lunes, 6 de marzo de 2023

Los frutos del Concilio Vaticano II

La difícil tarea a realizar, que es accion restauradora, claro que sí, no es sin embargo una tarea de restauración a la manera como la entiende el pasadismo restauracionista o contrarrevolucionario (del cual hay lamentables ejemplos también en nuestro país). La tarea de los verdaderos restauradores católicos, en última instancia, consiste en reanimar a esa masa perpleja y deprimida de creyentes, no con promesas de vuelta a un pasado ideologizado con rancias utopías, sino mediante la demostración de que el poder, todavía ejercido por los novadores modernistas, tan obstinados como asimismo agotados y caducos, no deriva de la supuesta evolución homogénea del dogma, sino de la confianza exagerada depositada en ideologías fracasadas, que solamente el Magisterio de la Iglesia hasta la actualidad, ha llegado a individuar y a refutar acabadamente, y cuyo remedio se encuentra precisamente en la correcta aplicación de las doctrinas y directivas del Concilio Vaticano II.

----------Son numerosos los libros, los ensayos y los artículos de la publicística católica, sobre todo publicaciones periodísticas, que se han dedicado y se dedican hoy a poner bajo análisis los frutos del Concilio Vaticano II. Y se encuentra de todo: bueno y malo, serio y mediocre, objetivo e injusto, leal al Magisterio o comprometido en las facciones que hoy laceran el tejido eclesial. "En este convulso tiempo del post-concilio" (y cito una expresión del padre Cornelio Fabro, en su libro sobre Santa Gemma Galgani), el papa Benedicto XVI permitió y alentó la relectura y la revisión de aquellos textos del Concilio de nuestro tiempo que parecieran lacunosos o confusos o ambiguos. Por ejemplo, el papa Ratzinger supo decir que "detrás de la vaga expresión 'mundo de hoy' está la cuestión de la relación con la edad moderna. Esto no se logró en el esquema XIII. Si bien la constitución pastoral Gaudium et Spes expresa muchas cosas importantes para la comprensión del mundo y hace relevantes contribuciones sobre la cuestión de la ética cristiana, sobre este punto no ha llegado a ofrecer una aclaración sustancial" (discurso de Benedicto XVI al Sínodo de los Obispos, 11 de octubre de 2012).
----------Benedicto XVI también señaló los límites de la declaración Nostra aetate, recordando que en el proceso de recepción del Concilio Vaticano II "también ha ido surgiendo gradualmente una debilidad de este texto de por sí extraordinario: el texto habla de la religión sólo en modo positivo e ignora las formas enfermas y perturbadas de religión, que desde el punto de vista histórico y teológico tienen un amplio espectro, por eso la fe cristiana desde sus inicios ha sido muy crítica, tanto hacia lo interno como hacia lo externo de la religión".
----------Mientras tanto, el uso sobrio y riguroso de una ingente mole de información (que historiadores como Piero Vasallo o Roberto de Mattei han sabido utilizar competentemente, al menos cuando ellos se han mantenido en su estricto ámbito profesional) y la feliz combinación de firmeza doctrinal y tolerante caridad, han permitido a los investigadores abordar el desgraciado problema que plantea la presencia arrogante e imperturbable de la ya largamente desacreditada teología modernista, claro que no presente ella en los textos conciliares, como quieren hacernos creer, por ejemplo, Paolo Pasqualucci o los lefebvrianos, en sus análisis del Concilio, sino más bien en púlpitos y cátedras alejadas de la verdadera comunión con el Sucesor de Pedro, pero que sin embargo tienen la hipocresía de presentarse como si fueran "la interpretación auténtica del Concilio Vaticano II": lo que el papa san Paulo VI definió como "el humo de satanás" o "el magisterio paralelo".
----------No han faltado en años recientes los analistas que han resaltado lo realmente humillante que ha sido para la cultura católica aquella teología conformista y claudicante ante el mundo y sus ideologías, que sin embargo hoy todavía mantiene ruidosa supervivencia, generada por un estupor desarmado frente a figuras ideológicas que se han desmoronado hace varias décadas ya, destinadas a ser arrolladas y enterradas bajo las ruinas del Muro de Berlín. Habiendo quedado desmentidas todas aquellas razones para el triunfalismo moderno de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, y para el coro optimista y cómplice de buena parte de los hombres de Iglesia, es evidente el hecho del melancólico desvanecimiento de las piadosas ilusiones y el fracaso de aquella sumisión católica a aquel "destino progresista" que se profetizaba magnífico.
----------Otros publicistas católicos han subrayado, sin faltarles muy buenos argumentos, que la desesperación, sea ésta de perfil leopardiano, schopenhaueriano o nietzscheano, profesada sin freno hasta hace algunos años por ejemplo por el desconsolado gurú del Repubblica, Eugenio Scalfari, aquel de los famosos diálogos con el papa Francisco, demuestra que la ilusión modernista pertenece al pasado; y que, providencialmente, se ven señales de que las auténticas razones de la esperanza vuelven fatigosamente a la patria de la ortodoxia católica. Salvo que la imperiosa y torrentosa verborragia de los teólogos sedicentes "aggiornados", todavía mantiene a una vasta área del mundo católico apegada o hipnotizada por los cantos de sirena, que entonaban las furiosas sugerencias del modernismo más arrogante en los años del inmediato post-concilio.
----------Un docto teólogo como mons. Brunero Gherardini, aunque a veces no tan centrado (sobre cuando cuando se ponía a analizar el constitutivo doctrinal del Vaticano II), expresó con buenas razones que la nueva teología surgida al escenario del postconcilio intentó poner una lápida sobre la metafísica "despojando a la razón humana de su capacidad de alcanzar la verdad, de descubrir su ser, de aislarla del acto de ser".
----------Lugar preeminente en el cuadro de honor del postconcilio lo ocupan aquellos teólogos, y no son pocos, fidelísimos al Magisterio de la Iglesia (magisterio del preconcilio y también del postconcilio), que han puesto de manifiesto, a riesgo de sus carreras y del ostracismo, la enorme responsabilidad que ha tenido el pensamiento de Karl Rahner, uno de los agentes de confusión que todavía circulan en los pasillos de una interpretación del Vaticano II en la que prevalece el error capital del trascendentalismo posterior a Kant. Como hemos explicado no pocas veces, la mente humana, según Rahner, trasciende los entes y alcanza a Dios no aplicando el principio de causalidad a partir de la experiencia de los entes sensibles, sino mediante una experiencia, que es precisamente ese trascender, que no sigue sino que precede a la experiencia sensible de los entes, y es contacto inmediato y a priori con Dios mismo atemáticamente y originariamente experimentado.
----------De ahí las acrobacias a las cuales se ven obligados hoy los teólogos rahnerianos cuando se enfrentan al problema del ateísmo fanático, profesado por hombres de la cultura actual (como por ejemplo el mencionado Scalfari). Porque si se aceptan las ideas de Rahner, entonces ¿cómo es posible el ateísmo si la mente humana es capaz de un contacto a priori con Dios? ¿Cómo es posible una conciencia que niega al Dios que mora en nosotros y que es el horizonte al cual todo hombre trasciende? ¿Cómo se explica teológicamente tal paradoja? ¿Y cómo harán los estudiantes que hoy aprenden el trascendentalismo rahneriano en los seminarios católicos, cuando mañana sean sacerdotes y tengan que dialogar con ateos? Desgraciadamente, la solución obvia al problema, que sería abandonar los devastadores errores rahnerianos, es un riesgo que los teólogos y docentes que hoy disfrutan de sus cátedras y cargos eclesiales, no parecen estar dispuestos a correr. De ahí la acrobacia teológica que absuelve e incluso promueve la conciencia de los ateos, al modo que le era propio al cardenal Martini, y que hoy repite el cardenal Ravasi.
----------La difícil tarea a realizar, que es accion restauradora, claro que sí, no es sin embargo una tarea de restauración a la manera como la entiende el pasadismo restauracionista o contrarrevolucionario (al modo como lo predican los Peretó Rivas, los Olivera Ravasi o los Capponetto, por citar solo algunos argentinos, nostálgicos misioneros de un pasado superado). La tarea de los verdaderos restauradores católicos, en última instancia, consiste en reanimar a esa masa perpleja y deprimida de creyentes, no con promesas de retorno a un pasado ideologizado con rancias utopías, sino mediante la demostración de que el poder, todavía ejercido por novadores modernistas, tan obstinados como asimismo agotados y caducos, no deriva de la supuesta evolución homogénea del dogma, sino de la confianza exagerada depositada en ideologías fracasadas, que solamente el Magisterio de la Iglesia hasta la actualidad, ha llegado a individuar y a refutar acabadamente, y cuyo remedio se encuentra precisamente en la correcta aplicación de las doctrinas y directivas del Concilio Vaticano II.
----------Por cierto, habiendo dicho lo anterior, sin embargo debe reconocerse un optimismo exagerado en el enfoque pastoral que el Concilio Vaticano II planteó frente al mundo. Durante los primeros años Sesenta, el poder de la sugestión llegó a ser a tal punto influyente que incluso un hombre cauteloso y escrupuloso como san Juan XXIII declaró su admiración "por el maravilloso progreso del género humano", o sea, de hecho, por las conquistas de las que se jactaban los propagandistas de la revolución ilusionista.
----------Muchos analistas han denunciado ya aquel ingenuo y a la vez temerario optimismo, que parece hacer su presentación solemne en sociedad con trazos y perfiles claros en aquel famoso discurso inaugural de la asamblea conciliar, Gaudet Mater Ecclesia, cuando el Papa esbozaba dos escenarios divergentes: un Concilio dirigido a la resuelta e intransigente confirmación de los dogmas ("el Concilio debe conducir a un fortalecimiento cada vez más intenso de la fe") y un Concilio orientado a evitar el condenar los errores modernos, dado que "hoy los hombres por sí mismos parecen propensos a condenarlos". De hecho, en esos años caracterizados por la incubación del furioso anarquismo que iba a explotar en 1968, el papa san Juan XIII llegó incluso a afirmar que los hombres contemporáneos parecían "más inclinados a recibir las admoniciones" de la Iglesia católica. De ahí la convicción, ilusoria dada la furia de las persecuciones anticristianas entonces en curso en la Unión Soviética y en China, así como en el mundo islámico, de que se podía juzgar que lo que estaba ocurriendo era "la entrada en una nueva era, la cual, sin perjuicio de la la herencia sagrada que nos han legado las generaciones precedentes, muestra un maravilloso progreso en las cosas que conciernen al alma humana".
----------Evidentemente, la visión de un mundo pintado de rosa no constituye un error en la fe, por lo que nadie (salvo los cismáticos) ponen en discusión la fidelidad del papa Juan al dogma (¿cómo podría ser de otro modo?), fidelidad que, además, fue atestiguada con autoridad por el padre Cornelio Fabro. Sin embargo, el carisma de la infalibilidad no ampara las opiniones de los Romanos Pontífices sobre lo efímero, y mucho menos sacraliza sus decisiones pastorales, y muchísimo menos sustenta los disparates periodísticos.
----------Alejada de la guía rectora del Magisterio, es indudablemente errónea la teología modernista (mal llamada progresista), propagandeada bajo el paraguas del imaginario que contempla los progresos espirituales de la modernidad, hasta llegar al punto de no retorno que está representado por la teoría rahneriana de los cristianos anónimos; teoría en la cual Fabro veía la transformación de la teología en antropología.
----------Las sugestiones difundidas por los novadores modernistas (teólogos rahnerianos o schillebeeckxianos o küngianos), han envenenado lamentablemente el que debería ser sano debate acerca del Concilio Vaticano II en pos de su auténtica y completa aplicación, porque han impuesto una solución interlocutoria y minimalista, la "pastoralidad", la cual excluye el constitutivo doctrinal de los textos conciliares, vale decir, los novadores excluyen el arraigo de los documentos conciliares en el carisma de la infalibilidad pontificia (hipótesis modernista por cierto cismática, que no por casualidad es sostenida también por los cismáticos pasadistas). Sin embargo, esa solución minimalista, no ha impedido la puesta en circulación (en este caso sólo por los modernistas) de una subrepticia opinión infalibilista, afirmando dogmáticamente la inviolabilidad de la doctrina de un supuesto ecumenismo conciliar que ellos malinterpretan en base a ya agotadas ideologías, y que no tiene nada que ver con la auténtica dogmática y pastoral del Ecumenismo, sustentado por el Concilio.
----------Posteriormente, este infalibilismo modernista ha sido usado como tapadera, ofrecida por la exorbitancia del actual buenismo, a los teólogos que, en nombre del "Concilio", pretendían erosionar el depositum fidei. Por una singular paradoja, el partido de los nuevos teólogos ha encontrado refugio en la intransigencia doctrinal declarada por san Juan XXIII durante la ceremonia inaugural del Concilio Vaticano II.
----------Para devolver vitalidad e ímpetu misionero a la Iglesia católica, en mi opinión, es necesario deshacer los lazos que mantienen unido al descontrolado entusiasmo de los novadores a la intransigencia doctrinal, es decir, interrumpir el círculo vicioso que se ha establecido entre la prudencia infalibilista y el déficit producido por el precipitado aventurerismo teológico, sobre todo de perfil rahneriano. Es necesario que esta delicada operación se realice con rigor y misericordia, labor que sólo el Papa puede cumplir.
----------Sin embargo, la interrupción del mencionado círculo vicioso de la teología es impensable sin la preventiva renuncia a las anacrónicas ilusiones en torno a los esplendores de la modernidad, sabiendo distinguir en la modernidad, sus errores y sus verdades, tarea fundamental que se propuso el papa san Juan XXIII, tarea complementaria a la llevada a cabo por el papa san Pío X, en su condena del modernismo. Sabiendo, como sabemos, que modernidad no es lo mismo que modernismo, entonces, se deberán sacar las consecuencias necesarias de la invitación a la autocrítica de la modernidad y del catolicismo modernizador, autocrítica formulada repetidamente por el papa Benedicto XVI, por ejemplo en la encíclica Spe Salvi.
----------Esta es la condición necesaria para obtener la liberación del pensamiento católico del peso muerto y mortificante de la utopía modernista. En los textos del Concilio Vaticano II, Concilio dogmático y pastoral, hay tarea de discernimiento a realizar. Por un lado, en lo dogmático, recibir su doctrina, con humidad y obediencia confiada en la Iglesia Madre y Maestra, y por otro lado, en lo pastoral, un clarificador ejercicio del sentido autocrítico que pueda descubrir y borrar las huellas de aquel ingenuo optimismo profesado por san Juan XXIII, logrando así la ansiada separación del dogma católico de esas temerarias opiniones ideológicas de la teología modernista. Si el modernismo actual recibe su misericorde medicina, por virtud de una obra de clarificación y cumplimiento pleno de las doctrinas y directivas del Concilio Vaticano II, se pondrá también remedio al veneno opuesto: el pasadismo no tendrá argumento para seguir sobreviviendo.
----------¿Qué podemos concluir acerca de este panorama de diversas discusiones y posturas surgidas en estas décadas del post-concilio? ¿Qué sereno y objetivo discernimiento de error y verdad podemos hacer en los análisis someramente presentados aquí? Ciertamente todo esto debe hacernos pensar. En muchos analistas, incluso en aquellos a los que he mencionado críticamente, se nota un tono de gran seriedad y sentido de la responsabilidad (no en todos, pero sí en muchos), se nota preocupación auténtica por la situación eclesial, se nota percepción del actual mal disimulado malestar doctrinal, acompañado de perniciosas y persistentes ilusiones modernistas, se nota consideraciones que en vano lamentablemente se quisieran escuchar en la boca de los Obispos y que en cambio se escuchan a menudo en el buen pueblo de Dios, no sólo en los ilustres hombres de la cultura católica, fieles al Magisterio a pesar de todos los pesares, sino también en los comunes fieles, objeto de nuestro ministerio sacerdotal, sobre todo en la predicación y en el confesionario.
----------Ciertamente llama la atención la libertad y el anticonformismo de la declaración citada al inicio, del papa Benedicto XVI, acerca de los defectos de un importante documento del Concilio Vaticano II como la constitución Gaudium et Spes, sin por ello dejar de reconocer, naturalmente, todo cuanto de bueno ha traído el Concilio, al cual después todo el mismo papa Ratzinger dió una contribución importante.
----------En este último aspecto, los análisis del mencionado profesor Pasqualucci, aunque puntuales y a menudo compartibles, no parecen, sin embargo, hacer suficiente justicia al aspecto de sana novedad aportado por el Vaticano II y el magisterio pontificio postconciliar, mientras que, por otro lado, ningún auténtico católico puede negar la falsificación operada por los teólogos modernistas. Lamentablemente, en estos últimos años la deriva filo-lefebvriana de Pasqualucci, que es también la de otros, se ha vuelto notoria.
----------Respecto al denominado infalibilismo modernista (aquello que Paulo VI llamaba "magisterio paralelo") es una verdadera plaga, porque quienes se atreven a relativizar los dogmas definidos de la Iglesia, tienen luego la audacia de una arrogante seguridad en su interpretación modernista del Concilio, que no temen imponer de modo dogmático, sin tener la mínima duda sobre el valor de su propia interpretación.
----------Debemos tener en cuenta que, como han dicho siempre los Papas del postconcilio, las doctrinas del Concilio Vaticano II, aunque no contengan ningún dogma definido, deben sin embargo ser aceptadas con plena docilidad, allí donde ellas tratan, quizás sólo indirectamente, de doctrina de fe, sin dejarse perturbar por las nuevas formulaciones, las cuales, muy lejos de traicionar el Magisterio precedente, lo explicitan y lo desarrollan en modo adecuado a las nuevas circunstancias históricas.
----------El quid o nudo de fondo de toda la cuestión y de todo el malestar que todo hombre de conciencia advierte en el campo de la doctrina, sigue siendo la cuestión de la modernidad, que el Magisterio de la Iglesia nunca había abordado con tanta claridad y sistematicidad anteriormente, como lo ha hecho en los documentos del Concilio Vaticano II. Al respecto, mons. Gherardini se ha complacido en señalar la infinidad de veces en las cuales aparece en los textos conciliares el adjetivo "nuevo".
----------El Concilio es verdaderamente el proyecto de conjunto de una nueva cristiandad. La intención ha sido la de un examen crítico de la modernidad para asumir, en vista de una nueva evangelización, a la luz de las inmutables verdades de fe mejor conocidas y expuestas, los aspectos válidos de la modernidad, tanto desde el punto de vista del lenguaje como de los contenidos, y dar así a la Iglesia un nuevo impulso misionero sobre la base de una más profunda auto-conciencia de la Iglesia por parte de sí misma.
----------El exceso de optimismo o una cierta facilonería sociologista en los análisis del mundo moderno y la ausencia o escasez de oportunas condenas de los errores, como siempre han hecho los Concilios anteriores al Vaticano II, y como señalaba el mismo Benedicto XVI, es un defecto de una tal evidencia, clarísima después de cincuenta años de innumerables aclaraciones, revisiones, comentarios, explicaciones, discusiones, aplicaciones, interpretaciones, fracasos, que el negarlo aparece ya como signo de imperdonable ignorancia o de mala fe, y sigue siendo el último recurso de un modernismo insensato y cada vez menos creíble, que comienza a tener gruesas grietas y a no creer ni siquiera en sí mismo, cada vez más rabiosamente encaramado en posiciones defensivas, aunque sigue siendo el detentor de un fuerte poder represivo.
----------Estoy convencido, uniéndome a lo que pensaba el padre Cornelio Fabro y una larga lista de muchos otros estudiosos de alto nivel, como por ejemplo el cardenal Giuseppe Siri, de que toda la presente crisis doctrinal y por tanto moral, que se arrastra desde hace ya sesenta años, se podría afrontar, aunque de un modo un poco simplista, en torno al nombre seductor y fanfarrón de Rahner.
----------¿Pero cómo remediar hoy los inmensos daños procurados por el rahnerismo en sesenta años de libre circulación, tanto que el rahnerismo aparece ya como una especie de paradigma del clima de la actual teología y por tanto, cosa muy grave, de la formación sacerdotal y por consiguiente de la nuevos obispos?
----------¿Cómo liberarnos de esta arraigada y consolidada koiné teológica, nunca oficialmente aprobada por la Iglesia pero lamentablemente tampoco nunca condenada, que ya ha invadido todos los ambientes y ha formado una verdadera y propia clase de gobierno eclesial de molde rahneriano? ¿Cómo podemos remediar un mal del cual están afectados precisamente aquellos médicos que se supone nos deberían curar? ¿Quién curará a los médicos? ¿Debemos todavía descender más hacia abajo?
----------Ciertamente, en cualquier sociedad humana, si fallan las estructuras sanitarias, no hay nada que hacer, excepto reconstruirlas, si nos es posible. Pero en la Iglesia es diferente: al lado y por encima de los médicos humanos impotentes está el Médico divino: nuestro Señor Jesucristo y el Espíritu Santo. Ahora no tenemos otro remedio, ninguna otra esperanza más que el recurso al poder divino.
----------Ciertamente queda el Papa, a quien ninguna fuerza infernal puede vencer: pero el Papa tiene necesidad de ser sostenido y de no ser traicionado por aquellos que más estrechamente deberían ser sus más cercanos colaboradores. Sin embargo, nadie nos impide estar al lado del Vicario de Cristo, incluso en nuestra pobreza, en esta lucha mortal contra el poder de las tinieblas. Christus vincit, Christus imperat.
----------Sin embargo, se necesitará de una buena vez y por todas que la propia Santa Sede Apostólica, en un supremo esfuerzo de obediencia intransigente al Espíritu de Cristo, nos libere, con la sabiduría que siempre ha caracterizado a la Roma de san Pedro y de sus sucesores, de los novadores modernistas, sobre todo del rahnerismo, no ciertamente para retornar a la situación del preconcilio, como imprudentemente quisieran los pasadistas, o los pseudo-restauradores o los contrarrevolucionarios de nostálgica imaginería, sino para indicarnos esa sana modernidad que estaba en las intenciones del Concilio Vaticano II y que el mismo Concilio no siempre ha sabido indicarnos con total claridad y valiente linealidad.

10 comentarios:

  1. Filemón:
    No alcanzo a ver lo que usted dice que ve hoy en la Iglesia:
    "la ilusión modernista pertenece al pasado; y que, providencialmente, se ven señales de que las auténticas razones de la esperanza vuelven fatigosamente a la patria de la ortodoxia católica".
    Lo que yo veo es modernismo por todos lados, en las Misas de las parroquias, en los cantos que deberían acompañar en sintonía con lo sagrado de la celebración, en el comportamiento moral de los católicos, en el modo de llevar adelante sus familias y sus negocios...
    Veo también un reducido grupo, un resto, que opone resistencia a la debacle, pero que es un resto fiel al que los papas del postconcilio le han dado la espalda, y han marginado como "perros" herejes y cismáticos, cuando en realidad son los que mantienen la ortodoxia de la fe.

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    1. Estimado Fabián,
      cuando digo que se ven señales de esperanza para la ortodoxia católica, intento expresar lo que conozco: sacerdotes que conozco, varios de ellos amigos míos, cultivados en la Fe, valientes defensores del Magisterio de la Iglesia, y también algunos teólogos amigos en otros países, que sé que son fidelísimos a la recta interpretación del Concilio Vaticano II, según la guía que incansablemente nos vienen dando los Papas desde hace sesenta años.
      También pienso en los laicos que conozco, algunos muy cercanos, aquí mismo en mi ciudad, cultos, y también muy conscientes de los actuales problemas de la Iglesia, laicos que ven con meridiana claridad la incomprensible batalla en la cual están enfrascados el partido de los modernistas (rahnerianos, buenistas, etc.) y el partido de los pasadistas (filo-lefebvrianos y de otros pelajes), ciegos ambos sectores respecto de los deberes de la hora presente.
      Los abusos a los que usted hace referencia existen, pero son un fenómenos de superficie. El verdadero modernismo es cuestión metafísica, gnoseológica (lea, por favor, con detenimiento la encíclica Pascendi, o lo que los últimos Papas vienen enseñando acerca del subjetivismo, del relativismo, o del gnosticismo; todo esto no es más que corolario y explicitación de aquello mismo de lo que hablaba Pío X, y aún más grave que aquello).
      No se deje engañar por ciertos apóstoles de la confusión que ven modernismo simplemente por el hecho de que se celebra la única Misa vigente hoy en la Iglesia: la Misa surgida de la reforma litúrgica promovida por el Concilio Vaticano II. Ellos están lejos, muy pero muy lejos, de la comunión eclesial, que sólo es posible en la comunión con el Sucesor de Pedro. No existe otra posibilidad.

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  2. Filemón: el pasaje en el cual usted dice que:

    "De ahí las acrobacias a las cuales se ven obligados hoy los teólogos rahnerianos cuando se enfrentan al problema del ateísmo fanático, profesado por hombres de la cultura actual (como por ejemplo el mencionado Scalfari). Porque si se aceptan las ideas de Rahner, entonces ¿cómo es posible el ateísmo si la mente humana es capaz de un contacto a priori con Dios? [...] De ahí la acrobacia teológica que absuelve e incluso promueve la conciencia de los ateos".

    no se refiere también al papa Francisco? ¿No ha sido eso mismo lo que le ha expresado Bergoglio a Scalfari en sus diálogos de hace diez años?

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    1. Estimado Paracelsomol,
      al mencionar las acrobacias de los teólogos rahnerianos cuando se enfrentan al problema del ateísmo, naturalmente, no me estoy refiriendo a las expresiones del papa Francisco en su diálogo con Scalfari. El Romano Pontífice no es rahneriano ni podría sostener las herejías propuestas por Rahner. Por lo demás, en lo referente a las verdades de fe, y también en lo referente a aquellas verdades de razón que están entre los preambula fidei, el Papa está asistido por el carisma petrino, que le concede infalibilidad al enseñar la Palabra de Dios.
      En mis artículos de mediados de febrero pasado, ya he explicado largamente algunos aspectos de los diálogos del Papa, hace una década, con el fallecido Scalfari.
      En concreto, en mi artículo del pasado 17 de febrero, he explicado que el papa Francisco no se embarca en una discusión filosófica con Scalfari, dándose cuenta que ella le habría llevado demasiado lejos. Se limita a insinuar cómo él entiende el concepto de Dios, vale decir, el Ser absoluto, y lo hace en perfecta línea con la misma fe católica, con estas firmes y breves palabras, que sin embargo lo dicen todo y sirven bien para refutar la tesis de Scalfari, sin por ello abordarla explícitamente: "Observo por mi parte que Dios es luz que ilumina las tinieblas aunque no las disuelva y una chispa de esa luz divina está dentro de cada uno de nosotros".

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  3. Estimado padre Filemón,
    ¿acaso no advierte usted en la falta de condena a las proposiciones heréticas de Karl Rahner, por parte de los Papas del postconcilio, una gravísima falta en el cumplimiento de su función docente?

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    1. Anónimo amigo,
      si usted ha podido leer los ya varios centenares de artículos que llevo escribiendo en este blog, advertirá que he manifestado repetidamente mi opinión de que los Papas hace rato que debieran haber individuado las proposiciones contrarias a la fe y a la sana razón formuladas por Karl Rahner, y debían haber identificado a Rahner por su nombre.
      Los Papas, en varias ocasiones, han condenado las herejías de Rahner, pero sin mencionarlo puntualmente.
      ¿Esto es una "gravísima falta en el cumplimiento de su función docente", como usted afirma?
      Distingo: los Papas no pueden faltar a su misión docente en cuanto referida a enseñar la verdad de la Palabra de Dios e identificar los errores que se le oponen. No pueden pecar contra la Fe. Sin embargo, los Papas son falibles en su desempeño pastoral; y respecto a su función docente, pueden pecar por imprudencia, por ambigüedad, por no predicar la integralidad del Evangelio, y en cambio hacerlo parcialmente, etc.
      En cuanto a individuar concretamente a un fiel que propala herejías, y tomar medidas disciplinarias contra él, estamos aquí en el ámbito del obrar prudencial de un Papa (o de un Obispo en su diocesis), vale decir, en su función gubernativa, ámbito en el cual el Papa puede equivocarse e incluso pecar. Respecto a este aspecto de la cuestión, no nos está prohibido a los fieles, discernir la justicia o injusticia, la prudencia o la imprudencia, del actuar gubernativo y disciplinar de un Papa.

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  4. Ignacio Del Hoyo9 de marzo de 2023, 5:00

    Los Papas no han dejado de predicar el Evangelio, no podrían no predicarlo, y no han dejado de condenar los errores de nuestro tiempo (incluídos los errores de Rahner), pero han sido generales casi sin ejército. ¿Qué puede hacer un general sin ejército?

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    1. Estimado Ignacio,
      estoy substancialmente de acuerdo con su comentario.
      La analogía del Papa como un "general sin ejército" es válida, y yo también la he empleado varias veces en mis artículos.
      Sin embargo, habría que discernir varios momentos y situaciones en estos sesenta años desde el final del Concilio Vaticano II.
      Soy de la opinión de que tanto san Paulo VI, al igual que san Juan Pablo II en los primeros años de su pontificado, todavía tenían posibilidades de identificar a Rahner y a los neo-modernistas, en su nociva obra de tergiversación de los documentos del Concilio Vaticano II.
      En cambio, hacia el final del pontificado de Juan Pablo, como durante los pontificados de Benedicto XVI y Francisco, el poder de los rahnerianos y neo-modernistas es a tal punto abrumador, que los Papas prácticamente tienen las manos atadas. Claro que esto no los excusa de llevar a cabo su misión, incluso a riesgo de muerte (¿Juan Pablo I?).
      En tal sentido, sí, los últimos Papas parecen "generales sin ejército". A Benedicto lo veo claudicando, no sólo ante los modernistas, sino también ante los pasadistas (quizás habría que indagar más profundo acerca de algunas analogías de su actuación como Papa en comparación con la de Celestino V). Mientras que el papa Francisco ha tomado el toro por las astas respecto a los pasadistas, aunque no se muestra con el mismo rigor disciplinar respecto a los modernistas (aunque algo, sin embargo, ha venido haciendo). Pero aquí, estamos en el ámbito de lo opinable.

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  5. Sergio Villaflores18 de julio de 2023, 14:54

    No sé cómo se me había pasado este artículo. Trato de no dejar pasar por alto ninguna de sus publicaciones. Pero algo ha sucedido para haberme distraído con ésta, querido padre Felimón.
    Cumplo ahora agradeciéndole su publicación y felicitándole por ella y por el equilibrio, ya proverbial, que muestra en sus reflexiones sobre cuestiones tan espinosas.
    Felicitaciones!
    Sergio Villaflores (Valencia, España).

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    1. Estimado Sergio,
      me pone contento que le sea de utilidad lo que escribo. Por lo demás, no aspiro a que me lean todos los días. Supongo que los intereses de mis lectores serán distintos. Y algunos de mis artículos interesarán a algunos lectores y otros artículos a otros lectores. Yo simplemente trato de cumplir con el modesto deber que está a mi alcance en mis días.

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