La temática desarrollada en la nota de ayer, y los probables interrogantes abiertos en los lectores, sugiere considerar la concepción cristiana del mal con algo más de detalle, lo cual intentaré en un par de publicaciones.
----------La concepción cristiana del mal ha demostrado ser un tema que toca siempre la sensibilidad de un gran número de personas, tanto creyentes como no creyentes, pero lamentablemente también ha mostrado, como es atestiguado por las intervenciones de cierta prensa católica de amplia circulación, la existencia, entre los intelectuales católicos y ciertamente también en ciertos sectores de la teología, de la incapacidad de abordar una cuestión tan seria y calificativa para el ser católico con la debida preparación doctrinal y fidelidad al Magisterio de la Iglesia, con el resultado inevitable de prolongar con discursos engañosos inveterados prejuicios y oscurecer el gravísimo problema en lugar de contribuir a iluminarlo.
----------Pues bien, haber llegado a la respuesta a la pregunta agustiniana, ¿unde malum? constituye una de los mayores méritos de la milenaria sabiduría cristiana, fundada sobre la Sagrada Escritura y la Tradición, interpretadas por el Magisterio de la Iglesia, expresándose periódicamente en los símbolos de la fe y en los catecismos, habitualmente publicados tras importantes Concilios Ecuménicos.
----------Nosotros, los católicos, tenemos, ciertamente sin que haya mérito de nuestra parte, una gran responsabilidad en la tarea de ayudar también a los hombres de hoy a orientarse acerca de esta cuestión, pues tenemos de Nuestro Señor Jesucristo una luz que ofrecer, un consuelo que dar, somos una sal que debe dar sabor; pero si también la sal se vuelve insípida, ¿con qué se puede salar? O si el lenguaje cristiano repite los mismos errores del mundo, ¿cómo podría entonces el mundo ser salvado?
----------La luz que viene de la fe, naturalmente, no pretende explicar el por qué últimamente Dios, en sus inescrutables y sapientísimos designios de amor, de justicia y de misericordia, ha permitido la existencia del pecado primero en la creatura angélica (el demonio) y luego en la humana (la pareja de nuestros primeros progenitores), con las bien conocidas devastadoras consecuencias en todo el curso de la historia humana, tanto de los individuos como de las sociedades, como narra con claridad el primer libro de la Sagrada Escritura y viene explicado ulteriormente por san Pablo (el "pecado original"). De hecho, si Dios hubiera querido, habría podido crear un mundo libre del pecado y del mal, que es su consecuencia y castigo.
----------Sin embargo, es claro que la revelación cristiana nos dice qué es el mal, de dónde ha nacido, a qué conduce, cuál es su significado y sobre todo cómo se puede eliminar.
----------Ya una sana metafísica nos enseña que el mal no es una sustancia, no es una entidad positiva, sino que es una ausencia del ser, es una privación, una insuficiencia, una privación, un defecto, una carencia del bien debido en un cierto sujeto, que se dice "enfermo" (de modo más expresivo en italiano: "malato"), si se trata de sufrimiento, o "malvado" si se trata de mala voluntad (el pecado).
----------El mal, nos enseña la Escritura, tiene su origen en un acto consciente y voluntario del libre albedrío de la creatura, es decir, el pecado, como he mencionado anteriormente. El pecado a su vez, según san Pablo, conduce a la muerte. Por lo tanto, todo pecado para la Biblia es siempre contra la "vida".
----------Sin embargo, quien hace el mal sin saberlo o involuntariamente, sigue siendo inocente. Naturalmente, el mal no es absolutamente querido por Dios, quien es Bondad infinita. Sin embargo, Él ha permitido el mal y lo permite con vistas a dar al hombre ese bien mayor que es Nuestro Señor Jesucristo, para así consentir al hombre volverse "hijo de Dios", una condición de vida, que no es otra que la vida cristiana, la cual no hubiera existido -así al menos nos lo dice la divina Revelación- si no se hubiera dado el pecado.
----------De ahí la paradoja bien conocida de la liturgia pascual, en el Exultet: "¡Oh, feliz culpa, que nos ha merecido tal Redentor!". De hecho, si nosotros podemos devenir en Cristo hijos de Dios, es porque Él ha descendido del cielo propter nostram salutem, para liberarnos del pecado.
----------Pues bien, la divina Revelación nos da a conocer que el mal es, desde el inicio de la historia del hombre, consecuencia del pecado original y, a menudo, también de nuestros pecados personales en la vida presente. El mal de pena o punición o "castigo" es, en principio, consecuencia del mal de culpa, es decir, del pecado. No es tanto una pena que Dios nos inflige desde lo externo, como podría hacer un juez humano -aún cuando la Biblia dice que Dios "castiga"- sino que es más bien una consecuencia necesaria, que surge de la intimidad misma del acto pecaminoso, de la necedad que nos ha hecho pecar.
----------Que al pecado deba seguir una justa pena es un principio de justicia natural aceptado por la Biblia y por todo hombre que tenga un mínimo de sentido de la justicia. En efecto, si un delincuente no es justamente punido, cualquier ciudadano, incluso no creyente, siente que eso no es justo.
----------(Continuaremos mañana).
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