Dios, el mismo Ser subsistente, cuyo Amor se identifica con su mismo Ser, sigue considerando al pecador como su criatura y, como tal, creatura salida de sus manos, no puede no respetarla y amarla. ¿Cómo entender, entonces, la conducta de Dios hacia el pecador? ¿Cómo se puede explicar el proceso de la justificación del pecador según el dogma católico? ¿Con qué disposiciones debemos acercanos al ministerio de la penitencia? ¿Cuáles serían, en definitiva, las faltas de respeto hacia el pecador?
La conducta de Dios hacia el pecador
----------Debe recordarse que el pecador es una persona, una sustancia espiritual-corporal dotada de intelecto y voluntad. En cuanto persona, el pecador posee una dignidad altísima que lo hace semejante a Dios por el poder del intelecto y de la voluntad. El espíritu humano, aunque finito en su fuerza, se extiende hasta el infinito. Por eso la tentación a la cual está sujeto por parte del demonio es la de creerse infinito e igual a Dios. Si el espíritu humano es iluminado por Dios, entonces es capaz de ver a Dios y, por lo tanto, de ser intencionalmente Dios, aunque finitamente. Mens capax Dei, como decía san Agustín de Hipona.
----------La voluntad de la persona humana puede querer un bien infinito y absoluto, puede desear a Dios, amar y querer a Dios aún teniendo una fuerza finita. El hombre, en su soberbia, siente sus límites naturales como si fueran trabas o constricciones, como una esclavitud, y cree poder liberarse de esos límites, como si fueran accidentales o impuestos. No se siente libre y sueña una libertad divina.
----------El demonio engaña al espíritu humano de poder alcanzar esa libertad desobedeciendo a Dios, quien con su ley parece imponer obstáculos o impedimentos a la plena expansión y poder del espíritu humano. El hombre pecador no sabe que precisamente los vínculos o constricciones impuestos por Dios son las condiciones para su verdadera divinización, la cual le ha sido dada por la gracia.
----------Sin embargo, Dios quiere que el hombre ejerza su voluntad y elija libremente. Por tanto, Dios quiere ser objeto de libre elección por parte del espíritu humano. Ciertamente Dios no aprueba la elección de aquellos hombres que lo rechazan. Sin embargo, Dios mueve la voluntad de todos. Mueve a hacer el bien a quien ha predestinado a la salvación, mientras que deja que haga el mal quien rechaza su misericordia. Si mueve la voluntad del pecador, sin embargo no es ciertamente Dios el responsable de su pecado, porque Él la mueve sólo ontológicamente. Es el pecador quien mueve su voluntad a hacer el mal.
----------Dios hubiera podido, si hubiera querido, mover la voluntad de todos los seres humanos a elegirlo a Él como sumo Bien y Fin último, pero no lo ha querido hacer así, y para dejar al hombre libre de elegir libremente, Dios acepta también ser rechazado por el hombre. Naturalmente que no puede impedir que quien se comporta de ese modo, sufra las consecuencias de su acto libre, pero al mismo tiempo, aún con todo esto, Dios llama a sí a todas las criaturas humanas, y quiere que todos los hombres sean salvos.
----------Por lo tanto, podemos ver cuánto respeto tiene Dios incluso por los condenados. ¡Figurémonos entonces cuánto será su respeto por los pecadores en la vida presente!, también por los ateos, por los blasfemos y por aquellos que lo odian o lo desprecian o por aquellos a quienes Él les resulta indiferente.
----------En efecto, Dios sigue considerando a los pecadores como sus criaturas, y como tales, criaturas salidas de sus manos, continúa amándolos, ya que todo lo que Dios crea es ontológicamente bueno y si no fuera tal no lo crearía, ya que lo creado es el ente, y el ente es por su esencia bueno y amable.
El proceso de la justificación del pecador
----------La cuestión de la justificación del pecador adquiere una importancia y un interés de primer plano en lo ocurrido con Lutero, quien, como es bien sabido, hizo de esta cuestión el articulus stantis et cadentis Ecclesiae, dándole por ello mismo una excesiva importancia, aunque sigue siendo siempre cierto que la Iglesia ha sido ciertamente instituida por Nuestro Señor Jesucristo para la salvación de los pecadores.
----------Pero la Iglesia no es una simple clínica o un hospital o un geriátrico, sino que es ya el inicio del reino de Dios desde aquí abajo, es el comienzo de la Jerusalén celestial ya desde ahora mismo, es, en la fe, el anticipo y pregustación de la visión beatífica, es la familia de los hijos de Dios, los cuales, siendo en esta vida movidos por el Espíritu Santo, pregustan ya desde ahora el gozo de la resurrección.
----------Lutero recordó contra Pelagio que la iniciativa del proceso de la justificación pertenece a la gracia, la cual mueve el corazón humano al arrepentimiento después del pecado y a la petición a Dios de ser perdonado, para poder así recuperar la gracia perdida y que el pecado sea cancelado.
----------La justificación, por lo tanto, es aquella acción de la misericordia divina, por la cual Dios, infundiendo la gracia en la voluntad mala del pecador, la cambia de mala en buena, de modo que si primero esa voluntad había estado apegada al mal, pasa ahora al amor por el bien, pasa del odio contra Dios al amor por Dios, de la desobediencia a la obediencia a Él. Y por consiguiente recobra la gracia perdida.
----------El hombre, oprimido por el peso de la culpa y experimentando temor por la divina justicia, se convierte en justo por el perdón divino, el cual, sin embargo, no cancela necesariamente el castigo, sino que lo transforma, gracias al sacrificio de Cristo, en medio de expiación y de reparación de la culpa.
----------Pero el caso fue que Lutero se detuvo precisamente aquí, a mitad de camino. En efecto, el proceso de la justificación aún no ha terminado en este punto, porque el propósito de la justificación es el de hacer al hombre capaz de actuar sobrenaturalmente, mereciendo sobrenaturalmente un aumento de la gracia hasta llegar a merecer también el premio eterno en el Paraíso del Cielo.
----------En cambio, el problema de la concepción luterana de la justificación, como es sabido, es que para Lutero, el hombre recibe la gracia sin que ésta mueva el libre albedrío del pecado a la justicia, sin por consiguiente quitar, remitir o cancelar la culpa, sino dejándola en el alma junto con la gracia.
----------De aquí se sigue entonces que la gracia no se convierte en una propiedad o una cualidad del alma, que queda manchada por el pecado, sino que es concebida como la gracia o justicia de Cristo mismo, el cual cubre la fealdad del alma, para que ella aparezca bella, revestida de la misma gracia de Cristo, a los ojos del Padre, el cual sabe muy bien que el pecado permanece, pero finge no ver, mirando a Cristo.
----------Incluso podríamos decir que se es demasiado bondadosos al calificar, como suele hacerse, la concepción luterana como justificación "forense" por el simple hecho de que es una justificación simplemente computada como tal, por lo cual sería una fictio juris. Juzgarla así, en realidad, es ofender el principio jurídico de la fictio iuris, que es una institución jurídica enteramente legítima y digna, por la cual el derecho pretende haber otorgado regularmente un beneficio, del cual el beneficiario se ve libremente privado.
----------En el caso de la concepción luterana de la justificación del pecador, por el contrario, sería mejor hablar de ficción deshonesta o de hipocresía. En efecto, en la concepción luterana, el hombre pecador no está justificado en absoluto, sino que permanece en estado de pecado, cubierto por una falsa declaración de justicia por parte de un Dios que no cierra solo un ojo, ¡sino que cierra los dos!, por tanto o un Dios, del cual se hace burla o un Dios que es secreto cómplice del pecado y que premia a quien no lo merece.
----------Hay que reconocer que Lutero rechaza justamente y con razón el concepto pelagiano del mérito, según el cual el hombre tendría la iniciativa en el proceso de la justificación, se entregaría a las buenas obras, que serían premiadas con la gracia. Pero, lamentablemente, Lutero cambia el concepto católico del mérito, que supone la gracia, con el concepto pelagiano, por lo cual al rechazar esto, rechaza también aquello, de manera que cae en la idea herética por la cual el hombre pretende salvarse sin mérito.
----------Lutero, por lo tanto, olvida la precisa advertencia de Nuestro Señor de que, si queremos entrar en la vida, debemos observar los mandamientos (Mt 19,17). Por el contrario, Lutero pone la salvación como efecto de la sola gracia, sin ningún concurso del libre albedrío, que, para él, no sirve para la salvación, porque la voluntad quedaría esclava de las consecuencias del pecado original. Sólo en el paraíso del cielo, para Lutero, el libre albedrío será verdaderamente libre y, por lo tanto, ya no será esclavo del pecado.
----------Aún con todo esto, la gracia, para Lutero, fructifica, sí, en las buenas obras, las cuales, sin embargo, no son verdadera e intrínsecamente buenas, sino sólo computadas por Dios como buenas, atendiendo a su principio condenado por León X, según el cual "el justo peca en toda buena obra" (Denz.1485). Por eso, el hombre, aunque en gracia, no puede realizar obras que merezcan un aumento de la gracia, hasta el punto de merecer el premio celestial. Según Lutero, el hombre va al paraíso del ciel sólo porque está predestinado, pero sin ningún mérito; de hecho, teniendo en cuenta los méritos, debería ir al infierno.
----------Se trata del famoso principio de simul justus et peccator, que implica claramente, como luego señalará el Concilio de Trento, la confusión entre, por un lado, acto o estado de pecado y, por otro lado, la tendencia a pecar o concupiscencia. En la visión católica, en el curso de la vida, todo pecado puede ser cancelado por el perdón divino, salvo luego ser cometido en una ocasión posterior y así durante toda la vida.
----------Pero pueden existir intervalos de tiempo entre un pecado y el siguiente, aunque sean breves, durante los cuales el hombre es inocente. En cambio, para Lutero, no es así. Para él existe el peccatum permanens, el hombre siempre está en culpa, siempre está en estado de pecado, la voluntad es permanentemente perversa, aunque no siempre en modo consciente. Está claro que Lutero confunde el acto del pecado o estado de pecado, con la concupiscencia o tendencia al pecado. La concupiscencia sí que está siempre activa e incesante, aunque en principio a ella el hombre puede resistir con la ayuda de la gracia.
La justificación del pecador es efecto del ministerio de la penitencia
----------Lo que no ha entendido Lutero, es que la justificación implica un verdadero pasaje de la mala voluntad a la buena voluntad. En la correcta visión católica, el pecado no está cubierto sino cancelado por la gracia, porque de lo contrario pareceríamos justos sin serlo y esto sería una hipocresía.
----------Pero Lutero absurdamente admite una continua coexistencia en el justo de la buena voluntad con la mala voluntad. El hombre hace simultáneamente el bien y el mal. ¿No es ésta la duplicidad erigida en sistema? Este principio perverso pesará en los siglos siguientes y dará origen a la dialéctica hegeliana del vínculo necesario entre bien y mal (positivo-negativo) hasta el punto de llegar a identificar el bien con el mal.
----------Debemos observar que en la visión católica de la justificación, y también en la realidad de nuestra común experiencia moral, es cierto que todos nosotros cotidianamente (como observa el Concilio de Trento), después de habernos purificado en su mayor parte del pecado venial, volvemos a mancharnos.
----------Esta es ciertamente la experiencia de todos los seres humanos en el estado de naturaleza caída, una experiencia prácticamente inevitable. De manera similar sucede en la higiene física, que después de un buen baño al poco tiempo nos volvemos a ensuciar. Pero de constatar esto a pasar a hablar de un estado continuo e inevitable de pecado mortal para todos, como hace Lutero ¡se está corriendo un largo trecho! y aquí salimos de la común experiencia moral y entramos más bien en lo psicopatológico.
----------En la normal vida moral católica, el problema (y, por cierto, también la solución) es el de hacer una periódica buena confesión en la medida en que se alternan de contínuo caídas y realzamientos hasta el final de la vida, manteniéndonos perseverantes y celosos en esta higiene del espíritu. ¿Acaso no nos lavamos la cara y las manos todos los días, sin dramas ni angustias? Lo mismo debemos hacer en la limpieza del alma, aunque obviamente no debemos tomar estas cosas a la ligera y evitar ser reincidentes.
----------Sin embargo, en esta práctica saludable, consoladora y tonificante para nuestro espíritu, no debemos plantearnos ningún problema ni dejarnos abrumar por ninguna angustia, porque es el camino seguro y normal de nuestra santificación, incluso lo ha sido y lo es de los más grandes Santos, excluyendo obviamente a Nuestra Señora, que estaba libre de la concupiscencia consecuente al pecado original.
----------Lutero no se ha dado cuenta, en realidad, del maravilloso poder de pacificación y de consolación con el cual Dios lo había dotado al haberle conferido el sacramento del sacerdocio, con solo que se hubiera puesto confiadamente y dócilmente a disposición del poder liberador y santificador de ese Espíritu Santo que actúa por el trámite del confesor en el ministerio del sacramento de la penitencia.
----------En lugar de instigar a las almas en contra el Vicario de Cristo, en lugar de atemorizar las conciencias arrojándolas a escrúpulos angustiosos, en lugar de engañarlas haciéndoles creer estar dispensadas de hacer penitencia y de la vida ascética con el pretexto de la misericordia divina, ¿por qué no se dedicó más bien al precioso ministerio de la confesión, que, como demuestra el ejemplo de todos los santos pastores, obtiene la verdadera paz para las almas y favorece la verdadera reforma de la Iglesia y de las costumbres?
----------El sacramento de la penitencia, con el cual los sacerdotes estamos llamados a consolar a los demás, es tal que nos consuela ante todo a nosotros mismos. De lo contrario, ¿cómo podríamos consolar a los demás si nosotros no fuéramos los primeros en experimentar lo que significa ser consolados por Dios?
----------Hacía bien Lutero, al preocuparse por la propia salvación y por temer perderse. ¿Pero por qué detenerse en la idea obsesiva de no poder ser bueno y que cualquier cosa que hiciera debía ser un pecado? ¿De dónde había sacado una idea tan perversa y enfermiza y tan contraria a la Escritura, él que tanto se vanagloriaba de estudiarla, y tan contraria al mismo sentido común, que sin embargo le faltaba?
----------Por supuesto, se supone que quien ingresa al confesionario está arrepentido y deseoso de liberarse de la culpa. Por lo tanto, se supone que el penitente tiene la intención de confesar humildemente sus pecados, y que desea ser absuelto de ellos, para obtener el divino perdón. Porque si, por el contrario, le faltan al penitente estas necesarias disposiciones, es claro que no puede sacar ningún fruto de la confesión, por el simple hecho de que no está en condiciones de hacerla, por lo cual le conviene que renuncie a entrar por el momento al confesionario, para hacer, antes de entrar, un buen examen de conciencia.
----------¿Cómo y por qué, por otra parte, se le ocurrió a Lutero que le era imposible rechazar el pecado? De hecho, debía haber sabido bien, al menos como doctor en teología, que Dios ofrece a todos el perdón: depende de nosotros responder sí o no a las solicitudes de la gracia. Y si es verdad que el sí es causado por la gracia, ¿por qué no decidirse a decir este bendito sí? ¿Por qué atormentarse por sentidos de culpa, visto que ella puede ser eliminada con un simple acto de arrepentimiento y confianza en la divina misericordia?
Las faltas de respeto hacia el pecador
----------Por cierto, no hace falta aclarar que éste no es un listado de faltas de respeto hacia el pecador que solamente pueden ser cometidas por los confesores en el ministerio de la penitencia, sino que se trata de una lista de faltas de respeto que todos los fieles, tanto laicos como sacerdotes, podemos cometer hacia aquellas personas en cuya vida acaso discernimos que existen más vicios que virtudes.
----------1. El rechazo a perdonar al pecador en caso de que se arrepienta y pida perdón y, en consecuencia, el rechazo a reconciliarnos con él.
----------2. La justicia despiadada e inexorable con el eventual recurso imprudente a la autoridad judicial.
----------3. La falta de misericordia y el rechazo a reconocer los lados buenos del pecador.
----------4. La convicción infundada de tener razón nosotros contra él.
----------5. El haber malinterpretado el sentido de su conducta hacia nosotros, al haberla considerado pecaminosa, cuando en realidad de verdad era honesta.
----------6. El rechazo a comprender las eventuales buenas intenciones de nuestro prójimo, el rechazo a aceptar sus disculpas o a apreciar sus razones. Esta desconfianza es tanto más grave cuanto más conocemos a la persona que nos ha hecho el daño (daño verdadero o aparente) y cuanto más nos haya dado pruebas de competencia, de sabiduría, de credibilidad y de fiabilidad.
----------7. El propósito irremovible y rencoroso, por parte nuestra, de evitar para siempre cualquier relación con él por la desconfianza de que pueda arrepentirse o corregirse.
----------8. La desconfianza de que pueda escuchar nuestra corrección.
----------9. La desconfianza y el rechazo a esperar que la gracia pueda convertir su corazón.
----------10. El verdadero respeto hacia el pecador no requiere, como algunos suelen creer, que su pecado sea juzgado simplemente como una opción diferente a la que haríamos nosotros, ya que esto equivaldría simplemente a no considerarlo ni siquiera pecador, es decir, alguien que hace el mal, sino precisamente como alguien que simplemente actúa de manera diferente. Y en cambio, el verdadero respeto por el pecador, es decir, el verdadero bien que debemos querer para él, exige que le indiquemos con franqueza y caridad el mal que ha hecho y del cual puede y debe liberarse.
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