Comenzábamos ayer a hacer referencia a las proposiciones contenidas en el libro "Francisco. El nombre de Dios es misericordia. Una conversación con Andrea Tornielli". Junto a un correcto concepto, natural y sobrenatural de la misericordia divina (presente, por cierto, en el libro), también se contienen en la entrevista opiniones privadas y falibles del papa Francisco. Al Santo Padre le es lícito expresarlas, pero es dudoso que ello sea pastoralmente correcto o prudente. Las ideas personales, falibles e inciertas, expresadas por boca de un Romano Pontífice, podrían no sólo confundir a los simples, quienes podrían tomar esas opiniones por doctrina cierta, que no lo son; sino también escandalizarlos, porque pueden inducirlos a errores doctrinales.
No solo es bueno el Dios misericordioso, sino también el Dios severo
----------Una grave ausencia en el libro de Andrea Tornielli es el discurso sobre la severidad. El papa Francisco se limita a hablar de las sanciones de la justicia humana, pero no dice ni una palabra sobre la severidad divina. Pero, ¿acaso se puede concebir la justicia humana sin hablar de la justicia divina? ¿Sobre qué se basa la justicia humana? ¿Sobre sí misma? Sería la peor de las dictaduras.
----------Los Estados ateos son destructores de la humanidad precisamente porque no hacen referencia a la justicia divina, precisamente porque no toman como modelo la justicia divina, precisamente porque no esperan la justicia divina, precisamente porque quieren sustituirse a la justicia divina. Hablar de la justicia humana sin hablar de la justicia divina significa sustituir a Dios por el hombre.
----------¿Sobre qué base debe fundarse la justicia humana, sino precisamente sobre la justicia divina? ¿Cuál es el modelo y la regla, sino precisamente la justicia divina? ¿Quién remedia los defectos de la justicia humana, sino precisamente la justicia divina? Por consiguiente, el discurso de la justicia humana sin una base o fundamento en la justicia divina es un discurso carente de sentido lógico, inverosímil; defecto tanto más grave cuanto que aquí se trata de clarificar la conducta de Dios hacia los hombres.
----------Ahora bien, se debe decir que, al tratar de la misericordia, no se puede no hablar también de la severidad, como cuando hablando del bien no se puede no hablar también del mal, porque la misericordia prodiga y aumenta el bien, y repara el mal, mientras que la severidad se opone directamente al mal e inflige la pena, el castigo. Asimismo, hablando del pecado, no se puede no hablar del castigo del pecado. Un pecado impune o automáticamente perdonado es un mal confundido con el bien, porque es el bien el que no merece castigo, sino premio o recompensa. Y al tratar de la misericordia divina, que salva y practica la justicia premiando a los justos, no se puede no hablar de la justa severidad que castiga a los malvados. Creer que Dios use misericordia con todos, que salva a todos, que no castigue a ninguno, es creer en un Dios que no existe.
----------Ciertamente Dios habría podido crear un mundo en el cual no existiera el pecado, en el cual todos fueran sanos, virtuosos y felices, sin cometer o sufrir ningún mal y ningún castigo. No habría sido necesaria tampoco la misericordia, porque no habrían existido males que quitar, pecados, miserias y sufrimientos que aliviar. O bien, Dios hubiera podido crear un mundo en el que existiera el pecado, pero podría haber hecho que todos se arrepintieran, para así tener misericordia de todos y salvar a todos.
----------Sin embargo, el hecho es que las cosas no se han dado así. Dios, en los planes inescrutables de su bondad y providencia, ha querido permitir que el mal entrara al mundo y con el mal el castigo del pecado, el sufrimiento y la muerte. Hubiera sido injusto si hubiera permitido que existiera el pecado sin castigarlo.
----------Sabemos por las Sagradas Escrituras que el castigo divino puede tener un doble fin: correctivo, si lo inflige en esta vida para hacer arrepentirse al pecador, que todavía está a tiempo de salvarse; aflictivo, y es la pena o castigo del infierno, donde el pecador es ya incorregible para siempre. Dios puede enviar el sufrimiento incluso al inocente para ponerlo a prueba: es el caso de Job, o para unirlo con los sufrimientos redentores de Cristo: es el caso de tantas santas almas místicas inocentísimas, que quisieron o fueron llamadas para compartir los atroces dolores de la Pasión de Cristo. O bien Dios puede posponer el castigo a fin de dar al pecador el tiempo para que se arrepienta. También puede mitigar o eliminar el castigo.
----------Sin embargo, para poder no hablar de la severidad, sería necesario que el mal no existiera, que el pecado no existiera, que el castigo del pecado no existiera. Pero esto impediría el discurso sobre la misericordia. En efecto, si no existieran estos males, tampoco existiría la misericordia, porque ella es el alivio del sufrimiento, el perdón del pecado, la posibilidad dada por Dios en Cristo por misericordia para expiar la culpa mediante la transfiguración del castigo en medio de redención.
----------Por todo lo dicho, nuestra salvación es el efecto de la maravillosa conjunción y cooperación de la justicia y de la misericordia, de parte de Dios y de parte nuestra. El Padre nos hace misericordia y perdona nuestras deudas por los méritos de Nuestro Señor Jesucristo, quien ha tomado sobre sí el castigo de nuestros pecados y ha dado satisfacción al Padre por nuestras culpas, pagando la deuda del pecado. Nosotros, a nuestra vez, por misericordia del Padre, podemos en Cristo contribuir a dar satisfacción al Padre con nuestros sufrimientos, con obras buenas y, sobre todo, practicando la misericordia hacia el prójimo.
Misericordia y severidad
----------La misericordia y la severidad están siempre en sinergia, pero también están alternándose y sucediéndose la una a la otra, se trata de dos métodos educativos fundamentales (tanto divinos como análogamente humanos), que desde milenios han contribuido a la formación de todas las grandes civilizaciones, y que faltan precisamente donde reinan la barbarie, el atraso y el desprecio por la persona humana.
----------La misericordia se inclina hacia el necesitado, enriquece al que es pobre, fortalece aquello que es débil, alivia la miseria, conforta en el sufrimiento, perdona el pecado, respeta la buena fe, espera con paciencia, trata con dulzura, eleva al humilde, acepta los límites, cura al enfermo, robustece al sano, da gratuitamente, ofrece ayuda incluso no buscada ni solicitada.
----------La justicia otorga a cada uno lo suyo, respeta los pactos, mantiene las promesas, honra a los superiores, obedece la ley, retribuye según los méritos, castiga al malvado, premia al justo, percibe lo debido, paga los débitos, devuelve el favor recibido, practica el respeto del derecho, resiste a los soberbios, abate a los tiranos, rescata a los prisioneros, derrota al enemigo, defiende al débil, venga los agravios sufridos, libera a los oprimidos, favorece los acuerdos de paz.
----------Probemos preguntarnos: ¿por qué Jesús no es jamás misericordioso con todos, sino que con algunos es durísimo, lanza invectivas y amenaza terribles castigos? Y esto no quiere decir que Cristo cesara nunca en el ejercicio de la caridad, ya que la caridad es una de esas virtudes que son de tal manera necesarias para la vida del alma, que debe ser ejercitada a tiempo completo. Entonces, esto significará que la severidad puede y debe ser, cuando se deba y sea necesario, una forma de caridad.
----------Otras virtudes, como la mansedumbre, la magnanimidad, el coraje, la castidad, la sobriedad, la parsimonia, así como la misericordia y la severidad, deben ser ejercitadas cuando se presenta la ocasión. Pero la caridad, que es la vida del alma, de la cual dependen todas las otras virtudes, debe estar siempre activa. Así como a veces podemos mover las piernas, a veces las manos; pero el corazón debe latir siempre.
----------El buenista (de quien hoy se ven tantos ejemplos entre los cristianos), es decir, el que quiere usar solo la misericordia y rechaza incondicionadamente la severidad por temor a que sea sinónimo de malicia, cree que todos los hombres sean buenos, sean de buena fe y de buena voluntad, solo necesitados de ser compasionados, tolerados e instruidos y piensa que no existen verdaderos pecados, es decir, hacer el mal voluntariamente, sino solo descuidos, equivocaciones o errores involuntarios por debilidad o ignorancia. Para educar a hacer el bien, no se necesitarían ni castigos, ni métodos coercitivos, ni prohibiciones, ni renuncias, ni amenazas, sino sólo métodos coloquiales, educados, dulces y persuasivos.
----------El misericordista, que quisiera ejercitar siempre y solo la misericordia y jamás la severidad, es como aquel tal que quisiera tener un paraguas siempre abierto, incluso cuando hace sol o quisiera mantener siempre la calefacción encendida, incluso en verano.
----------Pues bien, el buenista o misericordista no tiene en cuenta las consecuencias del pecado original, las cuales están en el origen de nuestras malas tendencias, la "concupiscencia", que dura por toda la vida presente y, aunque esas tendencias pueden debilitarse ya a partir de ahora con los ejercicios ascéticos y el socorro de la gracia, serán totalmente extinguidas solo al final de la vida presente.
----------El misericordista es un iluso, un ingenuo que vive en el engaño. El resultado de su obra educativa, si así la pudiéramos llamar, será por consiguiente el de crear caracteres volubles e influenciables, cual flanes, con una voluntad débil y sumisa a las pasiones, a los halagos y lisonjas del mundo y a los engaños del demonio, una figura limitada y carente, que se acomoda a la mediocridad, un inconstante, un veleta, un siervo de dos señores, una caña batida por el viento, un necio que construye sobre arena.
----------Quien rechaza en bloque la severidad para practicar la sola misericordia, pierde de vista el criterio para practicar una justa severidad. Sucede entonces que, cuando inevitablemente se presentará la ocasión o el deber de enfrentarse a un enemigo o de ser severos, faltándole al buenista la justa medida, pecará o bien por exceso o bien por defecto, se moverá entre la crueldad y la cobardía o pusilanimidad.
----------La misericordia compadece y alivia el mal de pena, el sufrimiento; la severidad castiga y prohíbe el mal de la culpa, el pecado. Si se insiste demasiado en la misericordia descuidando la severidad, se corre el riesgo de reducir todo mal al mal de pena, de ahí la tendencia en una cierta predicación a reducir el pecado a la categoría del "ser herido", al recibir una herida, olvidando que el pecado propiamente es un herir. Así tenemos una gran cantidad de heridos sin que haya ningún heridor.
----------Así entonces, si se insiste tanto en la misericordia descuidando la severidad, se termina por olvidar la existencia de la mala voluntad y se tiende a creer que todos sean de buena voluntad, pobres víctimas, débiles e inocentes. Por supuesto que no somos nosotros quienes debamos juzgar la conciencia de los demás, pero esto no quiere decir que la mala voluntad no exista. En realidad no debería ser difícil reconocer que, tanto en nosotros como en los otros no siempre existe buena voluntad y que no existen solo pecados por ignorancia o por fragilidad, sino que existen también pecados con plena conciencia, deliberación, cálculo y malicia, pecados diabólicos, para distraer y apartar de los cuales no sirven ni siquiera las amenazas de los eternos castigos, porque son almas tan atrevidas y tan endurecidas en el pecado, tan presuntuosas, que están completamente privadas del temor de Dios, por lo cual, deberían morir en ese momento y, si no fueran fulminadas por la gracia en el último instante, precipitarían directamente en el infierno.
----------La alternancia de la misericordia y de la severidad debe ser la regla del buen pastor, del buen confesor, del buen director espiritual, quienes deben ser como un buen cocinero y un buen dietólogo. La misericordia y la severidad son como dos alimentos, uno dulce y el otro amargo. En principio, ambos hacen bien; pero es necesario saber cómo dosificarlos y usarlos en el momento y lugar adecuados, según la individual persona, porque a uno puede hacer mal la misericordia, y a otro puede hacer bien la severidad. Debemos no excedernos ni ser escasos, tanto se trate de misericordia como de justicia.
----------El buen pastor debe ser exigente pero al mismo tiempo condescendiente. Debe facilitar el camino del discípulo, pero al mismo tiempo pedirle mucho, incluso lo máximo, convenciéndole de la bondad y de la utilidad de este máximo. Entonces estimulará en él el deseo voluntarioso y la fuerza para buscar ese supremo bien, Dios, al cual se aspira dando el máximo, prontos y dispuestos para eliminar todo obstáculo, dispuestos al sacrificio y a la renuncia. El buen pastor debe saber regañar al discípulo cuando advierte la mala voluntad, compadecerlo cuando nota la debilidad. Responsabilizarlo, cuando sepa que puede hacerlo, disculparlo si no puede hacerlo. Ser severo, si eso lo hace humilde; ser misericordioso, si eso le anima.
----------La misericordia y la severidad son también, como solía decir el papa san Juan XXIII, dos medicinas, dos prácticas sanitarias igualmente buenas, pero adecuadas cada una a distintas situaciones: la misericordia puede ser comparada a una cura farmacológica; la severidad a una intervención quirúrgica. La severidad quita el ojo que escandaliza. La misericordia, constatando que no escandaliza, lo deja funcionar.
----------La justicia es algo así como cuando se debe llevar un yeso en un brazo. Es una limitación de la libertad. Limita los movimientos, pero a fin de que el brazo se vuelva sano y libre. Una vez curado el brazo, al yeso le sucede la misericordia, que devuelve la libertad al brazo. Si la humanidad hubiera permanecido en el Edén sin pecar, no habría habido necesidad de la severidad, que limita, castiga, prohíbe, corta, hiere, reprime y nos obliga a la renuncia, sino que todo hubiera sido libertad, armonía, dulzura, ternura. Ahora, para lograr precisamente todo eso, son necesarios la severidad, el rigor y la austeridad.
----------La misericordia y la severidad tienen su primera raíz, su fuente y su justificación a nivel biológico animal, en la alternancia entre la ira y la concupiscencia, entre el amor por el bien y el odio por el mal, entre el apego al placer y el rechazo del dolor, entre el agredir y defenderse del enemigo y el afecto y amor por el amigo, en el amor a la vida y en el rechazo a la muerte.
----------La misericordia y la severidad tienen una base biológica, y entrambas son necesarias e indispensables para la conservación, la defensa y la expansión de la vida del sujeto. En cambio, el instinto o el impulso a la destrucción y a la violencia, que nace del odio o de una ira irrazonable, es claramente una corrupción de la natural agresividad y de la justa severidad. Existe un justo odio, una justa ira, una justa venganza, un justo castigo, una justa coerción, una justa guerra. En el campo de la severidad, es necesario distinguir lo justo de lo injusto. No está dicho ni es cierto que el hacer sufrir al otro sea siempre pecado o crueldad, si esto sirve para hacerle reflexionar y corregirse, haciendo penitencia.
----------Y no está dicho ni es cierto que el quitar o evitar al otro el sufrimiento sea siempre misericordia, si esto lo deja a merced de sus pasiones y de sus egoísmos y lo lleva a no dar importancia al pecado. La verdadera misericordia no da jamás espacio a la injusticia personal o social, ni cohonesta la opresión de los violentos hacia los débiles e indefensos, por querer quizás dejar suelto y libre al criminal.
----------La misericordia y la severidad son, por supuesto, opuestas entre sí, porque la misericordia quita la pena, mientras que la severidad la inflige; pero no se comprende la una si no se habla de la otra, porque en la conducta moral hay que saber usar en ocasiones la una y en ocasiones la otra, según las circunstancias y las necesidades. En cambio, se tiene la impresión de que el papa Francisco, habla de un Dios siempre misericordioso, que en realidad no existe. Esta impresión es muy fuerte en la entrevista que transcribe el libro de Tornielli, entrevista en la que el Papa, junto a la expresión de doctrina católica segura y cierta, expresa también ideas personales, discutibles e inseguras, alejadas de la doctrina cierta; ideas que, expresadas así, corren el riesgo no sólo de ser confundidas por doctrina cierta, al ser expresadas por boca del Romano Pontífice, sin distinguir que las expresa como opinador privado, sino que incluso pueden llegar a ser confundidas con ideas absolutamente erróneas, como aquella de que Dios es un Dios todo y solo misericordia y nunca un Dios justo que castiga los pecados y la impenitencia. Ese Dios no existe.
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