Cuando el profesor Roberto de Mattei se muestra un poco más cuidadoso que de costumbre en distanciarse de las posiciones típicas del tradicionalismo abusivo (fijista o lefebvriano) suele decir algo como que "las discusiones sobre la interpretación teológica de los documentos del Concilio es competencia de los teólogos", manifestando que él se reduce a juzgar al Vaticano II "como un todo, es decir, como evento".
----------Esto no deja de ser preocupante y, de alguna manera, también sorprendente. Quienes hacen hincapié en el Concilio como "evento", de hecho, manifiestan una singular subordinación metodológica a las conocidas concepciones de marca progresista extrema, neo-modernistas (por ejemplo típicas de la "escuela de Bolonia", pero no solo de ella). Y esto es sorprendente y paradójico para el caso de un exponente del ala conservadora del catolicismo, como de Mattei. Pero tratemos de explicarlo recurriendo a un excelente artículo de Francesco Arzillo, magistrado romano y escritor de ensayos sobre filosofía y teología.
----------El uso de métodos y criterios historiográficos con fines teológico-doctrinales parece pasar por alto el hecho de que el Concilio, así como los documentos de los Papas conciliares y postconciliares, son actos de magisterio que deben ser interpretados de acuerdo con criterios de naturaleza teológica y canónica, sin confundir los planos de investigación, sin extrapolaciones disciplinarias.
----------Paradójicamente, entonces, se termina hablando demasiado y casi exclusivamente del Vaticano II, como un Concilio ya "metabolizado", tanto por los teólogos como por los fieles, a partir de la generación que siguió a la de los Padres conciliares: una postura bastante contradictoria (incluso a nivel lógico) respeto a las premisas tradicionales o conservadoras de quienes las profesan, como el profesor de Mattei. Incluso se llega a decir que la hermenéutica, la interpretación, debería ser excluida del campo doctrinal. Sin embargo, la historia de la Iglesia ha dado siempre y sigue dando testimonio permanente de que cualquier texto magisterial necesita de interpretación. La hermenéutica siempre ha existido, y ella debe responder a determinados cánones, de los cuales el garante último sigue siendo el Magisterio eclesial.
----------Por ejemplo, hoy es muchísimo más fácil para nosotros, digamos tras quince siglos, considerar en bloque el resultado de los concilios cristológicos de los primeros siglos; pero no podemos ignorar los conflictos interpretativos que han insumido tomaron siglos resolver, incluso después del Concilio de Calcedonia del 451. Por supuesto, es cierto que las fórmulas dogmáticas tienen un sentido inmediato, potencialmente conocido por cualquier fiel católico desde que es aprendiz del catecismo (es la base de la doctrina del sentido común). Pero siempre pueden surgir ulteriores preguntas interpretativas y doctrinales, y esas cuestiones deben ser abordadas con el método propio de la teología católica, no de la historia, aunque se trate de un historiador católico. El problema, por lo tanto, no es el hecho de la interpretación, sino la identificación de los criterios interpretativos, que deben ser teológicos, ni históricos.
----------Entre esos criterios, debe reconocerse un criterio de totalidad diacrónica y sincrónica. En el plano o perfil diacrónico existe la continuidad a lo largo de los siglos, que excluye las contradicciones doctrinales, siempre que la contradicción sea identificada correctamente, en relación con el alcance preciso de una verdad y su "peso" doctrinal (o sea, la clásica "nota teológica"). Es evidente que sobre algunas cosas no es posible transigir. Piénsese, por ejemplo, en la necesidad del uso del lenguaje aristotélico-tomista de "sustancia" también en materia eucarística (por caso, para exponer el dogma de la "transubstanciación"). Al respecto, no es posible adherirse a la epistemología de Karl Rahner y, por ende, a su hermenéutica de los documentos del Concilio, hermenéutica en gran medida responsable de las desviaciones postconciliares. Pero esto no significa que cada cambio lingüístico o cada cambio de acento, o cada forma novedosa de explicar el dogma, implique una contradicción doctrinal. Por ejemplo, en las corrientes del tradicionalismo abusivo (fijista o lefebvriano), a menudo se hace referencia a la declaración de la constitución pastoral Gaudium et spes n.22 según la cual "con la encarnación el Hijo de Dios se ha unido de cierto modo con cada hombre" ("cum omni homine quodammodo se univit" ). Sin embargo, el uso de la locución adverbial "quodammodo" (que, además, es típica de la gran teología clásica, inspirada no por criterios de univocidad geométrico-matemática, sino respetuosa del Misterio), nos pone en guardia para que no saquemos conclusiones precipitadas.
----------En un notable artículo publicado en la revista "30 Giorni" en 2010, el gran biblista jesuita Ignace de la Potterie recordó el precedente tomismo según el cual "considerando la generalidad de los hombres, en todo el tiempo del mundo, Cristo es la cabeza de todos los hombres, pero según grados diversos" (Summa theologica III, 8, 3) y explicaba: "Pero si quitáramos de la frase de la Summa theologica y de la frase de la Gaudium et spes las palabras 'según grados diversos' y las palabras 'en cierto modo', no se respetarían todos los datos de la fe católica. Y, de hecho, el propio Concilio, en la constitución dogmática Lumen gentium n.13, siguiendo fielmente la Tradición, distingue claramente entre el llamado de todos los hombres a la salvación y la pertenencia real de los creyentes a la comunión de Jesucristo. Según el método propio de toda la revelación bíblica".
----------El que acabamos de explicar es un simple e importante ejemplo de la hermenéutica de la continuidad aplicada a un punto fundamental de la doctrina católica, según la cual el cristiano no es tal por naturaleza, sino por gracia. Se trata solamente de una cuestión de proceder, de metodología, sobre la base del "intellectus fidei", dejando de lado los postulados y los apriorismos propios de ciertas praxis que pueden incidir verosímilmente también en el campo de la política, eclesiástica y no eclesiástica.
----------Esto no deja de ser preocupante y, de alguna manera, también sorprendente. Quienes hacen hincapié en el Concilio como "evento", de hecho, manifiestan una singular subordinación metodológica a las conocidas concepciones de marca progresista extrema, neo-modernistas (por ejemplo típicas de la "escuela de Bolonia", pero no solo de ella). Y esto es sorprendente y paradójico para el caso de un exponente del ala conservadora del catolicismo, como de Mattei. Pero tratemos de explicarlo recurriendo a un excelente artículo de Francesco Arzillo, magistrado romano y escritor de ensayos sobre filosofía y teología.
----------El uso de métodos y criterios historiográficos con fines teológico-doctrinales parece pasar por alto el hecho de que el Concilio, así como los documentos de los Papas conciliares y postconciliares, son actos de magisterio que deben ser interpretados de acuerdo con criterios de naturaleza teológica y canónica, sin confundir los planos de investigación, sin extrapolaciones disciplinarias.
----------Paradójicamente, entonces, se termina hablando demasiado y casi exclusivamente del Vaticano II, como un Concilio ya "metabolizado", tanto por los teólogos como por los fieles, a partir de la generación que siguió a la de los Padres conciliares: una postura bastante contradictoria (incluso a nivel lógico) respeto a las premisas tradicionales o conservadoras de quienes las profesan, como el profesor de Mattei. Incluso se llega a decir que la hermenéutica, la interpretación, debería ser excluida del campo doctrinal. Sin embargo, la historia de la Iglesia ha dado siempre y sigue dando testimonio permanente de que cualquier texto magisterial necesita de interpretación. La hermenéutica siempre ha existido, y ella debe responder a determinados cánones, de los cuales el garante último sigue siendo el Magisterio eclesial.
----------Por ejemplo, hoy es muchísimo más fácil para nosotros, digamos tras quince siglos, considerar en bloque el resultado de los concilios cristológicos de los primeros siglos; pero no podemos ignorar los conflictos interpretativos que han insumido tomaron siglos resolver, incluso después del Concilio de Calcedonia del 451. Por supuesto, es cierto que las fórmulas dogmáticas tienen un sentido inmediato, potencialmente conocido por cualquier fiel católico desde que es aprendiz del catecismo (es la base de la doctrina del sentido común). Pero siempre pueden surgir ulteriores preguntas interpretativas y doctrinales, y esas cuestiones deben ser abordadas con el método propio de la teología católica, no de la historia, aunque se trate de un historiador católico. El problema, por lo tanto, no es el hecho de la interpretación, sino la identificación de los criterios interpretativos, que deben ser teológicos, ni históricos.
----------Entre esos criterios, debe reconocerse un criterio de totalidad diacrónica y sincrónica. En el plano o perfil diacrónico existe la continuidad a lo largo de los siglos, que excluye las contradicciones doctrinales, siempre que la contradicción sea identificada correctamente, en relación con el alcance preciso de una verdad y su "peso" doctrinal (o sea, la clásica "nota teológica"). Es evidente que sobre algunas cosas no es posible transigir. Piénsese, por ejemplo, en la necesidad del uso del lenguaje aristotélico-tomista de "sustancia" también en materia eucarística (por caso, para exponer el dogma de la "transubstanciación"). Al respecto, no es posible adherirse a la epistemología de Karl Rahner y, por ende, a su hermenéutica de los documentos del Concilio, hermenéutica en gran medida responsable de las desviaciones postconciliares. Pero esto no significa que cada cambio lingüístico o cada cambio de acento, o cada forma novedosa de explicar el dogma, implique una contradicción doctrinal. Por ejemplo, en las corrientes del tradicionalismo abusivo (fijista o lefebvriano), a menudo se hace referencia a la declaración de la constitución pastoral Gaudium et spes n.22 según la cual "con la encarnación el Hijo de Dios se ha unido de cierto modo con cada hombre" ("cum omni homine quodammodo se univit" ). Sin embargo, el uso de la locución adverbial "quodammodo" (que, además, es típica de la gran teología clásica, inspirada no por criterios de univocidad geométrico-matemática, sino respetuosa del Misterio), nos pone en guardia para que no saquemos conclusiones precipitadas.
----------En un notable artículo publicado en la revista "30 Giorni" en 2010, el gran biblista jesuita Ignace de la Potterie recordó el precedente tomismo según el cual "considerando la generalidad de los hombres, en todo el tiempo del mundo, Cristo es la cabeza de todos los hombres, pero según grados diversos" (Summa theologica III, 8, 3) y explicaba: "Pero si quitáramos de la frase de la Summa theologica y de la frase de la Gaudium et spes las palabras 'según grados diversos' y las palabras 'en cierto modo', no se respetarían todos los datos de la fe católica. Y, de hecho, el propio Concilio, en la constitución dogmática Lumen gentium n.13, siguiendo fielmente la Tradición, distingue claramente entre el llamado de todos los hombres a la salvación y la pertenencia real de los creyentes a la comunión de Jesucristo. Según el método propio de toda la revelación bíblica".
----------El que acabamos de explicar es un simple e importante ejemplo de la hermenéutica de la continuidad aplicada a un punto fundamental de la doctrina católica, según la cual el cristiano no es tal por naturaleza, sino por gracia. Se trata solamente de una cuestión de proceder, de metodología, sobre la base del "intellectus fidei", dejando de lado los postulados y los apriorismos propios de ciertas praxis que pueden incidir verosímilmente también en el campo de la política, eclesiástica y no eclesiástica.
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