martes, 1 de marzo de 2022

Entre la gracia y el mérito (1)

Es necesario que el hombre, para salvarse haga obras buenas, y, para ello, es ayudado por la gracia de Dios, que regenera nuestra voluntad. Esta es una verdad de fe que los teólogos han tratado de hacer comprensible y que, más allá del dogma, en sus aspectos opinables, ha sido debatida con intensidad y profundidad. Pedimos la ayuda de san Agustín de Hipona, Doctor de la Gracia, al iniciar esta serie de reflexiones.

Somos prevenidos por la gracia
   
----------La relación de nuestros méritos con la gracia que nos viene de Dios es uno de los temas más arduos, más importantes y más clásicos de la teología. Si tuviéramos que formular en una sola frase, a modo de tesis inicial, la respuesta católica a esta cuestión, podríamos hacerlo de esta manera: es necesario que el hombre, para salvarse haga obras buenas, y, para ello, es ayudado por la gracia de Dios, que regenera nuestra voluntad. Se trata de una verdad de fe que los teólogos han tratado de hacer comprensible en multitud de ocasiones y que, más allá del dogma, en sus aspectos opinables, ha sido debatida con intensidad y profundidad. Sobre este tema, he leído días atrás un artículo de Luigino Bruni, publicado en el diario Avvenire del domingo 20 de septiembre de 2020, durante los más crudos meses de la pandemia en Italia. Bruni titula su artículo: Dones que llamamos méritos, y nos servirá de impulso para esta serie de notas.
----------Bruni comienza con la constatación de que "el exceso es una de las leyes doradas de la vida. Es madre de la generatividad y de la generosidad". Afirma enseguida que "el exceso más importante no es el que sale de nuestro corazón, es el que entra en él". E inmediatamente aclara que se trata del "exceso de la gracia sobre nuestros méritos", nos dice el economista con afán de teólogo.
----------Bruni no pretende negar nuestros méritos frente a Dios, sino afirmar que ellos tienen raíces profundas que nos superan y testimonian el amor de Dios por nosotros. Comentando el Salmo 127, escribe: "En la Biblia se puede hablar de los bienes como bendición porque primero existe la certeza moral de que en un nivel mucho más profundo los bienes son don. Decir que quien 'construye la casa' no son los constructores sino 'el Señor', significa reconocer que aun en las cosas más concretas y cotidianas, donde es evidente que estamos nosotros con nuestro trabajo y vamos sumando ladrillo a ladrillo, a un nivel más profundo y por lo tanto más verdadero esos ladrillos y ese sudor son gracia, son providencia".
----------En esas palabras de Bruni parece advertirse una posible polémica contra el cripto-pelagianismo de un Karl Rahner [1904-1984], que concibe al hombre como "autotrascendencia", entendida como movimiento a un tiempo de la gracia y de la libertad, hacia el "horizonte de la trascendencia", que sería Dios mismo, desde lo cual no se comprende cómo Dios debería ser trascendente y cómo la gracia debería entrar en el hombre desde lo alto y no salir del hombre desde abajo, reduciendo así la gracia al mérito.
----------Ya en un artículo anterior en Avvenire, donde Bruni hablaba de la cigüeña que carga en una bolsa los bebés, nos decía que debemos estar agradecidos a Dios por los dones recibidos. Sin embargo, debemos recordar que si Dios nos envía la desventura, lo hace o porque la merecemos o bien porque, si somos inocentes, nos invita, como ha hecho con su divino Hijo, a pagar por los pecados de los demás.
----------Ciertamente, Dios es misericordioso con todos, quiere a todos salvados, y da a cada uno los medios para salvarse, por lo cual, si alguien no se salva, no es porque Dios no le haya dado los dones, los talentos, las ocasiones favorables, la gracia y los medios suficientes, sino porque es el hombre el que no los ha aprovechado, no ha querido agradecer a Dios por los dones recibidos, por las ocasiones y las fuerzas que le ha dado para obrar el bien, no ha querido reconocerlos, y empeñarse con sus méritos para hacerlos fructificar. No ha querido pedirle ayuda y perdón por sus pecados, no ha hecho penitencia, no ha sabido reconocer en las desventuras y en el sufrimiento la ocasión para convertirse y mejorarse, no ha querido imitar a Nuestro Señor Jesucristo ofreciendo sus propios sufrimientos por la salvación de los pecadores.
----------Por otra parte, debemos decir que si en la vida presente notamos, por una parte, que existen bribones que hacen fortuna y gente honesta perseguida por la suerte, si notamos criminales y herejes impunes o que se salen con la suya y de hecho tienen éxito, y que por otra parte existen también personas santas y meritorias, despreciadas y perseguidas por hermanos de fe, o trabajadores explotados por los patrones, o inocentes injustamente castigados, todo esto no significa que no haya un Dios en el cielo que lo ve todo, un Dios paciente y comprensivo, que espera la conversión de todos y obra y envía gracias, distribuye sus dones para la salvación de todos, sino que es también un Dios justo, al cual no se le escapa nada, un Dios que anota todo en su libro de registro, para pedir cuenta a cada uno al momento oportuno, de lo que se ha obrado, cada uno según sus méritos, premiando a los buenos y castigando a los malos.
----------Se trata de un Dios que, ciertamente, hace descuentos al pecador humilde y arrepentido, incluso hasta llegar a perdonarle totalmente la deuda, por amor de su divino Hijo; pero que sin embargo no hace rebajas y obliga a pagar hasta el último céntimo o echa en una cárcel perpetua al obstinado arrogante y al impenitente, que quieren burlarse de él con el pretexto de su misericordia.
----------Es cierto, como señala Bruni, que en el Antiguo Testamento, la prosperidad económica, si se obtiene honestamente, es considerada una bendición de Dios. Sin embargo, como es bien sabido, el Evangelio advierte contra las tentaciones que pueden ofrecer las riquezas, las cuales después de todo, también son tentaciones señaladas por el Antiguo Testamento. Y es verdad que los libros sapienciales de la Sagrada Escritura deploran la pereza, que es fuente de miseria. A este respecto, Bruni no deja de recordar oportunamente la importancia de los méritos que provienen de una sana laboriosidad, advirtiendo sin embargo de los riesgos que provienen de aquellas que él llama las "economías de la prosperidad, que mientras exaltan y legitiman ética y religiosamente éxito y méritos, deslegitiman religiosamente a los perdedores, terminan por leer los no-talentos como no-méritos, hasta el punto de justificar moralmente las desigualdades; y para poder llamar a los vencedores bendecidos deben llamar maldecidos a los pobres". Lo cual es una evidente referencia a la concepción ética calvinista (cf. la famosa obra de Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo).
----------Luego, Bruni plantea la cuestión de cómo los pobres y los desventurados, en su penosa situación, pueden agradecer a Dios, citando las palabras de su nieta Antonietta: "damos gracias a Dios por la comida, pero ¿cómo rezan los niños cuando no tienen comida?". Y observa: "todo hombre religioso que atribuye sus bendiciones a Dios tiende (casi) inevitablemente a separar a Dios de la parte maldita del mundo".
----------Me temo que con esta improvisada consideración, sustancialmente engañosa, Bruni no haya llegado a dar a su nieta Antonietta una respuesta satisfactoria a una pregunta difícil, que demuestra en la pequeña una notable inteligencia y una fina atención a las necesidades de los otros.
----------Bruni, en vez de lo que dijo a su nieta, habría debido reflexionar, como buen creyente, en el hecho de que el hombre verdaderamente religioso (no un calvinista), que se descubre favorecido por Dios respecto a otros menos favorecidos, sufrientes y desgraciados, se siente lleno de confusión por sus pecados, y se pregunta, asombrado y conmovido, por qué Dios lo ha elegido precisamente a él, pecador como es.
----------La predilección no es necesariamente una injusticia, si proviene de la gracia, si nace de la amistad o de la generosidad. Si un jefe de empresa paga según justicia a un empleado suyo y además por amistad le hace un regalo para el día de su cumpleaños, no comete ninguna injusticia o favoritismo, sino que demuestra ser bueno y generoso. Diferente es el caso de un juez, que por amistad o por temor al reo, lo juzga en modo demasiado suave: este juez indudablemente peca contra la justicia.
   
Es necesario distinguir la amistad de la justicia
   
----------La justicia es la virtud que compensa los méritos. La amistad da más allá del mérito. La amistad se parece a la misericordia que beneficia al necesitado que no puede pagar, o bien se asemeja al médico que atiende gratuitamente a un pobre. La diferencia entre la misericordia y la generosidad propia de la amistad es que mientras la misericordia levanta al mísero, la amistad da a quien ya está bien.
----------La justicia divina, en cambio, significa que Dios retribuye según los méritos, como podría hacer un justo gobernante o dador de empleo. Por lo tanto, no debemos, como hace Martín Lutero [1483-1546], negar la posibilidad y el deber de hacernos de los méritos ante Dios con el pretexto de que la gracia es gratuita, sino que debemos en cambio corresponder con las buenas obras a la gracia preveniente y colaborar con ella, como dice san Pablo (1 Cor 3,9; 2 Cor 6,1), para hacer aumentar la gracia hasta la consecución de la vida eterna.
----------A Antonietta, por tanto, Bruni habría debido decir: sí, querida Antonietta, nosotros somos efectivamente privilegiados, pero recuerda que Dios está presente en todos y consuela también a los niños que mueren de hambre, y si mueren de hambre, la culpa no es de ellos, sino de aquellos hombres malvados y egoístas que podrían socorrerlos y no lo hacen, y que irán al infierno si no se arrepienten y no se corrigen.
----------Si nosotros nos sentimos privilegiados, entonces recordemos que cuando Dios privilegia o favorece a alguien, no lo hace como solía hacerse en el Ancien Régime, sino que el privilegio divino se asemeja más bien a lo que era el privilegium romano (lex privata), una ley especial a favor de una categoría de personas que es digna del privilegio, y del cual privilegio tiene necesidad por justicia.
----------Ello es así debido a que, si la ley es igual para todos, ella entonces se refiere a los deberes y a los derechos que son de todos, pero no excluye en absoluto aquel perfeccionamiento a la justicia que sanciona el privilegio. El rechazo indiscriminado de los privilegios no es justicia, sino suprema injusticia, por lo cual la legislación de la antigua Roma se revela más sabia que la nacida de la Revolución Francesa. El eximir a los pobres de los costos de atención médica es un justo privilegio. Eximir a un parlamentario del costo del tren o del avión es un privilegio injusto, porque el parlamentario se lo puede pagar muy bien.
   
En la desventura Dios no nos abandona
   
----------Entonces, si ocurre que nos encontramos golpeados por la desventura, si nos parece que todo nos sucede a nosotros, si nos vemos maltratados por los demás, si nos parece que nosotros somos los excluidos, si no somos recompensados ​​por nuestros méritos, si Dios favorece a otros más que a nosotros, a otros que no lo merecen, si no hace aquello que nos gustaría que hiciera o las cosas no salen según nuestras expectativas, si fracasamos en nuestras empresas, si los otros no nos agradecen lo que hacemos por ellos, sino que más bien nos tratan de modo soberbio y altanero, si nos parece que Dios no escucha nuestras plegarias y no viene en nuestra ayuda, si nos parece que no es justo y misericordioso al permitir el sufrimiento de los pobres y el éxito de los ricos, si nos parece que Dios la tenga con nosotros permitiendo que caigamos en el pecado o nos parece que Él está incomprensiblemente airado con nosotros o demasiado exigente o severo, pues bien, no nos conviene en absoluto enojarnos con Él o caer en la desesperación, sino que debemos saber ver la presencia de un Dios bueno y providente también en todas estas contrariedades, un Dios que al mandarnos la prueba, nos garantiza junto a ella la fuerza para soportarla y superarla.
----------En su artículo, Bruni habla de la madre de la joven brasileña, una madre que ha empujado a su hija a la prostitución desde los ocho años. Surge espontánea la pregunta: ¿acaso ese hecho es culpa de Dios? "No -tal vez respondería la joven- pero ¿por qué no ha impedido a mi madre una conducta de tal género? ¿No puede Dios convertir los corazones? ¿Y por qué no ha convertido el corazón de mi madre?".
----------A esa joven podríamos responderle, si estuviera dispuesta a escucharnos, que Dios no es como el bombero que bloquea por la fuerza a alguien que amenaza con tirarse desde el techo de una casa. El bombero hace bien en hacer ese gesto de fuerza y ​​Dios lo aprueba. Pero si el fulano quiere realmente arrojarse hacia abajo, su libre albedrío, que es la facultad de elegir entre el bien y el mal, puede físicamente hacerlo: pero la culpa (suponiendo que sea compos sui y no un demente o un deprimido) será solo la suya.
----------Es necesario añadir también, que Dios no es como otra creatura igual a nosotros, una creatura contra la cual podemos indignarnos si nos ha tratado mal o contra la cual podemos protestar o a la que podemos obligar a respetar los derechos que tenemos u obligarle a reconocer nuestros méritos. Dios es justísimo en todos sus actos hacia todos y cada uno de nosotros los hombres, ya que Él mismo es el fundador del derecho de todos. Pero solamente Él sabe cómo y cuándo intervenir, y debemos confiarnos en Él.
----------Sin embargo, también debemos tener presente que Dios, por razones que sólo Él conoce, pero que ciertamente son motivos providenciales, no siempre hace aquello que nosotros esperamos de Él según nuestros parámetros o nuestros discutibles planes o nuestras expectativas humanas. No siempre hace que la justicia humana reconozca nuestros méritos, no siempre satisface de inmediato nuestras necesidades morales o materiales, sino que a veces Dios nos deja en la miseria, en el sufrimiento y en la desventura, hasta el punto de permitir pruebas durísimas, como fueron aquellas por ejemplo soportadas por los pobres judíos deportados a las barracas y campos de sus atroces sufrimientos en Auschwitz. Pero aun en esos momentos extremos, Dios no deja de confortarnos íntimamente para que salgamos vencedores.
----------Por el contrario, Dios nos satisface inmediatamente y infaltablemente en aquellas necesidades que se refieren precisamente a nuestra salvación en el momento. Como un buen médico en la Guardia o en la Sala de Urgencias de un Hospital, Dios siempre y de inmediato nos proporciona los productos pro-vida, es decir, aquellas gracias que nosotros necesitamos para mantener en gracia la vida del alma.
----------Pero debemos decir que, en este punto de su artículo en Avvenire, Bruni abandona el camino de la sabiduría. De hecho, dice: "Si asocio la gracia de Dios a mis dones, ¿cómo hago para salvarlo de las desgracias de los otros? Un cierto ateísmo honesto ha nacido porque no se pudo encontrar una respuesta a esta pregunta y se ha prefirido matar a Dios para salvar a los pobres".
----------Como nos suele ocurrir, hay momentos en que los artículos de Bruni son esperanzadores, pero llegan a un punto en que hace que nuestros brazos caigan, desilusionados. Un discurso de tal género, como el que brota de las frases de Bruni citadas en el párrafo anterior, supone la idea equivocada, por no decir blasfema, de que Dios haga acepción de personas, lo que comportaría la obligación por nuestra parte de rechazar a Dios y de proveer nosotros mismos a la eliminación de las desigualdades e injusticias sociales. Pero esta es la solución de Marx. ¿Acaso ahora Luigino quiere hacerse marxista y hacernos marxistas?
----------¿Cuál es la solución de Marx a esta cuestión. La examinaremos en la continuación de mañana.

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