lunes, 4 de diciembre de 2023

Progreso y conservación, revolución y contrarrevolución

El término progreso implica la idea del caminar y por tanto del avanzar. El progresar, el caminar, el avanzar, implica un cambio, pero no necesariamente sustancial: un caminante es quien progresa, es quien avanza, no es quien retrocede desandando lo que ha caminado y avanzado. Pero una persona que camina es siempre ella, sólo que se mueve en el espacio y cambia de lugar. El progreso no es revolución, sino un perfeccionamiento. "No he venido a abolir la ley, sino a darle cumplimiento" (Mt 5,17). "Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes" (Jn 10,8). [En la imagen: fragmento de "El caminante sobre el mar de nubes",  óleo sobre tela, de 1817, obra de David Friedrich Caspar, conservado en el Kunsthalle, de Hamburgo, Alemania].

El progreso no es revolución, sino un perfeccionamiento
   
----------En nuestra vida hay algunas verdades que poseemos con certeza, otras hay acerca de las cuales nos equivocamos, y hay otras que aún tenemos que aprender. Aquellas verdades de las cuales estamos seguros y ciertos son de dos especies: 1. Hay unas que las aprendemos por solos nosotros mismos, de modo que nos parecen evidentes al sentido o al intelecto. Ellas son irrefutables sin que sea necesario demostrarlas porque el negarlas o el ponerlas en duda nos pondría en contradicción con nosotros mismos.
----------2. Y hay otras verdades que ya han sido encontradas por quienes nos han precedido. Aquí es importante informarnos con indagación histórica para ver si nuestro problema ya ha sido resuelto por quienes nos precedieron. Estas verdades nos vienen comunicadas por nuestros educadores.
----------Esas verdades son los principios de nuestro saber; contienen potencialmente o en germen todo aquello que aprenderemos. De los errores nos corregimos en base a las verdades que ya conocemos. Aquí tenemos el deber de conservar lo que hemos adquirido con certeza y no ponerlo en discusión.
----------Al mismo tiempo, las verdades que ya conocemos exigen ser profundizadas, siempre, cada vez más. Sentimos la necesidad de conocer mejor lo que ya sabemos. Poniéndonos a su búsqueda, aprendemos algo nuevo que no sabíamos antes. Y este es el progreso del saber.
----------En la historia del pensamiento cada tanto aparecen personajes de inteligencia extraordinaria, que suelen llegar a ser verdaderos benefactores de la humanidad. Se trata de los sabios o filósofos, hombres de mirada penetrante e inquisitiva, poderosos razonadores, servidores de la verdad, que afrontan los problemas de fondo de la vida, de la existencia, del conocimiento y de la moral.
----------Obviamente, también los sabios o filósofos se ven afectados por la falibilidad de nuestra razón, debilidad consecuente al pecado original, por lo cual sucede que ellos en ocasiones caen en el error y hacen desviarse de la verdad a sus discípulos. Sin embargo, cuando ellos son fieles a la verdad:
----------1) nos confirman en lo que ya conocíamos como evidente y demostrado, nos muestran eventuales errores en los cuales habíamos caído allí donde es posible equivocarse, es decir, en las consecuencias extraídas de los principios o por la posesión de principios equivocados o mal aplicados;
----------2) nos hacen volver a la memoria verdades fundamentales que habíamos olvidado y de las cuales nos habíamos distanciado con daño moral o espiritual;
----------3) nos proponen nuevos horizontes de pensamiento, nos estimulan a la búsqueda, a la investigación, y al análisis en profundidad, nos indican cómo remediar los errores, elevan nuestro espíritu a la consideración y a la práctica de valores superiores, nos abren nuevas y más vastas prospectivas, nos proponen nuevas y mejores metas de nuestro actuar.
    
¿Puede existir un pensamiento revolucionario?
    
----------Como bien sabemos, en el uso de las palabras, todo depende del entendernos sobre el significado que queramos darle a una determinada palabra. Ahora bien, el término "revolución" es muy delicado de usar, porque está cargado de significados emocionales y contradictorios. Sustancialmente se puede usar en un sentido positivo y en un sentido negativo, pero haciendo también reservas.
----------Originariamente, en la época de Galileo Galilei [1564-1642] el término "revolución" era referido, en astronomía, a los movimientos de los cuerpos celestes y, por tanto, se refería, y todavía se refiere, simplemente al movimiento físico de los astros, sin ninguna referencia al ámbito del pensamiento o del actuar humano. Sin embargo, fue ya en el siglo XVII cuando el término comenzó a cobrar significado en el ámbito del actuar humano. Pensemos por ejemplo en la revolución inglesa del siglo XVII. Desde entonces, las revoluciones se han sucedido las unas a las otras, especialmente en la historia reciente y actual de América.
----------Por mi parte, no tengo ninguna dificultad en usar el término "revolución" en el ámbito de los acontecimientos sociales. En cambio, me sentiría más cómodo y tranquilo en hablar de revolución en sentido positivo en el campo del pensamiento. En efecto, si bien es admisible que en el campo social una "revolución" elimine incluso a buen derecho un entero régimen o sistema político corrupto o injusto, o bien si es normal que en el campo de la física experimental se produzcan "revoluciones", en el campo de la filosofía o de la metafísica o de la teología o de la moral no pueden y no deben darse revoluciones que puedan llegar a cambiar los principios, porque no existen principios más radicales que puedan invalidar los principios, siendo esto algo contradictorio, porque en tal caso los principios no deberían ser principios.
----------Por otra parte, hay algunos que, por el contrario, advierten en el término "revolución" un hecho negativo o algo detestable, pues lo ven como una ofensa a los valores absolutos, por lo cual sienten la necesidad de profesarse "contrarrevolucionarios", y así se autodenominan. En cambio, un marxista o un hegeliano, ve en la revolución un factor de progreso y de liberación.
----------Indudablemente, si por revolución entendemos un cambio o alteración o trastorno profundo y radical de las cosas, que sin embargo deja intactos los principios, extrayendo de ellos nueva savia, el término puede ser aceptable y convertirse en sinónimo de evolución o reforma o progreso. Si en cambio entendemos revolución en el sentido de convulsión o trastorno o cambio de los principios, en el sentido visto anteriormente, entonces la palabra se convierte en sinónimo de corrupción o incluso de absurdidad y asume un significado negativo.
----------Es interesante cómo la Biblia de la Conferencia Episcopal Argentina (obra principalmente debida al padre Armando Levoratti, quien fuera uno de mis profesores de Sagrada Escritura) traduce el griego de Lc 21,9 apokatástasis, que de por sí significaría "reconstitución", por tanto con aquel significado positivo que fue usado por Orígenes, con "revolución", con significado evidentemente negativo de "catástrofe" o "subversión", como se desprende del contexto, donde Cristo anuncia calamidades gravísimas que se producirán al aproximarse el fin del mundo. Por eso en el Evangelio el término revolución no sugiere nada de positivo.
----------La versión latina de la Vulgata, por su parte, da seditiones, lo que evidentemente es una interpretación o adaptación, porque de por sí es una traducción inexacta; sin embargo, san Jerónimo ha entendido lo que Lucas entendía decir más allá del sentido literal de la palabra)
----------Sin embargo, como he dicho, si no es conveniente usar el término revolución para referirse al progreso del saber, o si en el campo del saber la revolución es subversión, como lo ha hecho Descartes, el término revolución en el campo de la acción humana colectiva puede tener un sentido positivo, entendida como operación colectiva liberadora, que con el uso de la fuerza derroca una tiranía o dictadura o régimen injusto, para establecer o fundar uno justo, libre y democrático.
   
El progreso doctrinal no es ruptura con el pasado ni cambio de contenidos,
sino explicitación de lo implícito o revelación de lo oculto
   
----------En cualquier caso, en el presente artículo, quisiera detenerme a tomar en consideración un sólo aspecto de la tarea del sabio, precisamente el aspecto del hacer progresar el saber, distinguiendo el verdadero hacer progresar, que consiste en una obra educativa, mejoradora, formadora, liberadora, ordenada, metódica, elevadora, purificadora y santificadora, un hacer crecer, un acrecentar, un aumentar, un perfeccionar, un elevar, un "ascender", pensando al respecto en la ascensión de Cristo al cielo.
----------Sobre este punto, de hecho, con Descartes se ha afirmado en la historia de la filosofía hasta hoy la convicción de que el filósofo deba ser un revolucionario, es decir, que deba derribar o dar vuelta todo aquello que se ha creído y pensado hasta ahora, que deba volver a hacer todo de nuevo, que no deba volver a partir del principio, sino cambiar el mismo principio por uno nuevo y seguro, negando por consiguiente todo lo que antes de él se ha pensado como verdadero, para mostrar que estábamos equivocados, mientras que él, por primera vez en la historia, establece el saber racional con certeza, ofrece el verdadero método del saber, muestra finalmente esa verdad absoluta que en vano sus predecesores buscaban o habían creído encontrar vagando entre las sombras, las apariencias sensibles y las vanas y cambiantes opiniones.
----------Ahora bien, el filósofo debe ser efectivamente un renovador, un reformador, un progresista, una luz que ahuyenta el error, alguien que vuelve a las raíces para corregir el pensamiento a ese nivel, pero no puede ser un subversivo, no puede negar los principios porque el error se manifiesta y se demuestra precisamente porque se acepta la verdad de los principios. Para juzgarlos falsos sería necesario hacerlo en base a principios precedentes. Pero no existen principios anteriores a los primeros principios.
----------El filósofo no debe ser alguien que llegue a revolucionar lo existente ni crear desorden, sino que debe hacer luz sobre lo que está oculto, debe explicitar lo que está implícito, debe iluminar, aclarar y explicar lo que es oscuro, demostrar lo que no es evidente, debe hacer evolucionar y progresar el pensamiento en base al dato existente y al orden de lo que ya existe, orden puesto por Dios en las cosas y en la mente del hombre, sin la pretensión de juzgarlo o rehacerlo o sustituirlo según su propio genio, porque el orden de las cosas no depende de su beneplácito, sino que es creado por Dios.
----------El hombre ciertamente tiene todo un campo propio donde puede cambiar, plasmar, crear, inventar, revolucionar, y este es el ámbito de la técnica, pero también aquí él debe respetar siempre las leyes de la naturaleza, recordando que no es él sino Dios quien ha dado a nuestra razón y a la naturaleza leyes y principios, y es absurdo querer negarlos o cambiarlos con nuestra propia razón.
----------Descartes se presenta como luminaria de la humanidad futura y como aquel que la hace salir de las tinieblas hacia la luz, de la duda a la certeza, de las apariencias a la verdad. Él parece querer decir como Cristo y mejor que Cristo: "Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes". Descartes no ha venido a completar una verdad precedente a la suya, como ha hecho Cristo, sino simplemente a fundar la verdad que había sido ignorada hasta entonces: ¡una obra, por tanto, superior a la del mismo Cristo!
----------Descartes pretende garantizarnos que asegurará para siempre a la humanidad esa certeza y fundamento del saber que sus predecesores, incluidos Aristóteles y Cristo, habían buscado en vano, y así le dará para siempre a la humanidad esa capacidad crítica y esa luz que nunca más se extinguirá, y para asegurar a la humanidad un progreso científico infinito por los siglos de los siglos.
----------Ahora bien, debemos decir que la tarea nobilísima del filósofo no es la de refundar, sino de fundar el saber. No debe poner un nuevo fundamento, como si el primero fuera erróneo, porque tendría que presuponer un fundamento precedente al fundamento, lo cual es absurdo.
----------Ahora bien, el apóstol san Pablo, anticipándose a Descartes en dieciséis siglos, parece advertir al propio Descartes: "Nadie puede poner otro fundamento diferente al que ya está allí" (1 Cor 3,11), es decir, Cristo. La misma advertencia parece haber dado santo Tomás de Aquino a Descartes cuatro siglos antes: dada la armonía entre el pensamiento de Cristo y la metafísica de Aristóteles, nadie puede sentar un fundamento para la metafísica distinto del que ha puesto Aristóteles.
----------Descartes no se ha dado cuenta de que Aristóteles ya había fundado la metafísica de una vez y para siempre. Después de Aristóteles, quienquiera que se plantee la cuestión del fundamento del saber racional no tiene más que recurrir a Aristóteles. Por consiguiente, el intento de Descartes de querer refundar la metafísica ha sido una idea insensata, aunque desgraciadamente ha seguido haciendo escuela hasta nuestros días.
----------Es evidente que Descartes, en cuanto fundador del saber, pretende tomar el puesto de Cristo y corregir a Cristo donde se ha equivocado: actitud típica del gnóstico. Para Descartes, Cristo se engañaba al creer en la veracidad de los sentidos a la manera de Aristóteles.
----------Para Descartes, Aristóteles ha fundado una metafísica errónea, que supone la veracidad del sentido. Según Descartes, en efecto, los sentidos nos engañan. Por tanto, es necesario corregir a Aristóteles fundando la certeza no en los sentidos sino en el cogito cartesiano. Ésta, como es sabido, constituría para Descartes la verdadera metafísica fundante. Pero Jesucristo aplicaba la gnoseología de Aristóteles. Y por eso para Descartes se ha engañado también él. Santo Tomás de Aquino se ha dado cuenta de la plena concordancia del pensamiento de Cristo con la metafísica de Aristóteles. Por mi parte, ya he ilustrado cómo efectivamente las enseñanzas de Cristo concuerdan con el realismo aristotélico y contienen nociones metafísicas. Al respecto, véase en este mismo blog un resumen acerca de las nociones metafísicas que subyacen a la enseñanza del mismo Cristo, en mi artículo: Breve nota sober la Metafísica de Jesús.
----------En efecto, en verdad, el sentido es el comienzo del saber experimental. Por consiguiente, el dudar de la veracidad del sentido, como hace Descartes, quiere decir presuponer un principio del sentir precedente al sentir, capaz de cualificar de error el sentir, por tanto un sentir antes del sentir, tal como para poder revelar el error del sentido y corregirlo, lo cual es absurdo.
----------Se pueden corregir los errores accidentales del sentir en base al principio del sentir, pero no se puede negar el principio del sentir como tal, ese principio que nos permite precisamente revelar y corregir los errores del sentir. Y tampoco tiene sentido, como cree Descartes, corregir el sentido en base al intelecto, porque el sentido ya tiene de sí y no del intelecto el criterio de su veracidad.
   
El verdadero progreso
   
----------El término progressus (de pro-gradior) implica la idea del caminar (gradior) y por tanto del avanzar. Implica un cambio, pero no necesariamente sustancial: una persona que camina es siempre ella, sólo que se mueve en el espacio y cambia de lugar. Aquí nos interesa el progreso en el saber.
----------El caminar deviene, entonces, la metáfora de un cambio que nos es más delicado de entender, y que puede ser tergiversado o malinterpretado o malentendido. Es el camino de la razón, del pensamiento, del espíritu. Es el devenir del espíritu. Aquí se plantea el problema de cómo conciliar lo que cambia con lo que no cambia. Nuestra mente se siente incómoda y confusa ante el devenir, porque tiene necesidad de identidad y por tanto de inmutabilidad, mientras que el sentido no tiene ninguna dificultad en el contacto con lo mutable, de hecho lo que deviene es su objeto natural.
----------La bien conocida dificultad, aquella dificultad tan percibida y sufrida ya por Platón, está dada por el hecho de que el devenir parece chocar contra el principio de identidad y de no-contradicción. El progreso doctrinal parece implicar una ruptura con el pasado. El cambio concierne a la realidad y al pensamiento. El riesgo del platonismo es el conservadurismo (pasadismo), que surge de la incapacidad de seguir el progreso de lo real y de implementar el progreso del saber teológico.
----------En tal sentido, existe en ellos una desconfianza preconcebida hacia lo nuevo en la sospecha de que sea desviación de la tradición. Y así, por ejemplo, se tiene dificultad en ver la continuidad en las doctrinas propuestas por el Concilio Vaticano II, y se las ve en ruptura con la tradición. Los lefebvrianos tienen esta repulsión hacia las mismas novedades doctrinales del Concilio. Por eso ellos siguen siendo cismáticos, como lo han declarado los papas del postconcilio, desde san Paulo VI hasta el papa Francisco. Y de ahí también la preocupación del actual Romano Pontífice por los filo-lefebvrianos, preocupación explicitada en su motu proprio Traditionis custodes y en la Carta a los Obispos adjunta, en el sentido de que los filo-lefebvrianos, por su mayor o menor acuerdo con las ideas lefebvrianas, estén en mayor o menor medida también afectados por el cisma y la herejía.
----------El caso es que aquellas nuevas doctrinas del Concilio Vaticano II que resultan de contactos provechosos con el pensamiento moderno o con las ideas de los hermanos separados, les parecen a los lefebvrianos contaminaciones modernistas. Por otra parte, sus teólogos son reacios a practicar la indagación teológica y a proponer nuevas teorías en el temor a cometer errores, y prefieren repetir siempre las mismas fórmulas de la tradición. Debemos notar en estos teólogos una repugnancia por la práctica de la deducción teológica, que es la que hace avanzar el saber teológico y prepara la formulación de nuevos dogmas por parte de la Iglesia. Al respecto, véase la docta exposición de cómo se produce el progreso dogmático en la obra magistral del padre Francisco Marín-Sola, La evolución homogénea del dogma católico (editorial BAC, Valencia 1963).
----------Los modernistas, por su parte, acogen con agrado la idea del progreso doctrinal, pero la entienden de manera equivocada, negando el elemento de continuidad y permanencia del dogma. Mientras que los lefebvrianos se centran sólo en la continuidad y excluyen el progreso, los modernistas tienen una idea del progreso que implica la ruptura con la tradición y con el dogma y, por tanto, una idea falsa de progreso, porque el verdadero progreso se produce en la continuidad, como desarrollo de la tradición y explicitación del dogma, que es precisamente lo que sucede en las doctrinas del Concilio sin anteojeras modernistas ni lefebvrianas, sino con la mirada límpida iluminada por la luz del Magisterio de la Iglesia postconciliar.
----------Las resistencias de los lefebvrianos a las nuevas doctrinas del Concilio surgen de la mencionada concepción platónica de la realidad y del saber, por lo cual ellos rehuyen la consideración del devenir de lo real y el uso de los métodos inductivos-deductivos, de la hermenéutica bíblica histórico-crítica y la práctica del diálogo y de la discusión, todos métodos y principios que generan el aumento del saber teológico.
----------La responsabilidad y la tarea más urgente que nunca para la concordia, la unidad y la paz de la Iglesia, es la obra de conciliación que se debe promover por parte de los católicos normales entre los dos partidos adversarios de los lefebvrianos y de los modernistas, que desde hace demasiado tiempo han estado en amarga competencia por alcanzar y ejercer el rol de faros de la Iglesia y modelo de los católicos, en daño de los católicos normales, arrastrados por los dos partidos, cada uno de los cuales los quisiera para sí.
----------El Papa, Vicario de Cristo, Maestro de la Verdad, Pastor de la Iglesia universal, está en el medio, con los católicos normales, porque ellos están verdaderamente a favor del Papa, sin adularlo ni instrumentalizarlo, como los modernistas, y sin despreciarlo bombardearlo cotidianamente, como hacen los filo-lefebvrianos, sino en sincera comunión, colaboración, comprensión y obediencia, con cataliniana franqueza, tomista sabiduría, ignaciana prudencia y franciscana simplicidad.

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