Continuamos con nuestros apuntes del tratado teológico De temporibus novissimis, es decir, de los últimos tiempos, o tratado dogmático de la Escatología, y en esta ocasión nos referiremos a lo que tradicionalmente se llama infierno, o sea, la condición de las almas que mueren en estado de pecado mortal.
----------Vale decir, tratamos acerca de la condición de las almas después de la muerte, o sea, aquellas que mueren en estado de pecado mortal y que por ello caen o precipitan para siempre en un lugar tenebroso y misterioso, fuera de este mundo, representado como "más allá abajo", tradicionalmente llamado "infierno", precisamente del latín infernum, que significa "subterráneo", o bien el abismo, el barranco oscuro, báratro, que debe entenderse sin embargo no en sentido físico, como si se tratara de estratos geológicos o de cavernas debajo de la superficie terrestre, sino en sentido metafórico, así como por ejemplo decimos de una persona que ha "caído en lo bajo" para decir que ha perdido su dignidad o que ha caído de una buena condición.
----------Una oscura percepción de la posibilidad de que el alma después de la muerte descienda a una misteriosa región oscura y triste, caracterizada por una existencia sombría y de aflicción, se la encuentra entre las variadas religiones ya desde la antigüedad. Pensemos por ejemplo en la religión de los antiguos griegos, con su mito del Hades, del Tártaro o del Érebo. Pensemos en la antigua religión romana, que está influenciada por estos mitos griegos, y que contempla la existencia de los inferi (inframundos) o del infernum.
----------Sin embargo, en el mundo pagano esta triste y tenebrosa situación del más allá no se ve tanto como un castigo por los pecados cometidos en el más acá, sino ante todo como destino común a todos, destino universal, incluso de los buenos, salvo unas pocas excepciones rarísimas reservadas a los héroes (pensemos por ejemplo en el Parnaso o en el Olimpo), personajes que después de la muerte alcanzaban una condición divina. Pensemos también por ejemplo en los emperadores romanos.
----------Ahora bien, el mundo pagano occidental siente oscuramente, confusamente, que la existencia humana no es del todo destruida con la muerte; algo sigue vivo (non omnis moriar, dice el poeta Horacio); pero como el pagano está muy apegado a la vida presente, ya que para él solo en esta vida se puede ser feliz, he aquí que el hecho de abandonarla por un mundo ultraterreno incorpóreo, privado de goces físicos, mundo del cual, por lo demás, nada se sabe, es motivo de tristeza y por eso tal lugar es considerado como un mundo triste. Sus habitantes extrañan la vida presente, pero no pueden retornar.
----------Es sólo en la filosofía de la antigua India -brahmanismo y budismo- que el alma de cualquier persona, pero sobre todo del sabio, y no solo de unos pocos privilegiados, siendo ya de por sí divina, existiendo ab aeterno, después de una serie de purificaciones y de prácticas ascéticas y rituales (el shamshara, o sea una serie de reencarnaciones), puede alcanzar la bienaventuranza (nirvana) dejando para siempre la -según esta concepción- vil corporeidad y fundiéndose en el Absoluto, Brahman o bien la Nada, como la gota se disuelve en el océano. Pero incluso aquí existe, para quienes no cumplen el karma, o sea la justicia, una eterna perdición, ligada para siempre a la corporeidad que es el principio del mal.
----------Algo de este género se da también en la antigua visión religiosa zoroástrica y también en el maniqueísmo, aunque con un panteísmo menos acentuado. En Platón [427-347a.C] hay algún rastro de esto, pero con la clara percepción de la trascendencia divina (negación del panteísmo) y por lo tanto de la distinción entre el alma (nus) y el Bien divino (Agathòn). Pero incluso en Platón existe el premio y el castigo después de la muerte. Doctrina similar encontramos en Aristóteles [384-322a.C], aunque tiene más que Platón la percepción de la bondad del cuerpo y comprende mejor que el mal proviene de la voluntad.
----------Por el contrario, la Sagrada Escritura concibe el más allá, sea feliz o infeliz, en estrecha relación con el concepto de justicia y de pecado, entendidos como actos respectivamente conformes o no conformes a la Ley divina, de un Dios único y trascendente, el cual promete a los buenos una resurrección bienaventurada y a los malvados amenaza con una condenación eterna. He aquí respectivamente el cielo y el infierno.
----------Es necesario, por otra parte, distinguir los inframundos del Antiguo Testamento (hebreo shèol) respecto del infierno (griego hades) del Nuevo Testamento. Si bien en uno y en otro caso se da un castigo después de la muerte, sin embargo, mientras que los inframundos del Antiguo Testamento reciben a todos los difuntos, tanto a los justos como a los injustos, el infierno neotestamentario, inaugurado por el advenimiento de Nuestro Señor Jesucristo, es el lugar reservado a aquellos que desobedecen a Cristo, al mismo tiempo que los inframundos dejan de existir, en cuanto Cristo, después de la resurrección, desciende a los inframundos, liberando las almas de los justos, o sea aquellos que esperaban al Mesías, y conduciéndolos consigo al cielo, mientras que aquellos que no habían querido esperar en el Mesías se precipitan en el infierno.
----------Por otra parte, debemos destacar que una característica del infierno de las Sagradas Escrituras es el hecho de que en él no caen sólo aquellas criaturas humanas a las cuales he mencionado anteriormente, sino que también precipitan los ángeles rebeldes en los orígenes de la creación, como enseña claramente san Pedro en su segunda carta: "Dios no perdonó a los ángeles que habían pecado, sino que les precipitó en los abismos tenebrosos del infierno (tàrtaros), reservándolos para el juicio" (2 Pe 2,4).
----------Ahora bien, según la fe católica, el castigo infernal no es propiamente la consecuencia de un acto positivo por parte de Dios, que actuara a la manera de un juez humano que condena al reo, aunque la Escritura se exprese metafóricamente de este modo, sino, como la Biblia dice claramente en otros lugares, la perdición infernal es lógica y estricta consecuencia del mismo acto de rebelión del hombre a Dios, el cual, en cambio, quiere que todos se salven, y da a todos la posibilidad de salvarse. Por eso, el infierno es exclusivamente justa consecuencia de la culpa de quien se condena. En modo similar, haciendo una comparación con la vida física y la muerte del cuerpo, se podría decir que así como la muerte es producida por la ingestión de un veneno, de modo similar el infierno es la consecuencia de la comisión del pecado.
----------Dios no envenena ni Dios es quien fuerza al pecado. Dios ofrece a todos la posibilidad de salvarse, pero, al mismo tiempo, habiendo dotado al hombre de libre albedrío, lo deja libre de hacer su elección o por Dios o contra Dios, o la obediencia o la desobediencia, con las consecuencias implicadas: o el premio o el castigo. Ciertamente el pecador rechaza el castigo infernal y, sin embargo, está de tal modo apegado a su propia voluntad que prefiere ir al infierno lejos de Dios, antes que estar con Dios en el cielo.
----------La pena infernal, como se sabe por la fe, es pena eterna. Y esto es lógico, en cuanto el hombre está hecho para lo eterno y para lo absoluto. No puede escapar a este destino y por lo demás ni siquiera lo quiere. La única alternativa que se le ofrece, y aquí radica precisamente su elección, es una eternidad bienaventurada en comunión con Dios (y esto es el cielo) o una eternidad infeliz (y esto es el infierno).
----------Todos los hombres, explícitamente o implícitamente, claramente u oscuramente, como se desprende de la Sagrada Escritura, saben que en punto de muerte deben responder a Dios por sus acciones para recibir o el premio o el castigo. Por consiguiente, también aquellos que se profesan ateos o en cualquier caso se profesan no cristianos no están por ello excusados de no tener en cuenta en la propia vida esta alternativa. Nadie puede escapar del tribunal de Nuestro Señor Jesucristo, desde el origen de la humanidad hasta el fin del mundo, sea cual sea el pueblo, la cultura o la religión o no-religión a la cual pertenezca.
----------La elección de nuestro destino después de la muerte, como sabemos por la fe, es irrevocable, se trate del infierno como del paraíso. Algunos se preguntan por qué motivo. Podríamos dar la siguiente explicación. En la vida presente nosotros podemos tener con Dios una buena y una mala relación con Él, y también alternar estas actitudes en cuanto nuestro intelecto no ve a Dios inmediatamente, sino solo a través de las criaturas. Así, el creyente sabe por fe que Dios es su felicidad absoluta, pero no lo experimenta. En cambio, en punto de muerte, Dios, en Cristo, se manifiesta inmediatamente y claramente a todos, como el verdadero Absoluto, más allá del cual no existen otras alternativas válidas. De hecho, en este punto el alma hace su elección absoluta, por lo cual no busca nada más de lo que elige en ese momento, se trate del paraíso o del infierno.
----------Esto significa que la condición de nuestro libre albedrío en punto de muerte cambia completamente, porque si en la vida terrena, faltando la visión beatífica, incluso los buenos siempre tienen la posibilidad de pecar, es decir, de cambiar la elección de su voluntad, en este punto de muerte la necesidad que existe en todos nosotros de lo Absoluto no podrá no encontrar una salida definitiva en todos, en cuanto que todos, frente al Absoluto divino, no podrán sino responder en modo definitivo a la propuesta definitiva y última que viene de Nuestro Señor Jesucristo. Por lo cual en este momento nuestra voluntad sólo tiene dos alternativas, ambas absolutas: o absolutizarse a sí misma o elegir para siempre a Aquel que es el verdadero Absoluto. En el primer caso se va al infierno, en el segundo al cielo.
----------Otro punto a considerar es que hoy en día, está muy extendida también entre los católicos la creencia de que todos nos salvamos (buenismo o misericordismo). Pero eso no es absolutamente cierto. Es verdad que a lo largo de la historia la Iglesia conoce siempre mejor el poder y el horizonte de la divina Misericordia, por lo cual cada tanto entiende descubrir a Dios menos severo de lo que se pensaba. De modo especial, el Concilio Vaticano II nos ha hecho comprender como nunca la grandeza de esta Misericordia. Pero el propio Concilio nos recuerda, con toda la Tradición, que Dios también es justo y que existe el infierno. Por eso, la tesis buenista según la cual todos se salvan es en realidad una tesis modernista que no tiene ningún fundamento en la enseñanza del Concilio y ha sido negada varias veces en el pasado por la Iglesia.
----------Por lo tanto, sigue siendo cierto que no todos se salvan. Esta verdad de fe debemos entenderla como saludable advertencia, para tener horror por el pecado y concebir un sano temor de Dios que nos puede ayudar seguramente para mantenernos en el camino de la salvación. Por tanto, están en peligro de condenarse precisamente quienes presuntuosamente, como ya les advertía el Concilio de Trento, tomando apoyo de modo erróneo sobre la divina Misericordia, creen salvarse sin mérito continuando libremente en el pecado o comportándose según sus propios caprichos.
----------Como demuestra la exégesis y la teología, la existencia de los condenados resulta claramente de las mismas enseñanzas de Nuestro Señor, el cual, a propósito de la eterna condenación, se pronuncia en varias circunstancias con tres géneros diversos de proposiciones: a veces afirma categóricamente el hecho de la condenación como algo que sucederá en el futuro ("uno será tomado, el otro será dejado"); a veces se limita a dar una seria advertencia o un fuerte llamado ("¡moriréis en vuestros pecados!"); a veces se expresa en modo condicional ("si quieres la vida, observa los mandamientos").
----------Recordemos por otra parte que la doctrina tradicional es la existencia del fuego del infierno. Ya he hablado de este fuego ultraterreno a propósito del purgatorio y, por tanto, remito al lector a las dos notas anteriores dedicadas al purgatorio, en estos mismos apuntes.
----------En cuanto a la idea del infierno como "lugar", como lugar no ya metafórico, esta también es una doctrina próxima a la fe. Es clarísima la referencia que hace el mismo Jesús en el Evangelio. Evidentemente, no se puede pensar en un lugar en el espacio de este mundo. Sin embargo, el Evangelio hace entender que es verdaderamente un lugar -podríamos llamarlo "lugar trascendental"- por más misterioso y casi indefinible que sea, como por lo demás es un "lugar" el paraíso y el purgatorio.
----------De hecho, de modo similar, también es necesario considerar el hecho de que, al menos en lo que respecta al cielo y al infierno, se debe hablar de un lugar y no simplemente de un estado del alma, considerando el dogma de la resurrección, que implica la corporeidad con la existencia de un mundo material, cosas que evidentemente se encuentran en un lugar y ocupan un espacio, aún cuando debemos reconocer que imaginar en el más allá cosas de tal género sigue siendo muy difícil para nosotros. Después de todo, no nos corresponde a nosotros crear estas cosas, sino a la omnipotente sabiduría divina, que sabe lo que hace y es esa esfera del ser, para decirlo con el divino Poeta, Dante: "dove si puote ciò che si vuole. E più non dimandare".
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