A partir de la cuestión planteada ayer, observando el contraste entre las precisas enseñanzas de Monseñor Gabriel Mestre, Obispo de Mar del Plata, en agosto de 2019 (antes de la pandemia) y sus desafortunadas declaraciones periodísticas en abril de 2021 (a más de un año de pandemia), intentemos ahora dar solución a la cuestión y, por supuesto, con la más benévola interpretación de las palabras del prelado marplatense, pues para valorar su pensamiento sólo nos hemos basado en sus expresiones de agosto de 2019 y 2021. A partir sólo de ellas no podemos suponer ni error doctrinal (pues todas sus expresiones pueden ser interpretadas en sentido ortodoxo), ni menos que en 2021 se haya desdicho de lo enseñado en 2019. Si así fuera, no me compete a mí indicar corrección alguna, sino a quienes componen la grey que él apacienta.
¿En qué sentido esta pandemia no es un castigo divino?
----------Ante todo, recordemos que respondiendo a una requisitoria periodística, a comienzos del mes de abril, mons. Mestre dijo: "Estoy totalmente convencido que la pandemia es una verdadera enseñanza y no un castigo divino, como plantean algunos sectores más fundamentalistas. Es una situación dolorosa, compleja, difícil. Desde la fe pedimos ser liberados, pero como dice el papa Francisco, a la luz de esta situación, o salimos mejores o salimos peores. (...) La pandemia tiene que ser una oportunidad de aprendizaje". En esta declaración hay verdades, pero también desafortunadas y ambiguas expresiones.
----------Para llegar a decir que "la pandemia no es un castigo divino", (cosa que ad litteram contrasta con su enseñanza de 2019, como hemos visto en la nota de ayer), es probable que en el Obispo, haya influido aquella problemática expresión del papa Francisco en el n.34 de la encíclica Fratelli tutti, donde el Romano Pontífice dice (aunque, como se sabe, más bien habría que decir que "no quiere decir") que la pandemia sea una suerte de castigo divino. Su expresión completa es la siguiente: "Si todo está conectado, es difícil pensar que este desastre mundial no tenga relación con nuestro modo de enfrentar la realidad, pretendiendo ser señores absolutos de la propia vida y de todo lo que existe. No quiero decir que se trata de una suerte de castigo divino. Tampoco bastaría afirmar que el daño causado a la naturaleza termina cobrándose nuestros atropellos. Es la realidad misma que gime y se rebela. Viene a la mente el célebre verso del poeta Virgilio que evoca las lágrimas de las cosas o de la historia". Por cierto, una desafortunada expresión, nada fácil de interpretar.
----------Sin duda, es una expresión problemática del papa Francisco, simplemente por el hecho de que todos los buenos católicos saben, incluso por el catecismo que han recibido en su infancia, pero también por el actual Catecismo de la Iglesia Católica), qué cosa es el castigo divino, también según el sentido que de la realidad del castigo divino nos ofrece la Sagrada Escritura, como también lo sabe y lo enseña mons. Mestre, y de ello es prueba su enseñanza de agosto de 2019, rechazando un cierto concepto popular y supersticioso del castigo divino, como acto precipitado e irracional de un Dios despótico y rencoroso.
----------Precisamente, es posible que el Papa se esté refiriendo al castigo en ese incorrecto sentido, cuando en la Fratelli tutti n.34 dice: "No quiero decir que se trata de una suerte de castigo divino". Pero, el Papa es allí ambiguo, confuso, queda la duda acerca del significado de su expresión, y hubiera sido deseable y consolador que, en medio de todos los equívocos, los prejuicios, las mentiras y la confusión que circulan sobre este delicado e importante tema incluso entre los pastores, hubiera sido una óptima y consoladora clarificación a la luz de la fe, que el Papa hubiera dicho claramente que las desgracias, como la calamidad de esta pandemia, sobrevienen como consecuencia del pecado original y que pueden ser un castigo divino por nuestros pecados personales. Porque si estas cosas no las dice el Papa, ¿quién debe decirlas?
----------Afortunadamente hay Obispos que expresan estas verdades, como lo hiciera en sus comentarios de 2019 mons. Mestre, al referirse al obrar pedagógico y paternal de Dios hacia nosotros, que es un obrar correctivo (también en la reprensión y en el castigo) pero siempre fruto de su amor misericordioso. Es cierto que Mestre no se refiere en aquel texto de 2019 al pecado original y a nuestros pecados personales, que son los merecedores del castigo divino; pero hay que reconocer que en su comentario al pasaje de la Carta a los Hebreos, no tenía absoluta necesidad de recordar todas esas verdades.
----------Afortunadamente, también el Papa, con el correr del tiempo en que se ha ido prolongando la pandemia, ha llegado a decir algo más sobre ella, como cuando en el Angelus del Domingo de Ramos de este año ha dicho que en esta pandemia "somos probados". ¡No es todo lo que se puede decir, pero ya es algo!, y al menos va más allá del lenguaje de "lo políticamente correcto", y de su ambigüedad en el n.34 de Fratelli tutti.
----------Ahora bien, como dije en mi nota de ayer, el lenguaje de lo "políticamente correcto" también puede ser una tentación para los Obispos respecto a las expresiones del Papa no en cuanto Maestro de la Fe sino en cuanto meras opiniones personales. Y es frecuente confundir obediencia con obsecuencia, y por eso es una tentación para un Obispo o para un sacerdote "copiar" expresiones del Papa o modos de expresión del Papa, sin discernir suficientemente su sentido, e incluso empeorando el sentido de las expresiones del Romano Pontífice. ¿O acaso, queridos lectores, desde el inicio de esta pandemia, no hemos escuchado a varios Obispos diciendo sin ruborizarse la barbaridad de que "Dios nunca castiga"?
----------Sin embargo, hay que decir que no es la misma la ambigüedad con la que podría ser calificada la expresión del papa Francisco en el n.34 de Fratelli tutti, y la ambigüedad de mons. Mestre al decir recientemente que "la pandemia no es un castigo divino". Me explico a continuación.
----------Reflexionando sobre aquella expresión tan problemática del Papa en Fratelli tutti, quizás pueda encontrarse un modo plausible de exonerarlo de la indebida sospecha de querer negar que una desgracia sea un castigo divino (como lo es, aunque rectamente entendido). Por cierto, sería lamentable que sucediera (aunque probablemente sucederá) que alguno dijera que el papa Francisco, nada menos que en una carta encíclica, ha dicho o ha dado a entender que los castigos divinos no existen, y que por lo tanto (siendo una afirmación presente en una encíclica) ello podría ser considerada por algún católico papólatra (obispo, sacerdote o laico) verdad de fe, y que, a la inversa, podría ser considerado herético que todavía en la actualidad se afirme que existen los castigos divinos. Sería lamentable que se afirmara todo eso.
----------Una opinión que podemos considerar de hecho razonable, sería decir que el papa Francisco, en esta encíclica, simplemente ha expresado su sensibilidad, su preocupación pastoral y su opinión, y no una afirmación "dogmatizable" por así decirlo. Esto puede inferirse del hecho de que el Papa no ha escrito, por ejemplo: "no es de ningún modo un castigo divino o un modo que Dios tiene para probarnos y para hacernos reflexionar sobre nuestras relaciones con la religión, con Dios, con la Iglesia y con los sacramentos", sino que solamente y correctamente ha dicho "No quiero decir que sea un castigo divino". Vale decir, el Papa simplemente se habría abstenido de afirmar, pero no intentaría ni siquiera negar. Se trataría, en definitiva, de una simple opción o elección lingüística contingente, una posición personal, no de suspensión del juicio (lo cual sería duda) sino un no querer hacer ninguna afirmación doctrinal. Sin embargo, este modo de expresarse, prescindiendo de las intenciones del Papa, francamente, parece elusivo, y tiene el sabor de la ambigüedad.
----------Pero este tipo de ambigüedad del Papa no es la misma ambigüedad con la que podemos calificar la declaración de mons. Mestre cuando él dice "Estoy totalmente convencido que la pandemia es una verdadera enseñanza y no un castigo divino". De modo que, aunque podríamos decir que también en el Obispo marplatense hay una negativa a decir que esa "verdadera enseñanza" que es la pandemia también es un castigo divino (como lo enseñó en su texto de agosto de 2019), en este momento no quiere decirlo, y se contenta con decir (¡a la prensa!) que no es un castigo, manteniendo la ambigüedad del término "castigo", con lo que no nos deja más alternativa que suponer que Mestre se refiere aquí a "castigo" en el erróneo sentido antes indicado, es decir, en el sentido del concepto popular y supersticioso (¡que también tiene usualmente la prensa!) del castigo divino, como acto precipitado e irracional de un Dios despótico, tiránico, caprichoso y rencoroso.
¿Cuál es e fundamentalismo que debe ser rechazado?
----------Pasemos ahora a la otra afirmación problemática de mons. Mestre en su declaración periodística de principios de abril. Cuando el Obispo de Mar del Plata dice que "la pandemia no es un castigo divino", incluyó la mención de otros ("sectores"), a quienes no identificó, que sustentarían lo contrario: "como plantean algunos sectores más fundamentalistas". Con esto, el Obispo no hace sino generar nueva ambigüedad, que necesita ser aclarada. ¿Quiénes son para el prelado marplatense esos sectores "más fundamentalistas"? ¿En qué sentido son "fundamentalistas"? ¿Por qué motivo sería reprensible ese "fundamentalismo"? ¿Habría entonces otros sectores menos "fundamentalistas", los cuales según el Obispo serían admisibles?
----------Desde hace más de una década en el mundo católico, e incluso en el mismo lenguaje oficial de la Iglesia, se ha extendido el uso en sentido despectivo de un término, que tiene su origen en una secta del mundo protestante, pero que en las intenciones de sus adherentes, debería (¡y digo sólo debería!) tener un significado positivo. En realidad "fundamentalismo" viene de "fundamental". En efecto, el propósito de tal secta es el de establecer lo que en el cristianismo es fundamental, lo cual se derivaría del fundamento bíblico. Hasta aquí no veo nada de lo que haya que quejarse. Salvo por el hecho de que después, tal fundamentalidad, para esta secta, sería dada por un texto bíblico interpretado ingenuamente, de modo obsoleto, sin valerse de la moderna exégesis histórica-crítica. Dada la especialización bíblica con la que cuenta mons. Mestre, creo que no es aventurado suponer que precisamente éste sea el mal "fundamentalismo" al que él alude.
----------El rechazo a tal "fundamentalismo" tiene buenos motivos. Así, por ejemplo, cuando Nuestro Señor Jesucristo dice que: "si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna" (Mt 5,29), o si el libro del Génesis dice que el mundo fue creado en seis días: "Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien. Y atardeció y amaneció: día sexto" (Gn 1,31), o que existen las aguas sobre los cielos: "Dijo Dios: Haya un firmamento por en medio de las aguas, que las aparte unas de otras. E hizo Dios el firmamento; y apartó las aguas de por debajo del firmamento, de las aguas de por encima del firmamento. Y así fue. Y llamó Dios al firmamento cielos. Y atardeció y amaneció: día segundo" (Gn 1,6-8), para tal fundamentalismo bíblico todas estas palabras deben ser entendidas a la letra, literalmente. Entonces, es razonable pensar que mons. Mestre se ha referido a este fundamentalismo, que, por cierto, debe rechazarse.
----------Si el lector recurre a cualquier diccionario general, encontrará de la palabra "fundamentalismo" diversas definiciones o acepciones, pero en el ámbito de la Sagrada Escritura, al que me he referido en el párrafo anterior, reduciendo su alcance significativo, la palabra fundamentalismo se ha convertido en sinónimo de exégesis grosera, obsoleta, anticuada e ingenua, la cual termina por absolutizar o volver rígidos los dichos, las formas o las figuras de la Biblia, que en cambio deben ser puestos en relación con los tiempos o la particular cultura del hagiógrafo o interpretados según las exigencias de los géneros literarios o de los modernos descubrimientos filológicos o arqueológicos. Está claro entonces que, en tal sentido, el fundamentalismo es un defecto en la interpretación de la Biblia y del cristianismo. Con ese mismo significado habla de fundamentalismo el documento de la Pontificia Comisión Bíblica, del 15 de abril de 1993, dedicado a actualizar los métodos de la exégesis católica, al que también hiciera sus aportes el ya mencionado padre Levoratti.
----------En tal sentido se habla también de "fundamentalismo islámico". De esta manera, no han sido pocas las ocasiones en que el Magisterio de la Iglesia condena el fundamentalismo concibiéndolo como la mentalidad creadora de falsas seguridades, como para generar en la conducta de quienes las reciben, comportamientos agresivos e intransigentes hacia aquellos que no comparten su enfoque.
----------Sin embargo, y manteniéndonos en el ámbito católico, los términos fundamentalismo y fundamentalista también se han convertido en estos años del postconcilio en un arma en las manos de los modernistas y de los relativistas, quienes, siempre refractarios y contrarios como son a la intangibilidad e inmutabilidad del dogma católico, consideran "fundamentalismo" la certeza y la firmeza con la cual el católico fiel al Magisterio se adhiere a la doctrina de la fe y la defiende sin dudar, sin compromisos y sin cortapisas. Al respecto, por ejemplo, en diálogo con un modernista o relativista que nos acusara de "fundamentalistas" por el simple hecho de cumplir lo que todo católico fiel debería cumplir, es decir sujetarnos con obediencia al dato de fe enseñado por el Magisterio de la Iglesia, nosotros bien podríamos responder: "Efectivamente, somos fundamentalistas -en ese preciso sentido- y por la gracia de Dios!". De tal modo, el término fundamentalismo se ha vuelto ambiguo y para conocer su significado, es necesario verificar quién lo utiliza.
----------Si el que utiliza ese término es el Magisterio de la Iglesia, sin duda se debe tomar en consideración un significado preciso, porque el Magisterio denuncia una forma de conservadurismo retrógrado o de tradicionalismo superado o de injustificada rigidez o un irracional fanatismo en el sostener opiniones discutibles o incluso concepciones erradas. Pensemos, por ejemplo, en la vieja concepción de la sujeción de la mujer al hombre o del pueblo judío como pueblo maldito o de las otras religiones como manifestaciones satánicas o de la religión católica como religión de Estado o de la democracia como sistema anárquico, etc.
----------Por el contrario, si el término es utilizado por los modernistas, como ya lo sugerí, la acusación de fundamentalismo va solamente al honor de quienes son objeto de tal acusación, porque no son sino los católicos fieles a la Iglesia, no solo en su aspecto tradicional, sino también en la forma que se ha asumido en el postconcilio. El católico acusado de fundamentalismo por los modernistas, que no dudan en hacer tal acusación incluso al Papa y al propio Magisterio de la Iglesia, no tiene más que complacerse con esa "alegría perfecta", de la que habla san Francisco de Asís, cuando se es insultado por el nombre de Cristo.
----------Para los modernistas y los relativistas, la preocupación por determinar con exactitud y precisión los contenidos de la fe y la esencial identidad católica (oficio este, que es propio de todo buen cristiano y sobre todo del Magisterio de la Iglesia) sería "fundamentalismo", término por ellos utilizado con evidente sentido despectivo, sosteniendo esa grave falsedad del relativismo quizás con el pretexto del "primado de la caridad" (una falsa caridad que lo tolera todo). Pero este es un modo deshonesto de escapar de las rigurosas exigencias de la verdad, a fin de poder jugar con el equívoco, o bien es signo de una mentalidad relativista, que olvida que la caridad no es sino la puesta en práctica de la verdad. Porque, ciertamente, separada de la verdad, la caridad derivará siempre sujeta a todos los equívocos posibles e imaginables.
----------Ahora bien, mons. Mestre parece estar bien lejos de la posición de los modernistas y relativistas que de ese modo piensan, a juzgar por el modo como explica el obrar correctivo de Dios a través de la reprensión y el castigo, en el texto de agosto de 2019 (al que necesaria y repetidamente me refiero). A juzgar por ese texto, creo que mons. Mestre está muy lejos, por ejemplo y sólo por citar un caso entre tantos, del relativismo del padre Gerardo Luigi Cardaropoli, teólogo franciscano, quien, en su libro "Vaticano II: el evento, los documentos, las interpretaciones" (EDB, Bolonia 2002), se expresa de esta sorprendente manera: "Cuando a partir de la fe se abre camino la pretensión de saber lo que Dios quiere, se termina por desencadenar procesos de fundamentalismo" (p.118). Vale decir, para Cardaropoli, el fundamentalismo es la "pretensión" de saber lo que Dios quiere en base a la fe. Entonces, habría que preguntarle: ¿en base a qué el cristiano sabe cuál es la voluntad de Dios? El autor no lo dice y está claro el por qué, porque si lo dijera, se equivocaría.
----------En efecto, es precisamente la fe la que nos dice lo que Dios quiere. A renglón seguido, el teólogo franciscano concluye su necio discurso con otra tontería (al fin de cuentas, de hecho, el error no puede sino nacer del error), y llega a decir: "lo que caracteriza a los cristianos no es la fe, sino la caridad". Pero entonces habría que preguntarle a Cardaropoli: ¿qué es una caridad sin la fe? Que la caridad, y no la fe, sea la perfección de la vida cristiana, lo concedo, por supuesto; pero no debemos olvidar que la caridad cristiana está caracterizada por la fe cristiana. Hablar simplemente de caridad y prescindir de la virtud de la fe no es cristianismo, sino impostura. Por esta razón, la preocupación de fundar la caridad sobre la verdad de fe claramente definida no es fundamentalismo, sino auténtico cristianismo.
----------Por lo tanto, y para dilucidar la cuestión del presente subtítulo, habría que decir acerca de estos pensamientos: 1°) es necesario cuidarse de aquel fundamentalismo denunciado y condenado por el Magisterio de la Iglesia, y en esta posición debemos ubicar claramente la mencionada expresión de mons. Mestre; pero 2°) hacer eso sin dar ningún peso al fundamentalismo del que hablan los modernistas, lo cual, lamentablemente no es aclarado por mons. Mestre en su vaga e imprecisa expresión; porque por este segundo tipo de fundamentalismo viene a ser "fundamentalista" ¡el mismo Magisterio de la Iglesia! con su preocupación por determinar de modo claro y unívoco la identidad católica, es decir, los fundamentos indiscutibles de la doctrina de la fe, sin por esto ignorar la evolución doctrinal y su relatividad con los diversos contextos históricos, así como el pluralismo teológico, la existencia de interpretaciones opinables de la Sagrada Escritura y de tradiciones que pueden haberse tomado del propio tiempo.
----------Naturalmente, como ya lo he expresado en otras ocasiones, el remedio para el fundamentalismo denunciado por la Iglesia es la leal apertura a la sana modernización del catolicismo promovida por el Concilio Vaticano II y por el Magisterio postconciliar, que conlleva inseparablemente el respeto al verdadero sentido de la Tradición, de la cual el Concilio mismo es eximio testigo, desde el momento en que, con sus novedades doctrinales, hace explícitas las inagotables riquezas de la Sagrada Tradición.
----------Por el contrario, es necesario denunciar con firmeza la turbidez de la operación modernista que quisiera seguir engañándonos, haciendo pasar por fundamentalista la posición del católico verdaderamente fiel a la Iglesia de siempre, la cual -como dijo el papa san Pablo VI- conoce y se muestra mejor a sí misma en los documentos del Concilio Vaticano II y del Magisterio postconciliar.
----------Por lo tanto, es necesario prestar mucha atención al término "fundamentalismo" y distinguir bien el significado que le da la Iglesia de aquel significado que le dan los modernistas. En el primer sentido el fundamentalismo es absolutizar un relativo, es el aferrarse a un pasado que ya ha pasado y una injustificada resistencia a lo nuevo, aún cuando sea enseñado por la Iglesia y por el propio Magisterio Pontificio y Conciliar; en el segundo caso el fundamentalismo es la diligencia y el cuidado con el cual el católico bajo la guía de la Iglesia precisa con claridad y certeza la verdad de fe. Este segundo tipo de fundamentalismo, así debemos suponerlo ¡no es ciertamente el rechazado por mons. Mestre! Ver en este fundamentalismo una actitud detestable, como lo hacen los modernistas, es solo un signo de confusión mental y de deslealtad.
La relación de Dios con el mal
----------Por supuesto, se trata de un tema polémico, difícil, sobre el cual los ánimos no suelen mantener serenidad, se trata nada menos que de la relación de Dios con el mal. Porque Dios es amor, es misericordioso amor por nosotros, y lo ha puesto bien en claro mons. Mestre en el pasaje de 2019 que hemos citado: "Dios nos corrige porque nos ama... Dios nos corrige no para maltratarnos y humillarnos sino para rescatarnos y salvarnos... Dios nos corrige y nos reprende con misericordia". Efectivamente, Dios es amor, pero permite el mal. Ciertamente, la relación de Dios con el mal es un tema difícil, complejo y profundo, pero de extrema actualidad, sobre el cual todos sentimos la necesidad de tener respuestas ciertas, seguras, fundamentadas y reconfortantes. Esas respuestas pueden provenir de la razón, pero provienen sobre todo de la fe.
----------La pregunta es: ¿Unde malum? Conocemos, al menos en su formulación dogmática, cual es la respuesta: la libertad de la criatura espiritual, angélica o humana. Sabemos que Dios no nos mueve como si fuéramos marionetas, nos deja personas libres. Sabemos que todo acto bueno de la criatura proviene de Él como Causa primera creadora. Y sabemos que solo el pecado lo podemos cometer por nuestra sola iniciativa y responsabilidad. ¿Pero por qué Dios permite la existencia del pecado? Conocemos la respuesta, y quizás recordamos la clarísima formulación que le da san Agustín: "Dios es tan poderoso y bueno, que no permitiría el mal, si no fuera tan bueno y poderoso, como para saber recabar del mal un bien mayor".
----------En este sentido, castigar no es causar el mal, aunque el castigo provoca sufrimiento en el castigado. Pero este sufrimiento hace bien al castigado. Si el castigado lo sabe comprender y aceptar, es un sufrimiento fecundo, que lo estimula al arrepentimiento o a la corrección, purificándolo o mejorándolo. Y es en este sentido que debemos entender las palabras de mons. Mestre que incluso cita al Papa: "Estoy totalmente convencido que la pandemia es una verdadera enseñanza (...) Es una situación dolorosa, compleja, difícil. Desde la fe pedimos ser liberados, pero como dice el papa Francisco, a la luz de esta situación, o salimos mejores o salimos peores. (...) La pandemia tiene que ser una oportunidad de aprendizaje". Dios no quiere el sufrimiento de nadie. Pero si este con su pecado, hace su daño, Dios que es justo, quiere que la justicia siga su propio curso.
----------El castigo ciertamente implica sufrimiento. Pero no todo sufrimiento es castigo. Dios envía sufrimiento para nuestro bien, para que nos volvamos mejores. Si somos inocentes, no se trata de castigos, sino que los envía para probarnos en la virtud, como Job, o los envía para crear víctimas de expiación, como ha hecho con los Santos Inocentes y como ha hecho con la Víctima por excelencia, Nuestro Señor Jesucristo. Dios puede castigar de inmediato, como lo ha hecho con las serpientes para el pueblo de Israel en el desierto. O bien puede posponer el castigo, como ha hecho con el rico Epulón, de la parábola de Nuestro Señor.
----------En aquellos que afirman hoy, lejos de la verdad bíblica y lejos de la enseñanza del Magisterio, que Dios no castiga, es evidente la idea de que un Dios de amor no puede castigar. Es una idea absolutamente falsa, que demuestra que ellos no saben qué es el amor, ni qué es el castigo.
Los castigos de Dios son actos de amor
----------Comencemos por aclarar la relación esencial del amor con el castigo. El castigar y el amar son actos absolutamente inescindibles. Un padre que no castiga al hijo cuando lo merece, es un padre que no ama a su hijo. "¿Hay algún hijo que no sea corregido por su padre?" se pregunta el autor de la Carta a los Hebreos 12,7, precisamente el texto que mons. Mestre comentó correctamente en 2019, como veíamos antes. Imposible comprender qué es verdaderamente el amor sin ponerlo en relación con el castigo. Y a la inversa, es imposible comprender qué es el castigo, sin concebirlo como acto de amor. Esto vale para nosotros los hombres, pero vale también para Dios, como aparece evidente de los numerosos y variados castigos divinos narrados por la Escritura: "La corrección, el reprender e incluso el castigo, bien entendido, son categorías bíblicas que debemos recuperar", explica correctamente el prelado marplatense.
----------Sin embargo, surge la pregunta: ¿cómo pueden permanecer juntos movimientos aparentemente tan contrarios como el amor y el castigar? Es evidente que el castigo no es una manifestación inmediata del amor, como aquellas que hago brotar inmediatamente del amor. El castigo es una manifestación del amor mediante la justicia. Es la presencia del mal lo que justifica el castigo como amor. Si existiera solo el bien, el amor no castigaría nunca. Quienes afirman que Dios no castiga, ignoran la existencia del mal. El castigo es la sanción del pecado. Si no hubiera pecados, no habría castigos. Dios castiga al hombre porque el hombre ha pecado.
----------Si existe el mal de pena (castigo), es porque existe el mal de culpa (pecado). El cual, como nos muestran los relatos bíblicos y nuestra propia experiencia, no quiere decir necesariamente que Dios nos castigue inmediatamente con penas externas para todos y cada uno de nuestros pecados, aparte de la inmediata punición interior consistente en el remordimiento de conciencia, ni quiere decir que si uno sufre, sufre porque ha cometido ese pecado determinado. Ciertamente, es lógico que si uno bebe veneno, muera. Pero Dios puede conceder que sus hijos beban veneno sin envenenarse (cf. Mc 16,18).
----------En cambio, que el mal de pena (el castigo) supone el mal de culpa (el pecado), es un principio bíblico general, que recibe diversas y variadas aplicaciones. Dios inflige penas (castigos) de varios tipos y entidades: temporales, como las terrenas y las del purgatorio, y eternas, como las del infierno. Puede mitigarlas o aumentarlas o suspenderlas, según su voluntad, que es siempre amor, cambia solo el modo.
----------Fundamental es la pena del pecado original, paradigma de todos los pecados personales, por el cual la humanidad entera ha sido castigada, aunque el pecado de los progenitores haya sido un pecado personal. Desde este punto de vista no se puede decir que (salvo los casos únicos de Jesús y de María) existan en esta vida personas perfectamente inocentes, aunque si podemos decir que, si a ellas les golpea la desgracia, esto no sucede para su castigo, sino para que ellas, siguiendo el ejemplo de Cristo, puedan ofrecerse a sí mismas o sus sacrificios para la conversión de los pecadores.
----------Por esto, todos los males que nos golpean, vengan de los hombres o vengan de la naturaleza, son consecuencias del pecado original, del cual así habla el Concilio de Trento: "el primer hombre Adán, al transgredir el mandamiento de Dios en el paraíso, perdió inmediatamente la santidad y justicia en que había sido constituido, e incurrió por la ofensa de esta prevaricación en la ira y la indignación de Dios y, por tanto, en la muerte con que Dios antes le había amenazado, y con la muerte en el cautiverio bajo el poder de aquel que tiene el imperio de la muerte (Heb 2,14), es decir, del diablo, y toda la persona de Adán por aquella ofensa de prevaricación fue mudada en peor, según el cuerpo y el alma" (Denz.1511).
----------Las consecuencias del pecado original son mejor especificadas en el siguiente texto: "la prevaricación de Adán le dañó no solo a él, sino también a su descendencia; y la santidad y justicia recibida de Dios, que él perdió, la perdió no solo para sí sino también para nosotros; y, manchado él por el pecado de desobediencia, transmitió a todo el género humano tanto el pecado que es muerte del alma, como el estado de corrupción, que es la muerte y las penas del cuerpo" (Denz.1512).
----------Ciertamente, una idea inmediata del amor parece contraria a la del castigo. Amar dice complacer al amado. El que castiga trae dolor al castigado. El amor acerca al amado. Castigar quiere decir alejar. Amar dice ternura, mansedumbre, dulzura, acogida, misericordia, perdón, alegría. La idea del castigo hace pensar en cambio en la ira, la dureza, el rechazo, la severidad, la invectiva, la tristeza.
----------Pero sería grave error creer que el castigo sea dictado por el odio. En todo caso, ese es el castigo injusto, que no debe ser admitido, como expresa mons. Mestre: "evidentemente hay que quitar de entrada cualquier mala comprensión de estos términos que lleven a justificar el abuso y la violencia en sus diversas formas (física, psicológica, moral), el maltrato, el desprecio o la minusvaloración de personas o grupos. Nunca jamás se puede aceptar esto. Pero sí hay que aceptar la corrección del Señor. Dios nos corrige porque nos ama". El castigo se relaciona con el amor, en cuanto tanto el amor como el justo castigo quieren el bien del otro. El justo castigo nace del amor, porque el justo castigo busca el bien del otro, que no puede sino ser el arrepentimiento o la corrección. Es en este modo que Dios castiga.
----------Si bien el amor o caridad debe ser ejercitada a tiempo completo, la justicia punitiva en cambio es requerida solo en particulares circunstancias. Lo que quiere decir que también la justa severidad puede y debe ser expresión de la caridad. En efecto, ¿podemos acaso suponer a modo de hipótesis que, cuando Jesús polemizaba con los fariseos, los reprendía y los amenazaba con el eterno castigo, suspendía el ejercicio de la caridad o no más bien ante todo ejercitaba una caridad adecuada para ellos? La tragedia fue que ellos, en lugar de aceptar la advertencia del Señor y convertirse, se endurecieron en su pecado, hasta el punto de crucificar a Aquel que les indicaba el camino de la salvación.
----------Lo mismo hacen hoy aquellos que persisten, sin ningún fundamento bíblico, en no ver en la pandemia un severo pero paterno llamado de Dios a la corrección, a hacer penitencia y a convertirnos de nuestros pecados, sino que quieren por fuerza y para su comodidad ver en un signo evidente de la severidad divina un acto de su "amor", casi como un aval para permanecer tranquilamente en los propios pecados, seguros de la impunidad y de ser gratos a Dios, como fue la ilusión de Martín Lutero.
----------Ciertamente podemos y debemos ver, con mirada de fe, incluso en la pandemia un signo de la divina misericordia, pero solo con la condición de que partamos de la conciencia de que por sí misma es un castigo por nuestros pecados. Solo con esta condición, arrepentidos de nuestros pecados y reconociendo ser objeto de la severidad del Padre, podemos y debemos, por los méritos de su Hijo, implorarle que tenga piedad de nosotros, seguros de ser escuchados y cumplidos, aún más de lo que esperaríamos.
----------Es solo si reconocemos que somos justamente castigados y nos unimos con corazón arrepentido y confiado al sacrificio expiatorio de Cristo, sacrificio acepto al Padre, que Dios Padre está dispuesto a hacernos misericordia, perdonando nuestros pecados y liberándonos del sufrimiento. De lo contrario, sin esa condición, nuestro piadoso discurso sobre la "misericordia" se convierte en vano pretexto para permanecer en nuestros pecados en la convicción de que no seremos castigados.
----------En cuanto respecta a la esencia del castigo, es necesario, entonces, distinguir el castigo justo, dictado por el amor, que a Dios sí le corresponde, del castigo injusto, dictado por el odio, y del cual juicio justo la Escritura nos da el concepto correcto y nos muestra el propósito, el motivo, la dinámica.
----------Es un acto con el cual Dios, sin querer ni el pecado ni el sufrimiento, deja al pecador en su voluntad con las consecuencias penales que se derivan del mismo acto del pecado. En efecto, dado que Dios ha concedido al hombre la libertad de elección entre el bien y el mal, una vez que el hombre ha pecado, Dios no puede impedir que el hombre, pecando, se haga el mal a sí mismo, porque el tormento interior causado por la culpa, es efecto intrínseco del mismo acto del pecado. Y esto es precisamente el castigo del pecado.
----------El castigo divino, por lo tanto, no tiene nada que ver con el estallido de ira irracional de un Dios tiránico y rencoroso, como en el voluntarismo de Ockham o del Corán, la ira de Dios que nos cae encima sin explicar el por qué y el para qué, sino por puro gusto de mandar o porque no le ha gustado algo sin dar ninguna explicación. Es probablemente en este sentido, podría entenderse, que el Papa ha dicho en Fratelli tutti que la pandemia no sería "una suerte de castigo divino", aunque personalmente me inclino a la interpretación, ya mencionada, de que el Papa simplemente ha optado en la ocasión por no emitir su juicio (que lo tiene, por supuesto, como Maestro de la Fe) sobre el tema: "No quiero decir que se trata de una suerte de castigo divino", aunque uno siga preguntándose una y otra vez por qué el Papa no lo ha querido decir.
----------En cambio, es probablemente porque tienen esa visión distorsionada de un Dios tiránico, rencoroso, despótico y caprichoso, que ciertos pastores o teólogos (que en esto son cercanos al voluntarismo luterano), niegan los castigos divinos. Pero, en lugar de escuchar a Guillermo de Ockham o a Hegel, ¿por qué no leen mejor lo que dice la Sagrada Escritura? O bien, en todo caso, bastaría que, cuando cometen alguna acción que no agrada a Dios, si son leales a Él y consigo mismos, escucharan su conciencia que les remuerde. ¿Y qué es ese remordimiento sino precisamente el castigo de Dios?
Debemos distinguir los males que nos vienen de la naturaleza de los males provocados por el hombre
----------Los pecados de los hombres son solo una parte de los males que nos afligen. No podemos olvidar los daños a veces catastróficos que nos vienen de la naturaleza. ¿El coronavirus no es acaso uno de ellos? Por otra parte, aún más peligrosos son los daños espirituales, que nos vienen de la acción de las potencias demoníacas, que nos sugieren ideas y comportamientos aún más peligrosos que el coronavirus, porque, al fin de cuentas, si el máximo daño que el coronavirus nos puede hacer es la muerte física, mucho más peligrosas son las insidias y trampas del diablo, que pueden conducirnos a la condenación eterna. Algunos proponen la hipótesis de que el coronavirus tenga una causa humana, quizás involuntaria. Pero la cosa no es tan segura.
----------Dios ciertamente no es la causa del pecado; pero como en cambio Él quiere que la justicia siga su curso, se puede decir que Él quiera no expresamente, sino indirectamente, la pena del castigo temporal (pena medicinal) y eterno (pena aflictiva), no por sí misma, sino en cuanto causada por el mal cumplido. La pena medicinal, el castigo correctivo, es precisamente aquel al que se refiere con conceptos correctos mons. Mestre, aplicando el concepto tanto a nuestra vida humana como al obrar de Dios respecto a nosotros. Sin embargo, todo está bajo el gobierno de la divina providencia y del eterno amor: los justos y los impíos, la tierra y el universo, el paraíso del cielo, el infierno y el purgatorio.
----------Por supuesto, no debemos hacer un manojo de todas las hierbas, metiendo juntas las malas acciones de los hombres con las calamidades naturales. La voluntad de Dios es inocente de los pecados de los hombres, aunque los permita, porque Dios Padre ha querido derivar del pecado, como dice san Agustín, un bien más grande que el que habría sido si el pecado no se hubiera dado. Esta grandiosa prueba de la omnipotencia y de la misericordia de Dios es cantada en el famoso himno Exultet de la Vigilia Pascual: "O felix culpa, quae talem ac tantum meruit habere Redemptorem".
----------Por lo tanto, no insistamos en decir que Dios no castiga, cuando es evidente lo contrario. No caigamos en la tentación del "lenguaje políticamente correcto". ¿Acaso no nos alertó Nuestro Señor que el mundo nos odiaría? Cuando mencionemos la palabra "castigo" no la usemos ambiguamente, para contentar al mundo, por el simple hecho de que el mundo tiene un falso concepto de Dios y un falso concepto del castigo. No juguemos un papel tan miserable, sacando a relucir el pretexto de la bondad divina, para ocultar nuestros pecados y no tener que reconocer que somos dignos de ser castigados. Evitemos asumir la actitud infantil e inmadura de quien no se siente castigado porque, a su decir, no ha hecho nada malo.
----------En definitiva, repristinemos el verdadero sentido del "divino castigo correctivo" como ha querido enseñar mons. Mestre en 2019, restauremos, las palabras del antiguo Acto de contrición, que algunos hoy neciamente quisieran eliminar y hasta prohibir en el Sacramento de la Penitencia: "Pésame Dios mío y me arrepiento de todo corazón de haberte ofendido. Pésame por el infierno que merecí y por el cielo que perdí...." o bien "...me pesa de todo corazón haberos ofendido, también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno...". Reconozcamos, en cambio, nuestros pecados, descontémoslos con la penitencia (castigo libremente asumido), renovemos los buenos propósitos, pidiendo perdón a Dios y a los hermanos. Entonces el Señor nos escuchará y nos hará sentir la dulzura y ternura de su amor y de su misericordia.
Gracias Padre por su labor de clarificación y defensa de la doctrina católica.
ResponderEliminarEs reconfortante saber que las expresiones del Obispo Mestre pueden ser entendidas correctamente.
Sin embargo, se han dado no pocos casos en que esta interpretación benévola es del todo imposible. Al respecto, se me ocurrió este pensamiento que someto a su juicio:
Si los pastores ya no parecen conocer o, al menos, no transmiten los puntos elementales del catecismo y, frente a estos acontecimientos como la pandemia, no ayudan a los fieles a madurar una decisión de convertirse a Dios, ¿no es entonces ésta una provocación lanzada a Dios, que se verá así "forzado" a continuar con una próxima "plaga" hasta que el mensaje sea por fin recibido?
Querido Joaquín, no sabemos lo que Dios tenga planeado a corto plazo. Acaso es posible que continúe en su severidad, y la pandemia se prolongue. No lo sé. Sin embargo, junto con el Santo Padre, nosotros le imploramos que, si fuera posible y si fuera Su voluntad (siempre hay que agregar estas condiciones en nuestra oración, como Nuestro Señor en Getsemaní), nos libere de este mal. Tengamos en cuenta que esta plaga está afectando a toda la humanidad, y que todos somos pecadores, tanto los pastores como los fieles, tanto los creyentes como los no creyentes, y todos vivimos hasta el final de nuestros días en la necesidad de conversión.
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