Entre los variados puntos considerados en la Carta Apostólica "Desiderio desideravi" el Santo Padre ha vuelto a referirse a un tema muy querido por él: la gratuidad de la gracia, que es la cuestión que indudablemente está en el corazón de la ética cristiana. [En la imagen: "El fariseo y el publicano", un fresco barroco encontrado en la Abadía benedictina de Ottobeuren, Alemania].
En el corazón de la ética cristiana
----------El papa Francisco, en su reciente carta apostólica Desiderio desideravi, volvió a tocar un punto que le es a él muy caro: la gratuidad de la gracia. "Si el neopelagianismo nos intoxica con la presunción de una salvación ganada con nuestras fuerzas, la celebración litúrgica nos purifica proclamando la gratuidad del don de la salvación recibida en la fe. Participar en el sacrificio eucarístico no es una conquista nuestra, como si pudiéramos presumir de ello ante Dios y ante nuestros hermanos." (n.20).
----------La cuestión que allí toca Francisco, fue particularmente tratada por él en dos homilías que merecen ser recordadas, ambas de fines de 2019. Una es su homilía en Casa Santa Marta el 19 de diciembre de 2019, y otra es su homilía de la Misa de Nochebuena de ese mismo año. En ambas el Romano Pontífice habló de la gratuidad de la gracia en relación con la salvación y el pecado, y ha insistido sobre todo en subrayar precisamente eso, la gratuidad de la gracia, y el hecho de que "el pecado es el querer redimirnos por nosotros mismos". Dijo también que "el pecado es no custodiar la gratuidad"; "si tú no te confías a la gratuidad de la salvación del Señor, no serás salvado"; "ninguno de nosotros merece la salvación".
----------Los temas señalados son de grandísima importancia e interés. Quisiera hacer un breve comentario sobre las palabras del Papa con observaciones integrativas que lleven luz a ciertos aspectos de la temática no tocados por el Papa. Comencemos con algunas anotaciones generales concernientes a la gracia. Luego mencionaremos los temas del pecado y del mérito.
----------La gracia de Dios, considerada en general, la llamada gracia santificante o salvadora, es una participación habitual por parte del alma en la misma vida divina, don preciosísimo que Dios ofrece a todos y cada uno en orden a la salvación (gracia sanante) y para elevarlo a una vida sobrenatural a imagen de Cristo, la llamada "filiación divina" (gracia elevante) que implica una relación con Dios y una felicidad inmensamente mejores o superiores a aquellas que permite la simple satisfacción de las exigencias, necesidades, fines y derechos que corresponden a la naturaleza humana.
----------La gracia en general es gratuita en cuanto es un beneficio divino de inconmensurable valor, que no puede ser merecido ni comprado ni pagado ni adquirido con ninguna obra o prestación humana. Si existen beneficios impagables y sin precio o invaluables a nivel humano, tanto más sin precio o invaluables e impagables son los dones de la gracia, cuyo valor es infinitamente superior a los máximos bienes de la vida humana.
La gracia sanante
----------La primera gracia en el orden del tiempo, la gracia sanante, el "primer auxilio" divino, por así decir, que libera al hombre del inicial estado de pecado o de culpa consecuente al pecado original (la gracia bautismal) no puede ser merecida, y tampoco puede ser merecida la gracia de la perseverancia final. La primera gracia es la que hace pasar la voluntad del pecado a la justicia, es la gracia que cambia nuestro corazón y lo hace eventualmente arrepentido y dócil a la voluntad de Dios. Una vez que el alma posee esta gracia, sus obras, que antes de la posesión de la gracia eran inútiles para la salvación, devienen meritorias para un aumento de la gracia, como "una fuente de agua que brota para vida eterna" (Jn 4,14).
----------La gracia sanante es aquella que alivia al hombre de su miseria consecuente al pecado y lo libera de la culpa. Después del pecado original, el hombre se ha encontrado en tal estado de miseria y de debilidad, que por sí mismo, justamente castigado por Dios, no alcanza a retornar a Dios, de Quien, con el pecado, se ha alejado y de Quien se ha hecho enemigo. Pero, como bien sabemos, Dios no ha querido dejarlo en ese estado, ha tenido misericordia de él y le ha donado a Cristo redentor.
----------La gracia sanante no es necesaria a la naturaleza humana para que ella alcance sus fines naturales o para satisfacer sus exigencias esenciales, pero es necesaria en la suposición de la naturaleza corrompida por el pecado, porque en estas condiciones la naturaleza no puede ni siquiera realizar la perfección de las virtudes naturales, sin el socorro de la gracia, socorro o ayuda que por parte de Dios sigue siendo gratuito, no obligatorio, porque el hombre después del pecado original ya no ha podido merecer ante Dios, por lo cual Dios lo ha salvado no porque haya tenido un débito frente a él, sino porque ha tenido piedad de él.
----------Entonces entra en función la llamada gracia de la "justificación" (Rom 3,21). Dios la ofrece al hombre pecador para su conversión, pero por su mala voluntad puede ser rechazada. Su presencia en nuestra alma nos hace amigos de Dios, herederos de la vida eterna. Su ausencia nos deja por nuestra propia culpa en nuestros pecados, como enemigos de Dios, expuestos a la condenación eterna.
La perseverancia final
----------Por otra parte, la perseverancia final es una gracia no merecida porque ella consiste en el hecho de que uno persevera en la gracia hasta el final. Pero esta perseverancia hasta el final puede también no suceder, porque puede acontecer que uno en algún momento cae en pecado mortal, por lo cual, si muere en estas condiciones no se salva. Por eso es necesario pedir insistentemente en la oración la gracia de la perseverancia final, es decir, la gracia de una buena muerte.
----------Es necesario prestar atención para no confundir la gracia de la perseverancia final con el último acto de caridad, por lo tanto en gracia, cumplido en el último instante de la vida inmediatamente antes de la muerte, acto que puede haber sido merecido por un precedente acto en gracia. En efecto, la perseverancia final es una sucesión, quizás discontinua, de actos en gracia hasta la muerte ("bien está lo que bien acaba"), mientras que aquí estamos ante un único acto en gracia inmediatamente precedente a la muerte, acto que puede ser de arrepentimiento por toda una vida pasada en el pecado.
La gracia elevante
----------La gracia elevante es gratuita, en cuanto ella no sirve y no es debida por Dios al hombre para satisfacer exigencias de la propia naturaleza humana, y no tiene el hombre derecho a recibirla, porque ya la naturaleza, en línea de principio, puede obtener este fin simplemente poniendo en acto las fuerzas propias de la naturaleza, intelecto y voluntad, para alcanzar aquella felicidad que consiste en la contemplación afectiva, a través de los efectos, del Dios único, causa y propósito del universo.
----------Dios se obliga entonces consigo mismo y frente al hombre, cuando dona la gracia con las exigencias que ella conlleva, mientras que el hombre que ha cumplido sus deberes para con Dios, puede en este punto exigir de Dios el premio como corona a él debida por justicia. En tal modo, la visión beatífica de la Santísima Trinidad, don de la gracia elevante, totalmente por encima de las exigencias de la naturaleza humana, deviene para el hombre en gracia, para el hijo de Dios, una exigencia de su felicidad.
----------Puede, en cambio, ser merecido, con mérito sobrenatural, cuando ya se está en gracia, el aumento de la gracia y el premio del paraíso del cielo. En efecto, la salvación es don de la gracia. Sin embargo, esto no quita que nosotros debamos obrar por nuestra propia salvación, de lo contrario no nos salvamos. Lo que quiere decir que Dios está dispuesto a salvarnos a condición de que nosotros estemos dispuestos a cooperar con la gracia mediante las buenas obras. No basta la confianza de que Dios nos salva, sino que para salvarnos efectivamente, es necesario que esta confianza sea acompañada de las buenas obras, como nos advierte Santiago.
----------De la Escritura resulta claramente que la salvación es efecto de una alianza entre el hombre y Dios. Dios es fiel a las promesas y mantiene los pactos. Dios salva, sí, al hombre gratuitamente, porque para la salvación es necesaria la gracia, pero no bajo cualquier condición o sin condiciones. Al contrario, Dios salva en muy precisas condiciones, las cuales son objeto del pacto. Dios no salva al hombre de cualquier modo e independientemente de cualquier cosa que el hombre haga o no haga, ya sea que peque o que no peque, sino sólo si respeta las condiciones pactadas, que entonces son la observancia de los mandamientos divinos, de modo que, si el hombre no cumple con los pactos y desobedece, no puede salvarse.
----------Si Dios diera gracia y salvara incluso a quien obstinadamente peca y no se arrepiente, se convertiría en cómplice y connivente con el pecado, lo cual es una blasfemia de solo pensarlo. Si Dios dejara correr el pecado y no lo castigara, sería un Dios injusto, malvado y autor del pecado, lo que de nuevo es blasfemia e impiedad. El pecado de por sí requiere ser castigado, así como el veneno no puede no producir la muerte. No castigar el pecado quiere decir aprobarlo. El más mínimo sentido de justicia en el campo civil dice que es odiosa y no actúa bien la autoridad que no castiga los delitos.
----------Y si le pedimos justicia a la autoridad humana, ¿no deberíamos pedírsela a Dios? Si hace justicia la autoridad humana, ¿no deberá hacerla Dios, y mucho mejor? ¿Dónde acabaron los "pecados que claman venganza ante los ojos de Dios" en el Catecismo de san Pío X? ¿Están todos "legitimados"? ¿Y quién remedia los defectos de la justicia humana, sino la justicia divina? Quien escapa de la aquella, ¿puede escapar de ésta? Si, pues, en virtud de la gratuidad de la gracia, podemos pecar tranquilamente en la seguridad de salvarnos lo mismo, ¿qué sentido tienen los divinos mandamientos y las amenazas para el que los desobedece?
----------De hecho, son clarísimas y repetidas las gravísimas amenazas de Nuestro Señor a quienes desobedecen sus mandatos. Y si quienes desobedecen su ley, en todo caso debieran salvarse en virtud de la gratuidad de la gracia, ¿por qué Cristo los amenaza? ¿O creemos ser más misericordiosos que Nuestro Señor? ¡Así que prometámosles el paraíso del cielo también a ellos!
----------Si Dios no castiga es porque perdona al pecador arrepentido, el cual acoge la gracia del arrepentimiento y se convierte, dispuesto a expiar su pecado. Pero sería la impiedad de Lutero creer que Dios diera el permiso para pecar: "pecca fortiter", no te preocupes, porque Dios dona siempre gracia y perdón sin condiciones; basta creer que te salves: "crede firmius". Un Dios que aprueba, premia y alaba tanto el bien como el mal, tanto lo verdadero como lo falso, tanto el pecado como la justicia, tanto lo justo como lo injusto, tanto la culpa como la inocencia, ¿qué Dios es?
----------Con sus advertencias Jesús quiere hacernos entender que pecar o no pecar no es cosa indiferente, porque en cualquier caso seremos todos objeto de la misericordia divina, sino que entre el vivir en gracia obedeciendo a Dios y la ausencia de gracia en la desobediencia a Dios, hay es un abismo infranqueable, porque lo primero implica un premio grandísimo (el paraíso del cielo), mientras que lo segundo conlleva un castigo severísimo (el infierno). Y depende de nosotros la elección. Y no todos eligen bien. ¿Queremos reflexionar sobre estas cosas y decidirnos a tomar en serio la vida cristiana?
----------Cuando se habla de la gratuidad de la gracia, sería bueno, por tanto, hacer estas presiciones y dar estas advertencias, que por lo demás nos da el mismo Cristo, de lo contrario, quien escucha, que es un hijo de Adán pecador, corre el riesgo de malinterpretar y querer hacerse el astuto pensando en poder salirse con la suya de cualquier modo porque Dios "nos ama"; pero, como advierte san Pablo, "nadie se burla de Dios" (Gal 6,7).
La gracia es la causa del mérito
----------En cuanto a la frase del Papa "ninguno de nosotros merece la salvación", después de cuanto he dicho, podemos comprender cómo debe ella ser entendida. La frase debe ser entendida como exclusión de méritos simplemente humanos, precedentes a la gracia, los cuales supondrían, como creía Pelagio, que la iniciativa de la justificación no perteneciera a la gracia, sino a la voluntad humana.
----------Ahora bien, recordemos en qué consiste, en general, el mérito. El mérito es la exigencia de una justa retribución (premio o castigo) por parte de la autoridad (humana o divina) por una obra buena o mala (en gracia o contra la gracia) cumplida por un agente con libre albedrío (hombre o ángel).
----------El concepto de mérito es fundamental tanto en la ética natural como en la ética cristiana. En efecto, en todo acto moral natural o sobrenatural encontramos tres condiciones: 1. el sujeto merecedor o meritorio, al cual la justicia requiere que le sea dada una retribución; 2. la retribución y 3. la autoridad retributiva. En la ética sobrenatural cristiana, la gracia no excluye el mérito, porque la gracia viene de Dios, mientras que el mérito viene del hombre, es decir, del cristiano partícipe de los méritos de Cristo.
----------Por lo tanto, es necesario decir que, dado este concepto del mérito, el Romano Pontífice no excluye, sino que sobreentiende los méritos sobrenaturales provenientes de la gracia. En efecto, como veremos enseguida, la Sagrada Escritura parangona el paraíso del cielo a un salario, un premio o un objeto de conquista. El esperar la salvación sin preocuparse por procurarse méritos para el cielo, el Concilio de Trento lo llama "la vana confianza de los herejes" (Denz.1533-1534), con evidente referencia al sola gratia de Lutero.
----------Es claro, además, que nuestros méritos son sólo una participación en los méritos de nuestro Señor Jesucristo, quien, siendo el Hijo de Dios, ha merecido en medida absolutamente suficiente y sobreabundante; mientras que a nosotros, por misericordia del Padre, nos viene concedido el merecer -comprendida Nuestra Señora- en modo sólo conveniente y por piedad. Nuestro orgullo, por lo tanto, nuestra "gloria" como dice san Pablo (Gál 6,14), no son tanto nuestros méritos, aunque ellos son reales, y sería ingratitud de Dios ignorarlos, sino sobre todo los méritos de Cristo crucificado.
----------Por lo tanto, es necesario merecer el premio celestial. Como advierte el Catecismo de san Pío X, no podemos ilusionarnos y engañarnos de poder salvarnos sin mérito. El reino de los cielos es conquistado, como dice Nuestro Señor, por los "violentos" (Mt 11,12), naturalmente no en el sentido de aquel violento que se deja vencer por la ira, sino en cuanto en el violento se expresa una fuerte energía de la voluntad. San Pablo compara el paraíso del cielo con la corona conquistada por el atleta, que compite en el estadio, a fin de conquistar el premio. El paraíso del cielo es el salario del operario. El paraíso del cielo es el tesoro celestial o la perla preciosa, que son objeto de una cuidadosa adquisición.
----------Ciertamente, aquello que es gratuito no puede ser pagado o comprado o merecido o compensado por ninguna obra. Sin embargo, Dios no nos salva incondicionalmente, sino con la condición -nos dice expresamente- de que observemos los mandamientos. Decir que la salvación es gratuita no excluye que ella deba ser merecida, aunque esto parezca a primera vista una contradicción. Por el contrario, es necesario distinguir dos puntos de vista o niveles o planos de acción diferentes y entonces la contradicción se disuelve. En efecto, a la salvación concurren dos principios o factores: la acción divina y nuestra acción. Por parte de Dios es gratuita, pero por nuestra parte debe ser merecida con las buenas obras.
----------Por tanto, es falsa la humildad de quien pretende no poder hacer méritos. La Escritura prohíbe presentarse ante el Señor "con las manos vacías" (Ex 23,15). Por supuesto, no se trata de jactarnos ante Dios de los méritos humanos, como si estuviéramos delante de cualquier patrón o dador de empleo. Sino que se trata de hacerse de esos méritos sobrenaturales, que son don de la gracia y respuesta a la gracia. Evitemos actuar como el sirviente perezoso, que entierra su talento.
----------La verdadera humildad es la de quien reconoce, como dice san Agustín y repite el Concilio de Trento, que nuestros méritos son don de su misericordia. En este sentido, tiene razón el Papa al repetir aquella famosa frase del párroco de Bernanos: "Todo es gracia". Pero es necesario hablar bien de los méritos, explicar qué son y por qué se requieren, para evitar el desastroso equívoco de Lutero.
----------No es verdadera humildad ni siquiera la de quien dice no tener ningún mérito. De hecho, es una mala señal la de quien dice tal cosa, porque quiere decir que no ha traficado los talentos recibidos. Este discurso puede ser válido si se refiere a una gran gracia imprevistamente e inesperadamente recibida, para la cual no se estaba preparado en absoluto, como, por ejemplo, el encuentro con una persona santa o el recibir un don especial de sabiduría o de fortaleza del Espíritu Santo.
----------La conciencia de los propios méritos y de las buenas obras cumplidas, de por sí es útil y es un deber mantenerla, es una necesidad, porque da ánimo para proseguir y nos hace sentir cercanos a Dios. Sin embargo, se debe tener cuidado de que en ello no se nos cuele o insinúe la soberbia. A tal propósito, la parábola del fariseo y del publicano es muy instructiva. El fariseo no se equivoca al presentarse ante Dios agradeciéndole por las buenas obras cumplidas. ¿Qué conciencia más consoladora, después de todo, que la conciencia de haber obrado en buena fe, de haber evitado el pecado, de haber cumplido con el propio deber, de haber obrado bien delante de Dios, de haber hecho lo que a Él le agrada?
----------¿Entonces, qué es lo que no va bien en el fariseo? Se olvida de pedir perdón por sus pecados, se considera perfecto y superior al publicano pecador. En efecto, si por un lado nosotros cumplimos buenas obras, por otro siempre cometemos pecados que necesitan el perdón. Y aquí tenemos el ejemplo del recaudador de impuestos. Cristo no habla de los méritos o de las buenas obras del publicano. En otras palabras, el mérito propio del publicano es precisamente el hecho de pedir perdón. Con esta parábola Cristo nos quiere enseñar que el mayor mérito que tenemos no es tanto el hacer buenas obras, que también se requieren, sino el reconocernos pecadores y pedir perdón por nuestros pecados.
----------Por tanto delante de Dios no debemos ser fanfarrones ni exhibicionistas, no debemos mandarnos la parte de fingidos incapaces, pero tampoco debemos hacernos los garroneros ni dejarnos arrastrar como pesos muertos o peor aún hacer el doble juego de los astutos santurrones.
----------Si Cristo ha dado toda su sangre por nosotros, ¿no deberíamos nosotros corresponder con las buenas obras? No saquemos a relucir la excusa de que somos pecadores, porque el Concilio de Trento nos recuerda que nuestro libre albedrío está herido pero no destruido, piense lo que piense Lutero. Dios siempre hace su parte al donarnos la gracia. Pero para salvarnos, es necesario que también nosotros hagamos nuestra parte, obedeciendo sus mandatos y evitando desobedecer.
El pecado es desobediencia a la ley y rechazo de la gracia
----------El Papa dice: "el pecado es no custodiar la gratuidad". El pecado se presenta como un rechazo de la gracia, sobre la suposición indudablemente verdadera de que Dios nos infunde continuamente la gracia así como el aire fluye continuamente hacia nuestros pulmones o la corriente eléctrica fluye continuamente hacia las bombillas. Si el aire viniera a menos y faltara, sería la muerte. Si la emisión de la corriente eléctrica debiera ser suspendida, la lámpara se apagaría. Pues bien, el pecado, para el papa Francisco, es la suspensión o interrupción de estos flujos con las evidentes consecuencias negativas que tales actos provocan.
----------Desde este punto de vista, se supone el sujeto en gracia que, con su acto, pierde la gracia. ¿Y qué ocurre si el sujeto no estuviera en gracia? Respondemos que no hay duda de que el pecado es un rechazo de la gracia. Pero no todo pecado es este rechazo. Se puede pecar también no estando en gracia, pero habiéndola perdido o antes de adquirirla o de recuperarla.
----------El pecado no es sustancialmente un acto contra la gracia, sino contra la naturaleza y precisamente contra las justas exigencias, las leyes y los fines de la naturaleza. No es necesario saber qué es la gracia, para oponérserle con el pecado. El pecador que no está en gracia y al cual la gracia no le interesa, peca igualmente fuera del horizonte de la gracia. Por otra parte, la justicia no se resuelve en el abrirse y en la disponibilidad a la gracia, en la confianza en la gracia o en la confianza de estar en gracia o en la aceptación de la gracia.
----------La justicia, como el pecado, tiene relación esencial con los mandamientos divinos, con la ley moral, con los fines de la naturaleza humana. Justicia es sustancialmente obediencia a la ley, y pecado es desobediencia a la ley. Que para ser justos sea necesario confiar en la gracia y su socorro, eso está fuera de toda duda. Sin embargo, es necesario tener presente que obtengo la ayuda de la gracia si existe en mí la buena voluntad de practicar la ley; y a la inversa, el pecador pierde la gracia sustancialmente no porque se oponga a la gracia, sino porque desobedece a la ley. Esto es lo que le interesa ante todo, si bien es cierto que desobedeciendo a la ley por consecuencia pierde la gracia.
----------Sin embargo, la sustancia del deber moral y, a la inversa, la sustancia del pecado no es tanto acoger o no acoger la gracia, sino que es obedecer o desobedecer la ley. El caso es que yo tengo ante mí un deber. La cuestión que me planteo es: ¿obedezco o desobedezco? No es: acepto o no acepto la gracia. La gracia no interesa en sí misma sino sólo en relación con la acción a realizar o a evitar. La gracia se agrega o no se agrega a una determinada acción que quiero realizar o evitar.
----------El justo quiere cumplir una buena acción y confía en la gracia; el justo no actúa bien para estar en gracia, sino que el justo confía en la gracia para actuar bien. En cuanto al pecador, está claro que a él le interesa pecar y de la gracia se desinteresa totalmente. La ética luterana, aquella ética de la sola gratia, parece una cosa sublime y evangélica, pero en realidad es un anomismo, un vivir sin ley, como denunció el Concilio de Trento, que transforma los mandamientos de obligatorios en facultativos.
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