Conocer a fondo la vida de mons. Marcel Lefebvre [1905-1991] es muy edificante para cualquier católico. Es la vida de un integral seguidor de Cristo, completamente entregado a su misión de apóstol. Particularmente me impresiona su período como misionero en África; pero maravilla toda su vida, y también el último tramo de su camino: acostumbrados hoy como estamos que a los 75 años cualquier obispo se jubila, incluso muchos casi en plenitud de sus fuerzas, el ejemplo de mons. Lefebvre, iniciando a edad avanzada una obra ciclópea, como la FSSPX, no puede menos que mover a admiración e imitación.
----------Ya existen varias biografías sobre el benemérito arzobispo, y resalta el libro de mons. Bernard Tissier de Mallerais, que he leído ya dos veces en su edición española: Monseñor Marcel Lefebvre. La Biografía (Ediciones Río Reconquista, Buenos Aires 2010). Con sus más de 700 páginas es un relato llevadero, equilibrado, fundado, que no elude referirse a cuestiones controvertidas en la vida del fundador de la FSSPX, aunque, por supuesto, cualquier lector puede decir que la biografía es incompleta. Y es que cualquier biografía lo es. La única biografía que de ninguna manera es incompleta, y mas vale que lo tengamos por seguro, será la que cada uno de nosotros leeremos de nuestra propia vida en el instante mismo de nuestra muerte, en nuestro personal juicio particular ante Dios, y que leerá también toda la humanidad, cuando ella resucite y se reúna para el juicio universal. Pero a excepción de esas, toda biografía humana es incompleta.
----------Precisamente, la anécdota a la que aquí me referiré suele omitirse: el incidente de Angers, en el otoño europeo de 1980, no es tan conocido, y hasta ahora no lo he hallado en escritos sobre la vida de mons. Lefebvre publicados con fines hagiográficos. Conviene aquí recordar aquello que sucedió hace cuarenta años, porque tiene que ver con el proyecto que nos hemos propuesto de clarificar en la medida de lo posible lo que significa tradición, tradicionalismos, y tradicionalistas en la Iglesia.
Hace cuarenta años, el incidente de la conferencia de Angers
----------El 23 de noviembre de 1980, mons. Marcel Lefebvre ofreció una conferencia en la ciudad francesa de Angers, y aquella reunión causó conmoción, como usualmente ocurría en esos años en cada una de las apariciones del "arzobispo rebelde" después de aquel "caluroso verano de 1976", que había enfervorizado a los tradicionalistas, opositores a las reformas del Concilio Vaticano II, con ardorosos sentimientos aquellos años inaugurales de la Hermandad. Los angevins, previsores, habían alquilado una gran sala de cine, y el amplio espacio estaba más que colmado para aquella ocasión, en que las invitaciones y promociones del evento prometían un "balance de los quince años del post-Concilio". La conferencia ha sido publicada por Editions du Sel, con ese mismo título: Bilan de quinze années post-conciliaires d´obéissance aux réformes (Avrille 2007), una copia de la cual afortunadamente pude todavía hacer que llegara a mis manos. De todos modos, más allá del texto de esta ardorosa disertación (de la cual incluso existen en internet versiones grabadas), en esta nota me remito a varias fuentes testimoniales personales, es decir, a testigos presenciales.
----------El arzobispo había decidido dividir su reflexión en dos partes, intercaladas por un entreacto. Los testigos cuentan que durante la primera parte, la exposición del abanderado de la Tradición fue magistral. Mons. Lefebvre se había propuesto hacer comprender a su auditorio lo que diferenciaba a la Iglesia Católica de siempre de la Iglesia post-Conciliar, y por qué no había que someterse -decía él- a esta última. Aquella vez su estilo, habitualmente monótono, parecía haberse transformado con un vigor inusitado. Sin solución de continuidad, pasó gradualmente a demostrar y denunciar la nocividad de la nueva Misa, los decretos liberales del Concilio Vaticano II, y ofreció un panorama general de los progresivos deslizamientos doctrinales de la Iglesia post-Conciliar. Dio ejemplos de lo que llamó "mala obediencia", y de los límites que podía tener para los fieles la obediencia a los malos pastores. "¡Se nos pide destruir la Iglesia!", clamaba, y exigía a sus oyentes abrir los ojos y "juzgar el árbol por sus frutos", para terminar definiendo lo que implicaba la recta obediencia a Roma.
----------"Algún día tendrá que haber un retorno a la Tradición. Nos veremos forzados por los eventos o los desastres que Dios quizás nos enviará como castigo por no aceptar el reinado social de Nuestro Salvador, Jesucristo. Pero el retorno a la Tradición será forzado, porque ya no habrá nada, todo será destruido, todo será demolido. Ya no habrá seminarios, ya no habrá verdaderos sacerdotes, ya no habrá Sacrificio de la Misa. Todo habrá desaparecido. Por lo tanto, ¿qué debe hacerse? No lo duden, estamos obligados a retornar a la Tradición, para que la Iglesia tenga una verdadera renovación".
----------Su reflexión emocionaba incluso por los datos concretos que el arzobispo ofrecía a fin de probar sus sentencias: "Derramamos lágrimas de sangre al ver que la Iglesia se deteriora hasta este punto, al ver el miserable estado de nuestras iglesias, de nuestros sacerdotes, de nuestros seminarios o de esas órdenes religiosas que venden todos sus bienes. Tomemos, por ejemplo, las Hermanas de la Orden de la Visitación, fundada por San Francisco de Sales. Las Hermanas de los setenta y cinco conventos que permanecen en Francia se reunieron el año pasado y decidieron vender la mitad de sus casas, y usar las otras como casas para las hermanas ancianas. Eso es lo que le está sucediendo a los conventos en Francia: ¡cerca de cuarenta conventos de la Visitación en venta!".
----------"Obviamente, la gente me escribe desde todas partes. Quimper me escribió: "Monseñor, el seminario menor en Quimper está a la venta. ¿No desea comprarlo?". “Monseñor, el seminario en Legé está a la venta. ¿Podría comprarlo?". Esta misma mañana alguien me dijo: "Monseñor, el seminario principal en Nantes está a la venta. ¿No lo comprará?". ¡Increíble! Y es así en todas partes. Cada semana se me ofrece la venta de un seminario mayor, un convento o una abadía en venta…"
----------Combinaba los temas con la acentuación de pasajes y frases, y el ritmo del discurso armonizaba perfectamente con los sentimientos de los oyentes: éstos, indudablemente, estaban escuchando lo que habían venido a escuchar. La audiencia, edificada, reconfortada al escuchar a un arzobispo católico emérito decirle lo que ella misma pensaba y murmuraba en voz baja, se lo agradeció muchísimo y fue capaz de recibir integralamente su mensaje, con gran gratitud, eso era palpable.
De pronto... comenzaron los tropiezos
----------Mons. Lefebvre tenía apuntado en sus papeles dedicar la segunda parte de su conferencia a un ensayo de explicación teológica de la situación eclesial resultante del Concilio Vaticano II, en un intento de explicar a su audiencia las razones por las que nada menos que un Concilio, el 21° concilio ecuménico de la Iglesia Católica, pudiera estar dando a quince años de su clausura unos frutos tan enfermos, "agusanados de liberalismo", como el propio arzobispo había dicho en la primera parte. Vale decir, lo que se planteaba era explicar la aparente contradicción: que nada menos que un Concilio, magna obra eclesial reunida bajo la asistencia del Espíritu Santo, pudiera tener resultados tan nocivos. ¿La competencia teológica de Marcel Lefebvre era capaz de ofrecer a su expectante auditorio las respuestas que ansiosamente esperaba?...
----------De inmediato, tan pronto como entró en materia, y fueron llegando los temas, crecieron aún más los interrogantes, y una tensión, un malestar, se fue instalando pesadamente en la sala. A diferencia de la primera parte, ya no hubo sonrisas ni murmullos de aprobación, sino un silencio que fue palpable y se hizo sentir cada vez más en el aula, mientras las miradas se cruzaban con signos de sorpresa, interrogación y preocupación.
----------Los temas se fueron desgranando, pero sin que se modificara la sensación general. El arzobispo se refirió a la lenta pero segura infiltración del liberalismo en la Iglesia, hasta sus vértices; el progresivo rechazo del reinado social de Nuestro Señor Jesucristo; la posibilidad y necesidad de rechazar el decreto sobre la Libertad Religiosa, con discernimiento claro y firmeza; hasta arribar al problema del Papa, de su magisterio ordinario y extraordinario, las referencias a la experiencia de la Tradición; para terminar con una difusa conclusión de la necesidad de salvar a la Iglesia por medio de la... oración. ¿Dónde había quedado la respuesta teológica a la contradicción inherente a la cuestión planteada?... Probablemente había pocas excepciones a la perplejidad que había ganado los corazones y las mentes de aquel auditorio.
----------Me llama la atención una de sus primeras frases: "Debemos saber cómo hacer distinciones...", una frase que tendrá sus consecuencias en la evolución del tema que sugiere esta conferencia (como veremos en posteriores notas). Y a continuación de esa frase (quizás algo críptica para el promedio de su auditorio) introdujo la cuestión del Papa, de su autoridad, de su magisterio, cuestión que -como es bien conocido- ya había originado polémica y sangría en las filas de la propia Fraternidad: "Como bien pueden imaginar, fue una pena profunda para mí ver a algunos de mis sacerdotes abandonar la Sociedad porque no están de acuerdo con una línea de conducta que he seguido desde la fundación de la Sociedad. Siempre he reconocido al Papa". Para todos fue obvio que se refería a la cuestión sedevacantista.
----------Mons. Lefebvre hizo una exposición teológica sobre el Magisterio pontificio extraordinario, para finalmente afirmar que en esa forma, extraordinaria, solo se había utilizado muy poco en toda la historia de la Iglesia, y -según él- nunca en el Concilio Vaticano II. Pero el caso era que esta aseveración que no resolvía en absoluto el problema planteado al inicio de la segunda parte de la conferencia, y dejaba a su auditorio completamente en ayunas, dejaba al alma tradicional perfectamente insatisfecha y hambrienta. Por lo demás, tras haber sido extremadamente evasivo sobre el campo de aplicación del Magisterio ordinario y universal, del cual era visible que él no sabía, o no lograba en ese momento, dar una verdadera y simple definición, terminaba insinuando, con frases que realmente no llegaba a finalizar, que las graves desviaciones doctrinales de los "miembros docentes" de la generación eclesial del Vaticano II, con Pablo VI y Juan Pablo II a la cabeza, no alcanzaban de ninguna manera a la Iglesia en su corazón, en su Constitución divina.
----------E inmediatamente comenzó a dar vueltas en círculo sin poder salir hacia la explicación que todos esperaban: "Trato de explicar que debemos volver a la Tradición, que ha habido un error, que los Papas están equivocados, que es necesario volver a una base sólida, a las cosas de la fe, al catecismo de antaño, a los sacramentos de antes, al Santo Sacrificio de la Misa de antaño. Debe haber un retorno, aún cuando no abandonen todo lo que han hecho desde el Concilio inmediatamente. (…) No estoy de acuerdo con aquellos que dicen que no hay papa. Es muy grave decir que no hay papa. Como el Papa es liberal, eso no significa que haya dejado de ser Papa. No creo que el papa Juan Pablo II esté tan infectado con el liberalismo como el papa Pablo VI (…) ...el Papa está dispuesto a regresar a la Tradición en lo que concierne a los seminarios, al clero, a la disciplina de la Iglesia y la disciplina religiosa. Cuando el Papa habla de estas cosas, habla bien. Nos complace escucharlo. ¡Ojalá el Papa quisiera regresar de esta manera en todos los aspectos!...".
Firmeza de mons. Lefebvre ante la cuestión sedevacantista
----------Y una vez más volvió a enfrentar a los sedevacantistas, pero daba la impresión que como queriendo obviar la cuestión central, el problema por él planteado: "Uno podría estar tentado, justificadamente, a soluciones extremas y decir: 'No, no. ¡El Papa no solo es liberal, el Papa es herético! ¡El Papa bien puede ser más que herético, así que no hay papa!'...". Y es curioso cómo contesta el arzobispo a esa objeción sedevacantista: "Eso no es así. Ser liberal no es necesariamente ser un hereje y, como necesaria consecuencia, estar fuera de la Iglesia". Y vuelve, como latiguillo, a la frase que antes he destacado: "Debemos saber hacer las distinciones necesarias". Y continúa: "Esto es muy importante si queremos permanecer en el camino correcto, permanecer en la Iglesia. Además, ¿a dónde nos llevaría este pensamiento? Si ya no hay un papa, ya no hay cardenales porque, si el Papa no es papa, cuando nomina cardenales, estos cardenales ya no pueden elegir un papa, porque en realidad no son cardenales. Entonces, ¿un ángel del cielo nos proporcionaría un papa? La idea es absurda, y no solo absurda, sino peligrosa porque entonces nos guiaríamos quizás hacia soluciones que sean verdaderamente cismáticas". Era evidente que en la mente de mons. Lefebvre estaba claro el absurdo de la falsa solución sedevacantista: "Hay quienes me consideran severo, tal vez, por insistir en que esos jóvenes sacerdotes que no están de acuerdo con nosotros, no están de acuerdo con esa línea que siempre he seguido, y nos dejan. Pero no puedo permitir que el lobo entre al redil. (...) Si hoy digo que hay un Papa, este Papa, no estamos obligados a seguirlo en todo. Es posible tener pastores que no siempre son buenos pastores en el sentido pleno de la palabra, y no estamos obligados a seguirlos en todo. Pero inferir de esto a decir que no tenemos un papa, ¡no!Porque entonces se introducen divisiones entre tradicionalistas. Se introduce división en la Iglesia, y no quiero tener nada que ver con esto. No puedo tener nada que ver con esto, sin dejar de lamentarlo profundamente...". Pero la claridad mental que manifestaba el arzobispo en la cuestión sedevacantista no la tenía para resolver la cuestión acerca del magisterio ordinario y universal del Papa y del Concilio.
----------Y sin solucionar esa cuestión inicial, volvía una vez más a manifestar sus vagas ilusiones restauracionistas: "Un día habrá un Papa, un papa verdaderamente como san Pío X, y no habrá más problemas. La Santa Iglesia se encontrará una vez más en la Verdad, y estaremos en comunión al cien por cien con el Papa, que habrá vuelto a encontrar la Tradición. Oh, ciertamente, probablemente no estaré vivo cuando eso suceda, pero esperamos que se pueda llegar a un acuerdo con el Papa Juan Pablo II. De ninguna manera me desespero por llegar a un acuerdo con él. Simplemente pedimos, quizás, no entrar en demasiada discusión sobre problemas teóricos, dejar de lado las preguntas que nos separan, como la de la libertad religiosa. No estamos obligados a resolver todos estos problemas ahora. El tiempo los aclarará y traerá una solución". En el final de este pasaje se advierte como el propio mons. Lefebvre era consciente de que no lo tenía todo en claro.
----------Lo menos que se puede decir es que aquel Obispo, uno de los más preclaros abanderados de las filas de los defensores de la Tradición en el post-Concilio, había sido totalmente insuficiente para explicar la cuestión que él mismo había planteado inicialmente; para dar respuesta, por ejemplo a la pregunta clave: ¿cómo podría ser que un Papa, verdadero Papa, pudiera promulgar documentos conciliares que resultaban ser -según su propia aseveración- doctrinalmente erróneos o, por lo menos, peligroso para los fieles, por su ambigüedad y su tendencia a promover la herejía, como lo había dicho claramente en la primera parte de su conferencia? Porque el caso es que la promulgación pontificia de tales documentos caía ipso facto en el marco del Magisterio ordinario y universal, de infalibilidad inherente.
La cuestión teológica sin respuesta y... la maldita pregunta...
----------Ahora bien, ese tema, la cuestión del Magisterio ordinario y universal, de suyo infalible, era precisamente el punto más importante que había que explicitar, que había que explicar bien a los fieles que estaban ansiosos por obtener una explicación precisa de la crisis de la Iglesia en y después del Concilio Vaticano II. Porque es en efecto una verdad implícita de Fe el creer que un Papa, un verdadero Papa, no puede fallar a ese nivel de su función docente, a una con un Concilio Ecuménico; ahora bien, los documentos del Vaticano II, de hecho implicarían tal anormal deficiencia, según la exposición que el propio mons. Lefebvre había hecho en la primera parte de la conferencia.
----------Pero el arzobispo, lejos de querer comprometerse en este terreno, puso al contrario todos sus esfuerzos en la dirección opuesta, diluyendo la doctrina de la infalibilidad del modo magisterial ordinario y universal en frases mal vinculadas y evanescentes, para evitar tener que hacer la constatación de la tan grande contradicción en la Iglesia docente. Porque evidentemente, poner ante sus ojos la doctrina auténtica de la infalibilidad del Magisterio ordinario y universal y aplicarla a la situación actual resultante del Vaticano II, es tomar y hacer tomar consciencia de la contradicción doctrinal en la Iglesia. Ahora bien, mons. Lefebvre, conscientemente o no, no lo sé, solo Dios lo sabe, estaba huyendo de esto, y era lo único que podía hacer en esta conferencia, planteando cuestiones sin resolver, ocultándolas con su énfasis contra el sedevacantismo, y poniendo de manifiesto una confusión teológica de la que no pudo salir en esta ocasión con sus vergonzosas palinodias, que no hacían más que dejar insatisfechas las expectativas verdaderas y reales que sobre el problema tenía el auditorio. Fue precisamente esta vaguedad del expositor (más o menos disimulada con frases de artística retórica) lo que sumergió hacia el final de la conferencia en una gran tensión toda la colmada sala.
----------Fue así que llegó, casi en un desvanecimiento, el final de la exposición, y fue entonces cuando mons. Lefebvre tuvo la desgraciada ocurrencia de inquirir si alguien tenía preguntas para hacer…
----------Inmediatamente, ocurrió que un fiel discípulo del RP Noël Barbara, sacerdote que había venido fomentando el sedevacantismo más extremo en las filas de los tradicionalistas, saltó de su butaca de cine como una caja de resortes, y le reprochó a mons. Lefebvre en un tono firme, agudo y aparentemente sin apelaciones, que el arzobispo pensara que un Papa, un verdadero Papa, pudiera por ejemplo, promulgar debidamente un rito que favoreciera la herejía para la Iglesia universal. Era la gran cuestión en su carozo. No se trataba de discutir el sedevacantismo (las ramas por las que se había ido el arzobispo para no tratar la verdadera cuestión), sino que se trataba de la cuestión de cómo era posible que la Iglesia, la Iglesia en sus máximos órganos docentes, pudiera enseñar debidamente y legítimamente el error.
----------Tras el imprevisto fuego de metralla, mons. Lefebvre quedó visiblemente desconcertado, atónito, sin palabras; y el interlocutor, dándose cuenta de haber dado un primer golpe de KO, insistió aún más en su cuestión. Y lo que siguió fue previsible: murmullos cada vez más intensos, clamor, bullicio, movimientos muy agitados en la sala. Era muy evidente que la gran mayoría del auditorio, de hecho, se daba cuenta en su íntimo sentido de Fe, que el fondo del fondo del problema finalmente había sido planteado. Todos quedaron al aguardo de la respuesta del arzobispo. Pero luego, poco a poco, sobrevino un insoportable silencio: el silencio de todo el auditorio, con los ojos fijos en mons. Lefebvre, esperando que hablara el único que podía terminar con aquellos insufribles momentos. Pero él, visiblemente incómodo, parecía tratar de esconderse detrás de su micrófono, mientras manifestaba indicios de tartamudeo.
----------El impiadoso interlocutor sedevacantista, viendo la fortaleza de su posición, quiso retomar la palabra, y alzando aún más su voz, con nuevos argumentos, parecía querer recurrir directamente a la artillería pesada...
----------Fue entonces cuando mons. Lefebvre, constatando interiormente su total impotencia para responder, decidió brutalmente adoptar e imponer a todos, acerca de la gran cuestión (repito: ¡por él mismo planteada!) el... black-out (amarga palabra que, en su sentido primario, significa: apagón, cortar repentinamente la electricidad y hundir a la ciudad entera en la oscuridad absoluta), el tabú, el "botus et mouche cousue", ni una palabra y boca cosida... La misma actitud de la cual nosotros tenemos ya varios ejemplos más recientes en el actual pontífice: "...de esto, no diré una palabra..." ante los Dubia, la correctio filialis, las cartas del arzobispo Carlo Maria Viganò, etc. Pero sobrevino, para peor desgracia del conferencista, que olvidando que el traicionero micrófono estaba encendido, comenzó a murmurar sordamente, nervioso, duro, quebradizo, autoritario, en voz baja pero muy distinguible... repercutiendo en toda la sala (y todo el mundo entendió lo que dijo): "Qu'on le sorte!" Y el sedevacantista fue evacuado de la sala por el servicio de ordenanzas, más o menos manu militari, con fuertes protestas y gesticulaciones de su parte…
Una cuestión que debemos resolver
----------El incidente de la conferencia de Angers, en 1980, por supuesto, fue muy impactante, sobre todo para aquellos que de alguna manera ya venían planteándose la cuestión de resolver teológicamente (dogmáticamente) el problema de la crisis de la Iglesia en el Concilio y después de él. Porque está claro que todo fiel católico que advierte conscientemente el problema, no puede eximirse de conocerlo, el problema de la crisis de la Iglesia, y de vivirla, reconociéndose en alguna medida culpable; porque Jesucristo ha prometido asistir siempre a la Iglesia con su presencia, con su asistencia, y por lo tanto, infundiéndole a los órganos docentes de la Iglesia su virtud de Inteligencia, incluidos en esa asistencia, evidentemente también en los días de nuestra actual afrentosa crisis de la Iglesia.
----------Así por consiguiente, el caso es que el rechazo de la doctrina de la infalibilidad del Magisterio ordinario y universal resulta ser el gran problema de la FSSPX, heredado de su fundador. Es, para decirlo en una palabra, si me lo permiten, su propia Libertad religiosa, su propio pecado material, su puerta de salida, de huida, por negarse a registrar la contradicción mortal que alcanza a la Iglesia en su Constitución divina misma, lo que significa que la Iglesia vive su crisis, su Pasión, y que, por lo tanto, la naturaleza de la crisis es puramente escatológica, apocalíptica, que nos saca de alguna manera de la Historia. Y no se entienda esto del modo fácil, es decir, del modo sedevacantista, que es absurdo.
----------No han faltado exponentes desde las filas más intelectuales de la FSSPX que, palabras más, palabras menos, digan: "Es desgraciadamente muy cierto que la Libertad religiosa es una formal herejía, pero ella no está promulgada en el marco del Magisterio infalible. Y, por lo tanto, in situ, nosotros estamos allí en un caso ciertamente infinitamente lamentable donde los actuales Padres de la Iglesia profesan una herejía, pero sin que la Constitución Divina de la Iglesia sea en lo más mínimo afectada por ella, lo que significa que la situación siempre está en la Historia, con un resultado histórico-canónico. La solución está en Roma, en su conversión. Por lo tanto, debemos esperar que Roma regrese a la Tradición, y mientras tanto trabajar para ello en lo que está en nosotros, tradicionalistas. No hay nada que sea atentatorio para la Constitución divina de la Iglesia en los documentos conciliares, pues no son infalibles".
----------Es en esta cuestión capital del Magisterio ordinario y universal y de su infalibilidad inherente, que la FSSPX muestra lo que ella necesita, en medio de esta crisis de la Iglesia, que también la afecta. Desafortunadamente, como acabamos de ver en esta sucinta crónica de lo ocurrido hace cuarenta años, el problema no es de hoy ni tampoco es de apenas ayer, sino que se remonta a su venerable fundador, mons. Marcel Lefebvre.
----------Pero no recarguemos las tintas en su responsabilidad al no haber clarificado la cuestión planteada, y que sus confusiones personales se hayan trasladado a sus hijos en la FSSPX, pues estos son responsables por sí mismos, de ser honestos ante la verdad, antes que consecuentes con los errores y confusiones de su benemérito fundador. Mons. Marcel Lefebvre no era un intelectual, no era un académico o, al menos, no estaba dedicado a la tarea intelectual, a la tarea académica, sino a la praxis, a la obra apostólica, en todo caso a la apologética de la Tradición en el post-Concilio, con todo lo que ello implicaba: ardorosas disputas, interminables polémicas, ardientes llamados al retorno a la Tradición, y... es bien sabido que en el fervorín de las conferencias, discursos y proclamas, no se puede ser frecuentemente tan académicamente preciso. Y el arzobispo francés frecuentemente no lo fue (de eso también dan testimonio sus contradictorias opiniones en el curso de sus últimos años, frecuentemente disimuladas en las publicaciones oficiales de la FSSPX). Un orador en la palestra, al fin de cuentas, no es un académico en su cátedra.
----------Por lo demás, era francés y, como solía bromear un querido profesor de seminario: "los franceses nunca dejan de hablar autour"... Trataremos nosotros, en las próximas notas, si es que podemos, no hablar "autour".
----------Ya existen varias biografías sobre el benemérito arzobispo, y resalta el libro de mons. Bernard Tissier de Mallerais, que he leído ya dos veces en su edición española: Monseñor Marcel Lefebvre. La Biografía (Ediciones Río Reconquista, Buenos Aires 2010). Con sus más de 700 páginas es un relato llevadero, equilibrado, fundado, que no elude referirse a cuestiones controvertidas en la vida del fundador de la FSSPX, aunque, por supuesto, cualquier lector puede decir que la biografía es incompleta. Y es que cualquier biografía lo es. La única biografía que de ninguna manera es incompleta, y mas vale que lo tengamos por seguro, será la que cada uno de nosotros leeremos de nuestra propia vida en el instante mismo de nuestra muerte, en nuestro personal juicio particular ante Dios, y que leerá también toda la humanidad, cuando ella resucite y se reúna para el juicio universal. Pero a excepción de esas, toda biografía humana es incompleta.
----------Precisamente, la anécdota a la que aquí me referiré suele omitirse: el incidente de Angers, en el otoño europeo de 1980, no es tan conocido, y hasta ahora no lo he hallado en escritos sobre la vida de mons. Lefebvre publicados con fines hagiográficos. Conviene aquí recordar aquello que sucedió hace cuarenta años, porque tiene que ver con el proyecto que nos hemos propuesto de clarificar en la medida de lo posible lo que significa tradición, tradicionalismos, y tradicionalistas en la Iglesia.
Hace cuarenta años, el incidente de la conferencia de Angers
----------El 23 de noviembre de 1980, mons. Marcel Lefebvre ofreció una conferencia en la ciudad francesa de Angers, y aquella reunión causó conmoción, como usualmente ocurría en esos años en cada una de las apariciones del "arzobispo rebelde" después de aquel "caluroso verano de 1976", que había enfervorizado a los tradicionalistas, opositores a las reformas del Concilio Vaticano II, con ardorosos sentimientos aquellos años inaugurales de la Hermandad. Los angevins, previsores, habían alquilado una gran sala de cine, y el amplio espacio estaba más que colmado para aquella ocasión, en que las invitaciones y promociones del evento prometían un "balance de los quince años del post-Concilio". La conferencia ha sido publicada por Editions du Sel, con ese mismo título: Bilan de quinze années post-conciliaires d´obéissance aux réformes (Avrille 2007), una copia de la cual afortunadamente pude todavía hacer que llegara a mis manos. De todos modos, más allá del texto de esta ardorosa disertación (de la cual incluso existen en internet versiones grabadas), en esta nota me remito a varias fuentes testimoniales personales, es decir, a testigos presenciales.
----------El arzobispo había decidido dividir su reflexión en dos partes, intercaladas por un entreacto. Los testigos cuentan que durante la primera parte, la exposición del abanderado de la Tradición fue magistral. Mons. Lefebvre se había propuesto hacer comprender a su auditorio lo que diferenciaba a la Iglesia Católica de siempre de la Iglesia post-Conciliar, y por qué no había que someterse -decía él- a esta última. Aquella vez su estilo, habitualmente monótono, parecía haberse transformado con un vigor inusitado. Sin solución de continuidad, pasó gradualmente a demostrar y denunciar la nocividad de la nueva Misa, los decretos liberales del Concilio Vaticano II, y ofreció un panorama general de los progresivos deslizamientos doctrinales de la Iglesia post-Conciliar. Dio ejemplos de lo que llamó "mala obediencia", y de los límites que podía tener para los fieles la obediencia a los malos pastores. "¡Se nos pide destruir la Iglesia!", clamaba, y exigía a sus oyentes abrir los ojos y "juzgar el árbol por sus frutos", para terminar definiendo lo que implicaba la recta obediencia a Roma.
----------"Algún día tendrá que haber un retorno a la Tradición. Nos veremos forzados por los eventos o los desastres que Dios quizás nos enviará como castigo por no aceptar el reinado social de Nuestro Salvador, Jesucristo. Pero el retorno a la Tradición será forzado, porque ya no habrá nada, todo será destruido, todo será demolido. Ya no habrá seminarios, ya no habrá verdaderos sacerdotes, ya no habrá Sacrificio de la Misa. Todo habrá desaparecido. Por lo tanto, ¿qué debe hacerse? No lo duden, estamos obligados a retornar a la Tradición, para que la Iglesia tenga una verdadera renovación".
----------Su reflexión emocionaba incluso por los datos concretos que el arzobispo ofrecía a fin de probar sus sentencias: "Derramamos lágrimas de sangre al ver que la Iglesia se deteriora hasta este punto, al ver el miserable estado de nuestras iglesias, de nuestros sacerdotes, de nuestros seminarios o de esas órdenes religiosas que venden todos sus bienes. Tomemos, por ejemplo, las Hermanas de la Orden de la Visitación, fundada por San Francisco de Sales. Las Hermanas de los setenta y cinco conventos que permanecen en Francia se reunieron el año pasado y decidieron vender la mitad de sus casas, y usar las otras como casas para las hermanas ancianas. Eso es lo que le está sucediendo a los conventos en Francia: ¡cerca de cuarenta conventos de la Visitación en venta!".
----------"Obviamente, la gente me escribe desde todas partes. Quimper me escribió: "Monseñor, el seminario menor en Quimper está a la venta. ¿No desea comprarlo?". “Monseñor, el seminario en Legé está a la venta. ¿Podría comprarlo?". Esta misma mañana alguien me dijo: "Monseñor, el seminario principal en Nantes está a la venta. ¿No lo comprará?". ¡Increíble! Y es así en todas partes. Cada semana se me ofrece la venta de un seminario mayor, un convento o una abadía en venta…"
----------Combinaba los temas con la acentuación de pasajes y frases, y el ritmo del discurso armonizaba perfectamente con los sentimientos de los oyentes: éstos, indudablemente, estaban escuchando lo que habían venido a escuchar. La audiencia, edificada, reconfortada al escuchar a un arzobispo católico emérito decirle lo que ella misma pensaba y murmuraba en voz baja, se lo agradeció muchísimo y fue capaz de recibir integralamente su mensaje, con gran gratitud, eso era palpable.
De pronto... comenzaron los tropiezos
----------Mons. Lefebvre tenía apuntado en sus papeles dedicar la segunda parte de su conferencia a un ensayo de explicación teológica de la situación eclesial resultante del Concilio Vaticano II, en un intento de explicar a su audiencia las razones por las que nada menos que un Concilio, el 21° concilio ecuménico de la Iglesia Católica, pudiera estar dando a quince años de su clausura unos frutos tan enfermos, "agusanados de liberalismo", como el propio arzobispo había dicho en la primera parte. Vale decir, lo que se planteaba era explicar la aparente contradicción: que nada menos que un Concilio, magna obra eclesial reunida bajo la asistencia del Espíritu Santo, pudiera tener resultados tan nocivos. ¿La competencia teológica de Marcel Lefebvre era capaz de ofrecer a su expectante auditorio las respuestas que ansiosamente esperaba?...
----------De inmediato, tan pronto como entró en materia, y fueron llegando los temas, crecieron aún más los interrogantes, y una tensión, un malestar, se fue instalando pesadamente en la sala. A diferencia de la primera parte, ya no hubo sonrisas ni murmullos de aprobación, sino un silencio que fue palpable y se hizo sentir cada vez más en el aula, mientras las miradas se cruzaban con signos de sorpresa, interrogación y preocupación.
----------Los temas se fueron desgranando, pero sin que se modificara la sensación general. El arzobispo se refirió a la lenta pero segura infiltración del liberalismo en la Iglesia, hasta sus vértices; el progresivo rechazo del reinado social de Nuestro Señor Jesucristo; la posibilidad y necesidad de rechazar el decreto sobre la Libertad Religiosa, con discernimiento claro y firmeza; hasta arribar al problema del Papa, de su magisterio ordinario y extraordinario, las referencias a la experiencia de la Tradición; para terminar con una difusa conclusión de la necesidad de salvar a la Iglesia por medio de la... oración. ¿Dónde había quedado la respuesta teológica a la contradicción inherente a la cuestión planteada?... Probablemente había pocas excepciones a la perplejidad que había ganado los corazones y las mentes de aquel auditorio.
----------Me llama la atención una de sus primeras frases: "Debemos saber cómo hacer distinciones...", una frase que tendrá sus consecuencias en la evolución del tema que sugiere esta conferencia (como veremos en posteriores notas). Y a continuación de esa frase (quizás algo críptica para el promedio de su auditorio) introdujo la cuestión del Papa, de su autoridad, de su magisterio, cuestión que -como es bien conocido- ya había originado polémica y sangría en las filas de la propia Fraternidad: "Como bien pueden imaginar, fue una pena profunda para mí ver a algunos de mis sacerdotes abandonar la Sociedad porque no están de acuerdo con una línea de conducta que he seguido desde la fundación de la Sociedad. Siempre he reconocido al Papa". Para todos fue obvio que se refería a la cuestión sedevacantista.
----------Mons. Lefebvre hizo una exposición teológica sobre el Magisterio pontificio extraordinario, para finalmente afirmar que en esa forma, extraordinaria, solo se había utilizado muy poco en toda la historia de la Iglesia, y -según él- nunca en el Concilio Vaticano II. Pero el caso era que esta aseveración que no resolvía en absoluto el problema planteado al inicio de la segunda parte de la conferencia, y dejaba a su auditorio completamente en ayunas, dejaba al alma tradicional perfectamente insatisfecha y hambrienta. Por lo demás, tras haber sido extremadamente evasivo sobre el campo de aplicación del Magisterio ordinario y universal, del cual era visible que él no sabía, o no lograba en ese momento, dar una verdadera y simple definición, terminaba insinuando, con frases que realmente no llegaba a finalizar, que las graves desviaciones doctrinales de los "miembros docentes" de la generación eclesial del Vaticano II, con Pablo VI y Juan Pablo II a la cabeza, no alcanzaban de ninguna manera a la Iglesia en su corazón, en su Constitución divina.
----------E inmediatamente comenzó a dar vueltas en círculo sin poder salir hacia la explicación que todos esperaban: "Trato de explicar que debemos volver a la Tradición, que ha habido un error, que los Papas están equivocados, que es necesario volver a una base sólida, a las cosas de la fe, al catecismo de antaño, a los sacramentos de antes, al Santo Sacrificio de la Misa de antaño. Debe haber un retorno, aún cuando no abandonen todo lo que han hecho desde el Concilio inmediatamente. (…) No estoy de acuerdo con aquellos que dicen que no hay papa. Es muy grave decir que no hay papa. Como el Papa es liberal, eso no significa que haya dejado de ser Papa. No creo que el papa Juan Pablo II esté tan infectado con el liberalismo como el papa Pablo VI (…) ...el Papa está dispuesto a regresar a la Tradición en lo que concierne a los seminarios, al clero, a la disciplina de la Iglesia y la disciplina religiosa. Cuando el Papa habla de estas cosas, habla bien. Nos complace escucharlo. ¡Ojalá el Papa quisiera regresar de esta manera en todos los aspectos!...".
Firmeza de mons. Lefebvre ante la cuestión sedevacantista
----------Y una vez más volvió a enfrentar a los sedevacantistas, pero daba la impresión que como queriendo obviar la cuestión central, el problema por él planteado: "Uno podría estar tentado, justificadamente, a soluciones extremas y decir: 'No, no. ¡El Papa no solo es liberal, el Papa es herético! ¡El Papa bien puede ser más que herético, así que no hay papa!'...". Y es curioso cómo contesta el arzobispo a esa objeción sedevacantista: "Eso no es así. Ser liberal no es necesariamente ser un hereje y, como necesaria consecuencia, estar fuera de la Iglesia". Y vuelve, como latiguillo, a la frase que antes he destacado: "Debemos saber hacer las distinciones necesarias". Y continúa: "Esto es muy importante si queremos permanecer en el camino correcto, permanecer en la Iglesia. Además, ¿a dónde nos llevaría este pensamiento? Si ya no hay un papa, ya no hay cardenales porque, si el Papa no es papa, cuando nomina cardenales, estos cardenales ya no pueden elegir un papa, porque en realidad no son cardenales. Entonces, ¿un ángel del cielo nos proporcionaría un papa? La idea es absurda, y no solo absurda, sino peligrosa porque entonces nos guiaríamos quizás hacia soluciones que sean verdaderamente cismáticas". Era evidente que en la mente de mons. Lefebvre estaba claro el absurdo de la falsa solución sedevacantista: "Hay quienes me consideran severo, tal vez, por insistir en que esos jóvenes sacerdotes que no están de acuerdo con nosotros, no están de acuerdo con esa línea que siempre he seguido, y nos dejan. Pero no puedo permitir que el lobo entre al redil. (...) Si hoy digo que hay un Papa, este Papa, no estamos obligados a seguirlo en todo. Es posible tener pastores que no siempre son buenos pastores en el sentido pleno de la palabra, y no estamos obligados a seguirlos en todo. Pero inferir de esto a decir que no tenemos un papa, ¡no!Porque entonces se introducen divisiones entre tradicionalistas. Se introduce división en la Iglesia, y no quiero tener nada que ver con esto. No puedo tener nada que ver con esto, sin dejar de lamentarlo profundamente...". Pero la claridad mental que manifestaba el arzobispo en la cuestión sedevacantista no la tenía para resolver la cuestión acerca del magisterio ordinario y universal del Papa y del Concilio.
----------Y sin solucionar esa cuestión inicial, volvía una vez más a manifestar sus vagas ilusiones restauracionistas: "Un día habrá un Papa, un papa verdaderamente como san Pío X, y no habrá más problemas. La Santa Iglesia se encontrará una vez más en la Verdad, y estaremos en comunión al cien por cien con el Papa, que habrá vuelto a encontrar la Tradición. Oh, ciertamente, probablemente no estaré vivo cuando eso suceda, pero esperamos que se pueda llegar a un acuerdo con el Papa Juan Pablo II. De ninguna manera me desespero por llegar a un acuerdo con él. Simplemente pedimos, quizás, no entrar en demasiada discusión sobre problemas teóricos, dejar de lado las preguntas que nos separan, como la de la libertad religiosa. No estamos obligados a resolver todos estos problemas ahora. El tiempo los aclarará y traerá una solución". En el final de este pasaje se advierte como el propio mons. Lefebvre era consciente de que no lo tenía todo en claro.
----------Lo menos que se puede decir es que aquel Obispo, uno de los más preclaros abanderados de las filas de los defensores de la Tradición en el post-Concilio, había sido totalmente insuficiente para explicar la cuestión que él mismo había planteado inicialmente; para dar respuesta, por ejemplo a la pregunta clave: ¿cómo podría ser que un Papa, verdadero Papa, pudiera promulgar documentos conciliares que resultaban ser -según su propia aseveración- doctrinalmente erróneos o, por lo menos, peligroso para los fieles, por su ambigüedad y su tendencia a promover la herejía, como lo había dicho claramente en la primera parte de su conferencia? Porque el caso es que la promulgación pontificia de tales documentos caía ipso facto en el marco del Magisterio ordinario y universal, de infalibilidad inherente.
La cuestión teológica sin respuesta y... la maldita pregunta...
----------Ahora bien, ese tema, la cuestión del Magisterio ordinario y universal, de suyo infalible, era precisamente el punto más importante que había que explicitar, que había que explicar bien a los fieles que estaban ansiosos por obtener una explicación precisa de la crisis de la Iglesia en y después del Concilio Vaticano II. Porque es en efecto una verdad implícita de Fe el creer que un Papa, un verdadero Papa, no puede fallar a ese nivel de su función docente, a una con un Concilio Ecuménico; ahora bien, los documentos del Vaticano II, de hecho implicarían tal anormal deficiencia, según la exposición que el propio mons. Lefebvre había hecho en la primera parte de la conferencia.
----------Pero el arzobispo, lejos de querer comprometerse en este terreno, puso al contrario todos sus esfuerzos en la dirección opuesta, diluyendo la doctrina de la infalibilidad del modo magisterial ordinario y universal en frases mal vinculadas y evanescentes, para evitar tener que hacer la constatación de la tan grande contradicción en la Iglesia docente. Porque evidentemente, poner ante sus ojos la doctrina auténtica de la infalibilidad del Magisterio ordinario y universal y aplicarla a la situación actual resultante del Vaticano II, es tomar y hacer tomar consciencia de la contradicción doctrinal en la Iglesia. Ahora bien, mons. Lefebvre, conscientemente o no, no lo sé, solo Dios lo sabe, estaba huyendo de esto, y era lo único que podía hacer en esta conferencia, planteando cuestiones sin resolver, ocultándolas con su énfasis contra el sedevacantismo, y poniendo de manifiesto una confusión teológica de la que no pudo salir en esta ocasión con sus vergonzosas palinodias, que no hacían más que dejar insatisfechas las expectativas verdaderas y reales que sobre el problema tenía el auditorio. Fue precisamente esta vaguedad del expositor (más o menos disimulada con frases de artística retórica) lo que sumergió hacia el final de la conferencia en una gran tensión toda la colmada sala.
----------Fue así que llegó, casi en un desvanecimiento, el final de la exposición, y fue entonces cuando mons. Lefebvre tuvo la desgraciada ocurrencia de inquirir si alguien tenía preguntas para hacer…
----------Inmediatamente, ocurrió que un fiel discípulo del RP Noël Barbara, sacerdote que había venido fomentando el sedevacantismo más extremo en las filas de los tradicionalistas, saltó de su butaca de cine como una caja de resortes, y le reprochó a mons. Lefebvre en un tono firme, agudo y aparentemente sin apelaciones, que el arzobispo pensara que un Papa, un verdadero Papa, pudiera por ejemplo, promulgar debidamente un rito que favoreciera la herejía para la Iglesia universal. Era la gran cuestión en su carozo. No se trataba de discutir el sedevacantismo (las ramas por las que se había ido el arzobispo para no tratar la verdadera cuestión), sino que se trataba de la cuestión de cómo era posible que la Iglesia, la Iglesia en sus máximos órganos docentes, pudiera enseñar debidamente y legítimamente el error.
----------Tras el imprevisto fuego de metralla, mons. Lefebvre quedó visiblemente desconcertado, atónito, sin palabras; y el interlocutor, dándose cuenta de haber dado un primer golpe de KO, insistió aún más en su cuestión. Y lo que siguió fue previsible: murmullos cada vez más intensos, clamor, bullicio, movimientos muy agitados en la sala. Era muy evidente que la gran mayoría del auditorio, de hecho, se daba cuenta en su íntimo sentido de Fe, que el fondo del fondo del problema finalmente había sido planteado. Todos quedaron al aguardo de la respuesta del arzobispo. Pero luego, poco a poco, sobrevino un insoportable silencio: el silencio de todo el auditorio, con los ojos fijos en mons. Lefebvre, esperando que hablara el único que podía terminar con aquellos insufribles momentos. Pero él, visiblemente incómodo, parecía tratar de esconderse detrás de su micrófono, mientras manifestaba indicios de tartamudeo.
----------El impiadoso interlocutor sedevacantista, viendo la fortaleza de su posición, quiso retomar la palabra, y alzando aún más su voz, con nuevos argumentos, parecía querer recurrir directamente a la artillería pesada...
----------Fue entonces cuando mons. Lefebvre, constatando interiormente su total impotencia para responder, decidió brutalmente adoptar e imponer a todos, acerca de la gran cuestión (repito: ¡por él mismo planteada!) el... black-out (amarga palabra que, en su sentido primario, significa: apagón, cortar repentinamente la electricidad y hundir a la ciudad entera en la oscuridad absoluta), el tabú, el "botus et mouche cousue", ni una palabra y boca cosida... La misma actitud de la cual nosotros tenemos ya varios ejemplos más recientes en el actual pontífice: "...de esto, no diré una palabra..." ante los Dubia, la correctio filialis, las cartas del arzobispo Carlo Maria Viganò, etc. Pero sobrevino, para peor desgracia del conferencista, que olvidando que el traicionero micrófono estaba encendido, comenzó a murmurar sordamente, nervioso, duro, quebradizo, autoritario, en voz baja pero muy distinguible... repercutiendo en toda la sala (y todo el mundo entendió lo que dijo): "Qu'on le sorte!" Y el sedevacantista fue evacuado de la sala por el servicio de ordenanzas, más o menos manu militari, con fuertes protestas y gesticulaciones de su parte…
Una cuestión que debemos resolver
----------El incidente de la conferencia de Angers, en 1980, por supuesto, fue muy impactante, sobre todo para aquellos que de alguna manera ya venían planteándose la cuestión de resolver teológicamente (dogmáticamente) el problema de la crisis de la Iglesia en el Concilio y después de él. Porque está claro que todo fiel católico que advierte conscientemente el problema, no puede eximirse de conocerlo, el problema de la crisis de la Iglesia, y de vivirla, reconociéndose en alguna medida culpable; porque Jesucristo ha prometido asistir siempre a la Iglesia con su presencia, con su asistencia, y por lo tanto, infundiéndole a los órganos docentes de la Iglesia su virtud de Inteligencia, incluidos en esa asistencia, evidentemente también en los días de nuestra actual afrentosa crisis de la Iglesia.
----------Así por consiguiente, el caso es que el rechazo de la doctrina de la infalibilidad del Magisterio ordinario y universal resulta ser el gran problema de la FSSPX, heredado de su fundador. Es, para decirlo en una palabra, si me lo permiten, su propia Libertad religiosa, su propio pecado material, su puerta de salida, de huida, por negarse a registrar la contradicción mortal que alcanza a la Iglesia en su Constitución divina misma, lo que significa que la Iglesia vive su crisis, su Pasión, y que, por lo tanto, la naturaleza de la crisis es puramente escatológica, apocalíptica, que nos saca de alguna manera de la Historia. Y no se entienda esto del modo fácil, es decir, del modo sedevacantista, que es absurdo.
----------No han faltado exponentes desde las filas más intelectuales de la FSSPX que, palabras más, palabras menos, digan: "Es desgraciadamente muy cierto que la Libertad religiosa es una formal herejía, pero ella no está promulgada en el marco del Magisterio infalible. Y, por lo tanto, in situ, nosotros estamos allí en un caso ciertamente infinitamente lamentable donde los actuales Padres de la Iglesia profesan una herejía, pero sin que la Constitución Divina de la Iglesia sea en lo más mínimo afectada por ella, lo que significa que la situación siempre está en la Historia, con un resultado histórico-canónico. La solución está en Roma, en su conversión. Por lo tanto, debemos esperar que Roma regrese a la Tradición, y mientras tanto trabajar para ello en lo que está en nosotros, tradicionalistas. No hay nada que sea atentatorio para la Constitución divina de la Iglesia en los documentos conciliares, pues no son infalibles".
----------Es en esta cuestión capital del Magisterio ordinario y universal y de su infalibilidad inherente, que la FSSPX muestra lo que ella necesita, en medio de esta crisis de la Iglesia, que también la afecta. Desafortunadamente, como acabamos de ver en esta sucinta crónica de lo ocurrido hace cuarenta años, el problema no es de hoy ni tampoco es de apenas ayer, sino que se remonta a su venerable fundador, mons. Marcel Lefebvre.
----------Pero no recarguemos las tintas en su responsabilidad al no haber clarificado la cuestión planteada, y que sus confusiones personales se hayan trasladado a sus hijos en la FSSPX, pues estos son responsables por sí mismos, de ser honestos ante la verdad, antes que consecuentes con los errores y confusiones de su benemérito fundador. Mons. Marcel Lefebvre no era un intelectual, no era un académico o, al menos, no estaba dedicado a la tarea intelectual, a la tarea académica, sino a la praxis, a la obra apostólica, en todo caso a la apologética de la Tradición en el post-Concilio, con todo lo que ello implicaba: ardorosas disputas, interminables polémicas, ardientes llamados al retorno a la Tradición, y... es bien sabido que en el fervorín de las conferencias, discursos y proclamas, no se puede ser frecuentemente tan académicamente preciso. Y el arzobispo francés frecuentemente no lo fue (de eso también dan testimonio sus contradictorias opiniones en el curso de sus últimos años, frecuentemente disimuladas en las publicaciones oficiales de la FSSPX). Un orador en la palestra, al fin de cuentas, no es un académico en su cátedra.
----------Por lo demás, era francés y, como solía bromear un querido profesor de seminario: "los franceses nunca dejan de hablar autour"... Trataremos nosotros, en las próximas notas, si es que podemos, no hablar "autour".
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