viernes, 4 de marzo de 2022

El origen de la guerra

Una reflexión acerca de una pregunta basilar que ha vuelto a ser actual; un interrogante que el propio papa Francisco ha intentado responder días atrás: ¿de qué nacen las guerras? [En la imagen, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, hablando durante la sesión especial de emergencia de la Asamblea General de la ONU, sobre Ucrania, en la sede de la ONU, este miércoles 2 de marzo de 2022].

¿De qué nacen las guerras?
   
----------Se trata de una pregunta que tiene en la actualidad máxima y candente razón de ser, y tiene sentido plantearla en el ámbito de la filosofía y de la teología. De hecho, la filosofía es la ciencia del conocimiento de las cosas por sus causas, de lo universal y necesario, de la razón de ser de las cosas; y al haber acontecido en la historia humana la divina Revelación que convoca a nuestra fe, ha surgido entonces la teología, que es la ciencia de la inteligencia de esa fe, la comprensión de las respuestas que la Revelación ha dado a todas nuestras preguntas, a todas las preguntas que nos podemos plantear.
----------Disgusta hablar de la guerra, y es un tema que con gusto suprimiría de la agenda de este blog, si no fuese necesario reflexionar sobre ella en estos días. Pero ese disgusto a hablar de la guerra nos está dando ya una pista de la indignidad de la guerra, de su no correspondencia con la máxima dignidad del hombre: su razón, porque, como suele decirse, aunque de modo general y sin hacer distinciones, "la guerra es una locura", pues encontramos dentro de los límites de la lógica humana que la guerra es una inmensa locura, una puerta de escape contra el sentido común. La lógica nos dice que lo absurdo es imposible, pero hoy el sentimiento nos dice que lo absurdo es muy posible. El hecho ya ha sido consumado, y todos lo palpamos. Todos lo sufrimos. Hoy ya no se piensa más que en la guerra. Es la obsesión dominante de los espíritus.
----------El diccionario y los manuales nos dicen que la guerra constituye la lucha armada o conflicto bélico entre dos o más Estados o naciones o bandos, lo cual implica la ruptura de un estado de paz, que da paso a un enfrentamiento con todo tipo de armas, lo cual no puede sino generar en consecuencia un elevado número de muertes, ya sea de combatientes como de civiles, inevitablemente.
----------La Sagrada Escritura misma nos habla de las guerras. Lo hace muchas veces en el Antiguo Testamento y, por cierto, el hecho de que sea Dios el que convoca a su pueblo elegido, Israel, para hacer la guerra a sus enemigos, nos pone sobre aviso de que no es tan sencillo justificar aquella formulación general, que suele darse, de que "la guerra es una locura". En todo caso, en la plenitud de los tiempos, en la madurez de la conciencia humana, Nuestro Señor Jesucristo menciona la guerra como una de esas grandes calamidades que pueden azotar la vida del hombre, y la señala como una de las señales del fin de los tiempos y de su Segunda Venida: "oiréis hablar de guerras y de rumores de guerras; no os alarméis: todo esto debe suceder, pero todavía no será el fin. En efecto, se levantará nación contra nación y reino contra reino. En muchas partes habrá hambre y terremotos. Todo esto no será más que el comienzo de los dolores del parto" (Mt 24,6-8).
----------Por otra parte, uno de los jinetes descritos en el libro del Apocalipsis, representa la guerra: "Y vi aparecer otro caballo, rojo como el fuego. Su jinete recibió el poder de desterrar la paz de la tierra, para que los hombres se mataran entre sí; y se le dio una gran espada" (Ap 6,4).
----------La historia humana está atravesada en todos los tiempos y lugares por la guerra; y actualmente en el mundo son varios países y Estados los que han tenido que enfrentarse a la guerra. Sólo por indicar algunos casos, la República Árabe Siria, que entró en conflicto en 2011, cuando miles de ciudadanos pidieron en las calles que dimitiera su presidente. En 2014, se formó una coalición internacional liderada por Estados Unidos que comenzó a bombardear al Estado Islámico. En la actualidad, el país se encuentra dividido entre zonas que controla el régimen del presidente Bashar al-Ásad y zonas que controlan los rebeldes. Yemen, uno de los países más pobres del mundo, sufrió un golpe de estado en 2014. En este caso también intervino el Estado Islámico y Al-Qaeda. El problema se agravó cuando una coalición de estados árabes dirigida por Arabia Saudí comenzó a bombardear al país en 2015. Por otra parte, hace ya veinte años que Estados Unidos bombardeara por primera vez Afganistán tras los atentados del 11 de septiembre. El presidente George Bush, fue quien declaró la guerra; Barack Obama la dio por terminada sin éxito en 2014, mientras que Trump y Biden simplemente ha visto como se han ido intensificando las acciones terroristas, al parecer sin término a la vista.
----------A la pregunta planteada en el título, contamos inicialmente con la respuesta que nos ofrece el apóstol Santiago: "¿De dónde provienen las luchas y las querellas que hay entre vosotros? ¿No es precisamente de las pasiones que combaten en vuestros mismos miembros? Vosotros ambicionáis, y si no conseguís lo que deseáis, matáis; envidiáis, y al no alcanzar lo que pretendéis, combatís y os hacéis la guerra" (Sgo 4,1-2).
----------Como respuesta a la pregunta planteada, la Biblia nos dice que al igual que otros hechos, esto no es más que la consecuencia del pecado original y de nuestros pecados personales: "El que comete el pecado comete también la iniquidad, porque el pecado es la iniquidad" (1 Jn 3,4). Indaguemos, pues, algo más sobre el tema, en el actual contexto de la guerra entre la OTAN y Rusia por Ucrania.
   
La doble inclinación del hombre
   
----------La guerra es un fenómeno humano colectivo recurrente, siempre muy complejo, que presenta en la historia una rica fenomenología, y que de vuelta en vuelta, cada cierto tiempo, debe ser explicado y evaluado con prudencia y sabiduría, sobre la base de buenas informaciones, y haciendo uso de buenos criterios de juicio, con un gran esfuerzo por mantenernos en la objetividad y en la imparcialidad, dejando de lado pasiones y prejuicios y cualquier forma de odio, agresividad, prepotencia, venganza, espíritu de parte, mezquinos intereses, violencia, cobardía, duplicidad, falsedad, oportunismo, cobardía.
----------La Sagrada Escritura nos enseña que en el hombre tomado como colectividad existen dos tendencias, una buena y otra mala: existe una tendencia a la sociabilidad, a la fraternidad, a la coexistencia pacífica, a la solidaridad y a la colaboración recíproca, a la amistad, a la comunión.
----------Esta tendencia profunda e inextirpable es puesta por Dios en el corazón de cada hombre y lo hace verdaderamente feliz suscitando en él todas las virtudes sociales: la mansedumbre, la justicia, la benevolencia, la misericordia, el espíritu de paz y de fraternidad, la disponibilidad a perdonar y a pedir perdón, la sinceridad, la obediencia, la tolerancia, la fidelidad, el respeto por los demás y por el bien común.
----------Pero lamentablemente existe también otra tendencia corruptora y perversa que no es nada natural, sino sobreañadida a consecuencia del pecado original, hacia todo lo que compromete, obstaculiza, impide, falsea, quebranta los citados valores y estimula a todos aquellos actos malos y perversos a los cuales he mencionado antes. Esta tendencia ciertamente no ha sido querida por Dios, sino que es la consecuencia del hecho de que nuestros primeros progenitores ​​han escuchado las palabras del demonio.
----------Ha nacido entonces entre los hombres una tendencia a la facciosidad, al egoísmo, a la conflictualidad, a la división, a la mentira, al desprecio del otro, a la ofensa recíproca, al abuso de poder, a la violencia, a la injusticia, al sadismo, al homicidio, a la competencia desleal, al antagonismo sistemático, a la venganza cruel, a la desconfianza, al odio y a la incomprensión recíprocas, a la prepotencia, a la opresión y al dominio sobre el otro, a una susceptibilidad exagerada, a la intolerancia, al desprecio por el diálogo, al desprecio por la paz y por la concordia, al gusto por el conflicto, al rechazo de la misericordia y del perdón.
----------De esta tendencia perversa, como nos explica la Escritura, sucede el nacimiento de la guerra como cosa pecaminosa y abominable, no ciertamente querida por Dios sino por el demonio, el divisor y el homicida por excelencia. Lo sumamente terrible de la guerra es que supone la pérdida de la confianza recíproca entre los dos contendientes. El rencor ciega el juicio y ya no es escuchada la conciencia. Los hombres pierden su dignidad y chocan como si fueran dos fuerzas físicas contrarias, como el choque entre dos cuerpos celestes en el espacio. Puede permanecer la astucia de cómo derrotar al enemigo o cómo sustraerse a sus ataques, pero ambos contendientes han perdido de vista lo que los une, obcecados por lo que los divide.
----------Los contendientes ya no se escuchan, precisamente porque el uno no se confía del otro, el uno no cree en el otro y lo considera un falso, un farsante y un impostor. En tal situación, es inútil hablar y es inútil escuchar. La única solución entonces parece ser dejar hablar a las armas. Se cree hacer sentir la propia razón no con la palabras sino con el uso de la fuerza. Y se dice: "Haré sentir a mi enemigo que tengo razón yo venciéndolo en la guerra y tal vez destruyéndolo. No importa que él entienda la lección, lo importante es que sea derrotado. Si no entiende el juicio de la palabra, entenderá el juicio de las armas". Salvo que, como la historia demuestra, puede vencer quien está equivocado y puede perder quien tiene razón.
   
Sin embargo, es necesario distinguir
   
----------De cualquier modo, llegados a este punto de nuestra reflexión, es necesario prestar mucha atención y tener cuidado, para evitar una actitud superficial y precipitada, que en el fondo es actitud cómoda, que causa buena impresión a bajo costo pero al precio de ofender a la justicia y en definitiva de impedir el mantenimiento y la conquista de la paz: es aquello que podemos llamar pacifismo absoluto conectado naturalmente con la indiscriminada e incondicional condena moral de la guerra, es decir, del conflicto militar como tal, por lo tanto de cualquier guerra, cualquiera que de ella pueda ser su motivo.
----------Por el contrario, las guerras, como se desprende claramente de la Sagrada Escritura, nacen de dos tendencias inherentes al hombre colectivo: por un lado, existe una tendencia sana, unificadora y constructiva, querida por Dios y es una necesidad de paz, de libertad, de fraternidad y de concordia en la justicia y en la igualdad, la tendencia a un bienestar comúnmente compartido, y por otro lado, existe una tendencia maligna, disgregadora y destructiva, desaprobada por Dios, a la discordia, al egoísmo, a la prepotencia, al oprimir y explotar a los otros, a prevalecer sobre los débiles, a someter a los frágiles, a robar al prójimo, a imponer las propias ideas políticas o religiosas, a crear una unión con la violencia.
----------La guerra como grave pecado contra el amor al prójimo, nace de esa inclinación al odio, a la violencia y al homicidio, que es consecuencia del pecado original, testimoniada por la Biblia desde el origen de la humanidad caída con el trágico episodio de Caín y Abel. La guerra no es más que la máxima expresión y extensión de esa tendencia al conflicto que es inherente a cada uno de nosotros en cuanto hijos de Adán y que lamentablemente se manifiesta desde la infancia con las bien conocidas riñas de los niños.
----------Ahora bien, la guerra está ligada a la experiencia del odio: la experiencia del odiar y del ser odiado. Odiar daña antes al que odia que al odiado. Ser odiado ciertamente no es una experiencia agradable, sobre todo si se es inocente. Pero los que nos odian están, ciertamente, peor que nosotros, dado que nosotros podemos permanecer unidos a Dios y padecer con Cristo, pero el que nos odia difícilmente podrá permanecer en paz con Dios y consigo mismo. En este punto, Cristo, por otra parte, nos manda perentoriamente a sofocar la eventual tendencia que podamos sentir a devolver el odio con el odio, y a responder en cambio con el amor, aunque no sea correspondido, tratando también de excusar al enemigo, si es posible.
----------La sana tendencia, en cambio, como enseña la Biblia, suscita la guerra justa, querida por Dios, porque Dios quiere librar a los pueblos de sus opresores, quiere, como dice el Magníficat, "derribar de sus tronos a los poderosos, y levantar a los humildes". Aprueba la liberación de un pueblo oprimido, la recuperación o la conquista de territorios pertenecientes a la propia nación, ocupados por enemigos, la expulsión del extranjero del propio territorio nacional, el sacrificio de la propia vida por la salvación de la patria, el derrocamiento de un régimen tiránico y la restitución de la libertad a un pueblo oprimido. Dios es el defensor de los oprimidos y castiga severamente a los impíos, a los soberbios y a los prepotentes que los oprimen y los explotan.
----------Dicho todo ello, sin embargo, la Sagrada Escritura no tiene ninguna dificultad en reconocer que frecuentemente las guerras son causadas por la rapiña, por las miras expansionistas de los soberanos, por la codicia de riquezas, por el afán de dominar a los demás o de imponer un falso universalismo, por odios raciales, por la voluntad de imponer las propias ideas políticas o religiosas.
----------No siempre el vencedor de la guerra ha tenido de su lado la fuerza del derecho, sino que a menudo ha pretendido valerse del falso derecho de la fuerza y ​​de la violencia. Por el contrario, ha sucedido muchas veces que el que ha perdido la guerra es el que tenía el derecho de su lado o es el que ha sido tratado injustamente por el vencedor, y es el que ha sido amargamente humillado. Esto puede arrojar en el ánimo del pueblo derrotado un ardiente deseo de venganza, que puede llevarlo a una nueva guerra, como de hecho le sucedió al Estado y al pueblo de Alemania en la segunda guerra mundial.
----------Y podemos decir que difícilmente se puede encontrar un suficiente motivo de justicia al estallar la primera guerra mundial como reivindicación de independencia de los pueblos sometidos al Imperio Austro-Húngaro, todo sumado en la tradición católica, inmensa tragedia que costó varias decenas de millones de muertos. ¿Valió la pena? Ciertamente, el ejército italiano, por ejemplo, en la primera guerra mundial registró muchos episodios de heroísmo, y la victoria fue merecida. Sin embargo, resultan comprensibles las famosas y amargas (aunque quizás demasiado amargas) palabras de Benedicto XV, que la definió una "masacre inútil".
   
En la historia existen algunos ejemplos
   
----------Como es sabido, el beato papa Pío IX se negó a unir sus tropas con las de Italia contra Austria, aduciendo el motivo de que él era el padre de todos los católicos, y no podía ponerse del lado de unos contra los otros. En el pasado, sin embargo, los Romanos Pontífices no habían dudado en hacer la guerra al lado de las potencias católicas contra otras. Pero podían existir motivos válidos.
----------Es interesante notar, por otra parte, que en el pasado los hombres honestos de cualquier pueblo o nación a que pertenecieran, siempre han sentido en conciencia el valor obligatorio de la ley natural, como principio regulador y juzgador en las controversias entre pueblos y naciones.
----------Aunque no existiera entonces, como hoy ocurre con las Naciones Unidas, una autoridad supranacional juez de las controversias entre los pueblos y moderadora de las fuerzas bélicas de los individuales Estados, deputada para mantener el orden y la paz cuando fuera necesario, incluso con el uso de las armas, no era ciertamente imposible para las naciones y para los Estados resolver pacíficamente sus desacuerdos y determinar las razones de una justa guerra haciendo apelación a la ciceroniana lex non scripta o a la paulina ley natural, para determinar quién en el conflicto tuviera razón y quién estuviera equivocado.
   
La concepción hegeliana de la guerra
   
----------El concepto, todavía presente en Hegel, de que las naciones y los Estados gozan de una tal soberanía, que ningún principio universal de justicia pueda hacer de criterio común de discernimiento vinculante en conciencia para la determinación jurídica de la justa guerra, para hacer valer por la fuerza los derechos conculcados y para la solución concordada de las controversias internacionales, en modo tal que ninguna nación o Estado esté autorizado a hacerse justicia por sí mismo con la guerra, de tal modo que la guerra sería la normal e inevitable expresión dialéctica de la vitalidad de los pueblos y signo del progreso histórico, en realidad es nada más que un maldito rezago, un tremendo remanente, de crudeza barbárica, aunque formulado en la refinada entelequia o marco conceptual de la filosofía hegeliana.
----------Sin embargo, esa patológica estima de Hegel por la guerra como factor de progreso histórico no es del todo errónea, porque es una ley de la vida que el viviente se fortalece superando fuerzas opuestas. Pero el problema de Hegel está dado por el hecho de que su visión de la realidad, y por lo tanto su visión de la vida humana, no está basada sobre el principio de no-contradicción, sino que por el contrario, está basada en la contradicción, aquella que él llama "dialéctica". De ello se deduce que para Hegel el conflicto entre dos fuerzas opuestas no es un defecto de la vida social, que deba ser eliminado con la obra de paz, sino que por el contrario constituye la esencia misma de la relación social. Por ello para Hegel es cosa vana e inútil, incluso perjudicial y dañosa, intentar resolverlo, solucionarlo, y encontrar un acuerdo entre las partes.
----------Ahora bien, aclaremos enseguida: no es que Hegel se diga contrario a la paz entre los dos contendientes, sino que él concibe la paz sobre el modelo de aquella que él llama "síntesis", la cual debería crear la unidad entre la "tesis" y la "antítesis". ¿Y en qué consistiría esta unidad? No en la eliminación del conflicto, cosa imposible, sino por el contrario en la posición de un tercer término, precisamente la síntesis, que se pone por encima del conflicto como legitimación del conflicto sin eliminarlo, sino confirmándolo como estructural a la relación social. Ahora bien, es evidente que la verdadera paz es totalmente diferente de esta hipócrita mistificación. La verdadera paz es la solución del conflicto y el acuerdo sincero entre las partes.
----------Con estas ideas de Hegel, retomadas por lo demás por Marx en clave materialista, nos encontramos ante una actitud de verdadera y propia duplicidad, que el Evangelio condena severamente como "servicio a dos señores". El hegeliano no sólo apunta al sí, porque piensa que no le basta, sino que también apunta al no, pensando que puede sacar provecho tanto del sí como del no, de Dios y del diablo. Y, en cambio, termina entre los "tibios, ni fríos ni calientes, que Dios vomita de su boca" (Ap 3,16).
----------Así, el instinto de guerra nace en el hegeliano y en el marxista de esta concepción perversa de la relación social, improntada o marcada no por una sincera voluntad de paz, sino al contrario por la voluntad sistemática de la guerra, y está claro que aquí no hay ciertamente espacio para la guerra justa.
----------Por eso, el hegeliano no sólo no se preocupa por sanar los conflictos, sino que los provoca y exaspera artificiosamente, en la convicción de favorecer la dinámica social, el poder de la vida y el progreso histórico. Se trata, como dicen los marxistas, de "hacer explotar las contradicciones". El hegeliano no une lo que está dividido, sino que divide lo que está unido porque considera que el conflicto sea la ley de la vida. En este sentido, el principio de su actuar no es la voluntad de paz, sino la voluntad de guerra.
   
Dios permite la guerra para que aprendamos a buscar la paz
   
----------Es realmente útil, sobre este tema de la paz y de la búsqueda de la paz, una consideración ascética. La Sagrada Escritura presenta la desventura de sufrir los daños de una guerra como castigo de Dios y ocasión para ejercer una mayor caridad. Esta también es una enseñanza de la cual hacemos bien en tener en cuenta. Dios permite las guerras, incluso las guerras justas, a fin de que aprovechemos la emergencia dramática y el sufrimiento que ellas nos procuran a nosotros y a los demás para consolar y confortar, para sanar y reparar, para estar particularmente cercanos de aquellos que sufren, para socorrer a los necesitados, para acoger a los prófugos, migrantes y refugiados, para hacer penitencia por nuestros pecados y convertirnos a pensamientos de reconciliación, de justicia, de misericordia, de concordia y de paz.
----------Y permítame el benévolo lector una última palabra de mi parte sobre el tema de la paz. Ella es un bien personal y un bien social supremo y absoluto, es armonía y tranquilidad interior, antes que ser el supremo bien de la sociedad. La guerra, cuando es justa, tiene por finalidad el obtener la paz. Pero bien entendido que la paz es efecto de la verdad, de la reconciliación, de la justicia y del amor. La paz es fuente de libertad, de felicidad y de alegría. La paz es imposible sin la obediencia a Dios y sin la unión con Dios.
----------Ahora bien, la paz es fin en sí misma. Es cierto que es pacíficamente que se debe obtener la paz, pero también es cierto que cuando no hay otros medios, se puede recurrir a la guerra. La guerra no es necesariamente injusta y no perturba necesariamente la paz la guerra de quien comienza primero, porque puede servir para extinguir estallidos de guerra. Porque a veces la paz puede ser sólo aparente y ocultar principios de guerra que deben ser extinguidos de raíz o al nacer, incluso con la fuerza.
----------Por consiguiente, debe reconocerse que la guerra puede a veces nacer del hecho de que la paz ha sido perturbada. La guerra puede servir para defender la paz o conquistar la paz. En tal caso está claro que se trata de una guerra justa. En cambio, es injusta aquella guerra que perturba la paz. Sin embargo, recordemos: la paz no es simple ausencia de guerra, sino que es un bien mucho más profundo.
----------Nuestro Señor Jesucristo nos asegura que la paz que Él nos da, ganada para nosotros con su sacrificio, es superior y contraria a aquella paz que da el mundo, un mundo y una paz que nos engañan con sus encantos engañosos. La paz de Cristo es ante todo paz en los corazones, antes primero de ser orden social en la justicia. Es paz consigo mismo, aunque la carne tiemble. Es ante todo paz con Dios, incluso si nuestro prójimo está contra nosotros. Es anticipo y pregustación del cielo, aunque estemos aún en la tierra.

2 comentarios:

  1. En síntesis, quien no cree ya en Dios también afirma que toda guerra es equivocada (olvidando la de la propia defensa) pensando que el hombre por sí solo pueda crear el paraíso y la paz en la Tierra.

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    1. Estimado Mauro,
      efectivamente, existen concepciones éticas, como la de Rousseau, que ignoran las consecuencias del pecado original, las cuales piensan que la resolución de las controversias y la eliminación de la injusticia se puedan obtener siempre sólo por vía pacífica.
      En cambio, la experiencia y la propia doctrina de la Iglesia enseñan que en casos graves la justicia puede ser realizada solamente por medio de la coerción.
      Por cuanto respecta a los ateos, ciertamente el ateísmo, que implica el rechazo de Dios, Señor de la justicia, es un principio de injusticia, que se puede manifestar tanto con un pacifismo absoluto como con una conducta belicista.

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