viernes, 30 de agosto de 2024

Concilio Vaticano II: progreso y reforma en la continuidad

Arribando al término de esta serie de artículos, recordemos una vez más la regla de oro para la interpretación del Concilio Vaticano II, la cual es el principio enunciado por el papa Benedicto XVI: "continuidad en la reforma" o, como también puede decirse "continuidad en el progreso", la verdadera estrella polar que ha iluminado todo nuestro recorrido, significado de fondo de todo el Concilio, principio cuya verdad pensamos haber demostrado aduciendo sobre todo documentos del Magisterio pontificio del pre-concilio puestos en comparación con los del Concilio. [En la imagen: otra fotografía del Concilio Vaticano II en su día inaugural].

Balance final
   
----------Al final de este examen, percibo el límite de mi trabajo, que también tiene a sus espaldas sesenta años de estudios, reflexiones, confrontaciones, experiencias, relativos a este inmenso y complejo acontecimiento que ha sido el Concilio Vaticano II. Con aquello que le ha precedido y aquello que le ha seguido, tanto por cuanto se refiere a la historia del Magisterio, como por cuanto se refiere a la vida de la Iglesia en su conjunto, con especial referencia a la historia de la teología, que corresponde al ámbito de mis competencias.
----------Siento este límite en cuanto reconozco que no es fácil individuar los puntos doctrinales acerca de los cuales todavía hoy se siente la exigencia o la necesidad de hacer claridad, teniendo en cuenta las infinitas discusiones y las variedades de interpretación que se han verificado en estas últimas décadas acerca del sentido auténtico de los textos conciliares así como el valor y la autoridad de sus enseñanzas.
----------Regla de oro para la interpretación del Concilio Vaticano II, como hemos visto, es el principio enunciado por el papa Benedicto XVI "continuidad en la reforma" o, como creemos poder decir, "en el progreso", la verdadera estrella polar que ha iluminado todo nuestro recorrido, significado de fondo de todo el Concilio, principio cuya verdad pensamos haber demostrado aduciendo sobre todo documentos del Magisterio pontificio del pre-concilio puestos en comparación con los del Concilio.
----------Puede ser que yo no haya captado los puntos que son verdaderamente importantes o acaso que me haya dejado escapar otros, lo admito. Este tema podría haber sido desarrollado en una forma mucho más amplia y profunda, con mucha mayor documentación. Pero debo confesar que me he sentido impulsado por la urgencia de esta cuestión, sobre la cual veo que no pasa un día en el que surgen nuevas polémicas o nuevas intervenciones de los Sumos Pontífices o de prelados o de teólogos o de intelectuales, lo que demuestra cuán grave es el problema, complicado, actual y advertido por muchos.
----------Otros después de mí podrán mejorar mi trabajo que, repito, es fruto de sesenta años de estudios teológicos e históricos, de experiencias eclesiales y de práctica de vida sacerdotal. Sin embargo, me siento honrado de haber dado una contribución, aunque modesta y defectuosa, a la solución de este enorme problema no digo histórico, sino epocal, que es la comprensión del sentido preciso del Concilio Vaticano II, ciertamente uno de los más grandes, si no el más grande y el más innovador de toda la historia de la Iglesia, aunque muy firmemente anclado en la Sagrada Tradición y en la Sagrada Escritura.
----------En la conclusión de esta trabajosa serie de artículos, quisiera expresar modestamente el deseo de que la suprema autoridad de la Iglesia, el Romano Pontífice, Vicario de Cristo, quiera, en los modos y en los tiempos que considere más oportunos, ofrecernos una cuádruple indicación.
----------Primera. Como es deseado por muchos hijos leales de la Iglesia, es necesario que el Papa aclare de modo inequívoco en forma sintética y canónica, como siempre se ha usado en los Concilios, cuáles son los puntos de doctrina irrenunciables, "no negociables", arraigados en las verdades de fe, que todo buen católico debe asumir fielmente, so pena de su desobediencia a la doctrina de la fe. En efecto, un defecto del estilo expositivo del Concilio es su verbosidad y la ocasional imprecisión del lenguaje. De ahí la gran dificultad de orientarse en el establecer el sentido preciso y el grado de autoridad de las individuales proposiciones. De aquí la posibilidad de jugar sobre el equívoco. Un defecto pastoral, éste, ausente en los precedentes Concilios.
----------Segunda. La Iglesia debería distinguir con claridad, en el ámbito de dicha clarificación, las doctrinas no sometibles a discusión (ámbito de lo "infalible"), de carácter dogmático, de aquellas que se dejan a la libre discusión y a la crítica, de carácter pastoral (ámbito de lo "falible"). Dado el desorden y la indisciplina hoy existente entre los teólogos, confiar a ellos -que también sería su tarea normal- esta obra de discernimiento, a menos que se trate de nombres selectísimos, no es prudente; sino que es bueno que la misma Santa Sede se haga cargo de esta delicada tarea, que pone en juego la seguridad de la doctrina y la tranquilidad del propio pueblo de Dios. Es verdad que en estos sesenta años de postconcilio la Sede Apostólica ha trabajado mucho para aclarar la doctrina y condenar las falsas interpretaciones, pero volvamos a decirlo: el volumen de estos documentos es tan grande y disperso, que el poder seguirlos es una enorme dificultad no digo para el simple párroco o el simple fiel, sino para los mismos especialistas y profesores académicos.
----------Porque debemos preguntarnos sinceramente: ¿cuándo en toda la historia de la Iglesia se han hecho documentos pontificios o de la Santa Sede de ciento veinte páginas? Sin contar toda la inmensa cantidad de documentos de los dicasterios romanos, de sínodos internacionales, de conferencias episcopales, de sínodos diocesanos, de obispos individuales, de escuelas de teología o de institutos religiosos o diocesanos, hasta la circular del párroco? ¿Podríamos frenar un poco la cantidad para dar espacio a la calidad? ¿Podríamos frenar esta verborrea para dar espacio a la Palabra de Dios?
----------Esta obra urgente de absolutamente necesaria clarificación obtendrá un doble resultado positivo: 1) poner fin a los embrollos, a las trampas y a las instrumentalizaciones de los modernistas, arrancar el Concilio de sus manos y devolverlo al legítimo propietario que es el Magisterio de la Iglesia; 2) tranquilizar a los lefebvrianos (digo a los honestos) mostrándoles claramente el vínculo con la Tradición.
----------Tercera. Institucionalizar la existencia legítima en la estructura eclesial, de una dialéctica que es normal en cualquier sana sociedad humana, política, cultural y civil, de dos corrientes en recíproca constructiva confrontación: los progresistas -modelo puede ser un Maritain, modelo de progresista conservador- que sin embargo deben evitar el modernismo; y los tradicionalistas -modelo puede ser el Siervo de Dios Tomas Tyn, modelo de conservador progresista- que sin embargo deben cuidarse del lefebvrismo. ¿Y cómo evitar los extremismos? Simplemente con la aceptación serena, concienzuda y diligente de todas las verdades de fe enseñadas por la Iglesia, renunciando a cualquier desviación de tipo herético.
----------No se pide nada más. Pero, con los tiempos que corren, no es poco. Y sin embargo esto es necesario. En lo interno de este ámbito infranqueable, hay espacio para la más amplia y auténtica libertad, para el más fecundo y variado pluralismo, cosa que por lo demás la historia de la Iglesia siempre ha conocido, apreciado y promovido: piénsese en la multiplicidad de las escuelas teológicas y espirituales, como basilianos, benedictinos, cartujos, dominicos, franciscanos, carmelitas, servitas, jesuitas, camilos, trapenses, salesianos, saverianos, alfonsianos, monfortianos, rosminianos, focolarinos, por dar sólo algunos ejemplos. Pero a ningún movimiento o corriente puede ser concedido el derecho de ciudadanía en la Iglesia si, con la excusa del Concilio o del pluralismo o de la libertad, se permite que se afecte el patrimonio sagrado de la fe.
----------Cuarta. Los obispos deben absolutamente y cuanto antes retomar en propia mano su sagrado deber de maestros de la fe, y no por cuenta propia o solo asociados a su conferencia episcopal, sino en plena comunión con el Sucesor de Pedro, preparando, apoyando, defendiendo y motivando sus intervenciones de tipo doctrinal, y no dejándolo solo como vox clamantis in deserto. Esta división entre la Santa Sede y el episcopado crea una enorme confusión y deja campo libre a los opuestos extremismos.
----------Ciertamente existe providencialmente en la actualidad un laicado maduro, que sabe hacer apelación directamente al Papa o a instrumentos seguros como el Catecismo de la Iglesia Católica. Pero es absurdo y agotador para un católico normal tener que luchar en primera línea no solo sin el apoyo del propio obispo, sino incluso con obispos que reman al revés respecto a la guía que viene de Roma.
----------Los Obispos vigilen la formación de sus sacerdotes, sobre todo si serán destinados a la enseñanza. Es grave el pecado de pedofilia, pero es aún más grave el pecado de herejía. Alejen a los ambiciosos y a los arribistas, y acojan a los humildes y a los piadosos. Mejor un santo de mente modesta que un genio en el hacer ostentación. Entre Hegel y san Juan María Vianney es ciertamente mejor el segundo.
----------La Virgen Santa, poderosa contra el mal, sostenga al Pueblo de Dios en su testimonio y le permita, bajo la guía de Pedro, proceder sereno y seguro en la obra exaltante de la salvación del mundo en Cristo.

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