viernes, 14 de mayo de 2021

El problema de las entrevistas al papa Francisco (5/5)

Llego así a la última nota de esta serie en la que trato de demostrar el carácter problemático de las entrevistas que el Papa concede a periodistas, a personas particulares, que no son ni sus voceros oficiales ni gozan de mandato apostólico como representantes suyos y que, por consiguiente, no son estas entrevistas un modo de comunicación del Papa que constituya en absoluto magisterio pontificio, aunque para muchos confundidos puedan serlo, y para otros, son expresiones que, astutamente, ellos instrumentalizan como si lo fueran.

Dios permite el pecado y quiere su punición
   
----------Entre los puntos que hemos esclarecido en la nota de ayer, está el de la distinción clara que se debe hacer entre el pecado y la herida causada por el pecado, distinción que el papa Francisco no pone de manifiesto con claridad en la entrevista que estamos analizando. No hacer esa distinción implica, en definitiva, un equívoco acerca del concepto de la bondad divina, asimilada sólo a su misericordia, y no a su severidad, que también implica bondad divina. De este modo no se comprende cómo Dios pueda enviar el sufrimiento por justicia o como punición del pecado, lo cual es bien diferente a causar el sufrimiento con querer de beneplácito, lo cual es pecado, ciertamente signo de maldad, y que no puede ser absolutamente atribuido a Dios.
----------En cambio, la permisión o voluntad permisiva del pecado se encuentra en Dios y no contradice su bondad, porque el pecado es causado solo por la criatura y precisamente por el mal uso que la criatura hace de su libre albedrío. Dios, en principio, podría cambiar la dirección de la voluntad de la criatura del mal hacia el bien, pero para ciertas criaturas no lo hace, porque quiere utilizar su pecado para dar al mundo una gracia aún mayor de aquella que hubiera tenido, si el pecado no hubiera tenido lugar. Por ejemplo, Dios ha permitido el pecado de los ángeles, porque desde la eternidad tenía en mente el proyecto de donarnos a Nuestro Señor Jesucristo, que no habría venido, si Adán no hubiera pecado, seducido por el demonio, ángel caído. Como rezamos en el Credo: Propter nos homines et propter nostram salutem descendit de caelis. El Verbo de Dios descendió del cielo sólo por nuestra salvación. De lo contrario, habría permanecido dichoso en el cielo junto al Padre, sin necesidad de encarnarse, venir a salvarnos, morir en la cruz y concedernos el estado de hijos de Dios, superior a aquel del cual hubieran gozado Adán y Eva, si no hubieran pecado.
----------En cuanto al sufrimiento (mal de pena), que es consecuencia del pecado (mal de culpa), no sólo es permitido, sino positivamente querido por Dios, sin que tampoco esto, y más aún que el anterior caso del pecado, implique la más mínima sombra de maldad en Dios, suma e infinita bondad, porque, si la permisión divina del pecado deja intacta su bondad, todavía más aún la deja salva y la hace resplandecer la justicia divina, aunque traiga sufrimiento a la criatura pecadora. En efecto, la justicia quiere que el pecado sea punido, castigado, incluso si es facultad de la divina misericordia aliviar o extinguir la pena del pecado.
----------Se debe decir, por lo tanto que, siendo la justicia divina actuación del amor con el cual Dios quiere el bien de la criatura, en último análisis Él castiga por amor, porque el castigo, incluso el infernal, procura el bien del condenado, que es precisamente el de permitirle elegir y hacer aquello que quiera, o sea su voluntad, aun cuando objetivamente el condenado ha querido su mal; y, aún más en raíz, más profundamente, Dios manda el sufrimiento para brindar la ocasión para el ejercicio de su misericordia, dando al hombre la posibilidad de satisfacer en Cristo por sus pecados. Por tanto, quien no comprende que Dios es bueno también cuando castiga o manda la desgracia, no comprende plenamente ni siquiera qué es la misericordia divina.
----------Si Dios hace siempre misericordia y no castiga, se comprenden entonces las erróneas conclusiones de Karl Rahner y Urs Von Balthasar de que todos se salvan y nadie va al infierno, las cuales contradicen netamente la enseñanza explícita de Cristo, quien en varias ocasiones anuncia o prevé la existencia de los condenados, doctrina confirmada por la Iglesia sobre todo en el Concilio de Quierzy del 853 (Denz.623) y en el Concilio de Trento (Denz.1523), el cual habla de los "predestinados" (Denz.1540, 1567), junto con el Concilio de Quierzy (Denz.621) y el de Valence del 855 (Denz.828-829), predestinados, de los cuales habla san Pablo (Rom 8,29-30; Ef 1,5.11), que corresponden al concepto bíblico de los "elegidos" (por ejemplo, en los siguientes textos: Mt 22,14; Sal 88,4; Sab 3,9; Mc 13, 20,22; Rom 8,33; 2 Tm 2,10; Tob 13,10; Ap 17,14).
----------No hay duda que la doctrina de que no todos se salvan suscita la cuestión de cómo interpretar el pasaje de 1 Tim 2,4 que dice: "Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad". Existe una voluntad divina que viene frustrada por una contraria voluntad humana, que es la del pecador que se condena. Parece que una mala voluntad humana puede frustrar o hacer vana la voluntad divina.
----------Pero ese no es exactamente el caso. Aquí, en efecto, por "voluntad" divina no se entiende el acto por el cual Dios, omnipotente, quiere realizar alguna cosa. Este acto divino es omnipotente e invencible; es decir, es de una tal fuerza, que ninguna criatura, en su finitud y limitación, lo puede bloquear o frustrar. Aquí vale aquello que dice la Escritura: "cuando Él abre, nadie cierra y cuando cierra, nadie abre" (Ap 3,7). Pero aquí por "voluntad", que puede ser frustrable, se entiende el mandato divino.
----------El hombre puede frustrar la "voluntad divina" en el sentido de que puede desobedecer sus mandamientos, porque, si Dios quiere en el sentido de mover de lo posible a lo actual o de la potencia al acto, nada y nadie la puede contrastar y el efecto se produce indefectiblemente. En este sentido, Dios quiere salvar a algunos y no a otros. Él salva a los que predestina y los mueve a la observancia de los mandamientos.
----------Él no predestina y no salva a los que le desobedecen y pecando anulan en sí mismos la gracia. Dios no predestina al infierno porque la predestinación, tal como la entiende san Pablo es una moción hacia la salvación. Si Dios quisiera, podría mover a todos a la salvación, pero de hecho, según la Escritura, no lo hace, y esto resulta precisamente del concepto de predestinación reservada solo a algunos y de la existencia de aquellos que la Escritura llama los "elegidos". En efecto, el hablar de los elegidos sobreentiende evidentemente que han sido elegidos de un conjunto más amplio de no elegidos. Lo que deja evidentemente entender que la obra divina de la salvación implica el hecho de que, de la entera humanidad, Dios elige a los que quiere salvar.
   
El confesor debe ser misericordioso, pero el penitente debe estar preparado
   
----------Una parte de la entrevista está, después, dedicada al Sacramento de la Penitencia. El confesionario, en efecto, es ciertamente el lugar de elección para el ejercicio de la misericordia por parte del confesor y para la experiencia de la misericordia por parte del penitente. Pero también aquí, en la entrevista con Andrea Tornielli, la misericordia tiende lamentablemente a ocupar toda la escena, en el discurso del Papa, sin dejar espacio al momento de la justicia y de las otras virtudes competentes, como la prudencia, la sabiduría, la firmeza, la humildad, el discernimiento, la benevolencia, la amistad, sin excluir la severidad.
----------El gran teólogo moralista del siglo pasado, el dominico alemán Heinrich Benedikt Merkelbach, autor de un famoso tratado de Teología moral en tres volúmenes, tratando del sacramento de la penitencia, dice que el confesor desempeña cuatro oficios: el de padre, el de juez, el de maestro y el de médico. Por consiguiente, la misericordia, particularmente referida a la paternidad, no es la única virtud del confesor, sino que existen otras tres, de las cuales, desgraciadamente, el Papa habla poco o nada.
----------Esta de Merkelbach es la visión verdaderamente completa de la delicadísima tarea del confesor, sin una insistencia exagerada y unilateral sobre la misericordia, que crea un desequilibrio en las virtudes del confesor, tal como la de falsear la misma misericordia y la de hacer su acción ineficaz e incluso contraproducente, como vemos en la actual situación, en la cual el número de los que se confiesan ha bajado espantosamente en estos últimos treinta años, mientras que los pocos que se han mantenido consideran la confesión como la ocasión para hablar de todo, menos de lo que concierne al confesionario.
----------En el lapso de cincuenta años, como saben todos los ancianos, respecto a la conducta de los confesores y en general en los métodos educativos, se ha producido un cambio espantoso, por el cual se ha pasado de un exceso al otro. Antes del Concilio Vaticano II, los confesores eran a menudo sombríos y demasiado serios, irrazonablemente culpabilizantes, rígidamente fiscales, fácilmente punitivos, maníacos de la mortificación, demasiado exigentes, por lo cual creaban o bien personas angustiadas y escrupulosas o bien personas disgustadas y escandalizadas, que abandonaban el sacramento de la confesión.
----------Ahora, en la enorme mayoría de los casos, es todo lo contrario. Los penitentes no han aumentado en absoluto, de hecho han disminuido. Los confesores son amigotes o simples notarios, que lo excusan todo, toman nota de las buenas acciones verdaderas o presuntas cumplidas por el así llamado penitente, quien generalmente no está en absoluto arrepentido, y que además se declara víctima de los agravios sufridos, enumera las desgracias que le han sucedido, y que se lamenta de la mala suerte que le ha venido encima.
----------Estos así llamados confesores (supuestos confesores) escuchan complacidos de vez en cuando estos desfogues humorales y rencorosos, estas jactancias y estas maledicencias, y creen ser acogedores y misericordiosos, absolviendo siempre y en todo caso burocráticamente al impenitente, con una absolución evidentemente inválida, sin mínimamente hacerle presente al fulano que ha venido al confesionario desprovisto de la debida preparación y sin las necesarias disposiciones interiores para recibir el perdón divino, perdón que después al final ni siquiera le interesa, porque pretende perseverar en sus pecados, visto que el confesor no lo ha en absoluto corregido, sino que lo ha tratado con mucha comprensión y simpatía.
----------Estos pseudoconfesores son evidentemente personas irresponsables excesivamente indulgentes, que crean a su vez, en sus pseudopenitentes, individuos irresponsables que se mantienen inclinados a sus pecados, por no decir que se jactan de ellos, sin enmendarse y sin hacer el más mínimo progreso. Por eso se puede decir que el penitente que se confesaba antes del Concilio entraba con la angustia y el miedo de quién sabe qué fulmíneo relámpago le fuera arrojado por el confesor, mientras que ahora el angustiado es el confesor celoso, quien se espera siempre que entre en el confesionario un arrogante impenitente mal habituado por los confesores modernistas, el cual se asombra y se irrita si el confesor, como el buen médico, pregunta al paciente cuáles son sus dolencias, haciéndole la más natural y normal pregunta para esta circunstancia, es decir, si le pregunta de qué pecados se acusa o de qué pecados pretende ser absuelto.
----------En este punto, el pseudopenitente se ofende e interpreta esta pregunta del confesor como una acusación gratuita de culpa, porque él, a su decir, es tan solo un pobre inocente, que sufre por los males que repentinamente la han caído encima, pidiendo comprensión y misericordia. Antes del Concilio Vaticano II, muchos confesores experimentaban a menudo el sádico gusto de dominar las almas. Ahora, bajo la influencia de los buenistas, con el pretexto de la misericordia (aunque aclaremos que el Concilio no está involucrado en esto) se han convertido en cómplices de los pecados de los así llamados penitentes.
----------Es natural que el médico siempre esté contento de saber qué dolencia perturba a su paciente, porque de esta forma está en grado de poder ofrecerle un tratamiento ad hoc. En cambio, hoy nos encontramos con falsos penitentes engañados por malos confesores, que creen complacer y dejar contento al confesor, si les cuentan las buenas obras que han hecho, esperando un elogio por parte del confesor. Ellos son la perfecta imagen del fariseo de la famosa parábola del fariseo y del publicano.
----------Sin embargo, no se dan cuenta de que el confesor, como buen médico, se complace en conocer los pecados no por una especie de crueldad o por una vana o morbosa curiosidad. En efecto, no pretende culpabilizarlos a la fuerza, sino sólo conocer estas culpas para poderlo liberar de ellas, porque el confesor no tiene otro oficio, en este sentido, que atenerse a aquello que el penitente dice de sí mismo, sea que se declare o no se declare culpable. Si el penitente miente, tendrá que rendir cuentas a Dios.
----------Lutero, en su tiempo, decidió abandonar la práctica del confesionario por no haber encontrado confesores misericordiosos. En nuestro tiempo parece suceder precisamente lo contrario, porque bajo el influjo del misericordismo o buenismo, los fieles deciden abandonar la práctica del confesionario bien porque se consideran ya perdonados o bien porque creen no cometer ningún pecado.
----------Por estos motivos, hoy ya no parece haber ninguna necesidad de recomendar a los confesores el uso de la misericordia. En todo caso, parece más bien necesario recomendar tener una recta concepción del Sacramento de la Penitencia. Este de la misericordia era el problema de la década de 1950, en la que, acerca de este tema, parece haberse quedado el Papa. Hoy, en cambio, es necesario recordar a los confesores la seriedad de su sagrado ministerio, su deber de estar animados por un fuerte sentido de responsabilidad, y de saber usar, cuando sea necesario y con moderación, una justa severidad.
----------Por eso, en mi modesto parecer, considero que el Santo Padre debería tener la prudencia de no limitarse a hacer recomendaciones solo a los confesores, como si el éxito de la confesión dependiera únicamente de ellos, porque el confesionario no es un bar para el chismorreo o para hablar de cualquier cosa, sino que es un consultorio médico, es una sala de operaciones, es el primer socorro para los traumas del espíritu.
----------Por lo tanto, es sagrado deber del confesor demorar o negar la absolución, en los casos oportunos, a quienes no estén debidamente dispuestos. Si en la vida civil el profesor no admite al examen al estudiante que no está preparado, si el representante del ministro del interior rechaza hacia la frontera a los inmigrantes peligrosos e irregulares, si el director de la empresa no admite para un trabajo determinado a los que no tienen suficientes títulos o capacitación, con mayor razón el ministro de Dios no puede admitir a la participación de los sagrados misterios a quien no esté iniciado en ellos.
----------El papa Francisco ha comentado en repetidas ocasiones la parábola del hijo pródigo, pero, curiosamente, siempre se ha detenido sólo para alabar la misericordia del padre y para desaprobar la dureza de corazón del hermano mayor. Pero, la pregunta en la que deberíamos detenernos es: ¿cómo y por qué el hijo pródigo en un momento determinado decide volver con su padre y con cuáles intenciones?
----------Verdaderamente no podríamos comprender a fondo la misericordia del padre, si no nos detuviéramos a reflexionar sobre lo que ha llevado al hijo al arrepentimiento. Ha sido la experiencia del merecido castigo divino de sus pecados. Por lo cual vemos como es esencial asociar siempre el discurso de la misericordia al de la severidad, de lo contrario ni siquiera entendemos qué es la misericordia.
----------En la parábola de Nuestro Señor Jesucristo, el hijo pródigo, en su honestidad, no pretende en absoluto salirse con la suya, como si fuera un rahneriano ante litteram, sino que comprende muy bien merecer del padre el completamiento del castigo divino que ya ha recibido ("no soy digno..."). Es en este punto, a la luz de estas premisas, que podemos apreciar hasta el fondo y plenamente la misericordia del padre, quien no solo perdona los pecados del hijo, sino que también le ahorra el castigo.
----------La confesión, el Sacramento de la Penitencia, no es una simple conversación humana, no es una cura psicológica, no es teléfono amigo, no es un desfogue emotivo, no es simple ponerse en orden con el fisco, no es una asesoría legal, no es un reclamo o reivindicación sindical, no es una oficina de denuncias, no es un libro de quejas, sino que es un misterio de fe. Y como todo misterio de fe, para ser gustado y hecho fructificar, ¡qué digo! para ser válido, debe ser abordado por quien ha recibido una iniciación a propósito. Así es para el sacramento de la penitencia, como también para todos los demás sacramentos.
----------El confesor no es solo padre misericordioso y médico competente y premuroso, sino, sobre todo si también es director espiritual, es también maestro que ilumina e instruye, hace conocer mejor al penitente sus deberes, le ayuda a interpretar la situación en la cual se encuentra, a comprender mejor las insidias del demonio, indica al arrepentido nuevas metas y nuevas vías de perfección, pero, como enseña el Concilio de Trento, es también es juez (Denz.1685, 1709) dotado de jurisdicción, tanto que si un confesor confesara sin jurisdicción, la confesión sería inválida (Denz.1686). Es el así llamado "poder de atar y desatar", el "poder de las llaves".
----------El confesionario es, por consiguiente, un tribunal donde, sin embargo, el imputado no es acusado por otro, sino que se acusa a sí mismo. Y así como en un tribunal humano el juez debe imponer una pena, de modo similar el confesor, siempre según el Concilio de Trento, debe imponer al penitente una justa pena temporal (Denz.1713, 1715, 1689), lo que tradicionalmente se llama "penitencia", que puede ser también el solo saber tomar de Dios las desgracias que le suceden como descuento por sus pecados.
----------Ciertamente, si se concibe la acción del confesor en el Sacramento de la Penitencia sólo en términos de misericordia y no también en términos de justicia y de justa severidad, está claro que esta parte esencial del Sacramento de la Penitencia viene omitida, como lamentablemente es absolutamente omitida en las expresiones del papa Francisco en esta entrevista concedida a Andrea Tornielli.
----------Pero entonces, a la vista de como se ha desarrollado la entrevista (que hemos repasado de modo muy resumido), hay que preguntarse si y cómo en esta entrevista emerge verdaderamente y en plenitud la doctrina de la Iglesia acerca de la conjunción -para usar el lenguaje del papa san Juan XXIII- de la medicina de la misericordia con la medicina de la severidad y, en particular, si viene dada o no viene dada una visión completa de la doctrina de la Iglesia sobre el Sacramento de la Penitencia.

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