Roma recibe cada octubre a los “peregrinos Summorum”, que procesionan con cantos y ornamentos hacia San Pedro. Se presentan como devotos y “apegados a Roma”, pero en sus escritos describen al Vaticano II como “1789 de la Iglesia” y al Novus Ordo como “rito fabricado”. La paradoja es evidente: buscan en Roma la confirmación de una identidad que, en otros foros, relativiza la autoridad de Roma. La liturgia, signo de comunión, se convierte en lenguaje de reivindicación. ¿Qué significa verdaderamente este “peregrinar a Roma”: mostrar visibilidad frente a Roma, o reconocerse en comunión con Roma? [En la imagen: "Peregrinación de la nostalgia y la desobediencia", fragmento de acuarela sobre papel, 2025, obra de P.F., colección privada].
“Con esta Iglesia, en razón de su origen más excelente,
debe necesariamente estar de acuerdo toda Iglesia,
es decir, los fieles de todas partes, porque en ella
se ha conservado siempre la tradición que viene de los Apóstoles”
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses III, 3, 2
(Catecismo de la Iglesia Católica, n.834)
Introducción: la paradoja de una peregrinación
----------Cada mes de octubre, desde 2012, un colectivo de difusos perfiles denominado Coetus Internationalis Summorum Pontificum convoca a Roma a clérigos y fieles unidos por la vieja liturgia de 1962. No llegan con un pliego de demandas ni con un estatuto común, sino con un gesto: procesionar hacia San Pedro, celebrar en el corazón de la Iglesia, hacerse visibles como “pueblo Summorum”. Y, sin embargo, en ese mismo gesto late una paradoja: quienes relativizan la autoridad de Roma cuando sus disposiciones no coinciden con sus expectativas, buscan en Roma la confirmación de su identidad. No es una petición jurídica, sino una petición simbólica, performada en la liturgia y en la procesión: “míranos, reconócenos, acógenos”.
----------En este artículo abordaremos cuestiones terminológicas, pero también conceptuales, intentando hacer un discernimiento que nos permita escapar de lo banal e intrascendente o, para decirlo con toda franqueza, de lo que es equívoco y contrario al Evangelio. Las cuestiones terminológicas sólo tienen sentido si remiten a realidades verdaderamente importantes; en la vida cristiana, las palabras valen en la medida en que expresan la verdad y la vida de la fe. Caso contrario, se convierten en palabras vanas que no edifican, o incluso en desvíos que hieren la comunión. Y hay expresiones que no son meras bagatelas: como he señalado en otras ocasiones, la fórmula “forma extraordinaria del rito romano” hoy carece de sentido, pues esa construcción doctrinal‑jurídica fue dejada de lado por el papa Francisco con Traditionis custodes, restableciendo una disciplina litúrgica que subraya la unidad de la lex orandi en la Iglesia una.
----------De ahí se deriva el tema que hoy nos ocupa: advertir la gravedad de las consecuencias cuando algunos se distraen —o se hacen los distraídos— ante el hecho de que la disciplina litúrgica ha cambiado. Lo que está en juego es la obediencia y la unidad de la Iglesia, que se manifiesta en la Sagrada Liturgia, origen y cumbre de toda la vida eclesial. Y precisamente por eso, también esta nota tiene que ver con una cuestión de palabras.
Un nombre que ya no rige: “Summorum Pontificum”
----------No es indiferente que esta peregrinación siga llamándose Summorum Pontificum. Ese fue el título del motu proprio de Benedicto XVI [2007] que liberalizó el uso del Misal de 1962, pero cuya disciplina fue modificada en 2021 por Traditionis custodes, al reafirmar que el Misal de san Paulo VI es la única expresión de la lex orandi del rito romano. Invocar hoy como emblema un documento ya superado no es un gesto neutro: es un acto simbólico de resistencia. El nombre mismo de la peregrinación se convierte así en bandera identitaria y contestataria, pues se apela a una norma que Roma ya no reconoce como vigente, mientras se proclama devoción y “apego a Roma” (frecuente expresión de los organizadores).
----------¿Qué motivo justificatorio o razón de ser puede haber para que hoy, cuando ya no rige la ley litúrgica establecida por Benedicto XVI, un grupo de católicos de libre asociación se autodenominen “el pueblo de Summorum Pontificum”? ¿Cuál es la razón de ser para que tal nombre asociativo se mantenga, incluso después de la derogación de las normas de Summorum Pontificum, sino una velada o explícita toma de distancia o declaración de rebeldía respecto del motu proprio Traditionis custodes y de la disciplina litúrgica promulgada por el papa Francisco y confirmada por el papa León?
----------Antes de entrar en el meollo de la cuestión, aclaremos que el hecho que examinamos se produce todos los fines de octubre en Roma, pero, por cierto, sin mayor trascendencia. Se trata de un pequeño suceso, apenas reseñado en los medios, aunque llamativo, sobre el que quisiera plantear esta reflexión. En este blog, los hechos de la vida de la Iglesia (se trate de poca, mediana o amplia trascendencia) no nos interesan en sí mismos —no hacemos crónicas, y menos cotilleos—. Esos hechos sólo nos interesan en cuanto a su valor doctrinal o pastoral: en la medida en que se refieran a la fe de la Iglesia católica, o bien, en cuanto al gobierno de la Iglesia, si ponen en riesgo su unidad. Con este trasfondo, podemos ahora considerar el gesto mismo de esta peregrinación, que no se expresa en documentos ni estatutos, sino en la visibilidad de la procesión y la liturgia.
El lenguaje de la visibilidad
----------La peregrinación Summorum Pontificum no se expresa en documentos ni en estatutos ni en peticiones formales, sino en gestos. Su fuerza no está en un pliego de demandas, sino en la visibilidad que logra, es decir, procesionar por las calles de Roma, entrar en San Pedro con cantos gregorianos, celebrar en altares mayores con ornamentos solemnes. Es un lenguaje performativo, que no pide con palabras, pero pide con símbolos. La procesión misma es la petición: “míranos, reconócenos, acógenos”.
----------En este sentido, la liturgia, tal como es vivida en el contexto de esta peregrinación, se convierte en un instrumento de visibilidad. Lo que en la tradición de la Iglesia es signo de comunión —la celebración de la Eucaristía, la procesión hacia la tumba de san Pedro— se transforma aquí en lenguaje de reivindicación y de explícita división. No se trata de un acto de obediencia, sino de un acto de identidad: hacerse ver como “pueblo Summorum”, mostrar que existen, que son muchos y que se “autoperciben” como un grupo singular, definido en contraste con la disciplina litúrgica común de la Iglesia. La liturgia, que debería transparentar la unidad de la Iglesia, se convierte en un recurso para marcar diferencia.
----------La paradoja se acentúa: en Roma, el gesto es de comunión; en la práctica, el gesto es de presión. La visibilidad sustituye a la obediencia, y la procesión sustituye al asentimiento. No hay petición explícita, pero hay una petición implícita, velada, que se formula en el lenguaje de los signos. Y ese lenguaje, al invocar un documento ya derogado, se convierte inevitablemente en un lenguaje ambiguo: entre la devoción y la contestación, entre la comunión proclamada y la comunión relativizada.
¿Quiénes son estos “apegados a Roma”?
----------Ahora bien, ¿quiénes son estos, que se autodenominan “apegados a Roma”, que se presentan en la procesión como pueblo devoto y filial al Papa? El Coetus Summorum Pontificum no tiene estatuto ni declaración de principios, pero sí tiene rostros concretos: clérigos y laicos que organizan, predican, dan conferencias o acompañan la peregrinación, y asociaciones que la sostienen. Y cuando se examinan sus declaraciones públicas en otros foros, el cuadro se vuelve más complejo: el lenguaje de comunión en Roma contrasta con expresiones que relativizan el Concilio, el Novus Ordo Missae y el magisterio postconciliar.
----------Sigue estando presente en esta edición de la singular peregrinación, el padre Claude Barthe, a quien ya me he referido en este blog. Sacerdote francés, proveniente de la FSSPX, capellán de esta peregrinación. En entrevistas y artículos ha sostenido afirmaciones como las siguientes: “El Concilio Vaticano II ha introducido una discontinuidad doctrinal que solo podrá resolverse con una futura clarificación magisterial”. Cito sólo esta frase, pero los habituales lectores de este blog conocen ya al detalle sus posturas que rozan el cisma y que han sido señaladas como doctrinalmente problemáticas. En definitiva, quien en Roma guía espiritualmente la procesión, en otros foros describe al Concilio como fuente de discontinuidad.
----------También se halla presente, como conferencista, Marco Tosatti, periodista italiano, ex corresponsal de La Stampa, cuyas columnas se difunden en español en el blog explícitamente filolefebvriano Adelante la Fe. Ha escrito: “El Novus Ordo Missae es un producto de compromiso ecuménico que ha debilitado la fe católica en la Presencia Real.” O sea que el rito promulgado por san Paulo VI es presentado por Tosatti como debilitamiento de la fe, mientras en este evento el mismo Tosatti proclama fidelidad al Sucesor de Pedro.
----------Otra de las figuras presentes en la peregrinación de este año es Jean‑Pierre Maugendre, presidente de Renaissance Catholique y colaborador habitual de la organización Paix Liturgique. En conferencias y editoriales ha afirmado, por citar sólo una frase: “El Concilio Vaticano II ha sido el 1789 de la Iglesia: un acontecimiento que, en nombre de la apertura al mundo, ha roto con la tradición recibida.” El lenguaje de revolución y ruptura se yuxtapone al gesto de comunión en la peregrinación.
----------Se suma a la lista conformadora de este colectivo multiforme Christian Marquant, fundador de Paix Liturgique y coorganizador del Encuentro Summorum Pontificum en Roma. En sus boletines se lee: “La misa de Pablo VI es un rito fabricado… La misa de siempre es el único remedio eficaz contra la crisis de la Iglesia nacida del Concilio.” Vale decir, el mismo actor que organiza un encuentro de comunión en Roma, en otros foros atribuye al Concilio la crisis y deslegitima el Novus Ordo.
----------Otro caso típico es el de Joseph Shaw, británico, profesor de filosofía en Oxford y presidente de la FIUV (Una Voce International). En artículos traducidos al español sostiene: “El Concilio Vaticano II debe ser interpretado a la luz de la tradición anterior, y donde no pueda serlo, debe ser dejado de lado.” O sea que la federación que en Roma se presenta como en comunión católica, en sus publicaciones relativiza la autoridad del Concilio Vaticano II y califica al Novus Ordo de “pastoralmente desastroso”.
----------Por último, cito al mendocino Rubén Peretó Rivas, al que me he referido varias veces en este blog y que en la web del Coetus SP es mencionado como representante del CIEL. A diferencia de otros, no es necesario aquí repetir lo que él dice: los lectores habituales de este blog conocen bien su trayectoria y sus escritos. Baste recordar que, tanto en su antiguo blog como en el actual, ha descrito el papado definido en el Vaticano I como una construcción desmesurada, fruto de Pío IX, que habría roto con la tradición anterior. En su pluma, la infalibilidad pontificia aparece como un “invento” que hipertrofió el poder papal hasta volverlo casi monstruoso. Esta línea argumental, reiterada a lo largo de los años, muestra con claridad la deriva criptocismática de sus posiciones, que contrasta con la imagen de comunión que se escenifica en Roma.
----------En Roma, todos estos actores se presentan bajo el signo de la devoción litúrgica y de la peregrinación al sepulcro de Pedro. El lenguaje es de comunión: peregrinar ad Petri Sedem, testimoniar la juventud de la liturgia que ellos llaman "tradicional", cantar juntos el gregoriano en las basílicas. Sin embargo, al contrastar con sus declaraciones en otros ámbitos, se percibe la ambigüedad: lo que en casa se formula como crítica dura al Concilio, al Novus Ordo o al magisterio postconciliar, en Roma se reviste de procesión y de incienso. La paradoja no es accidental, sino estructural: el mismo gesto que proclama comunión se convierte en lenguaje de reivindicación, y los mismos actores que buscan visibilidad en Roma relativizan en sus escritos la autoridad de Roma. Así, los rostros concretos confirman lo que ya se percibía en el gesto: la visibilidad se convierte en presión, y la comunión proclamada se relativiza en la práctica.
----------La paradoja no se limita al plano de las declaraciones. También se traduce en prácticas concretas: varios de los actores vinculados al Coetus recomiendan asistir a las misas de la FSSPX cuando no hay celebraciones según el Misal de 1962. Este consejo pastoral, aparentemente práctico, tiene un peso doctrinal: relativiza la comunión con Roma y orienta a los fieles hacia una fraternidad en situación irregular, cismática. Así, el apego proclamado en la procesión se desdice en la práctica, y la comunión invocada se convierte en una comunión selectiva, condicionada a la propia sensibilidad litúrgica.
Con un pie en el Concilio y con el otro en el anti‑Concilio
----------La edición de este año de la peregrinación Summorum Pontificum presenta una novedad de singular relieve, que merece nuestra atención: la participación de dos miembros del Colegio Cardenalicio. El cardenal Matteo Zuppi, arzobispo de Bolonia y presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, ya había presidido en 2022 las vísperas de esta misma peregrinación. Ahora vuelve a estar presente, con todo el peso simbólico que ello implica. El cardenal Raymond Leo Burke, por su parte, celebrará en San Pedro una liturgia pontificia según el rito de 1962, en el marco de la peregrinación de este octubre de 2025. Que dos cardenales, con trayectorias y sensibilidades tan distintas, se presten a presidir actos de un colectivo que se autodenomina “pueblo de Summorum Pontificum” plantea una paradoja eclesial de gran calado.
----------En efecto, la razón de ser de un cardenal es colaborar estrechamente con el Romano Pontífice. Sin embargo, aquí se los ve presidiendo ceremonias organizadas por un grupo que toma su nombre de un documento ya derogado y que, en la práctica, se ha convertido en bandera de resistencia frente a Traditionis custodes, y no sólo frente a ese documento del papa Francisco, sino como bandera de rebeldía contra el propio Concilio Vaticano II. La contradicción es evidente: mientras la disciplina vigente reafirma que el Misal de san Paulo VI es la única lex orandi del rito romano, la presencia de cardenales en estas celebraciones otorga legitimidad simbólica a un ordo ritual que Roma ha restringido severamente.
----------El caso del cardenal Zuppi resulta especialmente llamativo por su condición de presidente de la CEI. En 2022 explicó que había aceptado la invitación antes de asumir ese cargo, pero lo cierto es que su participación se dio después de la publicación de Traditionis custodes. Ahora, en 2025, ha vuelto a aceptar la invitación. El gesto, por tanto, no puede leerse como neutral: transmite la imagen de un prelado que, en lugar de marcar con claridad la comunión con el Papa, parece querer mantener un pie en el Concilio y otro en el anti‑Concilio. La ambigüedad no es solo personal, sino institucional: el presidente de la Conferencia Episcopal Italiana aparece como garante de una liturgia que la normativa actual considera excepcional y limitada.
----------El caso de Burke, en cambio, se inscribe en una trayectoria ya conocida de oposición abierta a las reformas conciliares y postconciliares. Su presencia no sorprende a nadie, pero sí confirma la instrumentalización de la peregrinación como plataforma de visibilidad para quienes cuestionan el magisterio reciente. Que la misa pontifical en San Pedro sea presidida por un cardenal que ha hecho de la crítica al Novus Ordo una bandera, refuerza la paradoja: el gesto de comunión se convierte en lenguaje de reivindicación.
----------Algunos podrían objetar que, si el papa León ha permitido que en San Pedro se celebre la misa según el Misal de 1962, ello equivale a un reconocimiento. Pero en este punto es necesario distinguir: esta puntual decisión del Obispo de Roma no se trata de un acto de gobierno que modifique la disciplina vigente, sino de una concesión puntual, un acto de tolerancia que no cambia la norma general. Precisamente porque la regla es restrictiva, la excepción requiere permiso. El símbolo es fuerte, pero no sustituye a la norma: la liturgia de san Paulo VI sigue siendo la única expresión de la lex orandi del rito romano.----------Por consiguiente, es necesario decirlo a clara letra: tanto en el caso de Zuppi como en el caso de Burke, lo que se produce aquí es un secuestro simbólico, vale decir, la figura del cardenal, colaborador nato del Papa, es utilizada para legitimar un movimiento que relativiza la autoridad del Papa. La liturgia, que debería ser signo de unidad, se convierte en escenario de ambigüedad y división. Y la comunión proclamada en Roma se ve desmentida por la contradicción entre la disciplina vigente y la praxis de quienes, con su sola presencia, parecen avalar lo que la Iglesia ya no reconoce como legítimo.
----------La participación de cardenales en esta peregrinación no es un detalle menor, sino un signo que agrava la paradoja. Si hasta aquí veíamos asociaciones, conferencistas y laicos que relativizan el Concilio y el magisterio postconciliar mientras proclaman devoción a Roma, ahora comprobamos que esa ambigüedad alcanza incluso a quienes, por su condición de cardenales, deberían ser los colaboradores más cercanos y leales del Sucesor de Pedro. La contradicción se vuelve estructural: la comunión se proclama en los gestos, pero se relativiza en las palabras y en las prácticas. Con este trasfondo, podemos ya encaminarnos hacia las conclusiones, para discernir qué significa realmente este fenómeno y qué riesgos plantea para la unidad de la Iglesia.
Tradición viva o tradicionalismo ideológico
----------La Tradición de la Iglesia —y salvando las distancias, la tradición litúrgica—, no es un objeto que se posee ni un tesoro que se administra en clave de propiedad privada. Es, más bien, una corriente viva que se recibe en comunión y se transmite en obediencia. Cuando la liturgia se convierte en bandera de oposición, deja de ser signo de unidad para transformarse en instrumento de identidad ideológica. El riesgo es evidente: confundir la fidelidad a la modalidad de un rito con la fidelidad a la Iglesia misma.
----------El Coetus SP ofrece aquí un ejemplo elocuente. Su peregrinación muestra la belleza de la liturgia romana anterior, pero al mismo tiempo la sitúa en un marco de reivindicación frente a la autoridad que la regula. La paradoja se hace pedagógica: la liturgia, que debería ser el lugar donde la Iglesia se reconoce a sí misma en comunión, se convierte en un lenguaje de tensión. Y es precisamente en esa tensión donde se revela la diferencia entre Tradición viva —que florece en obediencia al Papa y al Magisterio— y tradicionalismo ideológico, que absolutiza una forma litúrgica hasta convertirla en criterio de pertenencia.
----------La edición de este año, como he subrayado, añade un elemento aún más preocupante: la participación de cardenales en las celebraciones del Coetus. Cuando quienes deberían ser los colaboradores más cercanos del Papa se prestan a presidir actos de un colectivo que se define por un documento derogado, la paradoja se agrava. La comunión proclamada en Roma se ve desmentida por la ambigüedad de gestos que, lejos de disipar la confusión, la refuerzan. La tensión ya no es solo la de asociaciones o conferencistas, sino la de pastores que, con su sola presencia, parecen legitimar lo que la Iglesia ha querido corregir. Este hecho muestra hasta qué punto la cuestión no es anecdótica, sino eclesialmente seria.
----------La peregrinación Summorum Pontificum, con toda su solemnidad y belleza, plantea una pregunta que no puede eludirse: ¿qué significa verdaderamente “peregrinar a Roma”? Si la liturgia se convierte en lenguaje de reivindicación, corre el riesgo de perder su naturaleza de signo de comunión. La paradoja de quienes buscan en Roma la confirmación de una identidad que al mismo tiempo relativiza la obediencia a Roma no necesita ser denunciada con estridencia: basta con mostrarla para que cada lector advierta la tensión.
----------El discernimiento que se impone es claro: la Tradición no se conserva contra la Iglesia, sino en la Iglesia; no se defiende como propiedad privada, sino que se recibe como don en comunión. Solo así la liturgia —sea en su forma antigua o en la renovada— puede ser fuente de unidad y no de división.
----------Como recordaba san Ireneo de Lyon: “Con esta Iglesia, en razón de su origen más excelente, debe necesariamente estar de acuerdo toda Iglesia.” La verdadera peregrinación a Roma no es la de quienes buscan visibilidad frente a Roma, sino la de quienes se reconocen en comunión con Roma.
Fr Filemón de la Trinidad
La Plata, 14 de octubre de 2025
¡Vaya, vaya! Conque estos "apegados a Roma" resultan ser más bien "apegados a su propia Roma", la que ellos se inventan. Muy bien hilado el desfile de personajes: Barthe, Tosatti, Maugendre, Marquant, Shaw… y nuestro conocido Peretó, que no necesita cita literal porque ya se ha retratado solo en sus blogs. Me gusta que se muestre la paradoja sin gritos: basta con poner sus palabras junto a sus gestos para que la contradicción salte a la vista.
ResponderEliminarLo de los cardenales es lo más jugoso: Zuppi con un pie en el Concilio y otro en el anti‑Concilio, y Burke, que ya sabemos dónde tiene los dos pies desde hace tiempo. Ahí está la clave: la paradoja no es solo de asociaciones marginales, sino que alcanza a quienes deberían ser garantes de comunión.
Y las conclusiones, claras como el agua: Tradición viva no es lo mismo que tradicionalismo ideológico. La Tradición se recibe en comunión, no se blande como bandera de oposición. Muy bien traído san Ireneo: la verdadera peregrinación a Roma no es la de quienes buscan visibilidad frente a Roma, sino la de quienes se reconocen en comunión con Roma. ¡Amén!
Estimada Domna Mencía,
Eliminarle agradezco su lectura atenta y su capacidad de poner el dedo en la llaga con tanta claridad. Usted ha captado bien la paradoja: no se trata solo de asociaciones periféricas, sino de gestos que alcanzan incluso a quienes deberían ser custodios de la comunión y de la verdadera Tradición: traditionis custodes. Y como bien señala usted, no hace falta levantar la voz: basta con mostrar la contradicción entre lo que se proclama y lo que se practica.
Lo decisivo, como recuerda san Ireneo, es que la Tradición no se blande como arma, sino que se recibe como don. Ahí está la clave de todo discernimiento: distinguir entre la fidelidad viva, que florece en obediencia, y el tradicionalismo ideológico, que no es sano tradicionalismo sino pasadismo, y que convierte la liturgia en bandera de oposición.
Su comentario confirma que la paradoja, expuesta con serenidad, se vuelve pedagógica. Y eso es lo que he buscado con mi artículo: que la lectura no solo informe, sino que forme, ayudando a reconocer dónde está la comunión verdadera y dónde se esconde la tentación de inventarse una "Roma a nuestra conveniencia", como la "Roma eterna" del eslogan del obispo Lefebvre.
Solo dos cosas, muchachos.
ResponderEliminarPrimero, para los que no la tienen tan presente: la palabra caradurismo no es un insulto al voleo, sino que encierra toda una semántica de desparpajo, de decir o hacer lo que sea sin el menor pudor, como si nada.
Y segundo: tuve que borrar una decena de comentarios… y si supieran de quién se trataba... Les aviso nomás que, con un poco de atención —y sí, algo de esfuerzo y tiempo— siempre se puede saber quién escribe en el foro, porque el IP deja huella. Así que ojo: a veces, anonimato total, no hay.
Paolo Fitzimons (moderador del foro)
Gracias, Paolo. Lo que señalas sobre el caradurismo toca un punto de fondo: no es solo desparpajo, sino la forma más burda de la hipocresía, esa que se reviste de apariencias mientras actúa sin pudor ni coherencia. En el Evangelio, Jesús la denuncia con fuerza: "sepulcros blanqueados" (Mt 23,27). El caradurismo es, en definitiva, la hipocresía sin máscara, la incoherencia que ya ni se molesta en disimular.
EliminarQuerido Padre Filemón, después de lo que acaba de señalar Paolo sobre los comentarios eliminados y las identidades que, con un poco de atención, pueden rastrearse… me queda la duda: ¿se trata de personajes que los lectores habituales del blog ya conocemos, con sus viejas mañas y disfraces, o más bien de nombres nuevos que se esconden detrás del anonimato?
ResponderEliminarQuerida Herminia,
Eliminarmás que de anonimato, prefiero hablar de disfraces. En este foro todos sabemos que hay voces que se presentan con un alias —como el mío— pero lo hacen con responsabilidad y a la vista de todos. Otra cosa muy distinta son los que se ocultan tras máscaras cambiantes para repetir viejas mañas. No importa tanto si son conocidos o recién llegados: lo que importa es que el estilo se reconoce, y lo que aquí cuidamos es la comunión y la seriedad del diálogo.
Paolo dice que tiene modos de conocer identidades. Yo en eso no me meto, porque apenas si entiendo de internet. Eso no quita que, a veces, yo tenga certezas de quién me está escribiendo; y es entonces cuando decido si dejar el mensaje, si eliminarlo o si responderle una vez más… a riesgo de todos los riesgos.