión en procesión hacia el altar, recibiendo la partícula sobre la mano, y no en la boca, bien arrodillado en la balaustrada y con el platillo debajo del mentón? Esta percepción de una "falta de religión" o de "devoción" depende esencialmente del hecho de que en los últimos cuarenta años hemos fatigosamente recomenzado a saber que la comunión es un rito comunitario. Y no un acto de culto individual. El caso es, entonces, que el modelo o paradigma "devoto" de comunión, no sólo de pasadistas lefebvrianos, sino también de otros que se dicen muy "aggiornados", sigue siendo el preconciliar, individualista, privado, burgués.
----------Sin duda éste era el paradigma de participación de los fieles en la Misa, que se mantenía incólume en la conciencia de Lefebvre, cuando expresaba a sus súbditos de la Congregación del Espíritu Santo ya a principios de 1963, oponiéndose netamente a la "participación plena, consciente y activa" reclamada para los fieles por el n.14 de la constitución Sacrosanctum Concilium, expresando que: "la comprensión de los textos litúrgicos no es el fin último de la oración, sino la unión con Dios... El alma encuentra en la Misa la unión con Dios más bien en el canto religioso, en la piedad de la acción litúrgica, en el recogimiento, en la belleza arquitectónica, en la nobleza y la piedad del celebrante, en la decoración simbólica, en el olor del incienzo...". A la vista de estas palabras, no es de extrañar que, aún entre los propios Padres conciliares todavía vigiera ese paradigma individualista y privado de la participación del fiel en la liturgia. Esta obstinada cerrazón mental, merecedora de toda compasión, era afortunadamente la de una minoría en la asamblea ecuménica conciliar.
----------Y téngase en cuenta que éstos no son casos-límite, y lo digo para los años cincuenta, los inmediatamente previos al Concilio Vaticano II, no para el hoy. Hoy estos son casos humanos, cuando van bien (vale decir, si se dan en buena fe), o son casos clínicos, cuando van mal. La "normalidad" eclesial del tiempo (de aquellos tiempos) vivía estos abusos como usos pacíficos y a menudo percibía como abusos irreligiosos el asomarse a prácticas que trataban solo de reproponer una renovada lealtad a los ritos eclesiales.
----------Por otra parte, esto no le resta nada al valor ejemplar que el Misal Latino había tenido, ya en el siglo XIX y luego a lo largo del siglo XX, al menos en las décadas anteriores al Concilio Vaticano II, en el favorecer diferentes experiencias. En Europa, por ejemplo, ya en los años 1910s y 1920s, hubo experimentos avanzadísimos de la nueva sensibilidad, primero en los monasterios y luego en las diócesis y en las parroquias.
----------Pero el paradigma individualista y formalista de participación en los ritos ha cambiado universalmente (al menos a nivel de principios normativos) solo con el Concilio Vaticano II.
----------Y ello es así porque la única razón o motivo de la Reforma litúrgica que el Concilio de nuestro tiempo ha inaugurado solemnemente es la concreta propuesta de un diferente modelo de participación, en el cual "los ritos y las oraciones" puedan convertirse en el canal primario y común para todos de expresión y de experiencia de la pertenencia y de la identidad eclesial. Los ritos y las plegarias son el lugar primario en el cual Cristo y la Iglesia se encuentran y se reconocen recíprocamente. Todos los otros son "ministros", causas instrumentales, de esta lógica cristológica y eclesial. Por esto, el nuevo modelo de participación inaugurado formalmente por el Vaticano II instituye una diferente experiencia eclesial, en la cual el clericalismo y el individualismo sobre los cuales se había fundado el régimen precedente (por necesidad) viene superado y traducido en una relación eclesial que deriva de los "ritus et preces" la inteligencia del misterio y de sí.
----------Algunos abusos del paradigma tridentino tardío hoy en día no solo ya no son posibles, sino incluso ni siquiera son ya concebibles. Considerar y valorizar bien el don grande y sufrido de esta bendita impensabilidad nos permite darnos cuenta a pleno de lo que ha sido el preconcilio en el ámbito litúrgico, de lo que ha sido ese purgatorio que se nos revela pleno de problemas, exactamente como se nos revela pleno de problemas nuestro postconcilio. Solo que entre el uno y el otro existe un cambio de paradigma, que cambia el rol de los ritos y la identidad de los sujetos. En el purgatorio postconciliar estas nuevas adquisiciones son exigencias y necesidades duras, comprometedoras, que exigen nuestro empeño, que pueden asustar o engañar, pero que siguen siendo irrenunciables para recuperar la verdad de los ritos y la identidad de los cristianos. Y precisamente por eso mismo ponen a prueba a todos, de generación en generación.
----------Pero la mayor prueba no está en el reconocer nuevos derechos y nuevos deberes a los sujetos, sino en el hacer todos juntos una nueva experiencia común del don que Dios nos ofrece en la liturgia. Una experiencia que en el preconcilio no estaba en absoluto o del todo ausente, sino que venía declinada en otros registros, y no sabía ser expresada y experimentada en la densa trama ritual que entonces ciertamente envolvía integralmente la vida de los cristianos, pero casi siempre resignándose a una forma demasiado fría e inevitablemente clerical, y por tanto con un impacto existencial a menudo totalmente extrínseco. Este es el purgatorio del cual todos nos hemos despedido definitivamente y que ningún acto, hecho, motu proprio o terrae motus podrá jamás repristinar o restaurar, como querían aquellos que instrumentalizaron Summorum pontificum, independientemente de los errores teológicos y jurídicos que quizás pudo haber tenido el acta de Benedicto XVI.
----------Sin embargo, es necesario reconocer, para hacer honor a la verdad, que ya el preconcilio era consciente de esta necesidad de superación. Pues toda la elaboración litúrgica que ha caracterizado la última parte del pontificado del venerable Pío XII y el breve pontificado de san Juan XXIII debe ser entendida precisamente como ese "preconcilio" que ya había ido madurando la conciencia de la insuficiencia de su propio paradigma litúrgico, no participativo y clerical. Sólo así podemos comprender por qué san Juan XXIII, cuando propuso una nueva edición del Misal Romano "tridentino" en 1962 (precisamente ese misal que hoy algunos quisieran eternizar artificialmente en la experiencia de la Iglesia) lo hizo con la lúcida conciencia de su provisionalidad, a la espera de aquellos "altiora principia" que el Concilio Vaticano II tarde o temprano habría de elaborar para la vida eclesial del futuro. Por consiguiente, debe decirse que incluso el preconcilio era muy consciente de sus propios límites, y se disponía a superarlos con gran lucidez y honestidad.
----------En conclusión, desde nuestro purgatorio postconciliar miramos a ese viejo purgatorio preconciliar con la tranquila conciencia de que aunque en él encontramos nuestras raíces, lo hacemos sin embargo no sin esa progresiva extrañeza que inevitablemente se abre paso ante un modo de concebir y de vivir la liturgia, que por la gracia inesperada de un pasaje del Espíritu hemos sido para siempre salvados.

14 comentarios:

  1. Estimadísimo Fr Filemón de la Trinidad.
    Permítame plantearle lo que a mis ojos salta a la vista como una evidente contradicción en su argumentación.
    Usted adscribe como una de las características del paradigma litúrgico preconciliar su apego a "ceremonia externa" o "de culto exterior".
    Sin embargo, entre los ejemplos que cita para ejemplificar ese paradigma, menciona unas palabras del arzobispo Marcel Lefebvre las cuales (suponiendo que sean de mons. Lefebvre), según entiendo, hacen referencia precisamente a todo lo contrario: un culto interior del alma que busca estar unida a Dios en la liturgia.
    ¿No ve usted por sí mismo la contradicción en la que cae en su discurso?

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    1. Anónimo: no veo contradicción. Se trata de lo exterior a la Misa. Una práctica devota individual, por más piadosa que fuera, es siempre externa a la Misa.

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    2. Las palabras de monseñor Marcel Lefebvre describen con maravillosa claridad los sentimientos que deben animar el alma del fiel cristiano que participa debidamente en la Santa Misa. No se comprende de qué manera y por qué razón estas expresiones pueden ser criticables.

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    3. Estimado Anónimo (y D.B. y Fernando Peralta, que también comentaron),
      en primer lugar, los palabras citadas han sido, efectivamente del obispo Lefebvre, de cuando era Superior de los espiritanos, tomadas del Boletín General de la congregación, n.708 (marzo-abril de 1963, pp.428 y 430, palabras citadas por el obispo Tisier en su biografía de Lefebvre.
      En segundo lugar, no existe ninguna contradicción en lo que yo afirmo en el artículo, sino todo lo contrario, pues las expresiones de Lefebvre confirman fehacientemente la existencia del paradigma tridentino tardío respecto a la participación del fiel en la liturgia.
      En tal paradigma la Misa era considerada una "función sacra", desarrollada por el sacerdote, en el presbiterio, cual si fuera la escena de una actuación ("función"), y era precisamente vivida por el fiel como una "ceremonia externa" o un "culto exterior", con respecto a lo que al fiel le correspondía hacer.
      Precisamente, lo que le correspondía hacer al fiel para cumplir ese "paradigma" o "modelo" o "ejemplo" de participación en esa función sagrada, eran diversos actos de devoción personal (independientes de lo que podía estar haciendo otro fiel, al lado suyo, e independientemente de lo que sucedía en el presbiterio y el el altar), actos individuales del fiel, que podían estar, ciertamente, imbuídos de una gran espiritualidad o devoción "interior", claro que sí, pero siempre permaneciendo "externos" al rito, a la Palabra de Dios, a los textos litúrgicos, a las distintas ceremonias que componían la Misa según el vetus ordo.
      Podía tratarse tal vez del rezo del santo rosario (como todavía se suele ver hacer a los fieles durante las misas lefebvrianas), o la lectura de textos de meditación para los distintos momentos de la Misa, que solían ser publicados en misalitos o "áncoras de salvación", etc.
      En conclusión, las palabras citadas del obispo Lefebvre son absolutamente comprensibles, incluso para un año tan avanzado como 1963, en pleno Concilio Vaticano II, y reflejan todavía el apego de Lefebvre a aquel paradigma de participación del fiel en la liturgia, paradigma que ha sido sustituído por el actual, sobre el que por supuesto debe seguirse insistiendo, progresando y creciendo para hacerlo cada vez más cargado de sentido y significación evangélicos.

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  2. Padre Filemón:
    En los últimos párrafos de su artículo usted habla de "...los errores teológicos y jurídicos que quizás pudo haber tenido el acta de Benedicto XVI" y se está refiriendo al Motu Proprio Summorum Pontificum.
    Veo allí una contradicción con otras expresiones suyas.
    He leído otras publicaciones suyas donde usted afirma insistentemente que el Papa es infalible cuando enseña en cuestiones de fe o de moral, y así también lo enseña en este mismo artículo, cuando nos recuerda que nadie puede "pretender corregir al Papa en la doctrina de la fe", por lo cual nos está indicando que todo Papa es infalible cuando enseña la doctrina de la fe.
    Por lo tanto, cómo es posible que ahora sugiera siquiera la posibilidad de que un documento tan importante del Papa Benedicto XVI, como Summorum Pontificum, pudiera contener "errores teológicos"?
    Veo que allí se contradice.

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    1. Sr. Carlos Leme: son dos cosas distintas. Una cosa es error en la doctrina de la fe, y otra cosa es error en teología.

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    2. Estimado Carlos,
      se trata de dos cosas distintas y, tal como correctamente le comentó Ernesto, una cosa es cometer un error en la doctrina de la fe (error que es imposible que cometa un Papa), y otra cosa distinta es cometer un error en teología.
      Como usted bien recuerda, el Papa es infalible cuando enseña la Palabra de Cristo, vale decir, cuando enseña la doctrina en la que cree la Iglesia: ya se trate de doctrina directamente revelada en las fuentes de la Revelación, Escritura y Tradición, ya se trate de doctrina explicitada por la Iglesia a través de los siglos, a partir de la divina Revelación.
      Tal doctrina (que puede abarcar las notas que los teólogos llaman: de fide divina, de fide divina et catholica, de fide definita, de fide ecclesiastica definita, y e incluso la doctrina proxima fidei) es la que el Papa enseña sin posibilidad de equívocos, con la garantía de la verdad prometida por Cristo a su Iglesia.
      Ahora bien, en todo lo demás, el Papa es falible, tanto sea en sus acciones de gobierno como en su actividad pastoral, y en este actuar pastoral está abarcado el modo o los medios elegidos por el Papa para enseñar la Palabra de Cristo, que dependen de su prudencia pastoral, como por ejemplo puede a veces elegir una determinada idea o concepción teológica para explicar la Palabra de Dios.
      Le ofrezco un ejemplo reciente, de apenas días atrás.
      En la entrevista concedida por el papa Francisco al periodista Fontevecchia, a la pregunta acerca de la posibilidad del sacerdocio femenino, el Papa responde negativamente, manifestando claramente un dato de la divina Revelación. En ello el Papa da garantía de la verdad, confirmación de la fe.
      Sin embargo, luego, para ofrecer algunas razones o motivos de tal dato de fe (motivos que en teología se llaman "motivos de conveniencia"), el Santo Padre comienza a hablar de dos aspectos de la Iglesia: su maternidad ("la Iglesia es mujer") y el aspecto jerárquico o ministerial de la Iglesia, reservado al varón, por institución de Cristo. Pues bien, ésta es una explicación teológica, si correcto o incorrecta, es discutible, es sólo una explicación teológica, la cual entra en el ámbito de lo pastoral, en lo cual el Papa se puede equivocar.
      Por lo tanto, y ahora respondiendo al nudo de la cuestión aquí planteada, en cualquier texto pontificio, no puede haber errores doctrinales, pero pueden sin embargo existir ambiguedades, equívocos, términos polisémicos e incluso errores en ámbitos humanos, y, por ende, también errores teológicos.
      No hay, pues, al respecto, ninguna contradicción en lo que he expresado en el artículo.

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  3. Sergio Villaflores25 de marzo de 2023, 5:14

    Estimado padre Filemón:
    Quisiera plantearle una cuestión, sobre la cual creo orientarme, pero no del todo claramente, por lo que le pido su ayuda.
    Ante todo, tengo bien en claro que el Concilio Vaticano II, no es un concilio "sólo pastoral", como quieren hacernos creer los lefebvrianos, con el pretexto de escabullirse de su obligación de aceptar sus doctrinas.
    Sin embargo, no tengo ninguna duda tampoco, de que el Concilio Vaticano II es un concilio plenamente reformador, progresista, que busca mejorar la conciencia de fe y la vida de los fieles cristianos.
    Ahora bien, en el artículo usted afirma que toda reforma de la Iglesia se plantea en el ámbito del cambio de las costumbres, pero no de las doctrinas, que permanecen inmutables, precisamente en base a la infalibilidad de la que siempre ha gozado, goza y gozará el Magisterio de la Iglesia.
    Por lo tanto, mi pregunta se refiere a ¿cómo se puede conciliar la afirmación de que el Concilio Vaticano II es un concilio de reforma de Iglesia (por lo tanto de las costumbres), con la afirmación de que no es un concilio meramente pastoral, sino también dogmático?

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    1. Un Concilio puede buscar la reforma de a Iglesia Y TAMBIEN explicar la doctrina de fe.

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    2. Estimado Sergio,
      efectivamente, el Concilio Vaticano II no es un Concilio sólo compuesto de directivas u ordenamientos pastorales, sino que es un Concilio compuesto de enseñanzas doctrinales, incluso algunas "nuevas", en el sentido de que son doctrinas que han dado un enorme paso adelante en la explicitación del dato de fe (verdad inmutable) cada vez siempre mejor comprendido y vivido por la Iglesia a través de los siglos.
      El carácter magisterial o doctrinal del Concilio Vaticano II ha sido claramente expresado por los dos Papas que lo llevaron adelante, san Juan XXIII y san Paulo VI, y mucho más por los posteriores pontífices, que se han enfrentado incluso a los errores de quienes han negado el carácter doctrinal o el carácter de definitividad e infalibilidad de las doctrinas nuevas sustentadas por el Concilio Vaticano II, siempre en continuidad con el Magisterio precedente.
      Es importante comprender el carácter pastoral del Concilio Vaticano II, en el sentido de que ha sido un Concilio cuyas características claramente pastorales impregnan incluso el modo en que enseña la doctrina. Vale decir: el Concilio Vaticano II es pastoral incluso cuando es doctrinal.
      Por lo tanto, y como usted bien lo ha recordado, el malinterpretar el carácter claramente pastoral que Juan XXIII también le ha querido dar al Concilio por él convocado, malintérpretándolo en el sentido de que "el Vaticano II es sólo pastoral y no doctrinal", es simplemente un hipócrita recurso lefebvrianos para evadirse de su responsabilidad de fieles católicos de aceptar en el respecto y la obediencia de fe en la Iglesia las nuevas doctrinas del Concilio.
      Precisamente esta es una de las razones por las cuales san Paulo VI le pudo decir a Lefebvre que sus enseñanzas son heréticas ("contrarias a la fe", le dijo), y es precisamente una de las razones que dan cuenta hoy de las herejías de los seguidores de Lefebvre, al rechazar la Misa de san Paulo VI, las doctrinas del Vaticano II, y el magisterio pontificio postconciliar. Por supuesto, éstas son las razones de fondo que mantienen a los lefebvrianos en condición cismática, como se los recordó Benedicto XVI expresamente, y últimamente el papa Francisco.

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  4. Entiendo que si, como dice el autor del artículo, "la única razón o motivo de la Reforma litúrgica que el Concilio de nuestro tiempo ha inaugurado solemnemente es la concreta propuesta de un diferente modelo de participación, en el cual los ritos y las oraciones' puedan convertirse en el canal primario y común para todos de expresión y de experiencia de la pertenencia y de la identidad eclesial"... entonces, aún la Reforma litúrgica no se ha logrado, y debería decirse que sigue aún implementándose, por obra de los Obispos y párrocos, en sus Iglesias locales y en sus comunidades parroquiales. No se trata de haber cambiado una estructura del rito, o haber cambiado tal o cual rúbrica. Es algo más profundo.

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    1. Estimado Hilario,
      substancialmente estoy de acuerdo con su comentario.
      La Reforma litúrgica, impulsada por el Concilio Vaticano II, e implementada por los Papas del postconcilio (no sólo por san Paulo VI), es una acción en curso, y lo demuestra el hecho de que los Pontífices hasta el papa Francisco siguen insistiendo en ella, pero no sólo rechazando y corrigiendo los "abusos", sino fomentando el auténtico "uso" litúrgico postconciliar (muy claramente expuesto este segundo aspecto en la carta apostólica Desiderio desideravi).
      Por lo tanto, como usted dice, "es algo más profundo", que sigue implementándose, por obra de los Obispos y de los Párrocos, como también usted muy bien dice, atentos a la forma de participación litúrgica que en estos tiempos requiere el Pueblo de Dios.
      Pero también se ha cambiado el rito. No lo olvidemos. En lo que respecta a la Misa y a los demás Sacramentos, hoy el único rito vigente para la Iglesia en Occidente es el rito romano, y en el caso de la Misa, el novus ordo Missae, vigente desde 1970. No existe otro.
      Esto es así porque, precisamente, el novus ordo Missae es, hoy por hoy, de hecho, el único que permite aplicar las pautas de la reforma litúrgica establecida por el Concilio Vaticano II, algo imposible para los ritos anteriores, que ya no están en vigor.

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  5. Estimado padre Filemón:
    Estoy de acuerdo con usted en que el nivel de discusión en el que se ubica el tema de este artículo es el de las contingentes y cambiantes costumbres de actos de piedad, o usos litúrgicos que dependen de tiempos y lugares, siempre diversos y dependientes de las culturas y del "sentir" regional o a veces nacional, o simplemente comunal.
    Por lo tanto, no estamos en el plano de las doctrinas y verdades inmutables.
    Por consiguiente, ¿no debería esperarse en este ámbito de los usos y costumbres una actitud mucho más amplia y abierta del Papa, en el respeto de las idiosincrasias de los pueblos y de las distintas comunidades de fieles cristianos?
    ¿Por qué motivo tanto rigor en la disciplina litúrgica?

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    1. Estimado J.M.C.,
      si lo he podido entender bien, estaría de acuerdo con usted en el caso que su comentario se refiriera a que siente malestar por el rigor que manifiesta el Papa con respecto a los reclamos litúrgicos de aquellos a los que el Papa llama "indietristas" (pasadistas los llamo yo) sin manifestar un rigor equivalente hacia los abusos litúrgicos de los modernistas.
      Ahora bien, a su pregunta final, "¿Por qué motivo tanto rigor en la disciplina litúrgica?", es suficiente con leer sus últimos documentos litúrgicos para poder entender al Papa. Básicamente, usted debe leer y reflexionar detenidamente sobre tres documentos: la carta apostólica Traditionis custodes de julio de 2021, la Carta a los Obispos anexa a la anterior, y por último la carta apostólica Desiderio desideravi, del año pasado 2022.
      En los tres documentos el Papa es sumamente claro respecto a los perjuicios producidos por la incorrecta implementación de la disciplina litúrgica establecida por el papa Benedicto XVI respecto al vetus ordo. No hay ninguna duda de que el diagnóstico del papa Francisco es el correcto: aquel motu proprio del 2007 de Benedicto, que el fallecido Papa promulgó con tanta benevolencia y magnanimidad hacia quienes sentían todavía ciertos apegos (no del todo correctos) por el vetus ordo, originó, sin embargo, abusos execrables, al haberse utilizado algo tan sacrosanto como la Eucaristía, instrumentalizándola como bandera para oponerse al nuevo rito de la Misa, para oponerse al Concilio y para oponerse al Magisterio de la Iglesia posterior a 1958. Tales oposiciones y rechazo no pueden manifestar otra cosa más que cisma y herejía.
      De ahí que sea absolutamente comprensible la rigurosa decisión del papa Francisco en abrogar las directivas de Summorum pontificum, y establecer las nuevas que derivan de Traditionis custodes (decisiones en las que seguramente Benedicto no ha podido sino estar de acuerdo, aún con todo el dolor de su alma, al ver tergiversados por muchos fieles sus rectos propósitos de 2007).

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