¿Cómo se expresará y comunicará el alma separada, privada de sentidos y pasiones, pero semejante a los ángeles? ¿Es la conciencia de sí misma una puerta hacia Dios o una trampa que conduce al panteísmo? ¿Qué nos revelan los santos y bienaventurados sobre su misteriosa actividad en favor nuestro desde el cielo? ¿No es la experiencia interior del alma —más allá del cuerpo— la prueba más luminosa de su inmortalidad? [En la imagen: detalle de "El Juicio Universal", témpera sobre madera, de alrededor de 1431, obra del beato Fra Angelico, conservado y expuesto en el Museo Nacional de San Marcos, Florencia, Italia].
Alucinación, enfermedad, sueño, delirio, estado comatoso
----------Se dan estados psíquicos en los cuales nosotros no podemos ejercer en todo o en parte las actividades del espíritu porque, o por motivos naturales o por motivos morbosos, las funciones psíquicas no son capaces de ponerse al servicio del espíritu. En estas condiciones es imposible experimentar la vida del espíritu. Ella, sin embargo, continúa en una forma implícita o inconsciente. También en estas condiciones la vida espiritual continúa, aunque no tengamos experiencia o conciencia de ella.
----------En el sueño, en la alucinación y en el estado de delirio o comatoso falta la conciencia y el espíritu está inactivo no porque su actividad dependa cualitativamente de la vigilia o de la lucidez mental o del contacto con las cosas externas o con el propio cuerpo, sino porque falta el funcionamiento pleno o al menos regular de la actividad sensitiva que es la única que permite el ejercicio de las actividades espirituales.
----------En efecto, nuestras actividades dependen del cuerpo en el segundo sentido, no en el primero. Es verdad, por lo tanto, que si la vida neuropsíquica no está en salud, el espíritu humano no funciona —mens sana in corpore sano—; pero se dan casos en los cuales el espíritu funciona sin ningún condicionamiento corpóreo, puramente a priori, en virtud de sí mismo, como en las formas más altas del saber, en la meditación o en la metafísica y en el éxtasis. Aquí el sujeto, en virtud de una especial gracia divina, puede incluso perder la percepción de la realidad externa y funcionar perfectamente, es más, al máximo, sin su aporte. Estas vivencias, para quien puede experimentarlas, ilustran muy bien lo que puede ser la experiencia del alma separada.
----------En cuanto a los fenómenos seudo-cognitivos en los cuales el sujeto carece del contacto o pierde el contacto con la realidad, fenómenos donde la apariencia engaña y nos parece ser lo que no es, parecerían demostrar la necesidad en todo caso del sentido para el conocimiento intelectivo y, por lo tanto, dar razón al materialismo, que niega la inmortalidad del alma, casi como para significar que sin el sentido el intelecto no puede contactar lo real y captar lo verdadero.
----------En cuanto al fenómeno del sueño, el espíritu no está en función no porque la vigilia sea la causa de la actividad espiritual, sino porque el sueño impide funcionar a las fuerzas sensitivas, que son la condición de posibilidad de la actividad espiritual. Esta no está del todo ausente en los sueños, aparte de aquellos que son sueños proféticos, don del Espíritu Santo.
----------También los estados delirantes, que a menudo preceden a la muerte, en los cuales el sujeto pronuncia palabras o frases inconexas y sin sentido, o realiza gestos inadecuados o irreflexivos, pueden insinuar la idea de que su espíritu se esté desconectando, debilitando y extinguiendo.
----------En los estados comatosos la actividad intelectual parecería totalmente bloqueada, si no se dieran casos en los cuales el sujeto muestra, por ejemplo, que le agradan músicas a él conocidas y particularmente queridas o experimenta visiones deleitosas, que son clasificadas por algunos como experiencias del más allá, pero sin ningún fundamento, puesto que aquí el alma está todavía unida al cuerpo, mientras que el acceso verdadero al más allá es posible solo al alma separada.
Nuestro amigo ya no está entre nosotros, pero nos ha dejado lo mejor de sí
----------El cadáver de una persona que ha muerto ya no es esa persona. El cadáver de mi querido vecino, que acaba de fallecer, ya no es mi vecino, a quien veía todos los días y con quien conversaba todos los días, sino que es lo que queda de mi vecino, el material corpóreo que él organizaba y que ya no le sirve, aquello que era material de su persona, ahora inutilizable. Nuestro vecino nos ha dejado físicamente, mientras permanecen incorruptibles su memoria, permanecen sus mensajes, sus planes, sus intenciones, sus enseñanzas, sus ejemplos, sus voluntades, sus herederos, su realidad espiritual, su testimonio y las huellas del trabajo que ha realizado en esta tierra, donde él vive todavía en nuestros corazones y en los de las generaciones futuras, después de haberse ido. En estas cosas él vive todavía y está todavía entre nosotros.
----------Así, mientras que para el materialista de la persona muerta no queda ya nada, porque además del cuerpo que se deshace, el alma se ha extinguido, ya que ella no era otra cosa que la actividad y el orden de las partes del cuerpo, en realidad queda todavía algo de nuestro querido vecino, pues queda el núcleo mejor de su ser, su forma sustancial (el alma).
----------El materialista nos sugiere la comparación del difunto con un ordenador que ya no funciona. ¿Ha perdido el alma? No, está simplemente para ser abandonado. Y sin embargo las cosas no son así. Las cosas no son tan simples, porque la vida no es una simple acción externa, como la física o la de una máquina, sino que es automoción del sujeto, cosa que un agente físico o máquina no son absolutamente capaces de hacer.
----------Aunque el viviente esté compuesto de órganos y tenga algo de mecánico, sin embargo posee un poder de autorreparación, autorreproducción y autogestión, que un agente puramente químico o físico no tiene. La vida es una actividad superior, cuyas actividades son tales que ningún agente inferior puede imitar o reproducir.
----------¿Cómo no darse cuenta además de que nuestro vivir proviene de nuestro espíritu y no ver por infinitas experiencias que un cuerpo por sí mismo no está vivo, sino que, si está vivo, un hombre, un animal o una planta, es porque está animado por un espíritu o por un alma? ¿Cómo no darse cuenta de que aquellos que sostienen que todo ente es viviente trabajan de pura fantasía?
----------Por lo tanto, la convicción invencible que surge a la vista de un cadáver es que ese cuerpo ya no está animado por su alma. Ella ya no está en él para animarlo. Se ha ido. Ahora el problema es saber adónde ha ido. La Sagrada Escritura usa para las almas bienaventuradas términos que hacen pensar en lugares extraterrenos: el cielo, el paraíso, la Jerusalén celestial, la casa del Padre.
----------Evidentemente no se trata de un lugar espacial que estuviera a una cierta distancia de la tierra, como lo están el sol o la luna, sino que se trata de un lugar en sentido analógico, un lugar trascendente, siempre creado, pero situado en una dimensión alta o baja del ser, para nosotros misteriosa y representable solo mediante las imágenes que nos proporciona la Sagrada Escritura, que sabe lo que dice.
----------Y en efecto, cuando rezamos, levantamos la mirada al cielo, donde Dios habita junto con los bienaventurados. Aquel que muere en gracia sube al cielo para reunirse con sus seres queridos que ya están en el cielo. He aquí por qué, cuando miramos el inmenso límpido azul del cielo salpicado de nubes de inmaculada blancura, nos parece ver o entrever allá arriba, inmensamente ampliada, serena, límpida, gloriosa y feliz, laboriosa y materna, protectora y mediadora, tranquilizadora y majestuosa, el alma de nuestros seres queridos y amigos que nos esperan, velan sobre nosotros y nos protegen.
Los bienaventurados trabajan por nosotros y nos guían al cielo
Imple, Pater, quod dixisti, nos tuis iuvans precibus
----------Se narra que santo Domingo de Guzmán, a punto de dejar esta tierra, aseguró a sus queridos frailes afligidos que lo rodeaban, que él les sería de más utilidad desde el cielo de cuanto lo había sido en la tierra. Y de hecho la protección del Santo Patriarca de los Frailes Dominicos se ha hecho sentir de muchos y diversos modos en la historia de estos ocho siglos que nos separan de su muerte.
----------La fe nos dice que entre la Iglesia de la tierra y la del cielo existe una comunión activa y fecunda, porque se trata de la única Iglesia, gobernada por Cristo directamente para la parte celestial en el cielo e indirectamente, para la parte terrena, por el Papa, su Vicario en la tierra.
----------Es difícil imaginar cómo se comunican entre sí las almas bienaventuradas, porque es fatigoso imaginar cómo puedan comunicarse almas separadas, que no pueden hacer uso de los sentidos. Se trata de la llamada «comunión de los santos», que, como sabemos, es un artículo del Símbolo de la fe.
----------Debemos entonces decir que ellas se comunican solo por medio del intelecto y de la voluntad. ¿Y cómo expresan y comunican sus pensamientos? Debemos admitir que existe una transmisión del pensamiento del que habla a quien escucha. Debemos suponer un acto de buena voluntad o de caridad tanto en quien habla como en quien escucha. Pues bien, el que habla transmite su noción al oyente en virtud del simple acto de la voluntad, prescindiendo de los órganos y de los medios físicos de la comunicación, que están ausentes. La comunicación entre las almas bienaventuradas se asemeja, por lo tanto, a la de los ángeles, aunque ellas estén en espera de reasumir su cuerpo en el momento de la Parusía de Cristo.
----------Así, entre los bienaventurados del Paraíso del cielo, entre sí y hacia los santos de la tierra, existe un sucederse continuo de comunicaciones, de intercambios, de intervenciones, de iniciativas, de operaciones, de oraciones, súplicas, alabanzas, honores, bendiciones, devociones, agradecimientos, obediencia, disponibilidad, docilidad, escucha, efusiones de afecto y veneración; intercesión, iniciativas providenciales o de socorro, protecciones, defensas, iluminaciones, informaciones, sugerencias, consejos, orientaciones, facilitaciones, estímulos, alientos, consuelos, consolaciones, llamados, correcciones, variados y diversos y de distinta entidad según los dones o encargos o misiones o funciones u oficios propios de cada bienaventurado y del grado de su poder de intercesión, asignados a ellos por la divina Providencia y correspondientes en su mayor parte a cuanto los bienaventurados ejercitaban ya en la tierra, salvo que se trate de tareas limitadas a la vida presente, pero con mayor eficacia, poder benéfico y docilidad a los mandatos divinos y prontitud a nuestras peticiones, de cuanto podían realizar en la tierra, porque libres de todo defecto y miseria y basados en aquella mayor cercanía a Dios, que es fuente de todo bien y de toda gracia.
----------Sabemos que los bienaventurados del cielo obran por nosotros cosas maravillosas, pero difícilmente podemos saber qué hacen, dado el misterio de vida divina en el cual ellos están inmersos, misterio que es claro para ellos que lo viven o lo experimentan en la luz celestial, pero es oscuro e impenetrable para nosotros aquí en la tierra que, por más iluminados por la fe y beneficiarios en algunos casos extraordinarios de sus apariciones y revelaciones o de especiales intervenciones milagrosas, vivimos entre las apariencias, inmersos en las sombras y en las vanidades de la vida mortal presente.
----------Una particular dificultad concerniente al alma separada, aunque bienaventurada, es la de saber de qué modo ella ejerce las actividades espirituales del aprendizaje y de la comunicación, de la apetitividad, de la afectividad, de la voluntad y del libre arbitrio, privada como está de las potencias sensitivas y emotivas, que constituyen para nuestra naturaleza las condiciones de posibilidad y la base materiales normales para nuestra vida de conocimiento y de relación.
----------¿Cómo haremos para expresarnos, conocer, aprender, estudiar y comunicar sin los sentidos? ¿Para querer sin las pasiones? ¿Para obrar y movernos sin los miembros corporales? Seremos semejantes a los ángeles. Conoceremos las cosas materiales de esta tierra, los vivientes corpóreos vegetales, animales y humanos directamente con el intelecto en los conceptos, sin necesidad de derivarlos de la experiencia sensible, no poseyendo ya nuestro cuerpo.
----------Disfrutaremos con gozo de nuestra autoconciencia y de nuestra memoria intelectual. Seremos capaces de hablar con los otros bienaventurados, con los ángeles, con Cristo y la Virgen, de escucharlos y de aprender de ellos. Realizaremos con alegría y facilidad una infinidad de operaciones racionales, lógicas y deductivas con la conquista de infinitos nuevos conocimientos referentes a cuanto se puede deducir de los trascendentales y de las nociones de la teología. Conoceremos con gozo todas las leyes de la naturaleza física y del universo.
----------Cada uno satisfará de modo intuitivo y perfecto sus propios intereses científicos, morales, estéticos y religiosos en los campos que prefiera y según sus aptitudes. Le será revelado en plenitud el misterio del hombre en su relación con el prójimo, con el mundo y con Dios.
----------En la visión beatífica de Dios Trinidad el alma verá todo lo creado en ella virtualmente según su capacidad intelectual. Los actos de adoración divina y de comunión fraterna no se contarán. Aquí se sitúa la actividad de socorro a los hermanos en la prueba que han quedado en esta tierra. Estaremos en espera de recuperar nuestro cuerpo, pero en una situación espiritual perfectamente tranquila, disfrutando de la ciencia de las cosas simplemente con el ejercicio del intelecto a semejanza de los ángeles.
----------¿Es posible imaginar ya desde ahora cómo podrá ser la condición de nuestra alma separada? Es necesario que nosotros separemos netamente la experiencia de nuestro cuerpo de aquella de nuestra alma y nos concentremos en esta segunda experiencia. Santo Tomás dice que nuestra alma puede tener experiencia de sí misma en virtud de su espiritualidad, por la cual trasciende la experiencia sensible y, por lo tanto, puede reflexionar sobre sí misma y captarse inmediatamente incluso sin hacer uso de los sentidos.
----------Se trata de la Quaestio disputata De Veritate, a.10,a.8. El padre Ambroise Gardeil comentó largamente y agudamente en su erudito e interesante tratado esta sentencia audaz y difícil tesis de Tomás de Aquino, que creo que puede encontrar correspondencia en nuestra experiencia personal, cuando llevamos a cabo una profunda y cuidadosa reflexión sobre nuestro yo. La obra del padre Gardeil a la que me refiero es la siguiente: La structure de l'âme et l'expérience mystique, Gabalda Éditeur, París 1927.
----------Tomás parte de esta sentencia de san Agustín de Hipona, que probablemente se inspira en Platón: «Mens seipsam per seipsam novit quoniam est incorporea» (De Trinitate, libro IX, c.3). Santo Tomás explica que se trata de un conocimiento habitual e implícito. He aquí sus palabras:
----------«En cuanto al conocimiento habitual, digo que el alma se ve a sí misma por esencia, es decir, por el mismo hecho de que su esencia le está presente, puede salir en acto de conocimiento de sí misma; así como uno que posee el hábito de una ciencia por la misma presencia del hábito puede percibir lo que está sujeto al mismo hábito. Para que en cambio el alma se dé cuenta (percipiat) de ser y preste atención a lo que en ella acontece (agatur), no se requiere un hábito, sino que a tal fin es suficiente la sola esencia del alma, la cual está presente a la mente: de ella, en efecto, proceden los actos, en los cuales actualmente ella es percibida» (Quaestio disputata De Veritate, q.10, a.8).
----------Santo Tomás distingue luego el conocimiento que el alma tiene de sí misma en cuanto mi alma en particular, es decir, desde el punto de vista del existir o del ser, del conocimiento de qué cosa es el alma en universal, es decir, el conocimiento de la esencia o quididad del alma.
----------Que en mi acto de tomar conciencia de mi pensar o de otras actividades de mi alma yo realice actos inmateriales, me doy cuenta ya por mí mismo en base a esta experiencia. Por lo cual ya esto es suficiente para hacerme comprender que yo, aunque posea un cuerpo mortal, sin embargo vivo de una vida inmaterial espiritual, superior en sus actividades a cuanto el cuerpo es capaz de hacer.
----------Santo Tomás nota luego cómo, en cambio, la cuestión de la esencia del alma es muy difícil y requiere una «diligente y sutil investigación» (Sum. Theol., I, q.87, q.1). El camino para llegar a preguntarse cuál es la esencia del alma no es la conciencia de sí, que es puramente existencial y no especulativa, sino aquel que parte de la consideración de las manifestaciones sensibles del alma, como por ejemplo el lenguaje, y aplicando inductivamente el principio de causalidad, por el cual se descubre la inmaterialidad de los actos del pensamiento y, por consecuencia, la inmaterialidad de la facultad de pensar y, por lo tanto, del sujeto pensante, sujeto que, no estando compuesto de materia y forma, sino siendo pura forma subsistente, es decir, el alma, es un sujeto simple. Pero, dado que la muerte es la disolución del compuesto, he aquí que el alma es inmortal.
La ambigüedad de la «experiencia del Sí»
----------En las primeras décadas del siglo pasado dos grandes conocedores de las místicas no cristianas, Louis Gardet y Olivier Lacombe, publicaron un tratado con el título «La experiencia del Sí. Estudio de mística comparada», aparecido en traducción italiana en 1988 por la Casa Editrice Massimo de Milán (y del que no conozco que exista hasta ahora edición en lengua española).
----------Ahora bien, no está claro qué cosa entienden los Autores con el concepto de «Sí» con mayúscula. Ellos querrían traducir el término sánscrito atmán, pero no es el «sí», sino el alma. Ahora bien, es indudable que el hombre es capaz de realizar y poseer una conciencia intelectual de sí mismo. Esta es su dignidad de persona y de sustancia material animada por un alma espiritual.
----------¿Pero qué sería esta conciencia o experiencia del Sí? ¿Qué cosa es este Sí? Los Autores no lo definen nunca y lo dan como cosa conocida por todos. Lo cual no es en absoluto verdadero. La cuestión del sí —sea el sí humano o sea el Sí divino— es delicadísima e importantísima porque pone en juego toda la cuestión del conocimiento y todo el sentido de la existencia y, por lo tanto, en definitiva, el problema de la existencia de Dios.
----------Una cuestión gigantesca de este género, que —diría Dante— «hace temblar las venas y los pulsos», si no somos unos inconscientes, no puede ser despachada con la desenvoltura de la cual dan prueba los Autores. No me refiero ciertamente a la cantidad de datos históricos y positivos, a la cita de textos, a sus sutiles análisis, puntuales informaciones, profundas reflexiones, de las cuales es rico el libro, sino, como he dicho y repito, a la cuestión preliminar gnoseológico-metafísica de dar una definición filosófica del sí.
----------La cuestión del sí es muy profunda y por ello mismo bastante oscura, erizada de equívocos que disipar, y tal que compromete más que nunca la inteligencia filosófica y nuestra capacidad reflexiva. En cambio, es precisamente este el nudo central de todo el complejo argumento tratado por los Autores, un tema que —no es difícil imaginarlo— conduce a afrontar la cuestión de la relación del hombre con Dios.
----------Por esto, los Autores habrían debido anteponer a su, aunque interesante y rica, exposición una introducción gnoseológico-metafísica de la cuestión del sí. De muy poco sirve una doctísima exposición de la mística natural, cristiana, islámica, budista o brahmánica, si no se ha aclarado previamente qué cosa sea este «Sí», del cual continuamente se habla.
----------Ahora bien, el hecho es que este Sí, que el asceta encuentra en sí mismo al término de la ascensión o toma de conciencia mística, o sea el ser originario y absoluto (sat), es aquello de lo cual el asceta toma conciencia de ser («Tú eres Aquello, tat tvam asi»). ¿Pero, digámoslo con franqueza, acaso no es esto panteísmo? Sorprende que los Autores no se hayan dado cuenta.
----------La Presentación de la obra escrita por Vittorio Possenti nos da una ayuda, pero no es suficiente. Él, para hacernos comprender el pensamiento de los Autores, nos remite a un importante escrito de Jacques Maritain, citado por los mismos Autores, La experiencia mística natural y el vacío, en Cuatro ensayos sobre el espíritu en su condición carnal (Club de Lectores, Buenos Aires 1974).
----------Ahora bien, debemos hacer presente que el objeto de aquello que Maritain llama «experiencia mística natural» no es en absoluto el «Sí» del cual hablan los Autores de aquel libro que hemos mencionado, sino que es cuanto he referido del pensamiento de santo Tomás acerca de la experiencia que el alma tiene de sí misma, o sea, se trata de la experiencia del «ser sustancial del alma» (pp. 119, 121); se trata del propio sí humano y no del Sí divino, como parecen dar a entender los Autores a causa de la indeterminación con la cual hablan del sí.
----------Según lo explica Maritain, se podría más bien pensar que en el caso del místico indio, gracias a la experiencia del existir de su propia alma, pueda llegar oscuramente a intuir que su alma recibe su ser de Dios en cuanto Él infunde el ser en su alma (pp. 126-127).
----------De todos modos, una cosa es creer tomar conciencia de ser Dios mismo, más allá del efímero sí humano («tú eres Dios»), y otra cosa es darse cuenta, mediante la experiencia del propio sí, de recibir el propio ser de Dios («tú eres de Dios»). Maritain es muy benévolo al interpretar el misticismo indio, pero no está dicho, a mi juicio, que la eventualidad planteada por Maritain no pueda efectivamente verificarse.
----------En cuanto a los Autores, en cambio, insistiendo sobre este ambiguo «Sí» que ellos identifican sic et simpliciter, sin cautelas o reservas, con la experiencia del Sí, hay que decir que carecen de aquella prudencia que en cambio muestra Maritain en su preocupación de exonerar, en cuanto sea posible, al misticismo indio de la tacha de panteísmo. ¿Quién puede sondear lo que acontece en el fondo de las almas?
Fr Filemón de la Trinidad
La Plata, 10 de octubre de 2025

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