lunes, 11 de mayo de 2020

La reformulación del dogma (2/2)

Continuemos y concluyamos con la reflexión iniciada ayer.

----------Ahora bien, algunos teólogos innovadores del postconcilio, con el pretexto de que hoy es necesario presentar el dogma cristológico con un lenguaje nuevo haciendo uso de categorías del pensamiento moderno, han pretendido -quizás en nombre de una mejor comprensión de la Biblia- invalidar los conceptos de "naturaleza" y "persona" usados por Calcedonia, afirmando que ellos ya no tienen el sentido que tienen en el pensamiento moderno, por lo cual, si queremos salvar la verdad del dogma cristológico, debemos "reformularlo" según el sentido moderno de aquellas categorías, o bien abandonarlas sic et simpliciter y sustituirlas por otras adaptadas al pensamiento moderno. Se necesita otro "modelo interpretativo", afirmaron ellos.
----------Estos teólogos han notado que Calcedonia usaba el concepto de persona en el sentido de un ente subsistente; en cambio, según ellos, el concepto “moderno” de persona, de origen cartesiano, diría “autoconciencia”. Por cuanto respecta al concepto de naturaleza (o esencia), divina o humana, han negado su inmutabilidad, basándose en el hecho de que el pensamiento "moderno" sostiene la "historicidad" de toda esencia, por tanto también la del hombre y de Dios. De ahí la sustitución de los conceptos calcedonianos por otros, así llamados "modernos", sin embargo ajenos a las verdaderas intenciones de Calcedonia, pero siempre con la pretensión de interpretar hoy lo que Calcedonia intentaba decir en su momento. Por tanto, una "fidelidad" a Calcedonia que en realidad es traición. La verdadera comprensión de lo que ha intentado decir Calcedonia se tiene solo mediante el uso de los conceptos que Calcedonia usó en su significado correcto.
----------¿Qué ha salido de todos esos intentospostconciliares? ¿Se han aplicado, entonces, las directivas del Concilio Vaticano II? De ninguna manera. De hecho, el Concilio no intentaba en absoluto cambiar el patrimonio dogmático tradicional, sino simplemente, como he dicho y como debería ser conocido por todos, favorecer una nueva formulación adaptada al lenguaje y la cultura de nuestro tiempo, ciertamente en cuanto ella tiene de válido y no en sus aspectos deficientes.
----------Ahora bien, debemos decir claramente que el concepto de persona como autoconciencia y de naturaleza como historia serán conceptos modernos, sí, pero esto no significa que sean verdaderos, de hecho son falsos y, por lo tanto, inadecuados para interpretar el dogma. Para ese fin, por lo tanto, siguen siendo los conceptos tradicionales -inmutablemente verdaderos- de persona como ente subsistente y de la naturaleza como esencia inmutable, sin los cuales el significado del dogma no es mejor interpretado, sino falsificado. Por lo demás, la Iglesia en el pasado ya ha condenado como heréticas las interpretaciones que han pretendido utilizar aquellos falsos conceptos de persona y naturaleza, que en realidad no son en absoluto "modernos", sino que ya están presentes en el pensamiento pagano antiguo.
----------Esto no quiere decir que el dogma desprecie la idea de la autoconciencia o de la historia, sino que estas ideas tienen su lugar no contra el significado tradicional de persona y naturaleza, o para sustituirlo, sino simplemente al lado y en armonía con él, en relación con ese aspecto del dogma que puede ser convenientemente representado por esas nociones.
----------Finalmente, es necesario distinguir la reformulación de una doctrina de su reinterpretación. Un dogma puede ser reformulado, pero no tiene necesidad de ser reinterpretado. La formulación se refiere al lenguaje; la interpretación, a la comprensión de esa doctrina. Se necesita una reinterpretación cuando un pensamiento o una doctrina no son claros o no se sabe con certeza cuál es la interpretación correcta, tanto que en el intento de comprender se sustituye un significado por otro en la esperanza de captar el correcto.
----------Sin embargo, no se debe proceder así en el caso del dogma. Es cierto que el dogma siempre presenta aspectos oscuros que necesitan ser aclarados, y esto es lógico, ya que expresa el misterio de Dios. Pero al mismo tiempo para el creyente, el dogma, en la medida en que lo comprende, es luz brillantísima y guía certísima de su actuar moral. El dogma es interpretación cierta de la Palabra de Dios hecha por la Iglesia de una vez para siempre. Por esta razón, el dogma ciertamente debe ser interpretado, pero no debe ser reinterpretado; es decir, no se trata de descubrir un nuevo significado, sino de comprender cada vez mejor el mismo significado. Por tanto, el dogma no debe ser reinterpretado, sino que debe explicarse.
----------Y esta explicación, precisamente, es una continua profundización de la misma verdad que se conoce desde el principio en la formación catequética. En esto radica el progreso dogmático promovido por la Iglesia y realizado por ella misma sobre todo en la historia de los concilios ecuménicos. Por eso, lo que se aclara en un dogma ya no se puede poner en discusión, sino que queda como patrimonio perenne de la sabiduría cristiana. Y es sobre la base de lo que ya ha sido aclarado que se parte para hacer siempre ulteriores esclarecimientos y se avanza en el conocimiento de la Palabra de Dios.
----------Algunos teólogos evolucionistas no creen en la posibilidad de alcanzar una interpretación objetiva y definitiva, por lo cual siempre están ocupados inventando nuevas interpretaciones sin llegar jamás a una certeza que dé paz al alma y directrices claras para la acción. Indudablemente, la investigación teológica exige la formulación de nuevas hipótesis interpretativas, pero solo en aquel campo en el cual la Iglesia no se ha pronunciado ya con su autoridad infalible. Poner en discusión estos pronunciamientos de la Iglesia no es búsqueda de la verdad o audacia innovadora, sino presunción nóstica o necedad digna del no creyente.
----------Por lo tanto, concluyamos esta reflexión parafraseando aquella célebre advertencia de San Vicente de Lerins [† 450], citada en la actualidad muy a menudo: el conocimiento del misterio de Nuestro Señor Jesucristo debe crecer y progresar (¡he aquí hay un sano progresismo, he aquí los empeños del Concilio!), pero sin innovaciones disruptivas que significarían falsificación, sino más bien en continuidad con el significado tradicional establecido por la Iglesia de una vez por todas, eodem sensu eademque sententia.

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