domingo, 15 de noviembre de 2020

Valor permanente y claroscuros de la Cristiandad medieval (1/2)

Vuelvo a proponer a la consideración del lector unos apuntes (aunque algo ampliados y reelaborados) que fueron publicados en este blog a principios de año. El fenómeno de la Cristiandad medieval, esa realización social del Cristianismo en el pasado, aún reconociendo las dificultades que conlleva su comprensión incluso para el historiador católico más competente y avezado, no siempre ha sido expuesto con los debidos equilibrios y respetos a la verdad de sus claroscuros, aún cuando no deje de reconocerse su valor permanente.

----------En la historia suelen aparecer fenómenos de masas que nos presentan, bajo una forma caduca, transitoria y defectuosa, valores morales universales y permanentes, que por lo tanto siguen siendo siempre modelos colectivos de comportamiento para todos los tiempos y para todos los lugares. Siempre la humanidad, en cualquier tiempo y lugar, puede volver su mirada a ellos y reconocerse como tal, en la pureza de sus valores permanentes, para retornar siempre a ellos. Sin embargo, no debemos olvidar nunca que también esos modelos necesitan ser liberados de las contingencias históricas superadas y de sus defectos.
----------En el ámbito individual, podemos pensar en el ejemplo de las grandes personalidades, de los héroes, de los maestros, de los sabios y de los santos: hombres y mujeres que van más allá de su tiempo, los superan, y, si en nuestra consideración los liberamos de los lazos que ellos tienen con el concreto entorno histórico que ellos vivieron, también pueden ser modelos individualmente para cada uno de nosotros, hombres de hoy. Algo similar ocurre con los períodos históricos y con las civilizaciones del pasado.
----------Se sabe cuánta admiración tenía el romanticismo alemán por todo lo griego, o cuánta fue la admiración que supo alimentar el fascismo por la cultura romana de la antigüedad, o cuánta admiración tenía la cultura francesa napoleónica por la antigua civilización egipcia, etc.
----------Pues bien,  no hay duda que el catolicismo ha nutrido, desde el siglo XIX hasta la época del Concilio Vaticano II, una fuerte admiración por la Cristiandad medieval (sigue siendo clásica, entre muchas otras, en este clima de redescubrimiento de la espiritualidad medieval, la importante obra de Etienne Gilson [1884-1978], El espíritu de la filosofía medieval); admiración traducida en sano impulso de imitación de sus valores. Pero precisamente aquello solamente se prolongó hasta el mismo momento en que el mundo católico, en parte detrás del impulso del propio Concilio, comenzó a mirar como a modelo a la propia catolicidad moderna con la mirada puesta también en otras confesiones cristianas, en otras religiones y en otras culturas.
----------Este enfoque de por sí no es incorrecto y ciertamente ha sido sugerido por el Concilio. Sin embargo, también se ha exagerado, cayendo en una forma de neo-modernismo, que ha llevado al desprecio no sólo por el cristianismo medieval sino incluso por la propia Iglesia del preconcilio.
----------Pensemos por ejemplo en el manifiesto repudio hacia la así llamada "era constantiniana", que ha sido el estandarte de la Escuela de Bolonia de Giuseppe Alberigo [1926-2007] y de la escuela de Giuseppe Dossetti [1913-1996], en nombre de una Iglesia del Espíritu Santo refractaria al papado y a la dogmática post-tridentina, más similar a Iglesia Ortodoxa que a la Iglesia Católica.
----------También encontramos algunas ideas similares en la perspectiva de Jacques Maritain [1882-1973] de un "nuevo cristianismo profano-cristiano" inspirado en el "humanismo de la Encarnación", expuesto en su famoso libro Humanismo integral (de no sencilla valoración). Sin embargo, en defensa de Maritain, hay que reconocer en el filósofo tomista francés su insobornable aprecio por la teología escolástica y su absoluta fidelidad al Magisterio de la Iglesia de todos los siglos, lo cual está fuera de toda discusión.
----------El matiz interpretativo que intento expresar es que las posiciones de Alberigo y Dossetti se asemejan a la de Maritain en aquello que se refiere al pasaje histórico de la llamada religión de Estado, característica de la "era constantiniana" y del gobierno político católico que estuvo vigente en el Medioevo, hacia la libertad religiosa y al pluralismo en política enseñados y promovidos por el Concilio Vaticano II.
----------En cambio, la posición de Maritain difiere de la de Alberigo y Dossetti en lo que se refiere a la relación de la Cristiandad medieval con el catolicismo moderno, en cuanto que, mientras para Maritain la Edad Media sigue siendo, claro que con las debidas adaptaciones, un esencial punto de referencia para el "proyecto histórico concreto de un nueva cristiandad", según la expresión del propio Maritain, en cuanto verdadera realización histórica del Evangelio, para los otros dos mencionados autores la idea misma de Cristiandad ha terminado, ha sido superada, y debe ser sustituida en cuanto la modernidad ha sustituido a la Cristiandad medieval, no en continuidad con ella, sino en forma de revolucionaria ruptura (piénsese en la reforma cartesiana, en la filosofía kantiana y de la Ilustración, así como en la Revolución Francesa), lo cual respondería a las auténticas y originarias exigencias del Evangelio y de la moción del Espíritu Santo.
----------De esta manera, la posición de los rupturistas Alberigo y Dossetti se acerca a la postura luterana del pretendido retorno al puro Evangelio liberado de la "desviación" (según ellos) o ruptura operada por la Iglesia medieval. Mientras que Maritain, por el contrario, ve entre Medioevo y Modernidad una continuidad en el progreso, tomando como criterio de discernimiento de la "Nueva Cristiandad" (propuesta por el filósofo francés) no a la modernidad de modo indiscriminado, ni a un evangelismo arcaico que descuide los desarrollos de la dogmática medieval y en particular el esencial aporte de santo Tomás de Aquino [1225-1274], sino operando una distinción en la modernidad entre aquello que se concilia y aquello que no se concilia con el Evangelio y con el Magisterio de la Iglesia, asumiendo lo primero y rechazando lo segundo.
----------En lo que a mi respecta, los lectores no pueden tener ninguna duda sobre mi posición: decididamente estoy a favor de Maritain, porque él es más respetuoso de la continuidad de la tradición dogmática de la Iglesia sin por esto descuidar el aporte de novedades que se ha verificado en la Iglesia a partir del final del Medioevo hasta nuestros días, especialmente en el Concilio Vaticano II.
----------Por lo tanto, el concepto de cristiandad no está en absoluto superado, sino que sigue siendo una categoría socio-histórica no sólo válida sino esencial para designar las diversas estructuras o configuraciones colectivas del modo de ser de la Iglesia y de los católicos en los diversos climas histórico-culturales-geográficos del progreso de la humanidad. Se trata, así, de una idea en perfecta línea y consonancia con el concepto de inculturación nacido de las doctrinas del Concilio Vaticano II.
----------Entonces, efectivamente, la Cristiandad medieval, una realización social del cristianismo del pasado, una pasada "civilización católica", una pasada "civiltà cattolica" (sólo para retomar el título de una famosa revista de los Jesuitas), puede ser sin duda para nosotros los católicos actuales, modelo para hoy, en cuanto encontramos en ella algo bueno que hemos perdido y que es necesario recuperar.
----------Ahora bien, llegados a este punto debemos reconocer algo básico: el valor incalculable, lo que de hecho tiene de milagroso, y que caracterizó la cristiandad europea medieval, como todos saben, aunque pocos parece que lo piensan a menudo, ha sido la unidad de la fe católica o al menos de la fe cristiana, si queremos abrazar también a los cristianos disidentes del Oriente, los así llamados "Ortodoxos", término que en su significado etimológico (recta fe) se adecua más a los católicos que a ellos.
----------Y esa unidad de la fe católica hacía que de hecho el Papa y el Emperador gobernaran juntos la entera Europa, unidos tanto desde el punto de vista de la fe como desde el punto de vista de los principios y de las leyes fundamentales del bien común temporal, inspirados en la fe católica. Por eso el Papa era el guía espiritual de Europa y como tal, como en el plano de los principios lo espiritual guía lo temporal, acompañaba el Papa al Emperador y a sus súbditos, dedicados al bien temporal, hacia la plena realización del Reino de Dios: "non eripit terrena, qui regna dat caelestia", como canta un antiguo himno litúrgico. Todos juntos, le daban a Dios aquello que es de Dios y al César aquello que es del César (Mc 12,17).
----------Ciertamente, existían los cismáticos del Oriente, pero su separación del Papa era nada comparada con la descomunal tragedia que se iniciaría con Martín Lutero [1483-1546] en el siglo XVI, la así llamada "Reforma", que separó airadamente enteros pueblos y naciones de su anterior unión a Roma, y que no fue en absoluto un volver a dar forma, como la palabra significaría, sino un quitar la  forma, una remoción o eliminación de la forma, una deformación, algo hasta entonces del todo inaudito e impensable, que contenía en sí mismo, más allá de algún aspecto positivo, un germen de disolución, que gradualmente iría dando sus venenosos y mortíferos frutos en los siglos siguientes hasta llegar a la situación que actualmente padecemos.
----------De modo similar, un miembro amputado del cuerpo durante algún tiempo conserva su forma, pero luego la pierde cada vez más a medida que avanza el proceso de descomposición, aunque en lo que respecta a los fenómenos del espíritu, como lo es el protestantismo, existen de hecho reinicios y renacimientos, por los cuales ciertos elementos válidos pueden conservarse e incluso pueden progresar.
----------A nosotros, los católicos de hoy, habituados como estamos ya desde hace siglos a las divisiones religiosas, nos cuesta mucho imaginar, con los debidos colores y detalles, el horror, el escándalo y la indignación que sufrieron las naciones que permanecieron unidas a Roma frente a esa enorme e impresionante defección y división: a un lado los protestantes, convencidos de haber encontrado el Evangelio originario, y a otro lado los católicos, decididos a conservarlo como es y a protegerlo de la deformación protestante.
----------Conviene que dejemos nuestra reflexión de hoy en este punto, el cisma protestante, para tratar de comprender mejor sus consecuencias, en nuestra próxima reflexión. 

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