jueves, 11 de febrero de 2021

Una muy especial XXIX Jornada Mundial del Enfermo (2) Olvido o negación de las universales consecuencias del pecado original

Ofrezco esta segunda reflexión en torno a la XXIX Jornada Mundial del Enfermo, con la seguridad de que mis lectores habituales ya se han ido familiarizando con los temas que aquí abordo, en particular después de las notas publicadas en referencias a las ideas del cardenal Raniero Cantalamessa, o las del padre David Neuhaus o, de modo general, gracias a las varias notas que he dedicado a la explicación y refutación de las tesis heréticas buenistas o misericordistas, tan difundidas lamentablemente en la actualidad.

----------En la reflexión de ayer nos detuvimos brevemente en el caso particular de Job, a quien la Sagrada Escritura presenta como paradigma de hombre inocente, justo, en definitiva, prefiguración del único verdadero y absolutamente Inocente, Nuestro Señor Jesucristo. Tal como decíamos, es posible efectivamente que Job no tuviera culpas graves en su conciencia, y que tal vez no conociera las palabras del Salmo 130, el De profundis: "si iniquitates observaveris, Domine, Domine, quis sustinebit", o lo que ya enseña el libro del Génesis acerca de las terribles consecuencias universales del pecado original. Sea como sea, el caso de Job es un caso particular, en el que aparece el sufrimiento no tanto como castigo de los pecados, sino más bien como prueba de la virtud en los buenos. De ahí que la automática y superficial aplicación de las características del caso de Job al caso de la presente humanidad pecadora, es a todas luces un despropósito.
----------Debe reconocerse que la desproporcionada instrumentalización del caso particular de Job para sustentar las erróneas tesis buenistas ha hecho estragos en la fe y en la moral del pueblo fiel. Se ha hecho oídos sordos al Magisterio perenne de la Iglesia, especialmente a las luminosas enseñanzas del papa san Juan Pablo II, que explica profundamente las razones del sufrimiento en Job, en la Carta apostólica Salvifici doloris, que citábamos en la nota de ayer. Pareciera que el hecho de que ni siquiera Dios, cuando -según el mismo relato- finalmente interviene, le revela a Job que también él, aunque fuera un hombre virtuoso, como todos los hijos de Adán ha sufrido por las consecuencias del pecado original, pareciera -quiero decir- que este puntual silencio de Dios, haya motivado también el silencio de tantos predicadores, académicos, pastores (obispos y sacerdotes) acerca del dogma del pecado original y de sus universales consecuencias en la humanidad.
   
Olvido o negación de las universales consecuencias del pecado original
   
----------Es cierto, Dios no le revela a Job que por ser él también hijo de Adán debe sufrir el castigo por el primer pecado. Será necesario que san Pablo, en el Nuevo Testamento, brinde plena claridad a este punto oscurísimo del origen del mal y del sufrimiento, aunque quizás habría sido de por sí suficiente una adecuada reflexión sobre cuanto es narrado en el libro del Génesis sobre el castigo del pecado de Adán y Eva. Pero, por cuanto parece, en la época de Job todavía no había una clara conciencia de que el castigo del pecado original afecta a la entera humanidad. Este es el dato esencial que aparece claramente con la doctrina paulina sobre el pecado original, doctrina posteriormente definida dogmáticamente por el Concilio de Trento.
----------Se necesitará un genio como san Pablo para iluminar definitivamente el misterio. Por lo demás, san Pablo no hace más que explicitar cuanto ya había sido implícitamente narrado en el libro del Génesis. Con san Pablo aparece a plena luz el paradigma bíblico del pecado, que es el pecado por excelencia: el pecado original, modelo de todos los otros pecados, los cuales no son más que su imitación o participación.
----------Pero la estructura esencial del concepto de pecado, ya conocida por el Antiguo Testamento y por la conciencia ética natural de todas las religiones, estructura que implica el inseparable plexo conceptual pecado-castigo-del-pecado, se mantiene también en las cartas paulinas. Un pecado no castigado o no castigable es del todo inconcebible, imposible y contradictorio. No existe pecado sin castigo y no existe sufrimiento sino como castigo del pecado. Al mismo tiempo, Dios quita la culpa, pero normalmente deja la pena. El aporte de san Pablo consistirá en el distinguir claramente entre pecado personalpecado original.
----------Por consiguiente, para poder sentir también en la desgracia, en cualquier desventura de nuestra vida, y también en la calamidad de esta pandemia, la serena presencia fortalecedora, tranquilizadora, reconfortante, dadora de confianza, pacificadora y consoladora de Dios justo y misericordioso, no debemos sentirnos inocentes, perseguidos por un azaroso destino o por los berrinches de la naturaleza o por el prójimo (o por el comunismo chino o por los líderes de un hipotético nuevo orden mundial), sino que debemos reconocer, como Job, que la desgracia es enviada por un Dios bueno, piadoso y omnipotente, por lo cual, aunque nos parezca no merecer tal desventura, en realidad no somos tan inocentes como nos parece, y por otra parte debemos confiarnos en la bondad divina y ser pacientes, aun cuando por el momento no lo comprendamos.
----------Y si precisamente fuera el caso que nos sintamos personalmente en gran medida inocentes, porque quizás no descubramos en nuestra conciencia ningún pecado grave, entonces es el caso que Dios nos invita a unirnos a los sufrimientos redentores de Cristo, el Inocente por excelencia, que se ha hecho cargo de nuestras culpas para redimirnos del pecado y conducirnos a la salvación. Por eso la pandemia es un castigo o flagelo de Dios, similar a aquellos descritos por el libro del Apocalipsis, que se ha abatido sobre la humanidad pecadora, impenitente, impía y enemiga de Dios, es una advertencia y un llamado severo pero paternal de Dios, para que la humanidad se humille y abandone su soberbia, para que reconozca la justicia divina, redescubra el santo temor de Dios, piense en el riesgo del infierno, vuelva a Él y se prepare para la Venida del Juicio universal, para que abandone sus propios ídolos, se sacuda el letargo de su conciencia, haga un examen de conciencia, reconozca sus pecados, los deteste y se arrepienta de ellos, a fin de que se convierta, haga penitencia, repare los pecados cometidos, haga expiación, y pida perdón a Dios, confiando en su misericordia.
   
Revisemos nuestra imagen e idea de Dios
   
----------Dios no es una idea abstracta de la razón, como el Dios kantiano, sin ninguna conexión con la realidad, hecho solo para asegurar a la razón su suprema unidad sistemática, sino que es un Sujeto real y concretísimo, que actúa eficazmente e incontrastablemente con su omnipotente y libre voluntad creativa y salvadora, que ensalza a los humildes y abate a los soberbios (Ps 147,6; St 4,6).
----------Por tanto, Dios no es como el cuadro del abuelo difunto colgado en lo alto de la pared, que nos mira sonriente sin poder hacer absolutamente nada para ayudarnos en nuestras desgracias, o como la imagen del anciano que aparece en algún episodio de la serie The Simpsons y consiente todos nuestros deseos. Un hombre angustiado por la pandemia, que oye decir a un fiel católico, bondadoso pero no iluminado, que llega para consolarlo, que tiene que estar tranquilo, porque en cualquier caso el Dios misericordioso no lo está castigando, sino que por el contrario tiene por él una inmensa ternura, sufre con él y está siempre a su lado, tendrá la clara sensación de estar siendo tomado para la chacota, a burla, ya que, si razona un poco, se preguntará: ¿y yo qué hago con un Dios que está a mi lado pero sin hacer nada para evitarme el contagio, y me dice que solo tengo que arreglármelas por mi cuenta? ¿Qué clase de Dios es aquel que sufre en lugar de liberar del sufrimiento? ¿Qué misericordia es la que, en lugar de aliviar la miseria, aplasta bajo el peso del sufrimiento?
----------Llegados a este punto es comprensible, aunque blasfema, la idea de Luigino Bruni (conocido economista, ensayista, académico y periodista italiano, columnista de Avvenire) quien, a mediados del año pasado, en plena pandemia en Italia, harto de ser molestado por Dios, tomó coraje y reclamó a Dios que se corrigiera, que se convirtiera, que dejara de enviar desgracias con el pretexto de justificarse (la así llamada "teodicea"), dando a entender que no sabe qué hacer con su falsa misericordia, porque de lo contrario habría provisto para sí liberarse del sufrimiento, como cualquier ateo que se respete a sí mismo, aunque al mismo tiempo el periodista "católico" muestra claros signos de recurrir a la magia cabalística para obligar a Dios a hacer el bien. Y en la misma línea parece estar el sacerdote jesuita español José María Rodríguez Olaisola en una nota con la que me topé días atrás, ¡y no ofrezco más ejemplos, que podrían citarse por cientos!
----------Pero (retornando ahora a la recta doctrina católica), el concebir el sufrimiento como castigo de Dios es la manera de reconducir a Dios el sufrimiento como a su causa primera, con la consecuencia altamente positiva de poner el sufrimiento bajo el control divino. En caso contrario, si se sustrae a Dios el dominio sobre el sufrimiento, como en todo caso siempre se debe establecer un origen, sucederá que ese origen será buscado fuera e independiente de Dios y, por lo tanto, terminará por admitirse un principio absoluto y divinizado del sufrimiento, que podría ser la Naturaleza u otro dios. Y tendremos así el maniqueísmo.
----------Por cierto, debemos aclarar que Dios es la causa primera condicionada del sufrimiento. No es la causa incondicionada, porque el sufrimiento supone el pecado, como condición. Si no hubiera existido el pecado, no habría habido sufrimiento y Dios no habría tenido que lidiar con el sufrimiento, convirtiéndolo, según su justicia, en consecuencia del pecado bajo la apariencia del castigo del pecado. Por otra parte, reconducir el sufrimiento hasta las solas causas segundas: ya se trate del hombre, o del diablo o de la naturaleza, eso no basta, para Dios no es suficiente. Es cierto que el sufrimiento como castigo del pecado, ha tenido su primer origen en la creatura pecadora (humana o angélica), mientras que la naturaleza, tal como se narra en el Génesis, ha sido impulsada a dañar al hombre por el pecado del demonio y del hombre.
----------Sin embargo Dios, supremo juez y justiciero del universo, aunque el sufrimiento no se haya originado en Él, sino en la creatura libre, y por lo tanto Él no sea originariamente responsable de ello, quiere ser el supremo regulador y moderador, y por eso quiere tener pleno control sobre el sufrimiento, por dos motivos: ante todo para destruirlo, y luego para usarlo para bien, en Cristo como expiación por el pecado.
----------Por consiguiente, se puede rectamente decir que Dios, por un lado, o sea en cuanto bondad infinita, no quiere el sufrimiento; pero, por otro lado, lo quiere en nombre de su justicia y de su misericordia, para convertirlo en Nuestro Señor Jesucristo camino de redención y de salvación.
   
Algunas consideraciones conclusivas
   
----------Entonces, sobre la base de estas premisas, ¿cómo debemos rezar? ¿Cómo debería ser nuestra oración? ¿Cómo debería ser nuestra oración en esta tan particular Jornada del Enfermo, en plena pandemia? Cuando oramos, no debemos "partire in quarta" como dicen los italianos, como si pusiéramos en movimiento un automóvil en cuarta marcha, a gran velocidad, con una serie de urgentes peticiones, acerca de las que no podemos saber con certeza si todas ellas son dignas de ser escuchadas y satisfechas por Dios, cómo si todos fuéramos inocentes sufrientes y necesitados, injustamente golpeados por la mala suerte, dignos sólo de compasión y no en realidad pecadores que deben pagar por sus pecados. Debemos por lo tanto orar como lo hace David en el Salmo 50, con la premisa: "Contra ti, contra ti solo he pecado, aquello que es malo a tus ojos, lo he hecho, por eso eres justo cuando hablas, recto en tus juicios" (Ps 50,6).
----------Por consiguiente, debemos habituarnos a quitar de la palabra "castigo" cualquier reflejo automático o reacción emotiva irracionales, cualquier movimiento instintivo de rechazo, cualquier sentimiento de desagrado o de rebelión o de fastidio o de repulsión instintiva que pueda suscitar, y volver a usar la palabra "castigo" con la sencillez de los Santos, serena y objetivamente, en su auténtico sentido bíblico, sano e indispensable, como un médico habla objetivamente de las consecuencias de una enfermedad, como lo ha hecho siempre la literatura cristiana, el Magisterio de la Iglesia, los Padres, los Doctores y los Santos.
----------Es sólo con el drama de Martín Lutero [1483-1546] y de su conciencia atormentada y angustiada por una idea obsesiva del castigo divino, que ha penetrado en la Iglesia ese irracional sentido de desagrado e irritación emotiva que experimentamos cada vez que escuchamos la palabra "castigo".
----------El remedio para este problema no es un misericordismo repartido a todos por igual, no es el abolir la palabra "castigo", porque no existen otras que puedan dignamente sustituirla (la palabra "pena" tiene en cierto modo un sentido más mitigado, pero, al estar más ligada a la justicia humana, no tiene la fuerza expresiva de la palabra "castigo", que la Biblia reserva sobre todo para Dios), y por lo demás, abolir la palabra llevaría a abolir el concepto mismo de castigo, que es precisamente la calamidad de nuestros días.
----------El interpretar las desgracias como castigos y reclamos de un Padre bueno y misericordioso, como es testimoniado por los Santos, nos hace ser y caminar en la verdad, nos vuelve humildes, nos inculca el santo temor de Dios, nos reconcilia con el Padre, nos hace pagar nuestras deudas, nos hace experimentar su justicia y su misericordia, nos empuja a una mayor confianza con el Padre, nos otorga una paz inefable.

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