jueves, 13 de mayo de 2021

El problema de las entrevistas al papa Francisco (4/5)

Continuando con el análisis de aquella famosa entrevista de Andrea Tornielli al papa Francisco, indagaremos acerca del que parece ser el fundamento de las expresiones del Papa sobre la misericordia, para luego reflexionar sobre la verdad de que Dios es bueno también cuando es severo, y terminar (al menos por hoy) preguntándonos acerca del sentido de la expresión de que el pecado es una "mancha".

La enseñanza del papa san Juan XXIII

----------El fundamento de la tesis del Papa, parecen ser las célebres palabras de san Juan XXIII, en el discurso inaugural del Concilio "Gaudet mater Ecclesia" del 11 de octubre de 1962, donde el Santo Pontífice habla del hecho de que hoy la Iglesia "prefiere usar la medicina de la misericordia más que las armas de la severidad" (potius quam arma severitatis) (AAS 54, 1962, pp.791-792; cf. Enchiridion Vaticanum, 1975, 47), mientras que el papa Francisco, al menos en la versión que da Tornielli, cambia aquellas palabras de este modo: "San Juan XXIII dijo que la Esposa de Cristo prefiere usa la medicina de la misericordia en lugar de abrazar las armas del rigor" (p.22 del libro entrevista que estamos examinando).
----------Estas palabras cambian el texto del papa san Juan XXIII, donde no existe ningún "en lugar de" o "en cambio", lo que da la impresión de que la misericordia reemplaza a la severidad, en lugar de acompañarla o estar junto con ella, aunque en un nivel superior, que es en cambio el sentido de las palabras auténticas del papa Juan. Por el contrario, el papa Juan no deja de lado y no excluye en absoluto la severidad, sino que la mantiene, aunque por debajo de la misericordia. De hecho, en el texto del papa Juan no existe un "en lugar de", sino un "más que", que es bastante diferente (potius quam arma severitatis).
----------El papa Francisco, por otro lado, parece desconcertado por el fantasma de las "armas", hechas para asesinar. No se refiere al hecho de que también la gravedad es una medicina hecha para curar. Se trata, por lo tanto, del castigo correctivo, instrumento pedagógico y educativo indispensable para todo educador, tanto en el ámbito de la pedagogía humana como en el ámbito de la pedagogía divina.
----------En mi modesta opinión, la más clara impresión que podemos sacar de las palabras del Santo Padre es que sus palabras no expresan una serena visión teorética, sino un estado de ánimo perturbado o de fuerte tensión o irritación emotiva, que quizás ha intentado vanamente remover en anteriores épocas de su vida, probablemente el efecto no extinto, sino dolorosamente actuante hoy en su subconsciente, de aquel terrible trauma padecido por el entonces padre Jorge Mario Bergoglio, trauma narrado por él mismo, cuando, como Provincial de la Compañía de Jesús en Argentina, debió asistir impotente a la cruel laceración y grieta de la Iglesia en Argentina, dividida entre una corriente muy cercana a la teología de la liberación y otra corriente opuesta, integrada por elementos del gobierno o afines al gobierno de entonces, elementos sedicentes católicos, responsables del trágico fenómeno de los desaparecidos.

Dios es bueno incluso cuando es severo
   
----------Es evidente el mal entendimiento del papa Francisco: la severidad vista no como aspecto de la justicia, como medicina, como corrección, conectable con la bondad y con el amor y, al fin de cuentas, con la misericordia, sino como violencia, homicidio, malicia, pecado. Así, mientras en las palabras auténticas del papa san Juan XXIII, la misericordia, aunque preferible a la severidad, nos conecta sin embargo con ella y entrambas son medicinas, ambas derivadas de Dios que es bondad, misericordia y justicia infinitas, en Francisco, por el contrario, parece impío atribuir a Dios la severidad, que sustancialmente no se limita a hacer sufrir, sino que aparece en el Papa como un verdadero y propio hacer el mal, un pecado.
----------Ahora bien, es evidente que atribuir a Dios, bondad infinita, el pecado, es una gravísima blasfemia. Pero aquí existe evidentemente un equívoco acerca del concepto de la bondad divina. Se confunde el verdadero y propio pecado, que es un querer hacer el mal, causado por el odio, con el hacer sufrir o inducir al sufrimiento o el enviar el sufrimiento por justicia o como punición del pecado. En cambio, el causar con querer de beneplácito el pecado es ciertamente signo de maldad y no puede ser absolutamente atribuido a Dios.
----------El Santo Padre manifiesta mucha tendencia a hablar del pecado como "herida", lo que también está bien, pero se presta al malentendido de identificar el mal de culpa (pecado) con el de pena (sufrimiento). El pecador, en efecto, más que un herido es un heridor. Si hablamos siempre y solo de heridos, en un determinado punto nos preguntaremos dónde están los heridores, ya que no puede existir un herido, si no existe el heridor. Ahora bien, el pecar es propiamente un herir, o sea, un hacer el mal, más que un ser herido, es decir, un sufrir el mal. En todo caso, el sufrir el mal es el castigo del pecado. Pero siempre estamos ahí: el no ver el herir y el limitarnos al ser herido lleva a ver el pecado sólo a la luz de la misericordia, lo que es ciertamente necesario, pero insuficiente, porque no capta la esencia del pecado, sino solo sus consecuencias. Por consiguiente, la obra de quitar el sufrimiento es obra sacrosanta, pero no es todavía quitar el pecado. Aliviar el sufrimiento puede ser obra humana, pero solo Dios puede cancelar la culpa del pecado.
----------Esta concepción del pecado como herida está en perfecta línea con la herejía del misericordismo o buenismo. De hecho, el herido debe ser compasionado, pero el pecador, es decir, el heridor, debe ser punido, castigado. Si la cuestión del pecado se resuelve en el simple ser heridos, o sea, un simple mal de pena y no, como en verdad es, un mal de culpa, está claro entonces que el castigar no tiene ya razón de ser. Sino que el heridor tiene campo libre para continuar hiriendo, seguro de su impunidad, porque "Dios no castiga". En definitiva, entre las opiniones personales y falibles que el papa Francisco exterioriza improvisada y libremente está una cierta tendencia al buenismo, idea alejada de la recta doctrina católica, que evidentemente el Papa no puede estar enseñando como su magisterio (que naturalmente no es una entrevista) y que de hecho es una idea que, en otras ocasiones, de formal magisterio, ha condenado, como en aquella recordada ocasión de su discurso de clausura a la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos, el 18 de octubre de 2014, cuando habló de "la tentación del buenismo destructivo, que en nombre de una misericordia engañadora venda las heridas sin antes curarlas y medicarlas; que trata los síntomas y no las causas y las raíces. Es la tentación de los 'buenistas', de los temerosos...". Por lo visto en esta entrevista con Tornielli, el buenismo es una "tentación" que también sufre él y a la que en ocasiones, lamentablemente, cede.
   
No obstante las sorprendentes palabras del Papa, sigue siendo verdad que el pecado es una mancha
   
----------En conexión con esta mala reducción del pecado a ser herido, es sorprendente el tono irónico (que puede sentirse como provocativo) con el cual el Papa trata la imagen espontánea y popularísima del pecado como "mancha" (cf. p.41 del libro-entrevista de Andrea Tornielli), acusando incluso de "hipocresía a quienes creen que el pecado sea una mancha, solamente una mancha, que basta con ir a la tintorería, para que la laven en seco y todo volverá a ser como antes. Como se lleva a quitar una mancha de una chaqueta o de un vestido. Lo pones en la lavadora y listo" (ibid.).
----------Pero es sorprendente que el papa Francisco recurra a este tipo de comparaciones extrañas a la piedad popular; sobre todo porque la popularísima imagen del pecado como "mancha" tiene completo fundamento teológico en otro tipo de comparaciones de la doctrina tradicional. Porque no hay que pensar en imágenes extrañas: basta pensar en el agua bautismal, que lava los pecados en el Sacramento del Bautismo. Por lo demás, el Sacramento de la Penitencia, la confesión, no es otra cosa que la prolongación del lavado bautismal. Cuando el alma es lavada por el sacramento, ¿qué más debe quedar del pecado? ¡Nada! ¿La "herida"? Pero la herida es una secuela psicológica del pecado, ¡no es ya el pecado! Si la gracia no debiera quitar completamente la mancha del pecado, ¿dónde estaría la eficacia de la gracia?
----------Después de la confesión del pecado, nada queda ya del pecado. Permanece sin embargo la herida, o sea la tendencia a pecar. Es sobre lo que debe trabajar el confesor para ayudar al penitente a vencer esta tendencia. Pero una cosa es el pecado y otra cosa es la tendencia a pecar o las secuelas traumáticas del pecado, secuelas que permanecen incluso si el pecado es cancelado.
----------La imagen del pecado como mancha es una imagen no sólo profundamente bíblica (por ejemplo: Sir 20,24; Jer 2,22; 2 Cor 7,1; Sab 4,9.22.26; 8,20; 1 Tm 16,14; Ap 14,5 etc.), sino común a todas las religiones, que implican ritos de purificación, también llamados "lustrales", imagen fácilmente ligada al uso del agua, símbolo eficacísimo para representar la purificación del alma. Pensemos por ejemplo en el bautismo cristiano o en aquel de Juan o en aquel de la Comunidad de Qumrán o en los baños en el Ganges de la religión hindú.
----------La desaparición o ausencia total de la mancha del pecado y la consecuente "blancura", está indicada en la Biblia también con la imagen de la "nieve" (Sal 51,9; Dn 7,9) o de la "vestimenta blanca" (Dn 7,9; Mt 17,2; Mc 16,5; Ap 3,4.5.18; 4,4; 6,11; 7,9). Isaías, al respecto, tiene una hermosa expresión: "aunque vuestros pecados fueran como escarlata, se volverán blancos como nieve" (Is 1,18).
----------El carácter de inmaculada, como sabemos, es incluso un atributo moral de fe de la persona de María Santísima. Por eso, no parece en absoluto conveniente rechazar una imagen tan simple, universal e intuitiva, consagrada por la Biblia, de un misterio tan profundo, que es la oposición entre el pecado y la santidad.
----------El papa Francisco, en cambio, en la entrevista concedida a Tornielli, que estamos examinando, rechaza la idea de que el pecado concebido como mancha sea tal, de modo que, una vez eliminado por el Sacramento de la Penitencia, "todo vuelve como antes". Pero es necesario entender estas palabras del Santo Padre. En realidad, el Papa dice que no es cierto que una vez quitado el pecado, todo vuelve como antes, porque "el pecado es más que una mancha. El pecado es una herida, debe ser curada, medicada". Expliquemos esto.
----------Pues bien, es indudable que, una vez quitado el pecado, queda en nosotros una herida psíquica, más o menos duradera, según la gravedad del pecado, que es también el castigo intrínseco del pecado. Pero esta herida ya no tiene nada que ver con el pecado que ha sido quitado y cancelado. Se trata, en cambio, de una herida en el sentido de una tendencia a pecar, a hacer el mal, a recaer en el mismo pecado, aquella que el Concilio de Trento (Denz. 1515), con san Agustín, llama "concupiscencia" (concupiscentia).
----------Ahora bien, la gracia de la remisión del pecado cancela totalmente la culpa, de modo que de ella no queda absolutamente nada: una limpieza perfecta, absolutamente ningún rastro de culpa. Esto es el poder divino de la gracia. El alma retorna pura, exactamente como era antes de caer en el pecado. Por eso, la imagen del desmanchado, de la eliminación de la mancha física está perfectamente en consonancia con lo que efectivamente ocurre en el alma y no debe ser objeto de ironía.
----------La impresión que da el rechazo del papa Francisco a imaginar el pecado como una mancha, es que detrás de tal negativa o rechazo se oculta una confusión entre la concupiscencia, que permanece efectivamente incluso después de la remisión del pecado, y el pecado mismo cancelado, confusión denunciada por el Concilio de Trento con respecto a Martín Lutero (cf. Denz.1515), quien precisamente creía que el hombre en esta vida, como ocurre que está siempre inclinado a pecar, está así efectivamente siempre en un estado de pecado (peccatum permanens), por lo cual la absolución sacramental (para Lutero) no quita o no cancela el pecado así como no quita la "herida" del pecado, o sea, la concupiscencia.
----------El Concilio de Trento reconoció que Lutero tenía razón en el sostener que la absolución sacramental no elimina la concupiscencia (la "herida"), pero el Concilio de Trento a la vez le dice a Lutero que se ha equivocado, cuando él pretendía sostener, en base a su concepto erróneo del pecado como culpa-concupiscencia, que la absolución no quita del todo el pecado, por lo cual, si quita la mancha, no quita la herida.
----------En cambio, el Concilio de Trento precisó claramente que la confesión quita la mancha, pero no quita la herida; pero para quitar el pecado o bien la culpa es suficiente quitar la mancha, es decir, la absolución sacramental, porque la herida no es esencial al pecado. La herida, al contrario del pecado, no es culpable, porque no es voluntaria, sino que es una situación inevitable de los hijos de Adán, por lo cual ella debe ser continuamente medicada con la penitencia y los ejercicios ascéticos. Pero no constituye culpa. En todo caso, es la pena y el castigo del pecado. Sentirse en culpa por la herida es un escrúpulo dañino que bloquea la vida espiritual, inclina a la desesperación y hace sentir a Dios como tirano cruel.
----------Por eso Lutero, todavía joven monje, aún se sentía en culpa incluso después de haberse confesado, porque no entendía que la mancha estaba quitada, es decir, que era perdonado, aun cuando se sintiera la herida. Pero como creía que la herida fuera parte del pecado y obviamente no podía quitar la herida, creía que era todavía un pecado y creía que la confesión no le había servido para nada. Una situación terrible e insoportable, de la cual él creyó ilusoriamente liberarse con su famoso truco, que hoy más que nunca tiene éxito, que Dios perdona aunque se esté en pecado y así adquiere una presuntuosa auto-certeza absolutamente infundada. Nos consideramos perdonados sin poner las condiciones para ser perdonados. Un truco que, como dije, es una ilusión que, gracias a la prédica del buenismo, incluso propalado por los pastores, aleja actualmente de la fe y de la recta vida cristiana a tantos sedicentes católicos.
----------El hecho de que el buen confesor deba continuar tomando bajo su cuidado al pecador, cuidando de él, incluso después de que el pecado le haya sido remitido, no es tarea que está justificada por el hecho de que la mancha no haya sido completamente removida, sino por el hecho de que en el pecador permanece la concupiscencia, la cual lo inclina a recaer en ese pecado.
----------No es verdad que "el pecado es más que una mancha", sino que es también una herida, como dice el Papa en la entrevista. No, el pecado es solo la mancha, de la cual, después del perdón divino, no queda nada. Tal es la eficacia de la gracia. En cambio, permanece la verdadera herida, que es la concupiscencia, que no es pecado, sino tendencia o inclinación a pecar. Sin embargo, no está en la gracia, en la vida presente, eliminar del todo la concupiscencia, porque ella será extinta solo en el paraíso del cielo.
----------El Papa, por tanto, no hace bien en acusar de hipocresía a aquellos confesores que consideran que, una vez quitada la mancha, sea quitado el pecado. No, aquí son ellos los que tienen razón, y no el Papa. Para el papa Francisco, una vez quitada la mancha, no todo el pecado estaría quitado, sino que permanecería, del pecado, la "herida". Pero no es así. Ya he mostrado que la herida no es, como creía Lutero, parte esencial del pecado, sino solo instigación pasional e instintiva a pecar, es premisa y pena del pecado.
----------Ciertamente, aquellos buenos confesores que no se contentan con una pura y simple confesión de sus penitentes, sino que los siguen premurosamente como buenos médicos, lo hacen muy bien. Pero no se puede pretender que el confesor de un Santuario mariano, que confiesa quizás a treinta personas o más al día, tenga que seguir cuidando de ellas después, una por una, para curar las heridas de cada una y corregir sus malas tendencias, como si fuera el director espiritual de cada una.
----------En fin, creo con estas notas modestamente estar demostrando la falibilidad, lo poco prudentes, lo poco seguras y hasta escandalosas, que pueden ser en ocasiones las ideas de un Papa, cuando se pone a hablar improvisada y libremente en entrevistas como la que estamos examinando y que, naturalmente, no constituyen magisterio pontificio. En la nota de mañana concluiremos esta serie señalando otros puntos en los que se pone de manifiesto lo pastoralmente problemático de este modo de comunicación del Santo Padre.

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