¿Puede la razón sola probar que existe un infierno eterno? ¿Por qué creemos los católicos que existe el infierno? ¿No hay contradicción en decir que Dios nos ama con amor infinito, y sin embargo nos condena a los tormentos eternos del infierno? ¿Acaso predestina Dios al infierno? ¿Acaso ha sido hoy abolida la creencia en el infierno? Estas y otras son preguntas que suelen plantearse acerca del tema del título, y las iremos respondiendo. Por lo pronto, comencemos por decir que el católico sabe que el infierno existe y nunca ha sido abolido, porque ni siquiera modernistas y buenistas pueden abolir el libre albedrío dado por Dios al hombre.
Repensar el dogma del Infierno
----------La creencia en el Infierno forma parte de la doctrina de la fe católica, los católicos encuentran un resumen de ella en el Catecismo de la Iglesia Catolica (números 1033 a 1037), y su estudio sistemático forma parte del tratado dogmático de la Escatología (que solía llamarse antes De Novissimis o De temporibus novissimis). Si el lector no los ha leído antes, sugiero repasar los Apuntes de Escatología, que publiqué en este blog hace más de un año, especialmente el artículo La perdición después de la muerte. He insistido sobre el tema también en otro artículo: El fiel católico y la fe en el infierno. En la presente ocasión, en un par de notas, me extenderé en otros detalles complementarios, y algunas cuestiones conexas más actuales.
----------El tema del Infierno volvió a los primeros planos años atrás gracias a Eugenio Scalfari, según el cual el papa Francisco le habría dicho que el castigo infernal no existe y que los malvados son aniquilados por Dios, lo cual fue desmentido por la Sala de Prensa de la Santa Sede que precisó que se trataba de una reconstrucción de la conversación con el Santo Padre. Si en efecto éste hubiera realmente pronunciado esas palabras, habría caído en una doble herejía: la negación de la existencia de los condenados y de la inmortalidad del alma, que son tesis heréticas de Edward Schillebeeckx, como indicaré más adelante.
----------Sobre el nivel de prudencia del papa Francisco en actuar no en su oficio infalible de Maestro de la Fe, sino expresando opiniones como doctor privado (lo que podríamos llamar las opiniones del hombre Jorge Mario Bergoglio) y también sobre la consecuente oportunidad de continuar concediendo entrevistas y dialogando con interlocutores como Scalfari, ya he escrito varios artículos en este blog. Por lo tanto, además de no repetir ciertos análisis ya hechos, me limitaré ahora a un discurso improntado desde otro ángulo.
----------Para un católico no es pensable que un Romano Pontífice caiga en herejía formal, en modo voluntario y consciente, porque al Papa, y sólo al Papa, Nuestro Señor Jesucristo le ha conferido el mandato de supremo anunciador, definidor, esclarecedor, custodio y defensor de la verdad del Evangelio, garantizándole la asistencia del Espíritu Santo, que lo vuelve infalible en su magisterio de fe. Pues bien, al recordar aquel desagradable episodio con Scalfari en el que, una vez más, las fuerzas de las tinieblas intentan pérfidamente usar al Sucesor de Pedro, he pensado entonces que este recuerdo podría ofrecernos la ocasión de repensar el dogma del Infierno para comprender mejor su valor salvífico, en cuanto elemento disuasorio, que estimula, por contraste, a cumplir las obras de la salvación, como dice sabiamente a Abraham el rico epulón en el infierno: "que los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento" (Lc 16,28).
----------Punto central para entender qué es el Infierno y el por qué de su existencia es, como veremos, el vínculo que existe entre Infierno y el pecado. El infierno no es otra cosa que la maduración final y definitiva del pecado como acto del querer humano perverso, irrevocablemente rebelde a Dios. Es un no dicho para siempre a Dios, a ese Dios de misericordia que quiere a todos salvos, pero que al mismo tiempo, no se impone a nadie, no fuerza a nadie, por lo que deja que cada uno haga su elección, además sin poder justamente impedir las eventuales consecuencias desagradables en caso de rechazo. En efecto, característica del no a Dios es precisamente el privarse de la felicidad. Y por lo tanto es absurdo creer que uno pueda pecar y obtener aún así la felicidad. Ciertamente puede tener la perversa satisfacción de haber hecho la propia voluntad, pero tal satisfacción, si es que la tiene, no se la deseamos a nadie.
----------La doctrina del Infierno nos muestra en toda su entidad y sus terribles consecuencias la existencia y la naturaleza de la maldad humana y cuán grave es el daño que el hombre se hace a sí mismo con la mala voluntad rebelde a Dios; por lo cual tal doctrina, por contraste, estimula al hombre pecador, bajo el impulso de la gracia, en su propio interés eterno, a convertirse, es decir, a cambiar en buena la mala voluntad, por medio del arrepentimiento, de la reparación, y pidiendo perdón a Dios.
El fundamento natural de la creencia en el Infierno
----------El problema acerca de la existencia de condenados en el Infierno (una cuestión que de tanto en tanto reaparece en teología) volvió a plantearse en años recientes con el libro del monje benedictino francés Guy Pagès [n.1958], titulado "¿Está Judas en el infierno? Respuestas a Hans Urs von Balthasar" (Judas est en enfer, Éditions François-Xavier de Guibert, París 2007). En este libro, creo que muy poco conocido en nuestras latitudes, el autor sostiene, entre otras cosas, que Judas está en el Infierno, también se refiere a las ideas de Hans Urs von Balthasar [1905-1988] sobre el Infierno, confrontando con ellas, y termina formulando el voto de que el papa Francisco quiera definir la doctrina del Infierno como dogma de fe.
----------Conviene que aquí recordemos que la palabra Infierno corresponde al término latino infernum, el cual está conectado con la idea de algo que está abajo, que está en lo bajo, que es inferior, eventualmente subterráneo. Está claro el significado simbólico de esta imagen, por lo cual basta solamente la estrechez de mente de un Rudolf Bultmann [1884-1976] para creer que se trate de una tosca cosmología o incluso de una metafísica antigua, y para no comprender que esta metáfora universalmente presente en las concepciones religiosas y morales de la humanidad, representa la abyección, el abatimiento y la máxima degradación moral, en contraste con la imagen de aquello que es grande, majestuoso, sublime, alto, en el cielo, para representar por el contrario la elevación de la virtud moral y de la santidad, el "reino de los cielos, donde mora el Padre que está en los cielos [...], el Dios Altísimo" del cual habla el Antiguo Testamento.
----------Pero el símbolo no es lo simbolizado. Esta metafísica de los planos ontológicos de la realidad está presupuesta en uno de los célebres himnos cristológicos paulinos, el de la Carta a los Filipenses, donde el Apóstol dice que el Padre ha dado al Hijo "el nombre que está por encima de cualquier otro nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla en los cielos, sobre la tierra y en los abismos bajo la tierra" (Flp 2,10). Lo que significa que la providencia divina no alcanza sólo el cielo y la tierra, sino también el Infierno. Y por lo demás, el Cristo del Apocalipsis dice: "tengo la llave de la Muerte y del Abismo" (Ap 1,18).
----------Como he dicho líneas arriba, no es el caso recordar aquí la doctrina católica sobre el Infierno. Toquemos en cambio algunas cuestiones conexas de actualidad sobre este tema. En torno a la cuestión del Infierno se suman todavía hoy varios interrogantes, que empujan a negar su existencia. Se nos pregunta qué sentido y utilidad puede tener un hecho similar en el contexto de la divina Providencia y de la historia de la salvación. ¿Para qué sirve una doctrina como la del Infierno a los fines de nuestra salvación? ¿Favorece u obstaculiza nuestra confianza en Dios? ¿Evoca la imagen de un Dios atrayente o la de un Dios aterrador? Pero entonces, ¿por qué razón o motivo creer en una pena tan severa, una pena eterna?
----------La fe bíblica en el Infierno supone tres certezas fundamentales e indiscutibles de la conciencia moral natural: 1) la primera, es la exigencia de conocer lo que hace bien y por qué, y lo que hace mal y por qué; conocer en definitiva las acciones que procuran bienestar y aquellas que causan daño.
----------2) La segunda es la convicción basilar de la recta conciencia moral natural, que el querer humano, en la vida presente, inclinado por naturaleza a buscar el bien y a rechazar el mal, de hecho alterna la acción buena y la acción mala. Es decir, en virtud del libre albedrío, el hombre a veces hace el bien, a veces hace el mal. La voluntad, a veces es buena, a veces es mala, según como ella quiera. Si hace el bien, tiene beneficio, merece alabanza y premio; si hace el mal, se procura daño, merece desaprobación y castigo.
----------La acción buena es la justicia, la mala es el pecado. Cada uno de nosotros, cualquiera que sea su concepción del bien y del mal, en cada caso, promueve lo que juzga ser bueno y se opone a lo que juzga ser malo. Es inevitable. Lo que varía son los criterios para juzgar lo que está bien y lo que está mal. Sin embargo, pueden existir criterios correctos y criterios incorrectos. De ahí la necesidad de conocer lo que está verdaderamente bien hacer y lo que está verdaderamente mal, para evitarlo.
----------Ahora bien, la acción buena hace bien al agente, el autor de la acción, la acción mala le hace mal. Por consiguiente, el concepto de Infierno nace de este presupuesto. El sentido innato de justicia que todos nosotros tenemos nos dice que es justo que el bueno sean premiado y que es justo que el malvado sea castigado. El infierno, como se sabe, es el eterno castigo de los malvados.
----------3) La tercera convicción de religión natural, antes que bíblica, presupuesta en la fe bíblica del Infierno, es la noción natural de la justicia divina, como dice la Carta a los Hebreos: "aquel que se acerca a Dios debe creer que él existe y es el justo remunerador de los que lo buscan" (Heb 11,6).
----------La justicia divina implica que Dios premie a los buenos y castigue a los malos. Implica la convicción de que Dios tiene en cuenta las obras y los méritos de cada uno de nosotros y, por lo tanto, retribuya con perfecta justicia. Entonces, es sabiduría, es nuestro deber, actuar teniendo en cuenta las consecuencias buenas o malas, del premio o del castigo, que tienen nuestras acciones. Es sabiduría actuar para ganar el premio y evitar el castigo. Por lo tanto, es sabiduría práctica saber cuál es el premio y cuál es el castigo.
----------Ciertamente, es necesario actuar ante todo en vista de la consecución de nuestro fin último y supremo Bien, que es Dios, actividad que debe ir de la mano con la adquisición de las virtudes y con el amor por el deber, que son los medios para llegar a Dios, nuestro Fin último y meta final. En efecto, Dios es el Bien infinito, para el cual estamos hechos, sumo Bien que es inmensamente superior a nuestro bien personal finito y, por lo tanto, al ejercicio de la virtud y al cumplimiento del deber. Por lo tanto, el Infierno es perder o rechazar este Bien, aun en el caso que hubieramos alcanzado altos niveles de virtud personal.
----------El perfeccionamiento de sí, el perfeccionamiento personal, como fin en sí mismo, a la manera estoica, puede parecer virtud, pero en realidad es soberbia y egoísmo, que finalmente hace fracasar nuestra vida. Este es el sutil riesgo de la ética kantiana, aun así tan noble y desinteresada para el absoluto respeto de la ley moral, que hace avergonzar a nuestros modernistas sin columna vertebral ni carácter.
----------La justicia humana debe ser respetada y debemos tener confianza en ella, pero la mera justicia humana, a causa de las consecuencias del pecado original, es incompleta, lacunosa y defectuosa. Sucede que los criminales quedan impunes y vienen a ser castigados los inocentes. Por tanto, es necesario en estos casos recurrir a la justicia divina. El justo experimenta así satisfacción al ver el castigo del impío, no tanto porque el impío sufra (pues sería crueldad), sino en cuanto en el impío se realiza la justicia divina. Según santo Tomás de Aquino, la visión que los bienaventurados tienen de las penas de los condenados entra en el objeto mismo de la bienaventuranza celestial (Summa Theologiae, Suppl., q.94, a.3). Por otra parte, no hay que confundir la noble y serena satisfacción del justo que contempla la realización de la divina justicia y es recompensado por los sufrimientos que los impíos le han hecho padecer injustamente, con la satisfacción maligna y colmada de rencor de aquel que goza de la desgracia del adversario porque lo odia.
----------Ahora bien, ¿es justa una pena eterna? Respondemos que el hombre, teniendo un alma inmortal, está hecho para vivir eternamente o para siempre. Por eso él, en sus elecciones de vida, elige un bien que él considera eterno o absoluto. Sin embargo, al juzgar este bien, su voluntad puede errar y juzgar como absoluto lo que no lo es. Sólo Dios es el verdadero Absoluto. Ahora bien, la elección de una criatura en lugar de Dios es el principio que conduce al hombre al Infierno. Pero el hombre, pecando, tiene la posibilidad de elegir para siempre, sin arrepentimiento, como si fuera absoluto un bien (a sí mismo o a una criatura), que no es verdaderamente absoluto, es decir, que no es Dios, que es su verdadero bien supremo y fin último. Esta elección pecaminosa definitiva, que tiene lugar al final de la vida presente, conlleva necesariamente una pena eterna, porque es la pérdida definitiva e irreparable de un bien eterno.
----------Lo que la voluntad elige es un acto o un bien que le da satisfacción, de lo contrario no lo elegiría. Ahora bien, el hombre tiene una natural, innata y necesaria tendencia o inclinación a un bien absoluto y eterno, puesta en él por Dios mismo. Pero Dios deja al libre albedrío del hombre determinar el contenido preciso y concreto de este bien absoluto, para que este pueda ser efectivamente objeto de elección.
----------Ahora bien, Dios deja al hombre la facultad de elegir definitivamente y para siempre, o el verdadero Absoluto, que es Dios, o bien un falso absoluto, que puede ser sí mismo o una criatura. Si el hombre elige un falso absoluto, pierde su propia verdadera felicidad, que sólo puede estar en Dios. Le queda la perversa satisfacción de haber hecho su propia voluntad, aunque desobedeciendo a Dios. Este acto malvado le procura la pena del Infierno. Pero así como él mismo ha encontrado su satisfacción en el hacer este acto, él, en su irremovible obstinación, no se arrepiente en absoluto de encontrarse en las llamas del Infierno, porque allí ha obtenido lo que esencialmente le interesaba: hacer su voluntad. Allí en el Infierno, él ha obtenido lo que quería y lo que quiere. Por lo tanto, él razona así: es mejor estar en el Infierno, lejos de Dios, que estar en el Paraíso del Cielo en compañía de Dios. Así se explica cómo sea posible que uno opte por ir al Infierno, donde sabe que le espera una pena eterna. Ciertamente no es la pena, lo que él quiere, sino que es hacer su voluntad. Si ello implica una pena eterna, está dispuesto a aceptarla, sólo para hacer su voluntad.
----------En esta vida nosotros tenemos un espacio de libre movimiento para nuestras elecciones. Aquí los límites de este espacio trascienden las individuales elecciones, mientras que lo absoluto (Dios o no Dios) aparece como un bien entre los otros. Al momento de la muerte, la voluntad ya no se puede mover, porque el absoluto que habíamos elegido ocupa todo el espacio. Es como en el escalar una montaña. Durante la escalada, se pueden seguir diferentes senderos. Pero cuando llegamos a la cima, nos detenemos allí. El momento de la muerte es algo similar: el hombre llega al término de este movimiento o de este camino.
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