viernes, 15 de julio de 2022

Iglesia católica: Iglesia del tercero excluido (2/4)

El miembro de la Iglesia católica se esfuerza por adquirir un "lenguaje espiritual" (1 Cor 12,8) con el cual "expresa cosas espirituales en términos espirituales" (1 Cor 2,13) y se abstiene de un lenguaje "carnal" (1 Cor 2,14). Lo cual quiere decir que es posible servirse del lenguaje no para propósitos honestos, sino para fines deshonestos. [En la imagen: fragmento del óleo Santo Tomás y el crucifijo que habla, de autor anónimo]

La honestidad del lenguaje
   
----------La Sagrada Escritura, sobre todo en los libros sapienciales, contiene toda una ética del lenguaje y del recto pensar, que son indispensables para acceder a la fe y a la comprensión de la Palabra de Dios. Es una lección constante para nosotros, que con demasiada frecuencia usamos con ligereza del lenguaje y razonamos con demasiada desenvoltura, sin darnos cuenta del daño que podemos hacernos a nosotros mismos y a los demás con un lenguaje imprudente, falso e impulsivo o con un mal uso de la razón.
----------Quizás no pensemos que una sola palabra eventualmente injusta o difamatoria pueda ser suficiente para matar psicológica o moralmente a una persona. Por eso, Cristo es tan severo cuando dice que "cualquiera que diga a su hermano 'loco', será sometido al fuego del infierno" (Mt 5,22). Con la palabra falsa se puede hasta llevar un alma a la perdición, y es justo que Dios castigue con el infierno a los que empujan a otros a caer en el infierno, con buena paz de lo que diga Von Balthasar.
----------El luteranismo, por su parte, lamentablemente ha difundido, como bien lo sabemos, una injustificada desconfianza en las fuerzas de la razón en orden al conocimiento cierto de la verdad moral y religiosa y en el uso de las reglas de la lógica, lo que según Lutero estaría en contradicción con la Palabra de Dios.
----------Por eso Lutero no dejaba de llamar "sofistas" a los teólogos tomistas, que correctamente utilizan la lógica de Aristóteles como preámbulo y preparación para la fe y como método para la interpretación del dogma, sin darse cuenta de cuán sofista era él mismo, al confundir la debilidad de la razón humana en cuanto consecuencia del pecado original con una supuesta hostilidad y ceguera de principio de la razón humana frente a la divina Revelación contenida en la Sagrada Escritura.
----------En Lutero parece resonar una interpretación de la famosa tesis de Nicolás de Cusa [1401-1464], según la cual en Dios los opuestos no son opuestos, como lo son para nosotros, sino que coinciden entre sí (la tesis o principio de la "coincidentia oppositorum"); por lo cual el principio de no-contradicción sería válido solamente para la razón humana, pero no para la razón divina, en la cual, por el contrario, los contradictorios se identificarían; por lo cual no existiría un "tercero excluido", sino que también aquello que a nosotros nos parece excluido estaría incluido en la superior Mente divina.
----------Si el cardenal Nicolás de Cusa quiso decir precisamente eso (y no es seguro), parecería que él fuera un precursor de Hegel, según el cual, como es bien sabido, la divina Revelación se entiende no sirviéndose de la lógica aristotélica de la identidad, sino de su dialéctica de la contradicción.
----------Ahora bien, debemos tener presente que nuestro razonar y hablar son movidos por nuestra libre voluntad. En particular, dejando por un momento de lado el razonar, debemos decir que el lenguaje es de por sí un acto con el cual expresamos los significados y nos comunicamos con el prójimo mediante contenidos inteligibles significados por signos gestuales o verbales; esto, prescindiendo del hecho que estos signos y contenidos respeten o no respeten las reglas de la lógica o nos abran o nos cierren a la verdad de las cosas.
----------Pero, de cualquier modo, ¿para qué sirve el lenguaje? Sirve, de por sí, según su fin natural querido por Dios, para manifestar y para comunicar al prójimo la verdad por nosotros conocida y para guiar a los demás hacia la verdad. En tal modo, brindamos un precioso servicio al prójimo de muchos modos: o instruyéndolo, o amonestándolo, o guiándolo en el bien, o apartándolo del mal, o consolándolo y confortándolo en el sufrimiento, o mostrándole nuevas perspectivas del bien, o preservándolo del error, o recordándole sus deberes, o reprochándole en sus vicios, o mandándole que haga una obra buena, o aconsejándole en sus dudas, o interrogándole sobre lo que no sabemos, o pidiéndole información, ayuda y consejo.
----------El cristiano, pues, debe adquirir ese "lenguaje espiritual" (1 Cor 12,8), don de la sabiduría del Espíritu Santo, con el cual "expresa cosas espirituales en términos espirituales" (1 Cor 2,13), como para decir que no debe expresar las cosas sagradas en términos profanos, porque daría como resultado una profanación de lo sagrado, que perdería su sublimidad y su seducción o encanto sobrenatural para quedar reducido a la banalidad o vulgaridad de lo cotidiano por decir lo menos y no decir lo peor.
----------De aquí la obligación de abstenerse de un lenguaje "carnal" (1 Cor 2,14; 3,1), impío, sacrílego, necio, irreverente, engañoso, ilógico, insensato, doble, demoledor, amargo, hipercrítico, disolvente, insensato, ofensivo, incorrecto, deshonesto, capcioso, engañoso, calumnioso, adulador, denigratorio, despectivo, burlón, punzante, sarcástico, mentiroso, airado, seductor, aterrador, obsceno, difamatorio.
----------Esto quiere decir que es posible servirse del lenguaje no para propósitos honestos, sino para otros fines, que pueden ser los de afirmarnos sobre los demás, de hacer que los otros giren en torno nuestro, de parecer mejores que los demás, de atraer seguidores de nuestras ideas, de justificar nuestra indolencia, de satisfacer nuestra soberbia, de fingir una falsa humildad para sustraernos a nuestros deberes, de instrumentalizar a los otros para nuestros intereses deshonestos y egoístas, de adularlos para obtener favores, de escapar de sus acusaciones, de estipular pactos deshonestos, de mostrarnos justos sin serlo, de satisfacer nuestro gusto por humillarlos, de vengarnos de los que nos han ofendido, de denigrar a nuestro adversario, de dar rienda suelta a nuestra envidia hacia los que son mejores que nosotros, de dar libre apertura a nuestro orgullo contra quien nos exhorta al arrepentimiento, de ocultar nuestros defectos y nuestros pecados.
----------Por su parte, la Iglesia, maestra de verdad, de honestidad y de santidad, siempre ha sido y es luminoso ejemplo para la humanidad de pureza, sinceridad y honestidad de lenguaje, siguiendo el ejemplo de su Esposo y Señor, "en cuyos labios nadie pudo encontrar engaño" (cf. 1 Pe 2,22; Is 53,9), aquel Señor que es enemigo jurado del padre de la mentira y de la doblez (Jn 8,44).
----------La Iglesia condena la herejía aún más que bajo la razón de error, la condena como efecto de soberbia y de deshonestidad intelectual, como aliada de la doblez del lenguaje. Esta es la llamada "herejía formal", que tiene razón de culpa y está sancionada por el Derecho canónico.
----------De hecho, quienes ingenuamente acusan al Papa de herejía, habitualmente son ingenuos caídos en trampa, personas de buena fe, que no se dan cuenta exactamente de lo que están diciendo, por lo cual no tienen culpa. En cambio, el verdadero hereje es un astuto y un traidor que golpea imprevistamente y en secreto, sin darlo a ver, como un dulce veneno, un francotirador que no se deja descubrir fácilmente, no se deja ver sino solo entrever, porque de esta manera golpea mejor y se salva la buena fama o reputación, naturalmente mientras dure la mascarada. Para condenar a Orígenes la Iglesia ha esperado dos siglos, sin que por otra parte esto quiera decir que Orígenes fuera de mala fe. El gnosticismo tiene diecisiete siglos de antigüedad, pero se necesitó un papa Francisco para que fuera formalmente condenado.
----------Recuerdo que un confrade amigo, me contó que un día en Roma, en los años '80, encontrándose en casa del cardenal Pietro Parente, gran cristólogo y ex secretario del Santo Oficio, hablando de Rahner, el Purpurado, solicitado por mi amigo para que diera su opinión sobre Rahner, expresó un juicio, que en dos palabras hacía el retrato de su doblez, pues dijo: "Rahner abre una puerta, pero él no entra".
----------Sin embargo, la Iglesia, que tiene el ojo penetrante y no se deja llevar por las narices, sabe entrar en el mundo tenebroso del hereje, desata sus lazos y allí, casi en la oscuridad, se encuentra con él y lo constriñe a venir a la luz. Al mismo tiempo la Iglesia es misericordiosa y comprensiva, conoce bien la debilidad del intelecto humano, y por eso, antes de declarar formalmente hereje a alguien, va muy despacio y deja más bien que sean los teólogos que lo hagan, de modo tal que sean ellos quienes, en la medida de lo posible, esclarezcan el tema y preparen eventualmente la intervención de la Iglesia.
----------Por lo tanto, debemos calificar de necio y engañoso el discurso de algunos que quisieran que el teólogo se abstuviera del señalar de herejía a otro teólogo, si la Iglesia no se ha pronunciado. Es el mismo discurso de quien dijera que no hay que salirse del camino para apagar un incendio si los bomberos no han reconocido todavía su existencia y no están presentes para apagar el fuego.
----------Por otra parte, es necesario hacer presente a estos entusiastas pseudos-defensores de la competencia del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, pero olvidadizos de la responsabilidad del teólogo, que quien, con la debida preparación y modestia, pero también con coraje, perspicacia y agudeza crítica, advierte a un colega teólogo de su herejía, exhibiendo pruebas plausibles, no pretende en absoluto sustituir al juicio de la Iglesia, sino que simplemente es como el ciudadano que advierte a los bomberos del estallido de un incendio, sin pretender de ningún modo sustituir a la brigada de bomberos.
----------También debemos recordar que la Iglesia funda tradicionalmente y de manera manifiesta su lenguaje, su doctrina y su misma dogmática sobre el respeto absoluto y siempre coherente de la oposición absoluta entre lo verdadero y lo falso, es decir, aquello que los lógicos llaman "principio del tercero excluido". ¿Qué quiere decir? Es la formulación racional del principio enunciado por Cristo mismo: "que vuestro hablar sea: sí, sí; no, no. Lo demás pertenece al diablo" (Mt 5,37). Es decir: debemos decir sí a lo que es sí, y decir no a lo que es no. O bien: hay que decir ser a lo que es, y no ser a lo que no es.
----------Es el principio de no-contradicción, enunciado por primera vez por Parménides: "el ser es; el no-ser no es" (estin to einai. Me estin me einai). Y Parménides precisa: "no se puede salir de este principio"; como diciendo: el que sale, se pierde, se descamina. Diría Jesús: se extravía en las manos del diablo, el cual es el "mentiroso y el padre de la mentira" (Jn 8,44), que consiste precisamente en el decir ser lo que no es, y viceversa.
----------La honestidad y la limpidez del lenguaje imponen también evitar el uso de términos ambiguos o equívocos, y usar sólo términos unívocos o analógicos. El lenguaje no siempre puede ser claro, porque la cosa expresada puede ser oscura. Pretender aquí la claridad ha sido un error de Descartes, quien confundía la metafísica con las matemáticas. Ciertamente, hay que distinguir; pero no está dicho que los distintos sean claros, vale decir, las distinciones no son siempre y necesariamente claras. Ciertamente es necesario distinguir con claridad a Dios del mundo, pero el mundo es un misterio como Dios lo es aún más. No obstante, es necesario cuidar al máximo, en la medida de lo posible, la claridad del lenguaje.
----------El lenguaje doble es un lenguaje engañoso, que nace del servicio a dos señores o por el acoplamiento del sí y del no. Es un deber moral de justicia y de honestidad cuidar lo más posible la propiedad del lenguaje. Debemos expresarnos en modo tal de adaptarnos a la capacidad de comprensión de quien nos escucha y saber de antemano, al menos con probabilidad, cómo debemos expresarnos con ese determinado oyente para que entienda lo que intentamos decir.
----------Las palabras del Evangelio ciertamente van bien para todos, pero Cristo ha querido que los apóstoles las interpretaran y las explicaran según la capacidad de comprensión propia de cada uno. Siempre debemos estar dispuestos para aclarar lo que queremos decir, si encontramos que hemos generado equívocos o malentendidos o que hemos sido malinterpretados. Al interpretar el dicho de otro, siempre es bueno suponer que tiene un sentido aceptable, a menos que aparezca claramente que se equivoca.
----------La persona doble habla intencionalmente en modo de poder ser malinterpretada, tiende una trampa, para que, si llega a ser descubierta, encuentre una escapatoria en el doble sentido de lo que ha dicho, para poderse justificar, sin por esto renunciar o arrepintirse del daño que ha hecho con su palabra serpentina y ambigua.
   
Error, mentira, opinión, duda, absurdidad
   
----------Es necesario distinguir el error de la mentira, de la opinión, de la duda y del discurso absurdo. Todos estos juicios tienen relación con la duplicidad de un juicio de base tácitamente presupuesto, que en diferentes formas y grados, contrasta directa o indirectamente con el principio de no-contradicción.
----------Tratemos de explicarnos. El error tiene que ver, en su raíz, con lo contradictorio. En efecto, el error como tal es la simple discordancia del pensamiento con la realidad. Pero esta discordancia conduce a lo contradictorio, porque supone que el objeto del juicio sea y, a la vez, no sea. Por un lado, es, en cuanto es el objeto material o real, esto es, aquello a lo cual el juicio no corresponde en cuanto falso. Por otro lado, no es, en cuanto predicado o bien objeto formal del juicio, el cual afirma un no-ser.
----------Por ejemplo, si yo digo que el hombre es un espíritu, erro. Pero en este errar existe una presuposición contradictoria: por una parte el juzgante supone el concepto de "espíritu", pero por la otra, afirmando que el hombre sea un espíritu, niega la existencia del espíritu, porque en realidad el hombre es un cuerpo, aunque ciertamente animado por un espíritu. Y he aquí la contradicción: el hombre es un espíritu (predicado del juicio) y no es un espíritu (en la realidad).
----------Pero si esta discordancia es consciente y querida, se tiene la mentira. En efecto, existe un deber del pensamiento de obedecer a lo real; está el deber, como dice Santo Tomás, de una adaequatio del intelecto a lo real. Si esto no se debe a un descuido o un defecto involuntario del intelecto en el juzgar o en el razonar en un sujeto bien intencionado y sinceramente amante de la verdad, entonces tenemos el error en buena fe o la llamada "ignorancia invencible", que no constituye culpa.
----------Pero si el desacuerdo del pensamiento con lo real es intencional y motivado por fines deshonestos, se da una ignorancia deliberada o afectada o intencional, por lo tanto "vencible", que es señal de que el sujeto no ama la verdad, sino que ama la propia autoafirmación o actúa por fines pecaminosos, por lo cual, para satisfacer semejantes malsalnas intenciones, recurre a la mentira, que luego a largo o breve término, al precio de una miserable ventaja personal, no hace sino perjudicar a su prójimo y a sí mismo, con lo que así se opone a Dios, atrayéndose el castigo divino y, si viene a ser descubierta por los hombres, atrayéndose también la reprobación de los honestos y la sanción de la justicia humana.
----------Aunque, en efecto, el intelecto esté espontáneamente inclinado al conocimiento de la verdad, sin embargo, como el asentimiento al juicio verdadero es voluntario, al hombre le es posible odiar la verdad, es decir, negarse a adherir a lo verdadero y preferir lo falso. ¿Por qué esto?
----------Lo explica nuestro Señor Jesucristo mismo a Nicodemo: "Todo aquel que hace el mal, odia la luz y no viene a la luz, para que no se manifiesten sus obras. Pero aquel que obra la verdad viene a la luz, para que se manifieste claramente que sus obras han sido hechas en Dios" (Jn 3,20-21). De hecho, la voluntad del pecador impide al intelecto captar lo verdadero, porque, al negar el principio de no-contradicción -he aquí la doblez-, ella pone al intelecto un objeto que se contradice a sí mismo.
----------Ahora bien, en cambio, lo verdadero es un objeto determinado con su precisa identidad; no puede ser un esto-no-esto, porque así el objeto se destruye a sí mismo y el intelecto queda en la oscuridad. ¿Qué hace entonces el pecador? Da de todos modos al intelecto un objeto, que sin embargo, aunque en sí sea inteligible, pues de otro modo la mala voluntad no podría tener un objeto, es un objeto que, si bien indirectamente, implica lo contradictorio, o sea, es un bien que no es bien, un bien no verdadero sino aparente, por lo cual la voluntad, de por sí hecha para el bien, cae en un íntimo conflicto consigo misma, cae a su vez en contradicción consigo misma, porque, aunque habiendo sido hecha para el bien, de hecho quiere un falso bien que en realidad es un mal, a saber, precisamente el pecado.
----------La mentira, por tanto, contradice a lo verdadero, pero no en el sentido de que sea un juicio contradictorio, al contrario, la mentira tiene una apariencia de coherencia y de plausibilidad o verosimilitud, que la hace capaz de engañar. Sin embargo, la mentira de hecho implica una desobediencia intelectual y una contradicción a lo verdadero, enmascarada por una aparente verdad.
----------Por lo tanto el juicio mentiroso no es ininteligible como el juicio absurdo, no repugna al pensamiento, sino que puede ser concebido, puede ser inteligible y puede ser formulado. El juicio mentiroso contrasta con el principio de no-contradicción en cuanto es conexo con un acto pecaminoso por el hecho de que el mentir frecuentemente no nace del simple placer de engañar al prójimo, sino que sirve para encubrir intereses o fines pecaminosos. Ahora bien, el pecado choca indirectamente con el principio de no-contradicción por el hecho de que el pecado se basa en una intención cuya razón última contraviene ese principio.
----------Por ejemplo, el juzgar como lícito un acto de lujuria es un error y, si se enseña voluntariamente a otros, es una mentira, en cuanto que el motivo del acto lujurioso es la búsqueda absoluta del placer sexual en lugar de la búsqueda de Dios. Ahora bien, dado que el actuar humano no puede dejar de orientarse hacia un absoluto, que para ser verdadero absoluto, no puede sino ser único, se sigue que es contradictorio considerar el placer sexual, que es sólo un placer relativo, como si fuera absoluto. Sin embargo, este error no implica de por sí que el pecado de lujuria sea irrealizable, de lo contrario los pecados de lujuria no existirían. Sin embargo, su contenido inteligible deriva de un principio que implica contradicción.
----------Por consiguiente, la existencia de la mentira o de la doblez testimonia el hecho de que no todos los hombres aman la verdad. Ciertamente, nuestro intelecto está creado con una inclinación natural e irresistible hacia la verdad, pero de hecho el apetito por la verdad es un apetito libre, fruto de una elección. Por lo tanto, no existe un progreso en el saber en modo determinista y necesitado.
----------Sólo los primeros principios de la razón no pueden no ser conocidos por todos por su absoluta evidencia. Pero no podemos sacar de ellos ninguna conclusión, y aumentar el saber, si no queremos sacar tal conclusión, es decir, si no amamos y deseamos alcanzar la verdad o bien ulteriores verdades. De hecho, es posible odiar la verdad, si ésta no nos agrada. Es en este punto que el hombre construye la mentira: sustituye lo verdadero, a lo cual rechaza, por un objeto mental construido por él, que le agrada.
----------Por ejemplo, el hombre egocéntrico, que quiere hacer girar el mundo en torno a su yo, se inicia de hecho espontáneamente como todos en el camino hacia la verdad; pero en cuanto se da cuenta de que conduce a Dios, detiene el camino y se vuelve sobre sí mismo, en modo tal que ese ser absoluto que debería haber atribuido a Dios, se lo atribuye a sí mismo.
----------La opinión se asemeja a la duplicidad, pero tiene un carácter de honestidad, porque es una afirmación incierta con el temor de lo contrario en quien desea la verdad. No es un sí o un no claro, como en la ciencia, sino que es un sí con posibilidad de ser no y un no con posibilidad de ser sí. El opinante puede legítimamente pasar del no al sí porque descubre que lo verdadero es el sí, mientras que el no era sólo aparente.
----------La duda es un estado del pensar que parecería ofender el principio de no-contradicción. En la duda, la razón no se decide ni por el sí ni por el no, sino que oscila entre dos posibilidades contrarias. He aquí la clásica pregunta del muchacho enamorado: ¿me ama o no me ama?
----------Sin embargo, se deben distinguir dos tipos de duda. Y diciendo que existen dos tipos de duda, decimos que se trata de dos actos morales, uno de los cuales es honesto, motivado y razonable, y no compromete el principio de no-contradicción, mientras que el otro es irrazonable, pretextuoso e insincero. Y supone lo contradictorio. El primero es un honesto y simple dudar de lo dudable.
----------Puede ser una duda hipotética o una duda ejercitada. La duda hipotética es aquella que da paso a la metafísica y que santo Tomás de Aquino llama "universalis dubitatio de veritate". Dice el Aquinate: "las otras ciencias consideran la verdad en horizontes particulares, por lo cual a ellas les corresponde dudar acerca de las singulares cuestiones de su competencia. Pero la metafísica, dado que considera la verdad en su más amplia universalidad, tiene la tarea de una duda universal acerca de la verdad, y por tanto no duda según un área limitada, sino que afronta la duda universal" (Comentarios a la Metafísica de Aristóteles, libro III, lect.I, c.1, n.343, Ediciones Marietti, Torino-Roma 1964, p.97).
----------La metafísica se plantea la duda sobre la verdad más radical y universal que pueda existir. En efecto, su objeto es el ser, que abarca todas las cosas, el mundo y Dios. La pregunta entonces es: ¿existe el ser? ¿Cómo se resuelve la duda? Considerando el hecho de que efectivamente, sí, yo puedo hipotetizar conceptualmente que el ser no exista; pero no puedo dudar seriamente de ello. Es decir, la mía será una duda significada, pero no puede ser una duda ejercitada, como en las otras ciencias.
----------De hecho, yo puedo preguntarme si una determinada neoplasia es benigna o maligna o si el imputado en un juicio es inocente o culpable. Aquí el ejercicio de la duda prepara el descubrimiento de la verdad. Pero, ¿cómo hago para dudar de si existe el ser, dado que el ser es el objeto mismo de mi intelecto? La duda, por consiguiente, choca aquí con una imposibilidad, de lo que deduzco que la duda es imposible y que estoy en posesión de la absoluta certeza de que el ser existe.
----------También la duda razonable y honesta implica una duplicidad, pero se diferencia de la doblez, porque mientras la doblez esconde deshonestamente un no bajo el sí, la duplicidad del dubitante, en cambio, oscila involuntariamente entre el sí y el no porque no sabe si la verdad es el sí o el no.
----------Entre dos proposiciones opuestas, la oposición puede ser neta o tajante, pero también esfumada o matizada, como por ejemplo entre el blanco y el negro existe el gris. Aquí no se trata de elegir entre el sí y el no sin posibilidad de un tercero, porque aquí entre los opuestos existe una mediación.
----------Por cuanto respecta a la oposición al principio fundamental de la demostración, tal como es el principio de no-contradicción, ella presupone una impugnación de la verdad evidentemente probada o conocida. Aquí santo Tomás de Aquino, siguiendo en este punto a Aristóteles, hace notar que el error en buena fe es imposible, tal es la evidencia primera, inmediata y absoluta del principio (cf. Comentarios a la Metafísica de Aristóles, op.cit., libro IV, lect.VI, pp.167-168). En efecto, la buena fe excusa del error, cuando se trata de conclusiones de principios o de apariencias subjetivas o de opiniones no demostradas, pero no por lo que concierne a los primeros principios de la razón, espontáneamente conocidos por todos los hombres, so pena de autocontradicción, y base de toda forma y grado del saber demostrativo.
----------Lo contradictorio o absurdo es impensable, porque es pensable o inteligible sólo el ente con su propia identidad. Pero puede ser objeto de un juicio verdadero: es verdadero que el círculo cuadrado no existe. En las aserciones absurdas, lo contradictorio es un sí y un no simultáneos, en modo tal que los predicados se eliden o anulan entre sí, pero esto no es siempre inmediatamente evidente y debe ser puesto en luz por un ojo crítico.
----------Tal aserción absurda conlleva la llamada "contradictio in terminis", que se refiere al significado de las palabras. Por ejemplo, la expresión "Dios mortal", considerando que la palabra "Dios" significa "realidad inmortal". O bien es el concepto el que es contradictorio, como si por ejemplo se definiera al hombre como sujeto pensante, confundiendo el poder pensar con el acto de pensar. Pero un ente no puede estar simultáneamente en potencia y en acto. De ahí la contradicción del concepto: el hombre es un ente pensante en acto y en potencia.
----------Debe notarse que un concepto falso no es necesariamente contradictorio, mientras que un concepto contradictorio es ciertamente falso. El juicio absurdo es la pretensión de pensar lo impensable, teniendo en cuenta el hecho de que lo impensable es lo imposible. Sin embargo, lo imposible puede ser de algún modo pensado en el sentido de que es verdadero el juicio que lo piensa. Por ejemplo, yo puedo decir: es verdadero que una montaña sin valles no existe.

2 comentarios:

  1. Estimado padre Filemón,
    encuentro excelente lo que usted ha escrito bajo el subtítulo "Error, mentira, opinión, duda, absurdidad".
    Sobre todo, he puesto mi atención en lo escrito acerca de la mentira. Y sus argumentos son comprensibles y convincentes.
    Sin embargo, existe un aspecto de la mentira en el cual me he quedado con "hambre" de mayores explicaciones de su parte.
    Y es por eso que me atrevo a solicitar, de su siempre testimoniada generosidad, una mayor explicación.
    Me refiero a las cortapisas o rectricciones que pueden hacerse a la usual afirmación de la mentira como "intrínsecamente mala".
    De su presente artículo, al menos en el subtítulo mencionado, queda bien clara la "malicia" de la mentira.
    Sin embargo, en otros artículos por usted publicados en este blog, se ha preocupado por dejar en claro que puede haber casos en los que "en justicia" no corresponda decir la verdad, y que en tales casos, la mentira no sea pecado, ni siquiera venial.
    Creo que ese tema, de las restricciones al carácter de "pecado" de la mentira, se insinúa en las frases que en este artículo ha escrito: "Pero si esta discordancia [del pensamiento con lo real] es consciente y querida, se tiene la mentira. [...] Pero si el desacuerdo del pensamiento con lo real es intencional y motivado por fines deshonestos...".
    Entiendo entonces, que se quiere decir que en esa "deshonestidad" (injusticia) de los motivos del decir una mentira está implicada su malicia; pero que esa malicia no existiría, si no existe esa deshonestidad en los motivos de decir la mentira.
    ¿Es de esta manera cómo hay que entender que la mentira NO ES "intrínsecamente mala", y que por lo tanto hay casos en que la mentira no es ni siquiera pecaminosa venialmente, sino, incluso, virtuosa?
    ¿Podría, por favor, explicarme algo más sobre esto?

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    1. Estimado Ross,
      en el campo moral existen deberes absolutos, que se resumen en el principio fundamental de hacer el bien y evitar el mal.
      El problema de la mentira tiene que ver con el deber que tenemos de decir la verdad y el derecho que tiene el otro de conocerla. En este punto, sin embargo, debemos tener presente que la verdad está dirigida o finalizada al bien. Si esto es así y una cierta verdad no procura el bien, es precisamente en nombre de la verdad y del verdadero bien que estamos autorizados a no decir la verdad a quien se sirve del conocimiento de la verdad para hacer el mal.
      Al mismo tiempo, este ocultarle la verdad le procura su verdadero bien, en cuanto le impedimos cometer el mal y por tanto al final, parece una paradoja, nosotros con nuestro mismo no decirle la verdad le ponemos en la condición de conocer la verdad ¿Qué verdad? Ese verdadero bien, por el cual lo ponemos en las condiciones de cumplir el bien, impidiéndole hacer el mal.
      La Sagrada Escritura al respecto da el ejemplo de Rahab, una prostituta, la cual para proteger a dos emisarios de Israel perseguidos por militares del lugar, en lugar de decirles que los había escondido en su casa, los dirige a otra parte. Rahab viene explícitamente elogiada en Heb 11,31 y Sgo 2,25.
      O bien, pongamos otro ejemplo. Si un asesino me pide una pistola para matar a un inocente, yo puedo perfectamente y muy bien decirle que no tengo una pistola, aunque en realidad la tengo.
      Otro ejemplo es el del confesor, que debe guardar el secreto de la confesión, por lo cual, aun a costa de su vida, si viene interrogado sobre qué le ha dicho un penitente, puede decir que no lo sabe.
      El recurso a este expediente se puede vincular con el principio de la legítima defensa. Se trata de una cuestión similar al homicidio. Cada uno de nosotros tiene derecho a la vida física, así como al conocimiento de la verdad. Pero si nosotros nos servimos de la vida o de la verdad para hacer el mal, perdemos el derecho a vivir y a conocer la verdad.
      En conclusión, podemos decir que la mentira es un intrinsece malum en tanto la entendamos como negativa a decir la verdad a quien tiene derecho a saberla. Si, por el contrario, se trata de decir la verdad a quien no tiene ese derecho, entonces no se la debe decir, precisamente porque no tiene derecho a conocerla.

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