sábado, 9 de julio de 2022

Breve nota sobre presbiterado y diaconado, los dos grados del sacramento del Orden, y un par de sucesos recientes

Da la impresión que existen hoy Obispos a quienes no les vendría nada mal volver al seminario para recordar al menos los puntos sustanciales del Símbolo de la Fe, del Credo, de la divina Revelación, de los dogmas cristianos fundamentales, o tan siquiera del Catecismo de la Iglesia Católica.

----------Días atrás el cardenal Reinhard Marx volvió a ser una vez más el foco de las noticias y, lamentablemente, no de las buenas. El pasado sábado en la catedral de Múnich, Marx tuvo expresiones favorables al diaconado femenino, diciendo: "creo que ha llegado el momento, que debe y tiene que estar abierto a hombres y mujeres"; y habló de "un nuevo enfoque" dogmático acerca del sacramento del Orden.
----------Ciertamente, las derivaciones que viene asumiendo el camino sinodal alemán son preocupantes. El Santo Padre y sus colaboradores de la Curia Romana, vienen siendo muy claros respecto a los límites y al encuadre dogmático en los que debe desarrollarse ese sínodo particular. Sin embargo, si bien el Papa y el Dicasterio de la Fe han sido precisos en lo doctrinal, sobre todo en lo que respecta al sacramento del Orden, no es siempre fácil discernir las adecuadas y oportunas medidas pastorales que la Sede Apostólica debe tomar, en base a su universal autoridad gubernativa, con la actual deriva de la Iglesia en Alemania.
----------Respecto al sacramento del Orden, y específicamente en referencia a la imposible concesión del diaconado a las mujeres, el papa Francisco ha sido muy preciso. Por citar un ejemplo, en recientes encuentros con la Unión Internacional de Superioras Generales, ratificó la doctrina católica sobre el sacramento del Orden, diciendo que "sobre el caso del diaconado femenino, necesitamos recordar el comienzo de la Revelación: si no existió tal cosa, si el Señor no quiso un ministerio sacramental para las mujeres, no va". "Caminamos por el camino firme y recto, el camino de la Revelación, no podemos andar por otro camino. No podemos caminar fuera de la Revelación y de las expresiones dogmáticas.... Somos católicos, pero si alguna de ustedes quiere fundar otra iglesia, es libre de hacerlo". ¿Es que el cardenal Marx quiere fundar otra Iglesia?
----------Este episodio de hace una semana, me ha hecho recordar otro caso similar, cuando a mediados del año 2019, en vísperas y preparativos del Sínodo de la Amazonía, suscitó clamorosas resonancias y reacciones de variado calibre, aquella declaración de un conocido sacerdote de la diócesis de Bolonia, el padre Giovanni Nicolini, quien aseguraba que en la Amazonía a algunos diáconos les iba a ser concedido por su obispo el decir Misa. Digamos de inmediato que si aquella noticia hubiera sido verdadera, el eventual obispo le habría concedido al diácono un permiso nulo y sacrílego, porque no está en absoluto en la potestad del obispo dar permisos o encargos de este género, que sobrepasan sus facultades canónicas. Y de modo similar, está fuera de la competencia de un obispo, aunque se trate de todos los obispos por unanimidad de la Iglesia en Alemania, conceder a las mujeres el sacramento del Orden.
----------En el caso citado aquella vez por el padre Nicolini, si un obispo concediera a un diácono el permiso de decir Misa, sería como si, queriendo hacer una mala comparación aproximativa, un docente universitario le encargara a un estudiante de tercer año de secundaria que lo reemplazara para que diera la clase o lección en su lugar. Y no basta objetar que, al fin y al cabo, para decir Misa materialmente, siguiendo las rúbricas del Misal, como lo podría hacer un actor, no es necesario tener cualidades prácticas o culturales o conocimientos teológicos, sino que basta un poco de buena voluntad y de atención.
----------Pero razonar de esta manera quiere decir no tener la más mínima idea de la condición espiritual necesaria para que un sujeto pueda decir Misa. Y significa también no tener la más mínima idea de cuáles son los límites de la potestad episcopal. Es cierto que el obispo hace partícipe al diácono de la gracia del sacramento del Orden, que el obispo posee en plenitud. Pero en la esencia de los poderes episcopales y en la esencia del ser diácono está inscripta tanto la imposibilidad de que un obispo haga partícipe a un diácono de su poder de decir Misa, como la imposibilidad del diácono para decir Misa.
----------Queriendo hacer un parangón sacado de la psicología, aunque no sea una comparación del todo adecuada, podríamos decir que sería como si el intelecto, del cual el sentido es una cierta imperfecta participación, quisiera elevar al sentido para así transformarlo en inteligencia: lo cual es imposible, porque negaría la diferencia esencial e insalvable que existe entre sentido e intelecto.
----------Los tres grados del sacramento del Orden -diaconado, presbiterado, episcopado- con la especificación de que el decir Misa está reservado al presbítero y al obispo, son de antiquísima Tradición apostólica y ya han sido definidos dogmáticamente por el Concilio de Trento y reafirmados por el Concilio Vaticano II. Y dado que ha sido Jesucristo quien instituyó el sacramento del Orden, no es pensable un cambio en aquellos que son los poderes específicos propios de los tres grados del sacramento.
----------Es cierto que de las narraciones evangélicas no se desprende que Cristo haya instituído el diaconado como grado del sacramento del Orden. Su existencia, en cambio, resulta de los demás escritos del Nuevo Testamento (Hch 6,3.5; Flp 1,1; 1 Tm 3,8-13). El oficio del diácono, sin embargo, aunque perteneciente al sacramento del Orden, no es un oficio sacerdotal (cf. Lumen gentium, n.29), precisamente porque el decir Misa caracteriza en exclusiva al oficio sacerdotal. Y por eso el diácono no puede decir Misa.
----------¿Qué significa entonces esta fundación o constitución del diaconado sobre el sacramento del Orden sin que el diácono sea sacerdote? Que el orden es más amplio que el sacerdocio. No conocemos las razones últimas de este hecho, porque están escondidas en el misterio de la voluntad de nuestro Señor Jesucristo. La razón humana no es capaz de demostrar el porqué último de la distinción de los tres grados del Orden. Debemos tener la humildad de acogerla y aceptarla con fe en la voluntad de Cristo.
----------No conocemos ni podemos conocer el porqué último de las precisas tareas propias de cada grado, de las cuales nos habla la Iglesia desde la época apostólica, ciertamente en cumplimiento de precisas órdenes de Cristo, de las cuales, sin embargo, no tenemos explícitas indicaciones o testimonios neotestamentarios. Nos queda claro el hecho de que el obispo puede hacer aquello que hace el presbítero y que el presbítero puede hacer lo que hace el diácono, en base al hecho de que lo más contiene lo menos. Pero no sabemos por qué los grados son precisamente tres y no, por ejemplo, dos o cuatro, y precisamente con esas precisas tareas y no con otras. Y, para hacer referencia al tema con el que hemos comenzado este artículo, tampoco estamos en grado de conocer el por qué último de que las mujeres no pueden ser sacerdote, aunque podamos dar teológicamente razones de congruencia, y los teólogos se han esforzado por darlas.
----------Pero no debemos maravillarnos. El orden eclesiástico no es como el orden que nosotros podemos imponer a una máquina o a una sociedad de nuestro cuño, donde todo tiene un porqué en base a nuestras razones. En el caso de la Iglesia, en cambio, nos encontramos ante una sociedad humana, pero cuyas raíces celestiales y cuyos fines escatológicos y por tanto las razones de su funcionamiento y de su organización se nos escapan, porque están concebidas y sustentadas por una Mente divina, la de Cristo, que es nuestro Dios y Señor. Por lo tanto, debemos tomar nota con confianza de lo que Cristo ha establecido, sin murmuraciones ni quejas ni pretensiones racionalistas, sobre todo porque los resultados, como bien sabemos por 2000 años de cristianismo, son superiores a todas las previsiones y superiores a toda expectativa.
----------Además, hay que hacer presente que la organización, la cohesión y la unidad de la Iglesia no dependen sólo de un principio jurídico de orden jerárquico sacerdotal, que establece conexiones institucionales, fijas, disciplinadas, invariables y estructurales de justicia, cosas que hacen asemejar a la Iglesia con la sociedad civil, sino también del influjo del Espíritu Santo y de sus dones, que introduce un factor de comunión, de libertad, de espontaneidad y de reciprocidad, que hace que la Iglesia se asemeje a una familia o a una asociación de amigos o incluso, según la atrevida expresión de san Pablo, a un cuerpo orgánico. Y aquí la mujer tiene su específico e insustituible campo de acción en las obras de caridad, siempre en movimiento y siempre nuevas según el imprevisible soplo del Espíritu, según las necesidades de los tiempos y de los lugares.
----------El sacramento del Orden es precisamente el factor del orden en la Iglesia, es el principio de maravilloso ordenamiento de la Iglesia, es lo que hace, efectivamente, que ella sea una sociedad sabiamente ordenada. La Iglesia posee un orden constitutivo y esencial inmutable, establecido por Cristo mismo, y que es el efecto de la acción del sacramento del Orden, sobre todo del carisma apostólico bajo la presidencia de Pedro, asistido por la gracia del Espíritu Santo, quien es el divino, místico y profético Factor de la sabiduría, de la santidad, de la unidad y de la comunión eclesiales.
----------Considerado filosóficamente, el orden es relación. En efecto, en su esencia metafísica, se define como la convergencia o conveniencia proporcionada, estable, coherente, armoniosa y regular de una pluralidad de partes acordables entre sí y funcionales las unas con las otras, bajo la supervisión y la moción organizativa de un principio racional, providente e inteligente, creador de la unidad en la multiplicidad.
----------El orden es, por lo tanto, el mandato del rector del orden, apto para crear el orden, y mantenerlo intacto, y desarrollar el orden de un todo bien ordenado. El sacramento del Orden es el sacramento creador, fautor, promotor y defensor del orden en la Iglesia y de la Iglesia, en modo que ella sea esa sociedad bien ordenada, como la ha querido nuestro Señor Jesucristo. El sacramento del Orden crea en la Iglesia un orden jerárquico, según dos grados de participación del sacramento episcopal, el diaconal y el presbiteral, participación de la plenitud del sacerdocio, dada por el episcopado.
----------El obispo, en circunstancias especiales, puede delegar a un presbítero para que administre el sacramento de la Confirmación, que normalmente le compete al obispo. Esto es posible por el hecho de que aquí se trata de una facultad virtualmente presente en el poder presbiteral. De modo similar, también por cuanto se refiere al exorcistado, un obispo puede delegar o encomendar a un presbítero a practicar los exorcismos, facultad que normalmente pertenece sólo al obispo. Muy diferente es la cuestión de si un diácono puede ser delegado por el obispo para decir Misa. En este caso el obispo no puede dar ninguna delegación, porque en la esencia misma del oficio diaconal está completamente ausente la facultad de decir Misa.
----------Queremos por tanto esperar que episodios como los sucedidos lamentablemente esta semana con las desafortunadas expresiones del cardenal Marx, o aquello que contaba en 2019 el padre Nicolini, siempre que fuera cierto, no tengan ya que repetirse, porque el pueblo de Dios, constatando que cada día que pasa hay un episodio nuevo similar a estos, ya está muy perturbado por muchos escándalos, para que se deba añadir también todo esto. Los pastores deben darse cuenta de que la paciencia de los buenos fieles ha llegado ya a su límite, por lo cual deben decidirse a ser sinceros y celantes representantes del Buen Pastor, si no quieren echarse sobre sí mismos las maldiciones de los hombres y de Dios.

4 comentarios:

  1. Si un obispo concediera a un diácono el permiso de decir Misa, sería como si, queriendo hacer una mala comparación aproximativa, un docente universitario le encargara a un estudiante de tercer año de secundaria que lo reemplazara para que diera la clase o lección en su lugar.

    Le hago una buena comparación, que se ajusta más al caso que quiere Ud explicar: si un obispo concediera a un diácono el permiso de decir Misa, sería como si los cardenales eligen para que sea papa a una persona que no posea la fe. Puede vestirse de blanco, y escribir libritos a los que llame encíclicas, proclamar decretos varios, pero claramente no podrá ser el papa, sino un meno actor.

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    1. Estimado Anónimo,
      su comparación no es ni buena, ni respetuosa, ni siquiera católica.
      ¿Puede un católico tomar a la chacota, con sorna, befa e ironía, cuestiones tan vitales y sagradas como la fe, la institución petrina y las promesas de Cristo sobre Pedro, el Vicario de Cristo?
      Sugerir que el Papa (cualquier Papa) pueda carecer de fe, no sólo es una grave calumnia, sino herejía.
      Estimado Anónimo, dígame la verdad, ¿por qué motivo vuelve a sacar al Papa en el debate? ¿Usted ha venido a leer este artículo con verdadero interés y amor por la verdad, o porque la tiene contra el Papa? ¿Considera que su actitud le es congruente a un católico?

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  2. Totalmente de acuerdo con P. Filemón de la Trinidad en su reflexión, clarísima y exhaustiva, que me ha recordado lo que escribió Romano Amerio (Iota Unum) a propósito de las palabras del Espíritu Santo en Hch 13,2: "Segregate mihi Saulum et Barnabam". El sacerdocio introduce en la especie humana un carácter sobrenatural por el cual el sacerdote es "separado". Pero los "neoteóricos" no lo aceptan.

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    1. Estimado Ross,
      es precisamente así. En efecto, "clero" viene del griego "kleros", que significa "porción", es decir, "una cosa-a-parte".
      Empeño especial del sacerdote es estar separado del pecado y tutelado del peligro de pecar, pero no separado del pecador. Al contrario, el sacerdote debe frecuentar a los pecadores, no ciertamente para imitar sus pecados o para consentir con ellos, por muy misericordioso que deba ser, sino como el médico, el cual, si quiere cumplir su misión, debe evidentemente frecuentar a los enfermos, ¿de lo contrario como los curaría? Y él mismo debe estar sano, de lo contrario, ¿cómo hace un médico enfermo para curar a los enfermos?
      El sacerdote debe conocer los pecados para poderlos quitar, pero debe conocerlos solo intelectualmente, y no por experiencia, de lo contrario pecaría. En este sentido debe ser "separado" del pecado, es decir, debe cuidar al máximo posible su salud espiritual, precisamente para poder curar a los pecadores.

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