jueves, 26 de noviembre de 2020

Santidad: la vía de lo social

No debe sorprendernos constatar el modo como en el curso de la historia, desde los inicios del cristianismo hasta hoy, el ideal de la santidad, sin dejar de estar caracterizado por sus esenciales e inmutables exigencias, respondiendo a la definición misma del concepto católico de santidad, ha estado sujeto a una cierta evolución, por la cual la Iglesia, profundizando la Palabra de Dios y liberándose progresivamente de equívocos y errores provenientes del paganismo, ha comprendido y comprende siempre mejor las características propias del ideal evangélico de la santidad.

----------Un aspecto propio de esta evolución, sobre todo a partir del Humanismo y del Renacimiento, es la aparición de una santidad ligada a la vida activa, secular, social. Una santidad que exalta todo el campo de los valores terrenos de la familia, del trabajo, de la economía, de la política, del arte, de la cultura. Con anterioridad en la historia, como es bien sabido, los santos canonizados eran elegidos sobre todo entre los monjes, los ermitaños, los religiosos, los sacerdotes. Antes la santidad era, toda ella, por así decirlo, proyectada hacia el cielo, mientras que la santidad moderna, como para dejarse influir mejor por los efectos de la Encarnación, por supuesto permanece siempre proyectada hacia el cielo, pero resalta mayormente la posibilidad de la santificación del mundo presente.
----------La situación actual, casi en reacción a la concepción pasada, que exageraba el desprecio por el cuerpo, el desapego del mundo y el ascetismo individual, ve las preferencias de muchos católicos por ir a un tipo de santidad todo tomado por preocupaciones sociales, por la organización de centros de asistencia a los pobres y necesitados, hasta el punto extremo de sacerdotes y religiosos que parecen no tener otro interés que el de procurar al prójimo un bienestar material, quizás con el uso de medios políticos a veces cuestionables e improbablemente evangélicos: véase por ejemplo la teología de la liberación.
----------Se invoca, en apoyo de esta nueva concepción de santidad, que suele ser relacionada con gusto y placer al "espíritu" del Concilio Vaticano II, la eficacia del testimonio frente a la gente común, quizás no creyente: las necesidades de los pobres, se dice, sobre todo en los países menos desarrollados, son muy grandes; Cristo indudablemente ha mostrado una gran entrega en beneficio de los pobres; la solidaridad hacia ellos es una actitud moral que todos, incluso los no creyentes, pueden comprender y apreciar. De ahí el cambio producido sobre todo en estos cincuenta años de postconcilio en muchos institutos misioneros, los cuales parecen limitarse a la sola promoción humana, económica y social, minimizando la instrucción catequética y la exposición cuidadosa de los misterios de la fe, con la consiguiente disminución de la administración de los sacramentos y de la organización de las comunidades eclesiales.
----------En algunos casos es la propia situación sociopolítica la que obliga a ciertos institutos a limitarse al trabajo social, ya que en determinadas regiones y países un intento de evangelización sería tomado como indebido "proselitismo" y en ocasiones sería formalmente prohibido por las autoridades locales, las cuales tal vez son expresión de otras religiones, como por ejemplo el islamismo.
----------¡Con cuánta frecuencia, cuando se habla de "pobres", nos limitamos a pensar sólo en los pobres en sentido material, y cuando se habla de "caridad" se piensa sólo en la asistencia en sentido material a los pobres! El Catecismo Mayor de San Pío X enumeraba, en cambio, junto a siete obras de misericordia corporal, siete obras de misericordia espiritual, en sí mismas más preciosas, así como son más importantes las necesidades del alma respecto a aquellas del cuerpo, aunque sea evidente que en muchos casos es más urgente socorrer las necesidades del cuerpo. Y es cierto que dando testimonio en el campo de la caridad material, se obtiene aquella confianza y aquella credibilidad que nos permiten tocar de modo persuasivo los más delicados y difíciles temas del espíritu y del mundo sobrenatural.
----------No hay duda de que la laboriosidad social, o sea, la asistencia a los enfermos, a los ancianos, a los minusválidos, la instrucción y promoción económica de base (pensemos en las famosas "reducciones" de los Jesuitas en el Brasil, Paraguay y Argentina del siglo XVII), la atención a los peregrinos, el interés por los huérfanos, los desocupados, los nómadas, los emigrantes, los presos, los ex-convictos y cosas afines, puede ser una excelente materia para construir la propia santidad, aparte del hecho de que ciertos institutos religiosos tienen esas finalidades entre sus competencias institucionales.
----------Y una característica de la caridad social de las instituciones cristianas siempre ha sido la de atender aquellas necesidades en las cuales nadie pensaba o de las cuales nadie se preocupaba, necesidades que cambian con el sucederse de los tiempos y con las el variar de las situaciones. Por lo cual son incontables las iniciativas de caridad impulsadas por la Iglesia y por los santos, iniciativas que después sucesivamente han sido asumidas por el gobierno civil, el cual de por sí está destinado al cuidado del bien común temporal y a la promoción de la justicia y de la dignidad humana.
----------Pensemos, por ejemplo, en la asistencia a los enfermos a domicilio, a la cual han seguido los hospitales, los "montes de piedad" que después han dado origen a los bancos e instituciones de crédito, pensemos en los hospedajes para peregrinos, a los cuales han sucedido los albergues, en las escuelas catedralicias, que han sido los primeros inicios de las modernas universidades, etc.
----------Sin embargo, no basta el ejercicio de tal laboriosidad para hacer al santo: es necesario ver con qué espíritu, para qué fines, sobre qué base, con cuáles motivaciones de fondo se cumple una determinada actividad social. De hecho, existen modos y modos de cumplirla. Y con una mirada atenta se puede ver la diferencia entre el modo como una cierta actividad, quizás de por sí buena e incluso óptima, es desarrollada por un santo y el modo como en cambio es desarrollada por uno que, santo, no es.
----------Porque, como bien lo sabemos y siempre debemos recordar, la actividad del santo surge ciertamente de un mínimo de competencia humana y, a veces, también de alta profesionalidad (pensemos por ejemplo en un san Giuseppe Moscati), pero el resorte de fondo que impulsa al Santo a la actividad es la contemplación y la adoración del misterio divino, es la práctica sacramental, es la conciencia de ser instrumentos de la divina bondad, es un ejercicio ferviente de todas las virtudes, es la capacidad de ver a Nuestro Señor Jesucristo en el pobre y en el necesitado y, si se trata de un Religioso, es la observancia diligente de la Regla. Sobre todo es una intensa caridad, llevada a veces hasta el heroísmo, es aquella caridad que hacía decir a san Pablo: "El amor de Cristo nos apremia", porque "ya no soy yo que vivo, sino que Cristo vive en mí".
----------Y llega cierto punto y momento en que los demás lo advierten, quedan asombrados y maravillados y comienzan a preguntarse el por qué de tanta generosidad y cuál es la fuerza que empuja a cumplir actos de tanta virtud. Lo que sorprende en el santo no es tanto cuánto hace, sino cómo y por qué lo hace. Esto de las intenciones, de los motivos, de las finalidades, es algo de lo cual hay muchos ejemplos históricos. Por ejemplo, los estadounidenses en la post-guerra (y ciertamente fue un bellísimo gesto) distribuyeron una cantidad inmensa de bienes de todo tipo a las poblaciones italianas empobrecidas y postradas por la guerra. Muchos son los europeos que hoy aún viven en agradecido recuerdo de aquellos beneficios recibidos cuando niños. Y, sin embargo, siempre se podría decir: ¿pero no habrá sido este un modo, aunque disimulado, por parte de los estadounidenses, de obtener en tal manera una sumisión de los italianos? ¿Una manera de mostrar a los italianos el gran poder de la democracia estadounidense? Por el contrario, en la acción del santo no hay dudas: toda ella está, en cambio, caracterizada por el total desinterés y el único propósito de hacerse mediador y transmisor de la bondad divina y de la gracia de Cristo.
----------Es que, a decir verdad y francamente hablando, el problema todavía vivo en nuestro mundo católico es el de la relación entre Marta y María (cf. Lc 10,38-42). Me temo que muchos de nosotros preferimos la primera a la segunda, a pesar de las claras palabras del Señor a favor de la primera. El pasado 26 agosto se cumplieron 110 años del nacimiento de santa Teresa de Calcuta [1910-1997], y el 7 de octubre se cumplieron 70 años de la fundación de las Misioneras de la Caridad. Al recuerdo de Teresa de Calcuta, me permito ahora unir el recuerdo de san Charbel Makhlouf [1828-1898], un ermitaño libanés, beatificado y canonizado por el papa san Pablo VI en los años en que arreciaban las nuevas corrientes de espiritualidad y santidad "sociales" del tan mentado "espíritu conciliar". ¿Cuál de los dos santos es más popular? ¿Cuál de los dos tipos de santidad es más apreciado? Pienso que no es necesaria la respuesta.
----------Queridos lectores: si nos viene espontáneamente el sentimiento de apreciar más a Marta que a María, eso es señal de que algo anda mal en nuestro concepto de la santidad. Estamos más cercanos a Napoleón que a Jesucristo. Se sabe de hecho que cuando Napoleón ("Aquila rapax" según el lema 97 de la profecía de san Malaquías) suprimió los institutos religiosos, se deshizo de los monasterios y de los institutos contemplativos, pero dejó que subsistieran muchas congregaciones de Hermanas, en cuanto las juzgaba "útiles" a la sociedad, mientras que los primeros eran considerados parásitos y ociosos. Sin embargo, san Agustín, como verdadero cristiano, decía: "Otium sanctum quaerit caritas veritatis; negotium justum quaerit necessitas caritatis". ¿Estamos dispuestos a encontrar más cristianismo en san Agustín de Hipona que en Napoleón Bonaparte?

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