La discusión humana conlleva la actividad del hablar y del juzgar sobre las cosas y los hechos, pero no por el mero hablar y juzgar, nuestra discusión es propiamente humana. ¿Qué elementos son necesarios para que nuestra discusión sea propia y verdaderamente humana? "Jesucristo no fue sí y no, sino solamente sí" (2 Cor 1,19), "Cuando ustedes digan sí, que sea sí, y cuando digan no, que sea no" (Mt 5,37). [En la imagen: fragmento de "Discusión", óleo sobre lienzo, obra de Giuseppe Pellizza da Volpedo, de 1888].
El arte de la discusión
----------La actividad del hablar y juzgar no es ajena al ámbito de la moralidad. Mediante nuestro hablar y nuestro juzgar sobre las cosas podemos hacer a nuestro prójimo tanto un gran bien como un gran mal. En el hablar y en el juzgar es necesario en primer lugar observar las normas que regulan la propiedad y corrección del lenguaje, la claridad y precisión de la expresión, la organización del discurso o del diálogo o de la conversación para no salirse del campo de la corrección formal y de la verdad de los contenidos.
----------Y en segundo lugar, es necesario que nuestro hablar y juzgar esté siempre dictado por la justicia y por la caridad, es decir, por la voluntad de edificar y de instruir a los demás, al mismo tiempo que es necesario de parte nuestra la voluntad de escuchar y de aprender de los demás.
----------Es necesario también que tengamos muy claro que la conversación, el diálogo y la comunicación entre nosotros tengan también como propósito hacer emerger la verdad por medio de la misma confrontación entre nosotros. Se debe saber persuadir, demostrar, refutar, explicar, motivar, argumentar. Se debe estar dispuestos a cambiar de opinión, a reconocer nuestras eventuales equivocaciones, y a corregirnos.
----------La adquisición de la verdad no es la obra del individuo por cuenta propia, aislado de la relación social y de la consideración de aquello que han pensado quienes nos han precedido y de la tradición, como ha pretendido hacer Descartes, como si todos aquellos que nos han precedido se hubieran equivocado, incluido Jesucristo, y como si la verdad debiera surgir inmediatamente y aparecer espléndida y certísima en su absolutidad y en su radicalidad a partir de la simple mirada de nuestro yo individual vuelto hacia sí mismo.
----------En realidad, las cosas ocurren de modo muy diferente. Cada uno de nosotros conoce la verdad y puede perfeccionarse continuamente mediante tal conocimiento de la verdad, ciertamente a través de un trabajo personal hecho de experiencia, de aprendizaje, de estudio, de búsqueda e investigación, de razonamiento, de análisis, de memoria y reflexión, pero también por medio del diálogo, de la confrontación y de la discusión con los otros. He aquí la importancia de la dialéctica.
----------Es necesario dominar el arte de la discusión o del dialogar. Este arte tiene dos posibles perspectivas o finalidades: o la de la comunicación de la verdad para que el otro pueda aumentar su saber o bien la de corregirlo de modo persuasivo de su error, de manera que quede seguro, cierto, y convencido de ello, mostrándole dónde se equivoca, respondiendo a sus dificultades, aclarando los equívocos o resolviendo sus contradicciones.
----------Ésta, como enseña Aristóteles, es la tarea del sabio, del filósofo o del científico, vale decir, de alguien que está en posesión del saber, sabe lo que dice, está cierto, seguro, de ello, y lo puede y lo sabe demostrar.
----------La otra perspectiva o finalidad del arte de la discusión es aquella que corresponde a lo que Aristóteles llama arte "dialéctica", que se funda en la confrontación de las opiniones. El dialéctico habla en base a argumentos probables. La confrontación dialéctica, sin embargo, no es capaz de hacer emerger la verdad entre las dos tesis opuestas; no es capaz de crear el acuerdo sobre la base de una común, probada y objetiva certeza. Los dialogantes deben contentarse con lo probable y lo opinable.
----------A diferencia del mero dialéctico, el filósofo, continúa diciendo Aristóteles, demuestra científicamente lo que dice, aporta pruebas irrefutables, fortalece al discípulo en la verdad, lo conduce a un aumento de su saber y, por tanto, elimina del otro o de su adversario cualquier duda, le muestra dónde se equivoca, lo corrige del error y lo conduce a la certeza de la verdad.
----------Por lo tanto, se hace necesario distinguir la discusión filosófica o científica de la discusión dialéctica. La confrontación dialéctica puede preparar certeza científica, pero esto no siempre sucede, por lo cual los dialogantes deben saberse aceptar el uno al otro en la oposición de sus respectivas opiniones, entrambas legítimas aunque contrarias, sabiendo el uno y el otro que no son capaces de demostrar al otro apodícticamente o incontrovertiblemente, la propia tesis, que no es ciencia sino simple hipótesis. El pluralismo de las opiniones o de las espiritualidades o de las corrientes teológicas en la Iglesia se funda sobre este hecho.
----------Es necesario por otra parte distinguir la discusión (dialoghismós, synelogismós: Lc 20,15; Mt 21,25; Mc11,31, synzétesis: Mc 8,11; Mt 16,1; Lc 11,16; Mt 12,38, syzétesis: Lc 24,14, dialexis, dialesis: Lc 6,11; Mt 12,14; Mc 3,6), de la contienda (mache: Jn 6,52, diakrisis: Rm 14,1, eris: 2 Cor 12, 20; Fil 1,15, zelos pikrós: Stg 3,14). Si bien la discusión de por sí presupone una serenidad de ánimo con moderada pasión, sincera búsqueda de la verdad y el respeto de las reglas de la argumentación, la contienda es un choque pasional donde falta la caridad y fácilmente se recurre a medios desleales para vencer. El apóstol san Pablo, en cambio, se ha mostrado como un verdadero maestro de la discusión (cf. Hch 9,29; 15,2; 17,2; 17,17; 18,4; 19,9; 24.12).
----------Luego hay algunos términos ambivalentes cuyo significado debe ser establecido o fijado de vez en vez. En cuanto a la querella, a la controversia y a la polémica, ellas pueden ser justas o injustas, según el ánimo, bueno o malo por el cual estén motivadas y si se respetan o no las reglas de la discusión.
----------Innumerables ejemplos de argumentación o de controversia pretextuosa o engañosa, de razonamientos desleales o insidiosos, falsas contraposiciones, conceptos confusionarios, subterfugios deshonestos, discursos contradictorios, lenguaje ambiguo o equívoco, trucos dialécticos, fanfarronadas, insolencias, groseros sofismas, se encuentran en los impostores, en los exhibicionistas, en los vendedores ambulantes, en los charlatanes, en los seductores, en los herejes, en los cismáticos y en los apóstatas.
----------La victoria en la discusión no se funda en absoluto en la imposición de la propia idea al otro o en apaciguar al otro convenciéndolo mediante astutos engaños o trucos y por cualquier medio, no importa si es medio honesto o no, siempre que consigamos que se nos de la razón, sino que consiste en saber convencerlo libremente y en conciencia con argumentos válidos, que sean probatorios para él, mostrándole claramente el error, de modo que, frente a la verdad evidente y demostrada, ya no tenga argumentos en contrario.
----------Aristóteles introduce también una tercera figura, que él llama la del "sofista", aquel que finge o se da el aire de saber pero que en realidad no sabe, aquel que quiere darla a entender, que aparenta ser sabio sin serlo, podríamos decir el impostor o manipulador de las conciencias, aprovechándose de su credulidad o ingenuidad. Ésta es la falsa ciencia de los herejes, de la cual habla san Pablo, cuando nos exhorta a "no ser más como niños sacudidos por las olas y llevados de aquí para allá por cualquier viento de doctrina, según el engaño de los hombres, con aquella su astucia que tiende a inducir al error" (Ef 4,14).
----------La Biblia luego conoce otra forma de comunicación humana, que es la de la profecía: aquí el profeta no entra en discusión con un interlocutor acerca del tema de su anuncio o el tema del que trata, como si fuera simplemente una verdad racional necesitada de ser demostrada, sino que, sobre la base de una autoridad razonablemente conquistada frente al oyente, le comunica, sobre la base de esta, su autoridad, que lo hace creíble, una verdad supra-racional y divina, que pide ser aceptada en la fe.
----------Observemos, por lo demás, que en nuestra conducta cotidiana, y en particular en el hablar y en el juzgar, alternamos a menudo la afirmación y la negación, confrontamos dos tesis contrarias y nos preguntamos cuál de esas dos tesis será la verdadera. En la discusión con un interlocutor sopesamos los argumentos a favor y los argumentos en contra, y juntos buscamos la verdad. Esta es una manera esencial de buscarla y encontrarla: confrontarnos con las opiniones de los otros y discutir con ellos.
----------Precisamente aquí, en estas situaciones, es necesario, como ya he dicho, ese arte que Aristóteles llama el arde de la "dialéctica", y que podríamos llamar el arte de la discusión. La discusión humana conlleva la confrontación o comparación entre una afirmación y una negación, y nos preguntamos dónde está la verdad, ya que es imposible que algo sea y no sea al mismo tiempo y bajo el mismo respecto.
El principio del distinguir
----------Los cuatro adverbios del dogma cristológico del Concilio de Calcedonia [451] son: atreptos, anynchitos, adiairétos, acoristos, y más adelante entenderá el lector por qué los cito aquí.
----------El distinguir es el acto fundamental del intelecto, por el cual yo digo yo no soy tú y tú no eres yo. ¿Cuál es el principio del distinguir? La primera noción que nuestro intelecto concibe y en la cual se resuelven todas las demás, es la noción universalísima y analógica del ente, que contiene implícitamente en sí misma todas sus diferenciaciones y diversificaciones; una noción, por tanto, una y múltiple a la vez, donde la multiplicidad está unida y ordenada por la unidad, y la unidad se multiplica y se expresa en la multiplicidad.
----------A la intuición del ente le sigue la negación del no-ente: el ente es sí mismo, es idéntico a sí mismo, no es el no-ente, no es la nada. Respecto al ente, por tanto, nuestro intelecto afirma y niega: afirma que el ente es una cosa, alguna cosa, algo, es lo real, tiene una esencia en acto de ser, y niega que se niegue a sí mismo, niega que sea contradictorio, dividido en sí mismo, contra sí mismo. El ente es uno, no dividido en sí mismo.
----------Ahora bien, la negación lógico-noética en el sentido antes mencionado, que comienza con la consideración del ente y del no-ente, es precisamente la vida, la potencia, el movimiento y la respiración o aliento del pensamiento y de la inteligencia. Se trata del principio del distinguir, vale decir, del ver las diversidades y las diferencias. En cambio, la negación entendida como rechazo voluntario, oposición práctica, desobediencia, reacción hostil al bien es la desgracia y la condenación del espíritu.
----------Esto no significa que la división nefasta del ente no exista. ¡Por supuesto que existe! Pero se trata de una división de las voluntades entre las voluntades. Porque existe la división de las voluntades existe una familia dividida, existe una Iglesia dividida, existe una personalidad dividida; pero esto no significa que esa determinada cosa sea y no sea, sino que en sí posee dos partes en conflicto entre sí.
----------La división como conflicto interno es posible y remediable; la división contradictoria, como auto-negación o auto-anulación o auto-aniquilación, es imposible porque es impensable. Ser uno quiere decir ser indiviso. Sin embargo, no existe sólo la unidad simple del ser divino; sino que toda unidad en lo creado es una unidad compuesta de partes: por eso puede escindirse, romperse, desintegrarse.
----------No sólo existe la oposición entre el ser y el no-ser. Distinguir y oponer son la misma cosa. El distinguir reclama el acto del dividir y del separar; el oponer (ob-pono) puede ser acto del discurso -las proposiciones opuestas (tenemos aquí la oposición contradictoria, contraria y subcontraria. Véase al respecto J. Gredt, Elementa phlosophiae aristotelico-thomisticae, Ediciones Herder, Friburgo de Brisgovia 1937, vol.I, nn.47-48)- o puede ser acto ontológico. Por ejemplo, dos proposiciones opuestas: el hombre es un cuerpo, el hombre no es un cuerpo. Oposición ontológica: el calor es opuesto al frío.
----------La oposición reclama la idea de algo más, la idea de algo distinto o diferente de nosotros, que está frente a nosotros, y de diversos modos: o bien nos sentimos inclinados hacia ello y lo opuesto nos atrae, y entonces tenemos la oposición relativa (ella sirve también para explicar la relación de las Personas trinitarias entre sí). Por ejemplo una relación interpersonal. O bien lo opuesto nos repele.
----------La oposición contradictoria es la del ser al no ser. Por ejemplo: el hombre existe y no existe, Dios existe y no existe, la verdad existe y no existe, etc. La oposición contraria, en cambio, es aquella donde el sujeto es el mismo, mientras que los predicados son opuestos: calor y frío, verdadero y falso, bueno y malo, bello y feo.
----------Desde el punto de vista del juicio especulativo es importante saber cuándo afirmar y cuándo negar, saber separar bien el sí del no, evitar combinar sí y no, aunque a veces pueda ser legítimo y prudente abstenerse del elegir entre el sí y el no. Pero mantenerse deliberadamente en medio por motivos de conveniencia sirviendo a dos señores es de personas dobles y deshonestas. Ante Dios debemos decir sólo "sí", como lo ha hecho Cristo y como lo hacen todos los Santos. Ante el pecado, nuestro "no" debe ser absoluto.
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