viernes, 12 de febrero de 2021

La cuestión teológica de la razón del sufrimiento

Son ya numerosas las notas que he dedicado a la cuestión del origen del sufrimiento humano, el origen del mal, las razones de la hostilidad de la naturaleza y de la precariedad de la vida humana, etc. Naturalmente, se trata de cuestiones que la teología hace tiempo ha debatido y en gran medida ha esclarecido en base a la segura guía del Magisterio, que desde hace siglos incluso ha definido las verdades dogmáticas relativas a este tema, que la Iglesia ha considerado necesario definir. Sin embargo, inmersos como estamos en una profunda crisis de fe en el propio interior de la Iglesia desde hace décadas, viejos errores vuelven a aparecer a la superficie y se difunden en el pueblo católico, a veces sin la debida intervención magisterial y disciplinar de los pastores.

----------Si reducimos nuestra mirada a los debates de la última década, debo volver a mencionar aquella transmisión de Radio María italiana del 16 de marzo del 2011, en la cual el profesor Roberto de Mattei señaló que el terremoto y consecutivo tsunami que causó destrucción en buena parte de Japón aquel año, había sido un "castigo de Dios". Las críticas arreciaron, y con la firma del jesuita Giandomenico Mucci [1938-2020], titulada "La verdad y el escándalo" fue publicada en La Civiltà Cattolica el 21 de mayo de 2011 una respuesta a De Mattei, en cierto modo respaldada por la Secretaría de Estado de la Santa Sede. La réplica del profesor De Mattei llegó el 1 de junio en el sitio Messainlatino, afirmando que sus tesis estaban basadas "literalmente en el Catecismo de la Iglesia Católica, en la teología de San Agustín y de Santo Tomás de Aquino y en las innumerables enseñanzas de los santos", incluso añadiendo que el mismo papa Benedicto XVI, en su Audiencia General del 18 de mayo de 2011, al comentar la oración de Abraham a Dios para que perdonase a Sodoma y Gomorra, había dicho que "no es el castigo el que debe ser eliminado, sino el pecado, ese rechazar a Dios y el amor que ya lleva en sí mismo el castigo". En una nota anterior ya he reconocido los méritos de De Mattei, quien en esta polémica no había hecho más que hacerse eco de la perenne doctrina de la Iglesia. Por cierto, los lectores habituales de este blog conocen mis críticas a las desviaciones dogmáticas del profesor De Mattei en años recientes, pero mi postura de fidelidad al Magisterio de la Iglesia no me inhabilita, sino que, al contrario, me mueve a reconocer los méritos de buen católico del historiador italiano en aquellos debates de hace ya un decenio.
----------Sin embargo, la tensión llegó a tal punto que el propio L’Osservatore Romano, publicó el 14 de mayo de 2011 un artículo denominado "Castigo y Misericordia. Ante el misterio del sufrimiento y de la muerte", firmado por el padre Inos Biffi, destacado y experimentado teólogo (que años después, en 2016 recibiera del papa Francisco el premio Joseph Ratzinger). Por cierto, el artículo de mons. Biffi se lee con gusto y provecho, pues se trata de una interesante intervención sobre un tema tan delicado e importante, a la vez que siempre actual, que en este año de pandemia se ha vuelto aún más candente, tras la animada discusión entre creyentes y no creyentes y entre los propios creyentes. Un tema que nosotros también en este blog hemos venido reflexionando en días anteriores, y en el contexto de la XXIX Jornada Mundial del Enfermo, celebrada ayer. De modo que me parece conveniente hacer algunas consideraciones sobre aquel artículo, a modo de conclusión por nuestra parte (al menos por el momento), de un tema que nos ha venido ocupando últimamente.
----------Ante todo, como católico, no puedo sino compartir y apreciar cuanto mons. Inos Biffi decía en su artículo, en base a los datos de la fe, sobre cuestiones tales como el origen lejano de los dolores de la humanidad desde el pecado original, sobre el fundamental vínculo entre dolor y pecado, sobre el propósito redentor de los sufrimientos de Nuestro Señor Jesucristo y sobre el valor de nuestra unión con el Crucificado, así como sobre la condenación eterna como justa consecuencia de la obstinación final en el pecado. Todo lo cual es expuesto por Biffi de modo competente. Sin embargo, me permito hacer algunas respetuosas puntuales observaciones, desde mi modestísimo punto de vista, sobre algunos aspectos del tema, que a continuación detallo.
----------En primer lugar, habría que decir que el misterio del sufrimiento, si es decisivamente iluminado por los datos de la divina Revelación cristiana, no es un misterio del todo oscuro, no es un misterio del todo inaccesible para la indagación de la razón, como parece sugerir el padre Biffi en su exposición. La historia de la filosofía, occidental y oriental, lo atestigua de muchos modos, que son aptos para dar algo de luz y de consolación, que fortalecen virilmente el alma, enseñan la paciencia, incitan a la lucha contra el sufrimiento, insinúan la idea del sacrificio, abren el corazón a la esperanza y preparan el terreno al mensaje cristiano.
----------En tal sentido, debo decir que no es cierto que "la razón no está en grado de encontrar una solución, que explique o justifique el dolor", como dice el padre Biffi. Ciertamente la razón no encuentra la insuperable solución ofrecida por la fe, pero la razón ya pone premisas, humildes pero seguras, que son como un camino que conduce a la fe, así como Juan el Bautista, con su sentido de justicia y amor por la penitencia, conduce a Cristo, infinita misericordia y gratuito perdón. Y es bien claro: sin el Bautista no se va a Cristo.
----------En efecto, en primer lugar, ya Aristóteles [384-322a.C] es consciente del hecho que el dolor entra en la categoría del mal como stèresis, o sea "privación" o "falta", lo que los Escolásticos llamarán más tarde privatio boni debiti. Ahora bien, esta privación, esta indebida ausencia, puede ser activa o pasiva. En el primer caso tenemos la mala voluntad, el mal de culpa, aquello que ya Cicerón [106-43a.C] llamaba mala actio y el cristianismo "pecado". En el segundo caso tenemos el mal de pena, el padecimiento, el dolor, el sufrimiento. El dolor y el pecado están en contra de la naturaleza y, por lo tanto, deben eliminarse observando la ley de la naturaleza. Todo esto nos remite a las virtudes de la justicia y de la misericordia.
----------Por cuanto respecta a la filosofía o sabiduría oriental, sabemos cuánto ha meditado el Budismo sobre el sentido del dolor y sobre cómo liberarse de él. Ciertamente, el Budismo no tiene la perspectiva cristiana de la resurrección y carece de la conciencia típicamente cristiana del valor redentor del dolor; y sin embargo, con la famosa doctrina del karma da prueba de esa conciencia espontánea de la razón que ve en el dolor la consecuencia de una vida mala y, si bien tal visión está desviada por la falsa idea de la reencarnación, sin embargo en sí misma no está privada de valor, se basa sobre la idea de la justicia y da la esperanza de una liberación final del dolor mediante el descuento de los pecados y el ejercicio de la virtud.
----------Por cuanto respecta al origen del mal, ya el pensamiento pagano, concibiendo a Dios como absoluta bondad, se niega a colocar en Dios el origen del mal y por tanto del dolor, por lo cual está obligado por lógica necesidad a situar tal origen en un ente personal finito capaz de elegir entre el bien y el mal y este es el hombre o eventualmente también el espíritu puro, es decir, el ángel.
----------Por otra parte, los historiadores de la filosofía saben cómo las mentes paganas más nobles, viendo claramente que Dios es bueno y feliz y que el hombre es pecador y desdichado, han imaginado que en el origen de la humanidad ha habido una caída, desde la cual la sabiduría filosófica tiene la tarea de hacer resurgir al hombre para reconducirlo a la primitiva felicidad. Y esto sucede con los sacrificios religiosos que tienen la finalidad de "aplacar a la divinidad ofendida y airada por el pecado". Y es de notar que este sacrificio, para nosotros los cristianos, es el sacrificio de Cristo. Por lo demás, este no es sólo el lenguaje "pagano", sino también el bíblico, cuyo reflejo se encuentra incluso en el Canon Romano de la Misa. Ciertamente, se trata de metáforas, tentativas vagas y a veces defectuosas, pero dignas de respeto, que testimonian que incluso la sana razón del pagano y del no creyente tiene algo que decir sobre el misterio del dolor.
----------Por otra parte, y siempre sobre este mismo tema, la propia sabiduría pagana capta múltiples significados que pueden ser racionalmente explicables, por lo cual también existe un remedio racional para el dolor, aunque no un remedio resolutivo o decisivo, incluso antes de recurrir a la fe.
----------El dolor es ante todo el efecto natural de la pérdida o de la falta de un bien amado, sobre todo si es un bien necesario o debido. Existen dolores naturales y dolores no naturales, dolores benéficos y dolores maléficos o malignos. No es natural sentir dolor por lo que debería producir placer. Beneficioso es el dolor del sacrificio y de la penitencia. Maléfico o maligno, es el dolor del envidioso y del airado. El dolor también puede ser concebido como justa pena por el delito (el "castigo"). El concepto de que Dios premia y castiga es fundamental tanto en la religión natural como en la conciencia moral natural.
----------En este sentido, no me siento inclinado a compartir la afirmación que hace monseñor Biffi en el artículo al que aquí me refiero, afirmación según la cual "el dolor como puro castigo, destinado a compensar y a equiparar en cierto modo la culpa, no ha existido jamás y ni siquiera es pensable". Por lo contrario, este es precisamente el concepto originario de la justa pena y, de hecho, esta pena existe en aquellos que no se arrepienten de su culpa y no la expían. Esto vale tanto para la justicia humana (sistema jurídico) como para la justicia divina (infierno). Es la así llamada "pena aflictiva", que no es satisfactio sino satispassio.
----------Hay que recordar que el dolor es también la natural consecuencia de la enfermedad o trauma o de una ofensa o lesión recibida. La expiación de la justa pena puede tener un valor reeducativo o redentor incluso sobre el plano de la simple justicia humana. El dolor puede ser justificado por el esfuerzo moral o por el sacrificio o por la renuncia (el así llamado "ascetismo"). También puede estar relacionado con la compasión por los dolores del prójimo o por la indignación por sus malas acciones.
----------Existe, además, el dolor ligado al arrepentimiento (pensemos en el católico "acto de contrición" o acto de dolor, que se recita en el confesionario, durante el sacramento de la Penitencia). Las virtudes de la paciencia o de la tolerancia son un modo humano y razonable para dar sentido al dolor. La medicina es una solución, bien que imperfecta, al problema del dolor. El consuelo moral alivia el sufrimiento. Recordamos el famoso y sublime "De consolatione philosophiae" de Severino Boecio [480-524], escrito en la cárcel en espera de la muerte. Recordemos también la muerte de Sócrates [470-399a.C].
----------Por otra parte, ya una sana metafísica o la propia psiquiatría pueden explicar, refutar y corregir falsas concepciones del mal y distorsionadas visiones del dolor, como por ejemplo el error del maniqueísmo (los dos absolutos del Bien y del Mal), el concebir el dolor como bueno en sí mismo (dolorismo, masoquismo) o incluso divino (el Dios que "sufre") o el gusto y placer de hacer sufrir a los demás (crueldad, sadismo, nazismo), o el concebir el dolor como inevitable, lógico, necesario y racional (Hegel). O bien el concebir el dolor como simple apariencia subjetiva (panteísmo spinoziano). También es erróneo el ver el dolor como algo completamente irracional o absurdo (existencialismo), porque induce al fatalismo, a la desesperación y a la falsa resignación. Por el contrario, la actitud virilmente racional frente al dolor y la voluntad de explicar sus causas activan las energías positivas de ataque contra el dolor y defensa contra sus golpes.
----------Por lo demás, que después el dolor, debido a un misterioso plan del misericordioso amor divino, pueda adquirir un significado salvífico elevando al hombre incluso a la vida divina es, como bien dice mons. Biffi en su artículo, un concepto puramente de fe: sin embargo, este concepto, ligado a la misericordia, no excluye sino que presupone el primer concepto, vinculado a la justicia. Y aquí debemos mencionar el pecado original. La razón sabe vincular el dolor a la justicia; la fe lo ve conectado a la misericordia.
----------Cabe señalar, además, que la utilización de este conocimiento racional acerca de la naturaleza y el origen del dolor, así como de sus remedios, es un factor esencial de civilización y progreso humano y, para nosotros los católicos, es muy importante para el diálogo y la colaboración con los no creyentes, que quieren combatir racionalmente el dolor. Esta "buena batalla" en la que todos deben vernos a los católicos en la primera línea, como por lo demás también el padre Biffi reconoce en su artículo, constituye una premisa indispensable (praeambulum fidei) para conducir a los no creyentes, con la asistencia del Espíritu Santo, a la comprensión y a la apreciación de la concepción cristiana del dolor, que es ciertamente una visión de fe; pero nuestra fe no debe ser propuesta de modo pirotécnico o ex abrupto a los no creyentes, sin la mencionada introducción o anticipación, porque esto obtendría resultados contraproducentes; la fe católica, de hecho, concorde como es con las exigencias de la sana razón, debe ser propuesta a quienes todavía no creen sobre la base de un consenso común sobre verdades racionales concordantemente justificadas y compartidas.
----------Sólo de este diálogo puede surgir en el no creyente una verdadera, recta y sincera fe católica, sólida, sana, serena, convencida, bien fundada e iluminada, una fe que no sea fideísmo ni sugestión ni emoción ni "experiencia atemática" (como afirmaba Rahner), ni uno de esos ilusorios fenómenos compensatorios bien conocidos por el psicoanálisis, ni incluso fanatismo. En todas estas aberraciones contrarias a la verdadera evangelización y conversión podemos quizás comprender el correcto sentido de aquellas invectivas del papa Francisco contra el proselitismo, en cuanto opuesto a la verdadera evangelización.
----------Por lo demás, en su artículo Biffi recuerda oportunamente la responsabilidad que los católicos tenemos de presentar de manera correcta el dato de fe, para volverlo en la medida de lo posible aceptable y, en este sentido, Biffi observa que es importante mostrar solidaridad y misericordia frente a los que sufren, así como actuar para que puedan ser liberados de la injusticia y del dolor. Al mismo tiempo, y aquí sigo estando de acuerdo con el articulista, Biffi recuerda que nuestra predicación, en su absoluta franqueza, debe saber en ciertos casos aceptar la oposición que nos viene del mundo y de quienes viven según el espíritu del mundo.
----------Pero precisamente porque tal oposición sea vana, es extremadamente importante acompañar el anuncio cristiano del dolor como cruz que Dios nos manda por amor a nosotros, con la clara y previa explicación de la relación del dolor y del pecado con la justicia divina y con el hecho de que el Padre ciertamente en Cristo nos perdona, pero al mismo tiempo quiere que nosotros expiemos en Cristo las consecuencias penales de ese pecado original y también eventuales culpas personales, que son la justa consecuencia del mal cometido, tanto por nosotros personalmente, como por parte de nuestros Progenitores, culpa esta que, como dice nuestra fe y Biffi justamente recuerda, se transmite de generación en generación y se elimina con el Bautismo.
----------Pero, como bien subraya el Concilio de Trento, no desaparecen las consecuencias penales, que Dios nos deja para que hagamos penitencia, nos ejercitemos en la adquisición de las virtudes, superemos la oposición del mundo y nos liberemos de nuestras culpas. Porque si el sufrimiento de los inocentes no es consecuencia de culpas personales, que ellos no tienen, sigue siendo siempre consecuencia del pecado original que (como monseñor Biffi también reconoce citando a san Pablo) afecta indiscriminadamente y en los modos más diversos a toda la humanidad, compuesta de justos y pecadores.
----------En fin, y para ir concluyendo, quisiera detenerme sobre algunas de las afirmaciones del padre Biffi, que me parece tienen necesidad de ser aclaradas, porque podrían prestarse a ser interpretadas según esa visión rahneriana (que no creo que esté en las intenciones del experimentado teólogo) por la cual todos estarían redimimos y en gracia, de modo que sería impensable (para Rahner) la existencia de una justicia divina punitiva y por lo tanto de la misma pena infernal, que en cambio Biffi admite con claridad.
----------De hecho, Biffi dice que después del pecado de los Progenitores "el género humano nunca ha quedado desprovisto de la gracia de la redención; que nunca se ha encontrado en un puro estado de 'castigo' por el pecado original y, por lo tanto, en un estado de naturaleza caída irredenta, que algún iluminado teólogo considera con razón impensable". Y además, que "el dolor humano ha estado desde siempre arcanamente conectado los dolores del Crucificado; desde siempre en todo hombre que padece se refleja el Cristo, así como toda gracia de salvación, en cualquier momento de la historia, es una impronta de la gracia de Jesús salvador".
----------Ahora bien, hablando como habla monseñor Biffi del "género humano que nunca ha quedado desprovisto de la gracia de la redención", considero que debemos distinguir entre "género humano" entendido como colectividad humana o naturaleza humana en sentido genérico y "género humano" entendido como conjunto de singulares individuos, todos pertenecientes al género humano. En el primer sentido, es indudable la verdad de lo que Biffi afirma. Y por eso se habla de naturaleza humana redimida y se afirma que una naturaleza humana irredenta nunca ha existido, aunque, en rigor de pura justicia divina, tal naturaleza irredenta sea concebible, como observa santo Tomás de Aquino.
----------En efecto, si Dios nos hubiera castigado y nos hubiera dejado en nuestro castigo, del cual nos había advertido en nuestros Progenitores, observa santo Tomás de Aquino, no habría faltado a su justicia; hubiéramos permanecido, como llega a decir san Agustín, una massa damnata; pero como Dios es también bondad infinita, era extremadamente conveniente, aunque no fuera obligado, que tuviera piedad de nosotros y transformara, gracias a la cruz de Cristo, en redención lo que era un simple castigo. De hecho, el Padre ha tomado ocasión de esta felix culpa para elevarnos a un estado de gloria que, según el relato bíblico, ni siquiera los Progenitores hubieran conocido si no se hubiera dado el pecado: la filiación divina en Cristo.
----------Si, por el contrario, entendemos la expresión antes mencionada en el segundo sentido, es necesario decir que aunque la gracia de la redención sea ofrecida a todos, no todos de hecho son provistos de esta gracia a causa de su voluntario rechazo, por lo cual no son objeto de la misericordia sino de la justicia divina. Y, por lo tanto, en tal sentido, en relación con ellos, se puede hablar de una naturaleza irredenta, no porque no se les ofreciera también a ellos la redención, sino porque la han culpablemente rehusado.
----------Pero aun admitiendo, según una opinión teológica reciente, que la gracia de la redención llega a todos los hombres inmediatamente después de la concepción, liberándolos por lo tanto de la culpa original, incluso antes del eventual sacramento del bautismo, se debería siempre decir que incluso en este caso no todos están dotados de la gracia de la redención debido al hecho de que algunos, habiendo llegado a la edad de la razón, a pesar de encontrarse en gracia, la pierden con el pecado, de modo que su naturaleza queda caída, como dice la Escritura, en un estado aún peor a aquel resultante de la sola culpa original.
----------De hecho, mientras la pareja primitiva había caído en aquellos inframundos que fueron abolidos por Cristo cuando descendió a los infiernos y resucitó de entre los muertos, en cambio, los que rechazan la redención se precipitan en una situación mucho peor e irremediable que es el infierno.
----------Además, conviene observar que no es un cualquier o simple hecho material del padecer el que esté "conectado los dolores del Crucificado", ni en eso como tal "se refleja el Cristo", como dice Biffi, porque tal cosa sería una injustificada exaltación del sufrir como tal, sino solo en aquel padecer que de algún modo pone en juego la causa de Cristo, aunque sea de modo inconsciente, como en el caso de los Santos Inocentes. Por tanto, es necesario en el adulto, que sea un voluntario (aun cuando sea inconsciente) padecer por Cristo, cosa que no todos los hombres hacen. Por ende, no es cierto que "en todo hombre que padece se refleja el Cristo", sino sólo en aquellos que, tal vez inconscientemente, gozan de la gracia de Cristo. En los que sufren blasfemando, no existe ningún reflejo de Cristo, sino sólo los padecimientos del demonio.
----------El defecto, lamentablemente hoy extendido, de una cierta edulcorada predicación de la Redención es la pretensión de poner en juego sólo la divina misericordia y no también la justicia. Existiría solo perdón y no castigos. Un Dios que castiga sería un "Dios maligno". Este ya fue el error de Lutero. Esto quiere decir falsear todo, incluido el verdadero concepto de la misericordia y presentar la "bondad" divina (el Dios que por amor envía el dolor) de una manera irrisoria que no despierta la fe sino la blasfemia y por buenas razones.
----------Si en esta vida existen las penas, el dolor, los sufrimientos, eso quiere decir que estamos bajo la justicia y que la misericordia no entra aquí, al menos no entra directamente. En cambio, la misericordia entra propiamente en juego al perdonar el pecado y al aliviar el dolor. Y si al final incluso las penas que Dios permite entran en un plan de misericordia, esto es debido solo al hecho de que, como dice santo Tomás de Aquino, es por misericordia que nosotros en Cristo podemos pagar las penas de nuestros pecados. Pero esto es directamente función de la justicia (satisfecit pro nobis, como dice el Concilio de Trento). Y, por lo tanto, al fin de cuentas, la verdadera misericordia supone la justicia.
----------Entonces, no debemos confundir el ofrecimiento de salvación hecho a todos por el Padre en la cruz de Cristo, con la idea absolutamente errónea de que de hecho todos viven la cruz de Cristo, quizás sin saberlo. Este no es el caso en absoluto, porque, según la fe católica, si a todos viene dada la posibilidad de padecer con Cristo, no todos de hecho, por su culpa, actúan o implementan esta posibilidad y, por lo tanto, algunos se condenan, como enseña el Concilio de Trento (Denz.1523). Esta es la verdad católica.
----------La cuestión de la naturaleza y del por qué del dolor es uno de los grandes temas donde la razón se encuentra con la fe. Sostener a tal respecto la fe dejando fuera de juego la razón es una victoria a lo Pirro y un proceder incorrecto que acaba volviéndose en daño contra la fe. Una fe contraria a la razón es una grave culpa moral, es un pecado contra la verdad y por lo tanto es una fe falsa.
----------Por consiguiente, nosotros, los católicos, debemos siempre dejar a la razón plena libertad para alcanzar sus máximas alturas, sabiendo que, en cualquier caso, la fe va siempre más allá, sosteniendo e iluminando desde lo alto del Misterio Revelado las mismas conquistas de la razón. Como decimos del misterio eucarístico: Quantum potes, tantum aude, quia est maior omni laude. La grandeza de nuestra fe se muestra precisamente en el mejor de los modos aplicando este método, ya que es evidente que un valor es tanto más grande cuanto más grande es el valor que supera y trasciende.
----------Excluir la razón para dar espacio a la fe, cuando la razón puede decir una palabra, puede parecer un piadoso discurso y una exaltación de la fe, pero en realidad es fideísmo irracional, que no responde a la verdadera tradición católica que llega hasta las enseñanzas actuales de la Iglesia, que en la persona de los últimos Pontífices recomiendan más que nunca en la catequesis, en la pastoral, en la teología y en la cultura católica, esa sabia conjunción de razón y fe que es recomendada por el Concilio Vaticano II y que encuentra un ejemplo supremo en la sabiduría del Aquinate, del cual también el padre Biffi, en su larga carrera de teólogo, premiada en 2016 por el papa Francisco, es un eximio discípulo y valiente sostenedor.

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