viernes, 11 de marzo de 2022

La creencia católica en el Infierno (2/2)

Comenzando por subrayar y explicar algunos aspectos hoy no tan difundidos de las enseñanzas de la Iglesia sobre el Infierno, pasaremos luego a explicitar que el cruelismo es la otra cara del buenismo hoy tan propagado, que ha llevado a negar la existencia del Infierno, lo cual supone una errónea concepción de Dios. Por último, explicaré por qué, a mi parecer, no es necesaria una definición dogmática sobre el Infierno.

Enseñanzas de la Iglesia sobre el Infierno
   
----------He expuesto las enseñanzas bíblicas sobre el Infierno, en notas anteriores: el artículo La perdición después de la muerte, y también en El fiel católico y la fe en el infiernoSegún el Antiguo Testamento, como consecuencia del pecado original, la humanidad ha sido castigada con diversas penas en la vida presente y, después de la muerte, con la pena del inframundo, lugar ultraterreno, oscuro y triste, alejado de Dios, aunque custodiado por Él, similar al Hades pagano, que reúne a justos e injustos.
----------Un aspecto de la obra salvífica de Cristo, según el Símbolo de los Apóstoles, ha sido el de descender a los infiernos después de su muerte para liberar las almas de los justos que esperaban el cumplimiento de la justicia divina (Denz. 369, 485, 587), para conducirlos al Paraíso del Cielo. En cambio, la pena de los malvados que no han aceptado a Cristo, fue conmutada por Dios por la más grave pena del Infierno, porque, como explica la Carta a los Hebreos, si ya merecía una pena eterna la desobediencia a la Ley de Moisés, mucho más grave pena merece la desobediencia a la Ley de Cristo (Heb 10,26-29).
----------De lo anterior podemos claramente advertir la falsedad de la opinión de aquellos que sostienen que el Dios del Antiguo Testamento es más severo que el Dios del Nuevo o incluso que el Dios cristiano sería solo misericordia y no castigaría a nadie. En cambio, la mayor severidad del Dios cristiano se deduce precisamente del hecho de que es más misericordioso. En efecto, es justo que sea castigado más severamente quien rechaza un mayor don y desobedece a una ley más fácil de cumplir, como es la Ley evangélica aligerada por la gracia: "Mi yugo es suave, mi peso es ligero" (Mt 11,30), aunque las obras sean más arduas y se requieran sacrificios mayores. Pero el amor vuelve ligero el sacrificio.
----------La existencia de los condenados está implícitamente pero claramente afirmada en el artículo del Símbolo de la Fe en el cual recitamos: "Et iterum venturus est cum gloria iudicare vivos et mortuos". De las palabras del Señor está claro que a su Venida (Mt 3,12; 25,32; Ap 20,11-15) no toda la humanidad entrará en el reino de Dios, como creen von Balthasar, Rahner y Teilhard de Chardin, sino sólo los elegidos o predestinados, es decir, aquellos que hayan obedecido los santos mandamientos de Dios.
----------El Magisterio de la Iglesia, en perfecta línea con la enseñanza bíblica, afirma que no todos se salvan (Denz. 623, 624, 1523) sino que de toda la humanidad caída a causa del pecado original, Dios elige un cierto "número" de "elegidos" (Canon Romano de la Santa Misa) o "predestinados" (Denz. 621, 1540).
----------La verdad que hay que tener presente aquí, es que la salvación es obra divina. Dios da a todos los medios suficientes para salvarse, pero no todos hacen uso de ellos por su propia culpa. Por esto vienen justamente castigados con el Infierno. Que uno haga uso de los medios de la salvación es un acto sobrenatural causado por la gracia. Este acto es acto del libre albedrío en gracia, por lo tanto meritorio del Paraíso del Cielo. Por consecuencia, como dice el Concilio de Trento (Denz. 1548), nuestros mismos méritos sobrenaturales, con los cuales (con todo respeto a Lutero) nos ganamos el Paraíso, son dones de su gracia.
----------El caso es que a Dios, más que el hecho de que todos lo elijan a Él, le interesa que todos hagamos nuestra elección, aunque debiera ser también en contra de Él. Él quiere que Lo elijamos libremente, no que nos dirijamos hacia Él determinísticamente, por ley física, como los animales, las plantas y las piedras. Por lo tanto, para respetar nuestra elección, Dios incluso acepta ponerse en juego a Sí mismo, aceptando también ser rechazado. Pero aquello que Él de todos modos quiere es que cada uno haga su propia elección. Si uno Lo rechaza, no lo constriñe a aceptarLo, sin embargo deben esperarse las inevitables consecuencias lógicas, que ni siquiera Dios puede evitar, porque implicaría contradicción, dado que hay contradicción entre la vida y la muerte. En efecto, no puede seguir viviendo quien elige la muerte.
----------Pero las mencionadas consecuencias son precisamente aquellas a las que se quiere hacer referencia con el término Infierno. Ahora bien, el Infierno, como dice el Apocalipsis, consiste en la "segunda muerte" (Ap 20,14). Y debe tenerse en cuenta que muerte y vida no pueden coexistir simultáneamente en el mismo sujeto, porque se excluyen recíprocamente. Naturalmente, la vida que fracasa en el condenado, no es su vida natural, sino la vida de la gracia, la cual por lo demás, ya estaba ausente al momento de la muerte. Los condenados no son aniquilados, como erróneamente cree Schillebeeckx. Sus almas, siendo por esencia inmortales, siguen viviendo eternamente, para siempre, y ellos también retomarán su propio cuerpo en el momento de la resurrección final. El artículo del Símbolo de la Fe que recita: "credo resurrectionem mortuorum" se refiere evidentemente no sólo a las almas bienaventuradas, sino también a las condenadas (Jn 5,29).
----------Un hecho de tal género es digno de mucha atención, en cuanto manifiesta claramente la bondad de Dios. En efecto, con el pecado, la humanidad ha conocido la muerte, la cual consiste en el hecho de que el alma queda sola sin su cuerpo. Excepto que, a este propósito, es necesario decir que también para los condenados han intervenido la misericordia y la justicia divinas: la primera, la cual ha tenido piedad del alma separada, por la cual le devuelve su cuerpo, y la justicia, por la cual Dios, por justicia rinde homenaje a la obra redentora de Cristo, la cual ha merecido la resurrección del cuerpo también para los condenados.
----------La idea de la destrucción de los condenados podría estar sugerida por la imagen de Gehenna, utilizada por Cristo para aludir al Infierno. En efecto, como es bien sabido, se trataba de un lugar cercano a Jerusalén, donde se quemaban los desechos. Hoy diríamos una incineradora, como la que tenemos en nuestras ciudades. Era un lugar maldito, que recordaba los horribles sacrificios humanos idolátricos, de hecho practicados en su tiempo por los reyes Acaz y Manasés. Ciertamente Cristo, con la imagen de la Gehenna, no pretende en absoluto aludir a una destrucción de los condenados, sino a la pena del fuego.
----------Según la Sagrada Escritura, el Infierno es, en efecto, una parte esencial de lo creado por Dios, pero no lo es necesariamente, como, por lo demás, Dios, habría también podido no crear en absoluto nada. Dios, también, si hubiera querido, habría podido crear un universo feliz sin Infierno. Dios hubiera podido crear ángeles y hombres perfectamente buenos y santos (como sostienen los buenistas y los masones). El mal habría estado ausente del mundo o, si lo hubiera estado, habría podido ser complemente aniquilado.
----------Surge entonces la pregunta: ¿por qué motivo Dios ha permitido la existencia del mal y, por lo tanto, la existencia de los condenados? ¿No era mejor si creaba un mundo inmediatamente y para siempre feliz, más bien que hacer que solo algunos alcanzaran la felicidad y tras una serie de desventuras y riesgosas peripecias, sufrimientos, tragedias, percances y caídas, a lo largo de milenios y milenios de una historia signada por fracasos, catástrofes, injusticias, guerras y horrores de todo tipo?
----------Pero podríamos hacernos una contra-pregunta: ¿creemos nosotros, acaso ser más sabios que Dios para aconsejarLe, para corregir o mejorar sus obras? Si el caso es que Dios, que es sabiduría, bondad, providencia, justicia, omnipotencia y misericordia infinitas, ha permitido y permite todo esto, entonces debe haber un óptimo y sabio motivo que a nosotros se nos escapa, por lo cual es sabio aceptar serenamente y confiadamente lo que Él dispone y permite, ciertamente, o para corregirnos o para hacernos expiar y en todo caso siempre para nuestro bien, aunque esto no siempre nos quede claro, poniendo en práctica lo que Él nos manda hacer para librarnos del mal, teniendo en todo caso presente que los únicos responsables de la malicia son los hombres y los demonios, y mostrándonos dónde acaban aquellos que le desobedecen.
----------Por lo tanto, como narra la Sagrada Escritura, las cosas no han salido tan bien como algunos hubieran preferido que salieran. De hecho, la humanidad, creada buena por Dios, ha pecado deliberadamente y ha sido castigada. Pero Dios ha tenido piedad y ha enviado a su divino Hijo como Salvador. Si todos hubieran obedecido a Cristo, toda la humanidad habría sido salvada. Ahora bien, sucede en cambio que algunos obedecen el Evangelio, mientras que otros no lo obedecen. Estos son los condenados del Infierno.
----------Esto significa entonces que Dios ha planificado la historia del mundo, en modo tal que una parte del mal del mundo permanece eternamente (y esto es el Infierno), mientras que una parte es quitada en la humanidad que se salva (y esto es la Paraíso del Cielo). Podríamos preguntarnos por qué Dios no ha eliminado el mal de todo el universo y en cambio lo deja subsistir en el Infierno.
----------Respondemos diciendo, en primer lugar, que la malicia de los condenados (hombres y demonios) si bien puede constituir una tentación para los vivientes, en cambio no perjudica a los bienaventurados en el Paraíso del Cielo ni a las almas del Purgatorio. En segundo lugar, la malicia de los condenados no agrava sus culpas, porque ya no pueden merecer, sino que el mal que hacen es simple efecto de los pecados cometidos en vida. En tercer lugar, Dios, al permitir que continúen existiendo sujetos malvados en el Infierno, muestra que Él los ha vencido encerrándolos en la prisión infernal, donde ellos se odian y se hacen guerra entre sí. En cuarto lugar, se realiza la voluntad de Dios de dejar libre la criatura espiritual incluso para oponerse a Él. En quinto lugar, Dios, en su providencia y magnanimidad, quiere gobernar también la ciudad infernal, no obstante la ingratitud y el odio que sus habitantes muestran contra Él. Y aquí Dios, como bien dice santo Tomás de Aquino, ejerce una cierta misericordia, porque no los castiga tanto como merecerían.
----------Con respecto a las penas del Infierno, aquella de la cual Nuestro Señor Jesucristo nos da certeza es la pena del fuego. ¿Qué quiere decir con ello? Podemos, ciertamente, pensar en los tormentos infligidos por los demonios y por los demás condenados. Sin embargo, también es necesario no exagerar, como quizás sucede en algunas revelaciones privadas. Dios es severo, pero no cruel. Ciertamente, el Infierno, en sí mismo, es espantoso. Pero el pensamiento del significado del Infierno no debe aterrorizar; en cambio es saludable, así como no causa espanto un precipicio, en sí espantoso, en el cual, precisamente por ser espantoso, no queremos caer y no queremos hacer nada que pueda arrastrarnos a él. De hecho, es útil saber que, si no nos mantenemos alejados, podemos caer en el precipicio. Mientras que sería una locura creer que si nos lanzamos en él no sucederá nada, como quien cree poder pecar impunemente.
----------La Iglesia, en el Concilio Lateranense IV de 1215 ha definido la existencia del Infierno para los ángeles rebeldes (Denz. 800), basándose en algunos pasajes bíblicos (Jud 6 y Ap 20,10) y en las mismas palabras del Señor, donde dice que el Infierno (el "fuego eterno") está "preparado para el Diablo y sus Ángeles" (Mt ​​25,41). Por lo tanto, es necesario distinguir bien, el Inframundo del Infierno. El Inframundo, como hemos visto, es el lugar de pena ultraterrena de las almas antes de la obra redentora de Cristo. El Infierno, en cambio, como morada de los Demonios, existe desde el momento de su caída, al inicio de la creación, antes entonces de la creación del hombre, por lo cual la serpiente que tienta a nuestros progenitores, ​​es evidentemente Satanás (Ap 20,2), ascendido desde el Infierno y por tanto, con el permiso divino, que ha entrado incluso en el Edén.
   
El cruelismo es la otra cara del buenismo
   
----------Sobre el tema del Infierno, es necesario tener presentes dos concepciones erróneas y opuestas de la acción moral, las cuales conducen a una falsificación de la justicia divina y por tanto a la falsificación o a la negación de la doctrina del Infierno. La primera, hoy abiertamente difundida y pregonada como "caridad" y perfección cristiana; la segunda, ocultada bajo la primera: el buenismo y el cruelismo. Ellas conducen a dos concepciones opuestas del Infierno que son igualmente erróneas.
----------El buenismo supone la fe en un Dios simplón, bonachón y chitrulo, que no se da cuenta de la existencia de los malvados, por lo cual tal concepción niega la existencia del Infierno, en nombre de un falso concepto de bondad divina, sosteniendo que todos, en el fondo, son buenos, por lo cual todos se salvan.
----------El cruelismo, contrariamente a la concepción anterior, en nombre ahora de un falso concepto de la libertad de Dios, y en nombre del poder y de la soberanía divinas, concibe a un Dios enloquecido, despótico y malvado, que condena a los inocentes por simple capricho, y por tanto los condena a una doble predestinación: a algunos al Paraíso del Cielo, a otros al Infierno, cualesquiera que sean sus obras. Es una concepción horrible de origen maniqueo, un verdadero engaño del Diablo; esta concepción, presente en Lutero y Calvino, retoma la concepción ya condenada de Godescalco, monje del siglo IX (Denz. 621).
----------Según esta segunda teoría, los individuales hombres no poseen una verdadera facultad de elección de su propio destino, es decir, elegir o por Dios o contra Dios, por lo cual no conocen el motivo de su eterna destinación, que no está condicionado por sus obras, como en cambio claramente enseña la Sagrada Escritura (Dt 11,26; Mt 19,17), sino que depende exclusivamente de un beneplácito divino, que se reserva el premiar a quien obra el mal y el castigar a quien obra el bien. Obviamente, aquí se debe evitar el pelagianismo, que considera que el inicio de la salvación viene de nosotros, mientras que la gracia sería una ayuda y un premio adicional posterior para completar la obra. Está claro que no es así: es la gracia la que nos previene y mueve nuestro corazón para la conversión; y sin embargo, una vez que hemos recibido la gracia, no somos salvos si no cumplimos las obras buenas, evidentemente cumplidas en gracia.
----------También es necesario precisar que lo que el hombre considera bueno o malo (y esto también aparecerá en Lutero) en el cruelismo no coincide en absoluto con el juicio divino, porque Dios no juzga al hombre sobre la base de una ley natural, establecida por Él y cognocible por el hombre, de cuya observancia el hombre debe responder ante Dios, sino que juzga en contraste con este conocimiento. Bajo el pretexto de la "fe", los mandatos divinos no son razonables, sino irracionales. Por lo tanto un Dios contrario a la razón. En tal modo, un Dios inhumano, si es verdad que la razón constituye la dignidad del hombre.
----------Por el contrario, para el buenismo (hoy extensamente difundido), que no reconoce las consecuencias del pecado original, el hombre es bueno y actúa siempre bien; mientras que para el cruelismo, que exagera las consecuencias del pecado original, el hombre es radicalmente malvado y actúa siempre mal. Cabe señalar por otra parte que, aunque esto pueda parecer extraño o imposible, dada la radical oposición entre las dos concepciones, en realidad se reclaman la una a la otra y son la una la imagen especular de la otra. Son las dos caras de un mismo mecanismo perverso, no obstante la leve apariencia contraria.
----------En el buenismo o molicie (mollities), en efecto, que consiste en una falsa y jactanciosa misericordia, se exagera en el dejar correr, en el dejar pasar, en el conceder o en el permitir, por lo cual no se hace justicia. En el cruelismo o dureza (saevitia), en cambio, que consiste en una falsa justicia, se exagera en la severidad y se hace acepción de personas, con la excusa de los "casos especiales". Pero la falso manso, es decir el blando o fláccido, pasa fácilmente a ser duro y viceversa, porque no se funda en la verdad, sino en su bizarra y voluble voluntad; no tiene por lo tanto una medida firme ni un criterio objetivo ni en uno ni en otro caso, por lo cual actúa por capricho según le dicte el humor, el interés, el capricho o la pasión.
----------Los típicos buenistas son aquellos a los que san Pablo llama malakòi, un término que también se podría traducir por la palabra "afeminados" (si esto no fuera en realidad ofensivo para la mujer). Se trata de un vicio actualmente muy extendido, incluso entre los obispos, que frecuentemente asumen el aire de ser mansos, dulces, caritativos y comprensivos, pero en realidad son veletas, cobardes, oportunistas y como don Abundio, el per­sonaje de la novela Los Novios del italiano Alessandro Manzoni [1785-1873], son los que esconden el puñal en el bolsillo. El malakòs es también vulgarmente llamado "cabrón".
----------De este modo, cuando el blando quiere ser severo y combatir el mal, se vuelve duro; cuando quiere ser misericordioso, deviene blando. Ataca al débil y cede ante el fuerte. Cede y es flexible, cuando debería ser firme e irremovible; es duro cuando debería ser suave. Y esto ocurre precisamente porque no está firme sobre el principio objetivo de la justicia y de la misericordia, que es el mismo: el derecho y el error del otro. Si permite el error, cae en la molicie y estamos en el buenismo; si conculca el derecho, cae en la crueldad. Así beneficia a quien no tiene necesidad y castiga a quien no lo merece. En tal modo, los buenistas niegan la existencia del Infierno; pero luego, cuando les salta la garrapata o la llamada mosca en la nariz, si es que alguno les hace sombra o porque son reprendidos por el justo o quieren prevalecer sobre alguno en todos los sentidos o le tienen envidia, he aquí que, contra toda misericordia, se vuelven feroces como bestias.
----------En la visión buenista, por otra parte, viene a menos o está ausente el aspecto agonístico y ascético de la vida cristiana. Si todos son buenos, no debemos combatir ni juzgar a nadie, sino que debemos acoger a todos, encontrarnos con todos y dar razón a todos. Ya no hay que combatir contra el mundo, sino sólo dialogar con el mundo. Y así, la Iglesia misma, deviene un mero instrumento de colaboración con el mundo.
----------Para el buenista, la visión presente en el libro del Apocalipsis de una Iglesia combativa, asediada por el mundo, es un fábula fundamentalista y medieval que hay que descartar. Pero la hipocresía de estas bellas palabras del buenismo, se revela en la feroz reacción con la cual el mismo buenista, que en realidad es un prepotente, arremete contra quien desenmascara la hipocresía de su discurso y denuncia la incoherencia de su conducta. Para el buenista, el Infierno no existe porque él se cree a salvo y promete la salvación a quien piensa como él, pero sería capaz de crear un infierno sobre esta tierra para encerrar en él a quien le advierte que Dios lo castigará por su falsa misericordia que en realidad es crueldad.
----------El buenismo es en el fondo una concepción hipócrita que, dando a entender que quiere cantar las alabanzas de la misericordia divina y proclamar el deber de la misericordia hacia el prójimo, tiene la recóndita finalidad oculta, sórdida y mezquina, de encubrir bajo esa falsa bondad o bien una concepción minimalista, teilhardiana, del pecado, o bien una concepción relativista, rahneriana o kasperiana, con el deseo de poder pecar libremente sin ser castigado, ya que, como dice el cardenal Raniero Cantalamessa, "Dios no castiga". O para decirlo en otras palabras: el buenista siempre piensa que puede salirse con la suya.
----------Está claro que con estos disparatados discursos todas las penas de la vida se vuelven entonces inexplicables e insensatas o "naturales", a menos que las atribuyamos a un Dios "malo" o a una naturaleza "mala". De ahí la consecuencia que se pierde de vista el valor expiatorio del sufrimiento y, en ulterior consecuencia, ya no se comprende el valor del sacrificio de la Misa. En la práctica, se pierde de vista la Cruz de Cristo como medio de salvación. ¿Y qué queda entonces? Queda una visión buenista de la historia sagrada, aquella que, en la antigüedad, como se sabe, ha sido la de Orígenes, quien no comprendió el sentido de una pena eterna y permutó la condición del espíritu creado humano y angélico en el mundo ultra-terreno de la eternidad con el devenir de este mundo, donde la voluntad creada oscila entre el sí y el no.
----------Y esto porque, no habiendo comprendido Orígenes que en el más allá la elección del libre albedrío respecto a Dios está fijada para siempre, tanto en la bienaventuranza como en la condenación, no comprendió o no quiso aceptar (acaso seducido por un monismo gnóstico) nada más que una pena temporaria, que se concluye con la remisión de la culpa, como él la imaginaba para los demonios y las almas condenadas, sin darse cuenta de que, si una pena temporal es concebible para la vida terrena del hombre en proceso de conversión, es completamente imposible, según la Biblia, para los demonios y las almas condenadas.
----------Orígenes, aunque gran estudioso de la Escritura, tal vez bajo la influencia del gnosticismo pagano, se hizo una idea de la historia sagrada que no se corresponde con la bíblica. De hecho, él creía que el plan salvífico divino implicara la aniquilación de todo mal, por lo cual, aun aceptando la existencia de los condenados, hombres y ángeles, creía que la "recapitulación de todas las cosas" (Ef 1,10), de la cual habla san Pablo, implicara la perfecta reconstitución de todas las cosas en armonía con Dios, sin conflictos con Él, consecuencia del pecado y, en consecuencia, después de un cierto proceso de reconciliación, la recomposición en pacífica y armoniosa unidad de todas las cosas en Dios, lo que evidentemente excluía la realidad del Infierno.
----------Sin embargo, es necesario tener presente el caso del Purgatorio, que implica una pena ultraterrena temporal. Sin embargo, esta pena no depende de la elección definitiva del alma en relación a Dios, como en el caso del Infierno, en el cual el alma ha elegido definitivamente contra Dios y esto conlleva necesariamente una pena eterna. Por el contrario, en el caso del Purgatorio el alma ha elegido definitivamente a Dios y, esto no obstante, está afligida con una pena, aunque sea temporal. ¿Por qué? Porque la Iglesia nos enseña que el alma, aunque perdonada por Dios y por tanto en gracia, debe purificarse de las reliquias de los pecados veniales cometidos en vida y no suficientemente expiados.
   
Una concepción errónea de Dios
   
----------Estas concepciones tienen un trasfondo panteísta por el cual no es que Dios, distinto del mundo donde existe el mal, sea en sí mismo absolutamente inocente del mal del mundo; no es que ame el bien y odie el mal; o haga sólo el bien y evite el pecado, no. Por el contrario, puesto que Dios se identifica con el mundo, entonces en Dios existe el bien y el mal, el acto bueno y el acto malo, el amor y el odio. Dios es causa tanto del bien como del mal, tanto de la justicia como del pecado del hombre. Como decía Lutero: "Dios ha sido la causa tanto del pecado de David, como de la conversión de Pablo".
----------Ciertamente, el Dios de Lutero, sigue siendo el Dios bíblico trascendente al mundo que Él ha creado; sin embargo es un Dios ligado al mundo, porque actúa de modo mundano, despótico. Dios, según esta concepción, caprichosamente, quiere tanto la salvación como la perdición, porque, como es sabido, Lutero niega el libre albedrío y el mérito, por lo cual el hombre no alcanza libremente un destino o fin último por él elegido y merecido con las obras (el Paraíso del Cielo o el Infierno), sino que es movido irracionalmente y necesariamente, "predestinado" por Dios hacia ese destino, de salvación o de perdición que Él, en su inescrutable e injusto querer, ha fijado para cada uno desde la eternidad, independientemente de las obras del hombre, las cuales por lo demás, según Lutero, después del pecado original son todas malas. Pero Dios, en virtud de su misericordia, las considera buenas para quien tiene fe. En tal modo, el creyente es iustus et peccator. Pero entonces quiere decir que en la raíz de esto, Dios mismo es iustus et peccator.
----------Lutero, de todos modos, todavía admite la existencia de los condenados. Según él, los Papas van al Infierno. Pero sus seguidores del siglo XIX comenzarán a acentuar el inmanentismo luterano, hasta el punto de transformarlo en panteísmo, con el resultado de que, en espera de la identificación de la humanidad con Dios, es claro que ya no tendrá sentido hablar de condenados en un mundo fuera de Dios, o sea el Infierno; sino que toda la humanidad es buena y salvada precisamente en cuanto identificada con Dios, bondad infinita. Pero por otra parte, siempre por el hecho de que el mundo está identificado con Dios y en el mundo existen los malos, he aquí que el Infierno reaparece esta vez no fuera de Dios, sino en la mism Esencia divina.
----------La concepción del Infierno de Hans Urs von Balthasar parece precisamente estar en esta línea. El Paraíso del Cielo y el Infierno se encuentran en Dios anulándose recíprocamente: el Infierno es vaciado por el Paraíso del Cielo, pero a la inversa el Paraíso del Cielo convive en Dios con el Infierno. Es la oposición dialéctica del bien y mal en Dios, que ya había aparecido con Jakob Böhme en el siglo XVII. Es la absolutización enfática en Dios mismo, de la paradoja luterana del simul iustus et peccator. 
----------Todos en Dios son salvos y todos en Dios son pecadores. Es lo que reaparece en Karl Rahner en su teoría de los cristianos anónimos, según la cual todos, conscientemente o inconscientemente, están en gracia y todos se salvan. En el Paraíso del Cielo, san José y la Virgen Santísima, san Pedro y san Pablo, los santos Francisco y Domingo están en buena y dulce compañía junto a Nerón, Calígula, Nietzsche, Hitler, Lenin y Stalin, sinceramente arrepentidos, en cuanto que son… ¡cristianos anónimos!
----------En cuanto a Judas, no hay duda de que las palabras de Nuestro Señor Jesucristo sobre él hacen pensar que Judas se haya perdido; a menos que Jesús con esas palabras pretendiera darnos una severa advertencia para que no siguiéramos su ejemplo, mientras que no podemos excluir que, más allá e independientemente del insano acto de suicidarse, el desgraciado Judas hubiera acaso cumplido un supremo gesto (basta un momento) de arrepentimiento y petición de perdón in articulo mortis.
   
No es necesaria una definición dogmática sobre el Infierno
   
----------Respecto a la mencionada propuesta de pedir al Papa el dogmatizar la existencia de los condenados, no me parece necesario ni oportuno. La Iglesia dogmatiza cuando la Palabra de Cristo es impugnada por los herejes o no es clara y cierta, pero se trata de dar certeza para contrastar negaciones de enseñanzas magisteriales precedentes o se trata de aprobar y confirmar piadosas tradiciones o interpretaciones, deducciones o explicitaciones de contenidos de fe, o bien para confirmar o rechazar opiniones teológicas discutidas, o para aclarar si una determinada tesis o proposición es o no es de fe.
----------Recordemos por ejemplo las definiciones dogmáticas del pecado original, o de los Siete Sacramentos o de la Inmaculada Concepción de María o de su Asunción al cielo o de la dualidad de las naturalezas y de las voluntades en Cristo, en la unidad de la Persona divina o del misterio de la transubstanciación eucarística o de la infalibilidad pontificia. Pero si hay palabras del Señor, repetidas en varios tonos, modos y ocasiones, y que brillan por la claridad, ellas son precisamente las que se refieren a los condenados del Infierno.
----------De ellas vemos cuánto le importaba a Nuestro Señor Jesucristo aquellas palabras, aquellas predicciones y aquellas advertencias suyas. Por esto no es necesario que el Romano Pontífice dogmatice sobre esta verdad. Aún cuando nunca hay suficiente para refutar a los ciegos, deshonestos e insensatos que, después de dos mil años de pacífica y saludable aceptación de aquellas divinas palabras, ahora, con inaudita audacia e insolencia, se atreven a expurgarlas del Evangelio, con el método propio de los herejes que, en lugar de asumir fielmente todo lo que Cristo ha dicho, toman de sus dichos solo lo que les place.
----------Ahora bien, debemos tener presente que el dogma es una proposición formulada infaliblemente por la Iglesia como interpretación o explicitación de palabras del Señor que no se encuentran como tales y cuales en el Evangelio. Por eso el dogma no es propiamente doctrina de Nuestro Señor Jesucristo, sino que es doctrina de la Iglesia, aunque refleja fielmente el pensamiento del Señor. Pero la autoridad del dogma, aunque compromete la fe divina, está muy por debajo de la autoridad de las palabras explícitas de Cristo, aunque el Evangelio no siempre reporte las ipsississima verba. Por eso, con plena razón, el cardenal Walter Kasper tituló un libro suyo Dogma unter dem Wort Gottes (El dogma bajo la Palabra de Dios, título mal traducido en la versión española de la editorial Razón y Fe: "Dogma y Palabra de Dios"), si bien tanto el dogma como la Palabra de Dios son inmutable verdad de fe, cosa muy distinta de la falsa concepción evolucionista e historicista, que en cambio tienen los modernistas de ayer y de hoy.

2 comentarios:

  1. el Espíritu Santo no fue prometido a los sucesores de Pedro para revelar una nueva doctrina por esa revelación, sino para que con su asistencia pudieran guardar santa y fielmente la revelación o depósito de fe transmitido por los apóstoles.

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  2. Estimado anónimo,
    dejando de lado por el momento el comentario que se podría hacer a sus palabras, ¿me podría indicar cuál frase o cuál párrafo de mi artículo le ha sugerido a usted su comentario? Si no lo aclara, no podríamos saber ni yo ni los demás lectores a qué se refiere usted.

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