Llegamos así, al final de esta semana de reflexión filosófica y teológica sobre el misterio del mal, el por qué del sufrimiento, las consecuencias del pecado original, y los motivos del castigo del pecado. Concluiremos ahora esta serie con algunas sugerencias para los actuales predicadores, a la vista de las dificultades que parece implicar la predicación de estas verdades naturales y de fe al mundo de hoy.
----------Durante los seis días anteriores, hemos repasado, primero, las reacciones del hombre y del mundo actual ante el problema del sufrimiento (mal de pena) y, en general, ante el problema del mal (que incluye el mal de culpa, es decir, el pecado). Hemos repasado así, de modo sucinto, las distintas "respuestas" que suelen darse a la pregunta: ¿por qué existe el mal? o ¿por qué Dios permite el mal?, respuestas en general o bien negacionistas de alguno o de todos los elementos reales del problema, o bien parciales e incompletas.
----------En segundo lugar (a partir de la tercera nota de la serie), empezamos a abordar la respuesta cristiana al problema del sufrimiento y del mal, respuesta cristiana que se recaba de los testimonios, primero, de la recta razón natural, con los datos que nos aporta la filosofía realista, desde la antigüedad, desde siglos antes del cristianismo; y segundo, de los testimonios de la divina Revelación.
----------Demostramos, de este modo, la necesidad que tenemos, particularmente los pastores de almas, de decidirnos a recuperar la noción bíblica del castigo divino del pecado; y puestos a esta tarea, hemos advertido que la misma Sagrada Escritura da testimonio de que la primera respuesta a la pregunta planteada (¿por qué Dios permite el mal?) proviene tanto de la metafísica como de la ética natural, ambas presentes también en la Biblia, en innumerable cantidad de pasajes tanto vétero como neotestamentarios.
----------Llegamos de este modo (en la quinta nota) a la pregunta fundamental acerca de la razón o motivo del castigo del pecado (mal de culpa), en cuanto causa del sufrimiento y del dolor humano en el mundo (mal de pena); con lo cual planteamos la pregunta nuclear: ¿por qué Dios castiga al inocente? El recuerdo de la historia de Job, y su interpretación, nos ofreció luz suficiente para abordar el problema del pecado, cuestión que ha angustiado no sólo a la civilización de base bíblica, sino al hombre de todos los tiempos (testimonio de ello también es Platón, cuya doctrina recordamos). Una primera respuesta la da la realidad del pecado original, cuyas consecuencias afectan a todos los hombres, incluso a los inocentes.
----------Finalmente (en la sexta nota, ayer) recordamos la respuesta de la fe en su máxima expresión, en la revelación ofrecida por Nuestro Señor Jesucristo, en sus palabras y en sus obras, especialmente en su pasión y muerte en la Cruz. De este modo pudimos alcanzar la última respuesta a la pregunta(o, al menos la penúltima, porque resta la de la visión beatífica, ya que aquí en la tierra, el sufrimiento sigue siendo para nosotros un misterio). De tal manera que, ¿por qué el sufrimiento? Porque hemos pecado. ¿Por qué el sufrimiento? Para liberarnos del pecado. ¿Por qué el sufrimiento? Para liberarnos de los vicios y adquirir las virtudes. ¿Por qué el sufrimiento? Para conducirnos al paraíso del cielo. ¿Por qué el sufrimiento? Porque queremos amar a Dios y al prójimo como Nuestro Señor Jesucristo ha amado.
----------Por último, en esta breve nota de hoy, a la vista de que las verdades de razón y de fe que hemos recordado y sobre las que hemos reflexionado esta semana no suelen generalmente ser predicadas por aquellos que debieran hacerlo, y con cuanta más necesidad en este contexto de universal sufrimiento de todos los hombres por la actual pandemia, me animo a redactar algunas modestas líneas que, así lo espero, puedan ayudar a aquellos que decidan predicar la Verdad de una buena vez y por todas, dada la necesidad que el desorientado y sufriente pueblo de Dios tiene del alimento de la Palabra, hoy más que nunca.
Dificultades en la predicación
----------San Pablo llama "escándalo de la cruz" a la explicación cristiana del motivo o por qué de la cruz: "Nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos" (1 Cor 1,23), "Hermanos, si yo predicara todavía la circuncisión, no me perseguirían. ¡Pero entonces, habría terminado el escándalo de la cruz!" (Gál 5,11). ¿Qué debe hacer el predicador entonces? ¿Debería causar escándalo? ¿Debería ser un provocador? Pablo explica lo que intenta decir. La Cruz es escándalo para los incrédulos y para los necios. Pero "para aquellos que son llamados, tanto judíos como griegos, es poder de Dios y sabiduría de Dios" (1 Cor 1, 23-24).
----------Por lo tanto, debemos tener bien en claro, para luego proclamarlo en voz clara y firme, que la explicación cristiana no va en contra de la razón, sino en armonía con ella. Sin embargo, quienes nunca jamás han oído hablar de esto o tienen prejuicios contra esto o incluso ocurre que podría tratarse de católicos contaminados por el modernismo o por el buenismo, que por lo tanto fácilmente encuentran difícil, desagradable y fatigoso este discurso, se rebelan, les repugna, les repele o lo entienden al revés.
----------¿Cómo hacer en tales casos? Es necesario que el predicador esté ante todo bien preparado, haya asumido en pleno sobre este punto la enseñanza del Evangelio y de la Iglesia. Es necesario que él mismo viva y experimente personalmente este misterio: esto le sugerirá las palabras más adecuadas.
----------Es necesario -como dice Santa Catalina Siena, cuya fiesta celebrábamos días atrás- que el predicador o anunciador del misterio de la cruz sea movido por una "ardentísima caridad", porque el misterio de la cruz es un misterio de amor. Es necesario que sea capaz de comprender, caso por caso, la situación particular del sufriente, comprender su punto de vista, su modo de vivir el sufrimiento, para así discernir si está o no preparado para escuchar, si hay probabilidad de que comprenda, aprecie y valore. El anuncio del misterio de la cruz es un fármaco potente y resolutivo, decisivo, pero es necesario que el paciente esté en las debidas condiciones de poderlo recibir. De lo contrario es mejor no administrarlo, porque podría tener una reacción de rechazo no voluntaria y maliciosa, sino de buena fe, a causa de prejuicios o malentendidos.
----------Es importante la gradualidad, partiendo de las exigencias, necesidades o preferencias personales del paciente y hacerle dar un paso a la vez, ir paso a paso, deteniéndose el predicador tan pronto como se dé cuenta de que el sufriente no puede proseguir más allá. Será entonces Dios mismo quien considerará consolarlo interiormente con iluminaciones mucho más importantes que aquellas que pueda recibir del predicador.
----------Finalmente, existen, sobre todo para aquellos que están alejados de la fe, expedientes de tipo psicológico o basados sobre simples motivaciones humanas, como por ejemplo el cultivar la esperanza y confianza en la medicina, el asegurar una cercanía premurosa, solidaria y afectuosa, el recurso a alivios inspirados quizás en el arte, o en la belleza, o en algún espectáculo, o en la música, o en el juego o incluso hasta en las bromas ingeniosas, siempre según los gustos, o las preferencias o los estados de ánimo del sufriente o del enfermo. A veces, puede bastar y ser suficiente la simple cercanía silenciosa. En estas situaciones puede ser más elocuente el silencio que la palabra. Por otra parte, Dios no deja de hacerse sentir y hacerse reconocer.
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