jueves, 17 de marzo de 2022

Reflexión cuaresmal: la dignidad del pecador (1/3)

¿Es posible distinguir justos de pecadores? ¿Cómo distinguir justos de pecadores? ¿Cuáles serían, en tal caso, los criterios de distinción? ¿Podemos incluso nosotros mismos tener la certeza de estar en gracia? Nuestro Señor Jesucristo desaconseja recoger el trigo y descartar la cizaña, ¿pero esto implica que no podamos discernir en esta vida quién es quién? ¿Qué queda, entonces, del deber de la corrección fraterna? Si existe el pecado, entonces existen los pecadores, pero: ¿qué es en realidad el pecado, cuál es su esencia, y cuáles son sus causas y sus consecuencias? Hoy abordaremos estos temas, y otros más en las dos notas que seguirán.

Cómo distinguir justos de pecadores
   
----------Desde tiempo atrás, también en notas recientes, he manifestado mi preferencia personal por hablar de herejías y no tanto de herejes. Los lectores que siguen este blog saben que en muchas notas he hablado del pensamiento y de las expresiones de ciertos católicos, y he calificado algunas de ellas como "heréticas", evitando calificar a tales personas como "herejes". Sin embargo, queda claro que esta práctica mía es sólo una postura pesonal, un parecer personal, que no quita el que pueda calificarse de "herejes" a tales personas, si se lo hace en las debidas condiciones y expresando con precisión lo que se quiere decir.
----------Si decimos que un hombre es malvado, lo que intentamos decir es que a ese hombre le falta bondad; si decimos que es un mentiroso, entendemos que recurre habitualmente a la mentira; si decimos que es un hereje, estamos diciendo que defiende alguna herejía; si decimos que es deshonesto, que le falta honestidad; si decimos que es un hipócrita, que peca de hipocresía; si decimos que es un lujurioso, que peca de lujuria; si decimos que es egoísta, queremos decir que peca de egoísmo y así sucesivamente.
----------Admitiendo que nuestro juicio sea justo, nosotros no pretendemos faltarle el respeto a la persona, sino condenar el pecado. Claro que es cierto que, con esos apelativos, se corre el riesgo de que transfiramos a la persona el odio que experimentamos por el pecado. Después de todo -nos decimos- ¿no es acaso la persona la autora del pecado? ¿Y cómo no transferir a la causa la reprobación del efecto?
----------Hay quien, en nombre de la distinción entre pecado y pecador, quisiera evitar esos apelativos personales y limitarse a denunciar el pecado sin juzgar a la persona. Es lo que suelo hacer. Pero si se lo piensa bien, el evitar calificar a la persona no es absolutamente necesario. Vemos cómo los Santos mismos, comenzando por Nuestro Señor, usan esos apelativos. Lo importante es no hacerlo de manera precipitada e imprudentemente, sino a razón vista y con serenidad, aunque sea con justa indignación.
----------Esta separación entre buenos y malos precede a esa separación escatológica del Juicio universal, que los separará definitiva y eternamente, para siempre. Ya aquí abajo es posible distinguir el buen grano de trigo de la cizaña, pero Cristo desaconseja recoger el trigo y descartar la cizaña, porque en esta difícil operación se corre el riesgo de tomar por cizaña el grano de trigo y tomar por trigo la cizaña (Mt 13,25).
----------Claro que ese consejo de Nuestro Señor no excluye que nosotros debamos hacer un juicioso y prudente discernimiento, evitando la relación con el hereje peligroso (Tit 3,10). En la elección de los amigos, de los colaboradores, de los guías, de los protectores, es más necesario que nunca saber discernir. Se deben seguir los buenos ejemplos y evitar los malos. Por eso es necesario saber evaluar y discernir.
----------Todos reconocemos que aquí abajo es imposible hacer una separación neta entre justos y pecadores. La bondad ejemplar es rara, así como es rara la maldad evidente. El criterio teórico de juicio puede ser claro y cierto. Pero la dificultad nace cuando se trata de evaluar a las personas concretas, ya sea porque es difícil saber si lo que aparece de fuera es expresión de lo que está dentro, ya sea por la diversidad de los lenguajes y de los modelos de comportamiento, y ya sea porque la conducta humana es muy compleja, tiene muchos aspectos y no es fácil disponer del criterio de juicio adecuado para evaluar cada aspecto.
----------Son muchas las dificultades para discernir. Algunas personas se esconden. Otros fingen. Otros recitan un guión. Otros parecen abiertos, pero es solo a causa de su impulsividad; son caracteres extrovertidos, cuya intimidad puede permanecer oculta para nosotros. Muchas personalidades son contradictorias e incoherentes. Otras personalidades son inseguras y se esfuerzan por asumir un cierto rol de algún modo forzado, en el cual no creen ni siquiera ellos mismos. Otros son oscilantes, veletas, fácilmente influenciables, como cañas batidas por el viento. En otros, en cambio, detrás de una aparente inexpresividad se esconden tesoros de sabiduría. Otros, con el paso de los años, cambian de conducta, o mejoran o empeoran.
----------La Iglesia hoy más que nunca nos compromete a mantener una clara distinción entre lo verdadero y lo falso, entre la justicia y el pecado, en el momento en que nos exhorta a ver la imagen de Dios en cada hombre o mujer, nos recuerda que todos somos individuos de la misma especie humana, todos dotados de razón, todos creados para un mismo fin, teniendo todos las mismas necesidades específicas de la humana naturaleza, todos destinados a colaborar los unos con los otros, a ayudarnos los unos a los otros en la práctica del bien común. Nos recuerda que somos todos hermanos y Dios nos quiere tales, por lo cual nos exhorta a esforzarnos, en la medida que nos es posible, útil o conveniente, a relacionarnos con todos, a ir más allá de los defectos que hay en todos, a buscar lo bueno y lo positivo que, en variada medida, existe en todos.
----------Advertimos también (y la Sagrada Escritura nos autoriza a hacerlo, y también nos lo autoriza la sabiduría natural) que existen justos y pecadores, aunque en el fondo todos seamos pecadores. Y por eso también los justos pecan en esta tierra, mientras que los pecadores realizan también acciones buenas. ¿Cómo hacemos, entonces, la distinción? El apóstol san Juan llega incluso a distinguir "hijos de Dios" de "hijos del diablo" (1 Jn 3,10). Se trata, en realidad, de hacer un juicio de conjunto, de tener una mirada complexiva, abarcativa y general, se trata de ver qué prevalece en determinada persona, si la virtud o el vicio.
----------Sabemos también que, aunque todos estamos llamados a vivir en gracia de Dios, cada uno tiene la facultad de aceptarla o rechazarla, puede acogerla en un momento y no aceptarla en otro. La gracia ciertamente se manifiesta al exterior del hombre, por lo cual los grandes santos se hacen reconocer por su conducta externa y sus grandes obras; pero ¡cuántos de nosotros están en gracia y esto no se manifiesta con claridad! ¡Cuántos parecen santos y virtuosos, parecerían estar en gracia y tal vez no lo estén!
----------De nosotros mismos no podemos tener absoluta certeza de estar en gracia, sino que tan solo podemos formarnos alguna conjetura, poseer pruebas indirectas o indicios probables. ¡Figurémonos entonces cuán difícil es reconocerla en los demás! En otros hombres, en cambio, la maldad es evidente, pero son raros aquellos en los que la ausencia de gracia es obvia. Ella podría estar presente también en sujetos objetivamente pecadores, pero eventualmente en buena fe o víctimas de ignorancia invencible.
----------Entonces, al momento de distinguir a los justos de los pecadores, estamos obligados a actuar en consecuencia, agregándonos a los buenos, que se supone que pertenecen a la Iglesia visible, y cuidándonos de los malos, que se supone que están fuera de sus fronteras visibles. Y, sin embargo, no está siempre dicho, porque almas buenas delante de Dios, errantes en buena fe, pueden encontrarse fuera de dichos confines, mientras que los hipócritas y los falsos católicos pueden encontrarse dentro de la Iglesia visible. Y por eso el discernimiento no es fácil, y es necesario actuar con la máxima prudencia, "sencillos como las palomas, y prudentes como las serpientes" (Mt 10,16), "probándolo todo y guardando lo que es bueno" (1 Tes 5,21). .
   
Los criterios de distinción
   
----------Ante todo, es necesario decir que el distinguir al justo del pecador es obra difícil, que requiere disponer de claros principios de distinción, requiere de una gran capacidad de discernimiento, de mucha caridad, de gran modestia en el juzgar, dada nuestra falibilidad, de humilde y firme confianza en la luz del Espíritu Santo; se necesitan a veces largas y pacientes búsquedas y verificaciones, porque es frecuente la incertidumbre del juicio y oscura la materia del juicio. No basta la constatación de la conducta externa. Es necesario comprender las motivaciones profundas de tal conducta, que varían de individuo a individuo.
----------La Escritura ofrece diversos criterios. Citemos por ahora algunos:
----------1. El criterio del profeta Ezequiel (Ez 36,26). Distinguir el corazón de carne (justo) del corazón de piedra (pecador). De ahí la imagen bíblica del "corazón endurecido". Mientras el justo es sensible a las necesidades de los otros, se enternece y se conmueve, y es sensible a la voz de Dios y a los reclamos de la conciencia, está desprendido del mundo, en cambio, el injusto es un hombre duro y despiadado, insensible a las necesidades de los otros, refractario a escuchar la Palabra de Dios, frío a los valores del espíritu, ávido de bienes terrenos, incapaz de reconocer haber pecado y por tanto de arrepentirse.
----------2. Los criterios ofrecidos por Nuestro Señor Jesucristo son al menos tres: a) la diferencia entre la caña batida por el viento, o sea el veleta, que permanece siempre a flote, sujetándose de manera lisonjera o aduladora al poderoso de turno, y la firmeza valiente de Juan el Bautista; b) la diferencia entre quien construye sobre la roca y quien construye sobre arena; c) la diferencia entre quien sirve a dos señores (Dios y a sí mismo y mezcla el sí con el no), y quien sirve sólo a Dios con coherencia y sin dobles juegos.
----------3. El criterio ofrecido por el apóstol san Juan es la diferencia entre quien ama al prójimo, dando así prueba de amar a Dios, y quien no ama al prójimo, dando prueba de no amar a Dios. La tesis, por tanto, del ateo que ama al prójimo es una afirmación sin fundamento, una mentira. En efecto, los casos son dos: o ama verdaderamente al prójimo y entonces no puede sino amar implícitamente a Dios creador del prójimo. O no ama a Dios y entonces su amor por el prójimo es falso, es sólo exhibicionismo e interés. En efecto, quien no cree en Dios, ¿con qué amor ama a ese prójimo que encuentra su felicidad en Dios?
   
La corrección fraterna
   
----------Habiendo así cumplido la tarea de distinguir, en segundo lugar, es necesario no dejarse perturbar por el descubrimiento de perversiones de fondo, porque esto puede hacernos perder la lucidez y la objetividad de la mirada y del análisis. Pero también es necesario no dejarse exaltar demasiado por el descubrimiento de excepcionales cualidades, porque esto puede conllevar el riesgo de caer sometidos a esa persona. Habiendo llegado entonces a un juicio, es necesario elaborar una línea de acción con el propósito de valorizar al sujeto en sus aspectos buenos y corregirlo en sus defectos y en sus vicios.
----------Por consiguiente, es necesario saber acercarse al pecador siguiendo el ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, aun a costa de escandalizar a los fariseos, que nunca faltan. Sin embargo, debemos actuar como el buen médico, que trata al paciente que sufre una enfermedad infecciosa evitando quedar contagiado. Debe verificar que el pecador responde positivamente al tratamiento, porque si se da cuenta de que el tratamiento no produce resultados, debe desistir y confiarlo a otros o confiarlo a Dios.
----------La corrección fraterna, como sabemos, es un gran deber de misericordia del cristiano. Pero ella requiere precisas condiciones de posibilidad a fin de que pueda ofrecer esperanzas de buenos resultados. Es necesario ante todo que el corrigendo tenga estima y confianza hacia el corrector. Es necesario que el corrector haya individuado con precisión y certeza en que cosa debe corregir al corrigendo. Es necesario que el corrigendo esté dispuesto a dejarse corregir y sea consciente del defecto a corregir.
----------Es necesario que el corrector adopte las debidas maneras y el justo método, el correcto, para hacerse aceptar y no en cambio irritar al corrigendo. Debe hacerle entender que actúa para su bien y no por otros motivos. Debe ser persuasivo y autoritativo. Debe dar el buen ejemplo o aducir ejemplos eficaces y adecuados al caso. Son muy importantes la oración y el sacrificio por la conversión del pecador.
----------Es necesario hacerlo enamorar del valor de la virtud que le falta y hacia la cual queremos encaminarlo corrigiéndolo del vicio opuesto. En algunos casos, si el pecador tiene temor de Dios, pueden ser útiles las advertencias o las amenazas de los divinos castigos. Si se trata de debilidad, el pecador debe ser tolerado y compasionado; si se deja corregir, debe ser amonestado y reprendido.
----------Si por el contrario es protervo, soberbio y arrogante, no hay nada que hacer y todo lo que queda es rezar por él. Si causa daño público, crea desórdenes, propaga la herejía, engaña o incita a los fieles, provoca cismas, perturba a la Iglesia, debe ser denunciado a la competente autoridad.
----------Corregir al pecador es suprema tarea y deber del sacerdote, del pastor de almas, del guía espiritual, que puede ser también una mujer, como vemos por el ejemplo de los Santos. El sacerdote recibe del Espíritu Santo un don especial para esta tarea, que entra en la esencia del sacerdocio.
----------Esto no quita que el sacerdote, sobre todo el que tiene cura de almas, deba perfeccionar constantemente su trabajo pastoral con una continua obra de actualización, de consolidación de su vocación y de profundización teológica de las razones y de la fuerza de su misión, ejerciendo con celo incansable y espíritu de sacrificio este ministerio, incluso cuando no otorgue ninguna satisfacción humana, con desprendimiento del propio yo, atendiendo solamente al bien de las almas, aceptando serenamente sufrimientos de todo género, fatigas, duras pruebas, privaciones, ingratitudes, malos tratos, amargas traiciones, desobediencias, dolorosas infidelidades, humillaciones, oposiciones, ofensas, fracasos, incomprensiones e incluso persecuciones o riesgos para la propia vida, sin desanimarse jamás, atesorando la experiencia hecha, reconociendo los propios errores y trabajando para corregirlos, escuchando a los hermanos más sabios y más preparados que él, así como siguiendo las directivas pastorales del Obispo, de los superiores y del Magisterio de la Iglesia.
   
El pecado, su esencia, sus causas y sus consecuencias
   
----------La corrección fraterna implica en el corrector una clara conciencia del pecado, de su esencia, de sus causas, y de sus consecuencias; a fin de transmitir estas certezas al corrigendo. El pecado es un acto voluntario malo de la persona, cometido consciente y deliberadamente en desobediencia a la ley moral. El pecado es el efecto de una mala tendencia de la voluntad y de una ceguera del intelecto, que juzga buena una mala acción, contraria al verdadero bien del hombre y a su fin último, que es Dios. El pecado supone un agente espiritual creado, como tal capaz de elegir el bien o el mal. Dios bondad infinita no puede pecar.
----------Es falso que todos tendemos voluntariamente hacia Dios. En efecto, aunque en todos nosotros exista una inclinación natural hacia Dios, el caso es que, como consecuencia del pecado original, existe de hecho quien ama a Dios y existe quien lo odia. En efecto, con el pecado original, el hombre ha exaltado su propio espíritu e ignorando su límite, ha querido ser, instigado por el demonio, como Dios.
----------La muerte que es consecuente al pecado, obviamente no es la muerte del espíritu, pues el espíritu es ontológicamente inmortal, sino que es la muerte física. Todos los sufrimientos físicos y morales de esta vida y también las penas del purgatorio, y las penas del infierno, son, ya sea a la larga o ya sea a la breve, directamente o indirectamente, abiertamente u ocultamente, consecuencias del pecado, consecuencia del pecado original para todos, incluso para los más santos e inocentes, y además a menudo consecuencias de los pecados cometidos por otros contra nosotros y de los ataques del demonio.
----------Sin embargo, muy bien se puede hablar, como hace la Sagrada Escritura (Ap 20,14), de una muerte del alma, entendiendo por estos términos, la condición del alma como consecuente al pecado mortal, privada de la gracia, hasta llegar a la condición eterna del alma condenada en el infierno. Esta muerte consiste en la privación de la vida sobrenatural del alma, lo que sin embargo no implica en absoluto que el alma sea mortal o que esté muerta, porque le queda la vida natural ligada a su naturaleza espiritual.
----------Y sabemos también por la filosofía que el espíritu es, por su esencia, inmortal, es decir, el espíritu no puede descomponerse ni desintegrarse, ni aniquilarse, ni disolverse, porque es una forma o sustancia simple, donde no existe una materia que pueda perder la forma y así descomponerse, sino que el espíritu mismo es forma, y la forma no puede perderse a sí misma.
----------Es cierto que hay pasajes del Antiguo Testamento en que se habla de una aniquilación del malvado (por ejemplo, Na 2,1). Pero debiera quedar claro que no se trata de una anulación ontológica, la cual, por lo demás Dios, si quisiera, podría hacer, sino que se trata de un metafórico modo de decir, como cuando nosotros decimos que el enemigo está "aniquilado", queriendo con ello decir que está totalmente derrotado.
----------Por tanto, Edward Schillebeeckx se equivoca al tomar esa expresión bíblica en sentido ontológico, porque la fe enseña expresamente que los malos son castigados con una pena eterna, lo cual supone evidentemente la inmortalidad de su alma y además Nuestro Señor Jesucristo predice que sucederá también la resurrección del cuerpo de las almas condenadas en el infierno (Jn 5,29).

10 comentarios:

  1. Estimado padre Filemón,
    me gustaría preguntarle si está mal decir que Judas Iscariote está condenado.

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    1. Estimado Mauro,
      sobre esta cuestión la Iglesia permite libertad de interpretación. En efecto, la Iglesia ha definido que existen los condenados en el infierno, pero no nos dice quiénes son.
      Si nos atenemos a las palabras del Señor, todo nos haría pensar que Judas Iscariote haya sido condenado, pero no estamos ciertos, porque la misericordia de Dios podría haber intervenido en el último momento, antes de la muerte, y por cuanto respecta al suicidio, aunque en sí mismo sea un pecado mortal, podría en algunos casos ser cometido sin deliberado consenso en un estado psíquico alterado, lo que eliminaría la responsabilidad.
      En esta línea se basa el pensamiento del papa Francisco sobre este punto.

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    2. ¿No se dice de Judas que más le hubiera valido no haber nacido?
      ¿Qué significaría esto más que haya ido al infierno?

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    3. Estimado Anónimo,
      la cuestión acerca de la existencia de condenados en el Infierno es de vieja data, y cada tanto vuelve a plantearse, también en años recientes, y no han faltado serios teólogos que sostienen que Judas está en el Infierno.
      Lo que usted opina es muy argumentable, pues no hay duda de que las palabras de Nuestro Señor Jesucristo sobre Judas hacen pensar que el Iscariote se haya perdido; a menos que Jesús con esas palabras pretendiera darnos una severa advertencia para que no siguiéramos su ejemplo, mientras que no podemos excluir que, más allá del insensato acto de suicidarse, Judas hubiera acaso cumplido un supremo gesto (ya que para ello basta solo un momento) de arrepentimiento y petición de perdón in articulo mortis.
      Por lo tanto, lo que usted opina tiene fundamento, pero sigue siendo solo eso: una opinión actualmente permitida en la Iglesia, como está permitida su contraria.
      Por consiguiente, en cuanto al final del apóstol Judas, como ya he dicho, el Magisterio de la Iglesia no se pronuncia acerca de la suerte de él ni de quien se pudiera temer que no se hubiera salvado. La Iglesia, en cambio, nos enseña que no todos se salvan, pero no nos dice quiénes y cuántos son los condenados. La Iglesia se limita a canonizar a los santos y es seguro que Judas nunca será canonizado.

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  2. Estimadísimo padre Filemón:
    En verdad, la pregunta que hace el señor Anónimo me causa preocupación también a mí. Porque las palabras de Jesús parecen ser clarísimas. ¿Qué otra cosa podrían significar sino que Judas Iscariote está efectivamente condenado en el infierno?
    Agradeceré mucho que aclare este tema.

    Nadia Márquez

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    1. Estimada Nadia Márquez,
      en sustancia, no puedo decirle más que lo que le he respondido al Anónimo anterior.
      Tenga usted en cuenta que una cosa son los dogmas y la doctrina de la Iglesia, enseñanzas infalibles y en las que debemos creer, a veces con fe divina y a veces con fe en la Iglesia. Pero el caso de determinar quiénes son los condenados en el Infierno, en eso la Iglesia nos deja libertad para opinar una cosa u otra, mientras tanto ella no defina la cuestión, si es que acaso llega el momento en que decida definirlo.
      Parecidas cuestiones opinables son muchas. Pongamos por ejemplo que el Papa definiera que Judas está en el infierno, o que el Papa le diese a la Virgen María el título de "corredentora", o que sostuviera con san Agustín que los condenados en el infierno son más numerosos que los bienaventurados del cielo, o que la Sábana Santa es verdaderamente la impresión del cuerpo de Cristo, o que la Virgen se aparece hoy realmente en Medjugorje, o que en la resurrección existirán los animales, o que los ángeles han sido sometidos por Dios al principio del mundo a una prueba de fidelidad, o que el paso de los judíos por el Mar Rojo haya sido simplemente un fenómeno milagroso de marea favorable, o que Adán y Eva expulsados ​​del paraíso terrenal tuvieran un aspecto simiesco, o que también los embriones son bautizados por Cristo, o que haya habido cosas que Cristo no sabía, o que el Anticristo es un persona individual, o que los dos "testigos" de los que habla el Apocalipsis son los santos Pedro y Pablo, y cosas por el estilo.
      Todas estas hipótesis teológicas son indudablemente compatibles con los datos de la fe. Se trata ciertamente de doctrinas respetables y probables, pero que, sin embargo, no corresponden en sí mismas a las verdaderas y propias verdades de fe, en cuanto no es posible encontrarlas directamente ni en la Escritura ni en la Tradición.
      Las fuentes de la Revelación podrían respaldarlas pero también no respaldarlas. Por el momento no es posible saberlo con certeza y por eso el Magisterio pontificio como tal no se pronuncia.

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  3. Hay cosas que pretende que son opinables y no lo son. De las que estoy completamente seguro son las siguientes:
    1) La Virgen María es Corredentora. (Hay Papas que ya lo han dicho)
    2) Cristo lo sabía todo en cuanto Dios y en cuanto hombre tenía el conocimiento más perfecto que ha existido y existirá, sabiendo todo lo que se puede saber en cuanto hombre. Por lo tanto no se puede decir que haya cosas que no supiera. (Esto lo explica el Doctor Angélico en el tratado del Verbo Encarnado)
    3) Son más los condenados que los salvados. ("Muchos son los llamados pero pocos los elegidos"; hay visiones del infierno que lo confirman; el estado de apostasía generalizada lleva a pensar que innumerables almas mueren seguramente en pecado mortal)
    4) Los ángeles fueron sometidos en el principio a una prueba de fidelidad y por eso cayó Luzbel, "non serviam" (esto es una verdad enseñada por la Tradición)

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    1. Estimado Anónimo,
      expreso brevemente mi juicio respecto a la cualificación teológica de las proposiciones, tales y cuales son sus enunciados según usted literalmente me los presenta:
      1) "Corredentora" es un título tradicional, que tiene su origen en el siglo XV, por lo que no pertenece a la Sagrada Tradición. Sin embargo, habiendo sido aceptado por algunos Papas, se puede considerar como próximo a la doctrina de la Iglesia. Obviamente es necesario entenderlo en el sentido correcto, como en su momento lo he explicado en este mismo blog.
      2) Cristo ha conocido todo lo que un hombre puede conocer. Esta doctrina es enseñada por Pío XII en la encíclica Haurietis Aquas de 1956. Se puede considerar como doctrina de la Iglesia y por tanto ciertamente infalible.
      3) Sobre este punto existe libertad de opinión entre los teólogos. Las palabras de Jesús se pueden interpretar más como una advertencia, que como la enunciación de un dato de hecho. San Agustín considera que los condenados son la mayoría. Sobre este punto la Iglesia nunca se ha pronunciado, así que aquí estamos en el campo de las opiniones teológicas. Lo que ha sido definido, sobre todo por el Concilio de Trento y que por lo tanto es de fe, es que hay condenados, pero no sabemos quiénes son y cuántos son.
      4) Esta doctrina es propia de los Santos Padres, los cuals ciertamente contribuyen a la constitución de la Sagrada Tradición. Sin embargo, para establecer si una de sus doctrinas pertenece efectivamente a la Tradición, es necesario un consenso por parte de la Iglesia. En el caso específico que nos ocupa, al no haber recibido este reconocimiento, se trata aquí de una simple opinión teológica, aunque autorizada, expresada por algunos Padres.

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  4. Padre Filemón,
    me da la impresión que usted cambia lo dicho antes, o se contradice.

    Me parece entender que en un primer comentario usted dice que afirmar "que haya habido cosas que Cristo no sabía" es una opinión teológica.

    Pero luego, en el comentario siguiente dice que "Cristo ha conocido todo lo que un hombre puede conocer. Esta doctrina es enseñada por Pío XII en la encíclica Haurietis Aquas de 1956. Se puede considerar como doctrina de la Iglesia y por tanto ciertamente infalible".

    Entonces ¿se está contradiciendo, o está negando lo que dijo antes?

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    1. Estimado Fernando,
      no cambio lo que he dicho antes, ni me contradigo. Confirmo todo lo que he dicho. Vale decir, confirmo la lista que anteriormente he dado de ejemplos de hipótesis, que la Iglesia deja en libertad de opinión a los fieles.
      Pío XII, en la encíclica que he citado, habla de la ciencia infusa de Cristo. A este nivel, Cristo conocía todo lo que un hombre puede conocer, gracias a las ideas que eran infundidas en su mente humana por parte del Verbo.
      Pero el caso es que nosotros, en el Evangelio, encontramos algunos episodios en los que Jesús desea ser informado, por ejemplo cuando pregunta a los presentes dónde había sido depositado el cuerpo de Lázaro, o bien cuando, después de haber curado a una mujer, que lo había tocado, pregunta a quienes lo rodean quien lo había tocado. Este nivel de conciencia es el más bajo y corresponde a nuestro mismo nivel de conciencia.
      Todo esto significa que Jesús, según las circunstancias, escogía el nivel de conciencia que consideraba útil en esa circunstancia, por lo cual en ocasiones muestra tener una conciencia superior a la ordinaria, capaz de conocer cosas que nosotros normalmente no conocemos, como por ejemplo cuando se da cuenta de lo que estaban pensando quienes están presentes con él, sin haberlo ellos expresado en palabras.
      Esta conciencia de los límites humanos de Jesús en el campo del conocimiento es el resultado de una cristología más atenta a cómo el Hijo de Dios ha querido humillarse para rebajarse a nuestro nivel, a fin de elevarnos a su vida divina.
      Si usted quiere aclarar esta cuestión, le aconsejo que mire en la Suma Teológica de Santo Tomás, la Tercera Parte, donde trata de la cristología y en particular de la ciencia de Cristo.
      Además ( https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/index_sp.html ) puede consultar el Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 472-474.

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